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ISSN 1688-1672

 



CHAGALL, MARC - ARTISTA - ARTE -


Chagall y su aldea

Andrés Torres Guerrero

El arte potencia la imaginación y la creatividad; mas no así, el discurso monológico del poder que busca afanosamente borrar las diferencias para promover coordenadas de sentido por las cuales las sociedades se guíen como una recua de ganado conducida por un único patrón

Trágicamente, el mundo está perdiendo la originalidad de sus pueblos, la riqueza de sus diferencias, en su deseo infernal de “clonar” al ser humano para mejor dominarlo. Quien no ama su provincia, su paese, la aldea, el pequeño lugar, su propia casa por pobre que sea, mal puede respetar a los demás. Pero cuando todo está desacralizado la existencia es ensombrecida por un amargo sentimiento de absurdo [1].  

El arte es aquello que resiste: resiste a la muerte, a la servidumbre, a la infamia, a la vergüenza [2].

En una época en la que la estética se ha convertido en mercancía, y, al mismo tiempo, en un discurso homogenizador que se constituye en la “educación sentimental” de los pueblos y los hombres, el arte es y seguirá siendo una senda para escapar de los mecanismos de control que detentan las grandes maquinarias generadoras de frivolidad y pensamiento corriente. Las catástrofes y las guerras, por ejemplo aquí en Colombia, en el contexto televisivo, son interrumpidas y amenizadas por comerciales muchísimo más extensos que las secciones dedicadas a la política nacional o a los hechos internacionales, y, si a esto le sumamos que las notas de farándula ocupan una extensa franja del noticiero, entonces, es muy fácil comprender que la realidad en los medios es una macronarrativa que se vende como un anestésico local para bloquear la reflexión y la sensibilidad. El arte, entonces, es una práctica de resistencia y, sobre todo, de disidencia frente a la estandarización de los afectos y la percepción. Asomarse, por unos breves instantes, a una obra pictórica, o a un poema, es explorar y sumergirse en el corazón del hombre, insondable laberinto que atraviesa fronteras de tiempo y espacio. El arte potencia la imaginación y la creatividad; mas no así, el discurso monológico del poder que busca afanosamente borrar las diferencias para promover coordenadas de sentido por las cuales las sociedades se guíen como una recua de ganado conducida por un único patrón. En el imperio de lo frívolo, el fascismo de las imágenes ha uniformizado (bajo una misma camiseta), los gustos y las mentalidades, por eso no es extraño, ni fortuito que desde Canadá hasta Ushuaia se escuchen con admiración a las vedettes de la MTV. Frente a estos “artistas” del escándalo que han inundado, con sus portentosas parafernalias publicitarias, al planeta de contaminación audiovisual, habría que dejarse hospedar por ese conocimiento silencioso de aquellos que, como Marc Chagall, le cantaron (desde una polifonía de las formas y el color) a su pequeña aldea en la que nacieron y jugaron; esa pequeña tierra que es, en últimas, la única república que tiene todo hombre: su infancia. 

Aunque buena parte de su vida transcurrió fuera de Rusia, Marc Chagall convirtió su tierra natal, sus tradiciones y símbolos en protagonistas absolutos de su labor artística. Un buen ejemplo de ello es la tela La aldea y yo, pintada en París pero vinculada al recuerdo de su patria y de la comunidad judía en la que nació. Junto a una iconografía personal y recurrente (corderos, vacas, hombres de campo...), se advierten los rasgos que definen la obra de Chagall: la síntesis entre los nuevos lenguajes pictóricos y la imaginación popular [3].   

 

Chagall nunca dejó de ser un niño y un provinciano, porque el amor que tuvo por su pueblo y la fidelidad que sintió por su infancia, hicieron que su arte fuera universal e inactual. Si, en este sentido, seguimos a Sócrates cuando afirmó que sólo aquel que se conoce a sí mismo, llegará a conocer a los demás; entonces, parafraseando esta máxima, podríamos argüir que solo aquel que conoce su aldea, podrá llegar a comprender e interpretar con intensa y profunda sensibilidad los otros lugares en los que habita el resto de la gente. El arte le permite al hombre transitar poéticamente por la tierra y hacer de esta su morada, y fue exactamente eso lo que logró este pintor, quien quedó marcado por su origen judío y la vida aldeana [4].

Chagall, nació en Vietbsk (Rusia) el 7 de julio de 1887 y murió en Saint-Paul-De-Vence (cerca de Niza) el 28 de marzo de 1985. Este artista de familia judía muy devota se trasladó en 1907 a San Petersburgo, donde acudió a una escuela elemental de arte [5]. Este aspecto de la religiosidad de su familia en la que él se crió fue fundamental y fundacional en su expresión artística. Recordemos solamente dos obras con este carácter místico: Isaac recibe a Rebeca como esposa, 1977-1978, vidriera, San Esteban (Maguncia). Marcos y Mateo, 1978, vitral Tudeley (Kent). Son estos vínculos con lo sagrado los que le permiten un vuelo poético para remontarse a la abyección y a la muerte que sufrió su pueblo en la segunda guerra mundial, por eso, si bien en él hubo inspiraciones e influencias por parte de movimientos, escuelas y artistas de la vanguardia, como, por ejemplo, el cubismo, Chagall:

... estaba prevenido contra las teorías, las cuales no seducen más que a los seres que se entregan fácilmente a las ideas por cierta holganza interior. Él estaba poseído por todos los poderes de la raza judía que circulaban por su sangre y habían embrujado su infancia, en Vietbsk, y también por los de su ser interior, poderes de amor y de ensueño. De las leyendas oídas, de los espectáculos contemplados, de esos deseos, de esas nostalgias e incluso de esas angustias, sobre todo cuando estallaron las persecuciones contra su pueblo, creó una pajarera de sueños, impacientes por volar y que, una vez abierta la jaula, llenaron su cielo. “Sólo es mío el país que se halla en mi alma” ha declarado. Este país se despliega en un espacio que escapa a las leyes físicas, especialmente a las de la gravedad... [6]  
 

