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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



HAMED, AMIR -  M - EL ALMA DEL RELATO -
 

M, el impronunciable, o la universalidad empieza por casa

Alma Bolón
 

En M, Amir Hamed lleva al lector hasta los lίmites de la frustraciόn. No obstante, honrando en algύn módico grado nuestra tragicidad lectora, los lectores perseveramos.Encantados por una lengua española bellamente inesperada e iluminadora cuyo memorable impacto ilustra la potencia intelectual que la poesía infunde en un texto. Cautivados por una historia que, con cinco mil años a cuestas, hoy está en nuestra candente actualidad, en las bombas que explotan en Mesopotamia y en Medio Oriente, en el calcinado paisaje que proclama el fin de la escritura.


Con Borges nos hemos acostumbrado a la idea del libro de arena, del libro numeroso e interminado, reacio a la letra definitiva, abierto a todo lo que el dilatado universo hace advenir, objeto inconstante que llega a la casa de uno -un apartamento cualquiera de la bonaerense calle Belgrano- en manos de un extranjero de edad incierta y rasgos desdibujados, vendedor de biblias. En un cierto grado, y esto también lo supimos con Borges, todo libro es inconstante y vuelve a hacerse en cada lectura; en un grado admirable, la escritura de Amir Hamed, como el libro de arena y como la biblioteca de Babel, juega a pronunciar el dilatado universo, a ser la interminable literatura.

Porque, por un lado, hay en Amir Hamed un empecinamiento que, con «testarudez  de mundo», vuelve a abrazar la escritura como asunto imprescindible, como imperiosa cuestiόn, atendida desde las primeras páginas (1993) de Retroescritura, desde las asiduas columnas de interruptor, en la propiamente fabulosa Cielo ½, y en Encantado, Ella sί y, ahora, M, la tercera entrega de esta trilogίa, El alma del relato. Escribir y escribir sobre la escritura, porque en esa reflexiόn se pone a reverberar un mundo inadvertido.

Hay también en Amir Hamed un empecinamiento de hijo que una y otra vez elige su herencia, se instruye heredero y se las ve con el legado, con esa forma registrada en que la ley se entrega. En M, escritura, legado y ley no se destrenzan ni un instante, porque M, marca acuática y errabunda, es Mem y es Moisés, el inspirado interlocutor divino, el autor del Pentateuco y de las tablas mandamentosas.  

Resulta entonces apasionante, en M, atender la manera en que la ley se entrega, a saber, escrita y partida, y es apasionante seguir ese hilo, el hilo que lleva de la lengua hendida de Moisés, la lengua «achicharrada por los carbones ardientes», a la escisiόn material que es la letra -cuña que el estilete punzό, hendidura que el cálamo trazό-, y que produjo que algo pudiera ser pensado, obedecido, desobedecido, entregado, aceptado, rechazado. Hilo que lleva de la bífida lengua mosaica a nuestra escindida condiciόn, en ese trance duradero en que uno se separa de uno y se halla en la letra de otro.

En ese plano, el relato reflexivo que es M se potencia al mostrar que la pulpa escindida de Moisés -su lengua partida y tartajeante- tal vez esté encarnando también una particiόn -una dilaciόn- que lo tuvo en espera dieciséis siglos, si no fue más, de acuerdo con las noticias confirmatorias que trajeron los arqueólogos e historiadores del siglo XXI. Porque la inaccesible historicidad de Moisés -la ausencia de vestigios que no sean la prodigiosa marca libresca, profética, polίtica que él es- no solo propiciό, algunos siglos más tarde, que se confundiera con el musulmάn Musa, profeta archipresente en el Alcorάn, al compartir ambos el exclusivo privilegio de ser kallim Allah, los dos únicos interlocutores de Dios, en el superpoblado mundo de los libros religiosos. De modo semejante, la improbable historicidad mosaica se compensa con su letra, legataria de antiquίsimas leyendas akadias, que ya llevaban más de dieciséis siglos resonando por Mesopotamia y contando la historia del niño salvado de las aguas, cuando los sacerdotes judίos exiliados en Babilonia las oyeron y las adoptaron.

Inquietante confirmación, que vuelve a recordar la índole errabunda de la letra, su destinaciόn improgramable, la impostura que funda cualquier presunción de autoctonía (o de autoría). Bienvenida confirmaciόn, que en algo raspa la soberbia del dios único, al hacer de su profeta un transhumante llegado de historias ajenas. En esa vena, Amir Hamed cuenta su historia frotándose con textos del Pentateuco y del Alcorán, de comentaristas talmúdicos y coránicos, de suras y de versίculos, de Flavio Josefo y de Sigmund Freud, de Kafka y de Agamben, de Harold Bloom y de Eupolemo. Justamente, la metáfora de la «frotaciόn», empleada por el propio Amir Hamed desde Retroescritura, puede inducir, como en la miliunanochesca lámpara, la llegada de un espíritu benefactor, propiciador de estos «ensayos narrados».   

Y, en la gracia de esta espirituosa frotaciόn, va tomando cuerpo la conjetura de «que acaso sea M la mάs ardiente de las figuras trágicas», y no solo porque pueda «divisar una tierra de promisiόn para la que desde un principio está impedido y hacia la cual, no obstante, avanza obstinado». Mάs extremosamente, con M, nos las habemos con «un héroe de la escritura» que en su «lengua destrozada» es «capaz de escribirse pero no de pronunciarse».  Porque, en este intenso texto, Amir Hamed logra contarnos las milenarias peripecias mesopotámicas y medioorientales de una marca estrictamente impronunciable -M-, muesca en la roca, jeroglífico aviario, grafo mudo finalmente socorrido por la vocalidad del alfabeto griego, principio reordenador de una temporalidad en busca de la sucesiόn abecedaria. Asί M logra, a partir de la narraciόn de ciertas andanzas letradas, una reflexiόn sobre la escritura y sus tecnologίas, sobre la literatura y su especificidad: dar a conocer -a publicar- lo que aguanta impronunciable.

Como en otras oportunidades, y tal vez algo más que de costumbre, en M, Amir Hamed lleva al lector hasta los lίmites de la frustraciόn en su expectativa de luz ordenada y constante. No obstante, honrando en algύn módico grado nuestra tragicidad lectora, los lectores perseveramos. Encantados por una lengua española bellamente inesperada e iluminadora, que da con hallazgos cuyo memorable impacto ilustra la potencia intelectual que la poesίa infunde en un texto. Cautivados por una historia que, con cinco mil años a cuestas, hoy está en nuestra candente actualidad, en las incandescentes ruinas de las bombas que explotan en Mesopotamia y en Medio Oriente, en el saqueo y la destrucción de sus monumentos y tabletas de arcilla, en el calcinado paisaje que proclama el fin de la escritura -de su obstinaciόn en mostrar lo impronunciable- y el imperio de la democrάtica oralidad, entera, completa, autosuficiente.

Véase si no: «Sucede que, segύn parάmetros de ciencia, y segύn insistirá el siglo XXI, ni él ni los suyos habrían deambulado jamάs por el descampado; ni él ni los suyos, tampoco, habrían nunca legislado; ni él ni los suyos, siquiera, habrían podido conocer el cautiverio. Pero la ciencia hace al hombre y no a la letra, y por eso persiste M en su descenso, tanteando con pie de seda el flanco amargo de la montaña, temeroso de malbaratar su carga, que es piedra herida por la luz y que irá sobrenadando décadas indesmentibles, siglos, milenios, hasta amenazar cada vez mάs ensordecedora, como al presente, con fulminarnos de una buena vez, ahora que ha devenido bombardeos de precisiόn y de los otros, estallido de arma quίmica o de neutrones, repeticiόn abrumadora, viral, del crujido de gargantas infieles al ser degolladas, de dibujantes sacrίlegos fusilados con estrépito y minucia en cada rincόn de una revista parisina, o también, del estruendo mudo que hacen cuatro niños al ser pulverizados por un misil en una playa oriental del Mediterrάneo»[1]    


Nota:

[1] M, Amir Hamed, Montevideo : H Editores, 2015.

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