Recordemos, a propósito de vuelo, su pintura El cumpleaños (óleo sobre lienzo, 1915) en que los amantes (Chagall y su esposa Bella) están gravitando sobre el estudio del pintor, en el que hay una ventana por la cual se puede observar la iglesia de Ilitch. El vuelo es el que le permite remontarse por encima de los prejuicios y prelecturas de su tiempo, posibilitándole crear una alquimia con la cual transforma o metamorfosea la realidad. El artista al igual que el poeta y el niño poseen la mirada del extrañamiento y del asombro. Ellos descubren lo singular en aquello que para la muchedumbre sólo es monotonía y obviedad. La levedad, en la actitud vital y artística de Chagall, lo llevó a desplazar o nomadizar sus pensamientos y afectos, y a experimentar con su trabajo, con su lenguaje y con las maneras y formas de expresarse. Él, junto con otros artistas como:

... el italiano Amadeo Modigliani (1884-1920), (...) el lituano Chaim Soutine (1894-1943), el polaco Moïse Kisling (1891-1953), el búlgaro Jules Pascin (1885-1930), la francesa Marie Laurencin (1885-1956) o el japonés Tsugouharu Forjita (1886-1968). Casi todos ellos nacieron en la década de 1880, como Picasso, lo que los sitúa en el corazón de la primera oleada de la vanguardia histórica. Fueron camaradas y amigos en la época de la bohemia de Montmartre y por lo general asimilaron las corrientes dominantes del Expresionismo y el Cubismo, a veces sucesivamente, otras incluso sintetizando aspectos de ambas simultáneamente. En todo caso, llevaron a cabo una poderosa y muy interesante obra personal, aunque fuera al margen de la vanguardia organizada [7]. 
 

Chagall, por todo esto, estuvo cercano al surrealismo, porque, para este creador el mundo de lo onírico y de lo inconsciente se constituía en una extensa geografía que había que recorrerla y reconocerla para ampliar las fronteras que encierran a la llamada realidad dentro de los límites de una racionalidad burguesa e instrumental que enfatiza la productividad y la rentabilidad como dos de sus valores más preciados. En este sentido, Chagall (como todo gran artista), era alguien que no se sentía cómodo dentro de unos rieles que predeterminaban los accesos y las rutas que un hombre tiene para movilizarse dentro de la existencia. Su arte conlleva una revolución poética que les permite a los demás hombres intensificar o amplificar la vida gracias a que Chagall, con sus colores y trazos, abre las puertas de la percepción [8].

En El sacrificio de Isaac, (1960-1966, Musée Marc, Niza), Chagall recrea e interpreta estéticamente lo narrado en el libro del Génesis, capítulo 22, versículos del 1 al 19. Abraham (un anciano de barbas largas, blancas y espesas), sostiene con profunda concentración un cuchillo y una vela; al lado de él está su hijo Isaac. Pero entre ambos está un ángel, quien es el que detiene a Abraham, porque Dios ya había comprobado su fidelidad. En un extremo de la pintura aparece el cordero, que simbólicamente es el animal sacrificial por excelencia, el cual es ofrendado ante Dios. Chagall sacraliza ese instante de inmensa tensión de un hombre que se debate ante el profundo amor que siente por su hijo y el amor y el temor ante Dios que se lo ha dado. Ese momento, eterno del hombre abocado ante la muerte, es el que el artista explora con sus pinceles y su intuición para darnos como resultado una obra que nos alegoriza la inmensa piedad de Dios ante la fragilidad y transitoriedad del ser humano, pero también está presente que todo sacrificio será recompensado por la divinidad.  

La obra de Chagall es un puente o si se quiere una puerta que nos conduce a lo sagrado, y, en esta época en que se ha banalizado la vida y la muerte, es necesario volver la mirada a aquellos lugares de conciencia cósmica que como las obras de este artista nos llevan a provincias de dignidad en donde el hombre habla con Dios y lo eterno.
 

Notas:

[1] SABATO, Ernesto. La resistencia. Bogotá, Planeta, 2000. pp. 53,54.

[2] DELEUZE, Gilles. Control y devenir (entrevistado por Toni Negri). Traducción de Edgar Garavito. En: Magazín Dominical de El Espectador. Nº 511. Bogotá, 7 de febrero de 1993. p. 17.

[3] El mundo del arte. Autores, movimientos y etilos. Barcelona, Océano, 2004. p. 203.

[4] SUCKALE, Robert. et. al. Los maestros de la pintura occidental. Traducción de José García Pelegrín. Colonia, Taschen, 2002. p. 693.

[5] READ, Herbert. Diccionario del arte y los artistas. Traducción de María Barberán. Barcelona, Ediciones Destino, 1995. p. 80.

[6] HUYGHE, René. RUDEL, Jean. El arte y el mundo moderno. De 1920 a nuestros días. Tomo II. Barcelona, Planeta, 1972. pp. 18,19.

[7] CALVO SERRALLER, Francisco. El arte de entreguerras y la crisis de la vanguardia: 1920-1940. En: El arte contemporáneo. Madrid, Taurus, 2001. p. 274.

[8] Este es un título de un libro de Aldous Huxley, inspirado en un poema de William Blake, el cual, en una de sus líneas, dice: Si las puertas de la percepción fueran abiertas el hombre percibiera todas las cosas como son, infinitas.

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