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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



HITLER, ADOLF - EICHMANN, ADOLF OTTO - 'SOLUCIÓN FINAL' - CONFERENCIA DE WANNSEE - JUICIO DE JERUSALEM - PAPAS DEL TERCER REICH -

Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal (II)*

Hannah Arendt
Los reunidos hablaron de "complicadas cuestiones jurídicas", tales como el tratamiento que debía darse a quienes tan sólo fueran medio judíos o cuarterones de judío -¿se les debía matar o bastaba con esterilizarlos?


Capítulo 7:
La conferencia de Wannsee o Poncio Pilatos
(fragmentos)


Hasta el momento, mi estudio de la conciencia de Eichmann se ha basado en pruebas que el propio Eichmann había olvidado. Según sus manifestaciones a este respecto, el momento decisivo no se produjo cuatro semanas después, sino cuatro meses más tarde, en enero de 1942, durante la conferencia de Staatssekretäre
(subsecretarios del gobierno), como los nazis solían llamarla, o la Conferencia de Wannsee, tal como ahora la llamamos debido a que Heydrich la convocó en una casa situada en este suburbio de Berlín.

Tal como indica el nombre oficial de la conferencia, esta reunión fue necesaria debido a que la Solución Final, si quería aplicarse a la totalidad de Europa, exigía algo más que la tácita aceptación de la burocracia del Reich, exigía la activa cooperación de todos los ministerios y de todos los fúncionarios públicos de carrera. Nueve años después del acceso de Hitler al poder, todos los ministros eran antiguos miembros del partido, ya que aquellos que en las primeras etapas del régimen se habían limitado a "adaptarse" a él, harto obedientemente, habían sido sustituidos. Sin embargo, la mayoría de ellos no merecían la total confianza del partido, puesto que eran pocos los que debían enteramente su carrera política a los nazis, como, por ejemplo, Himmler o Heydrich. Y entre estos pocos, la mayoría eran nulidades, como Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores y ex vendedor de champaña.

Sin embargo, el problema era mucho más peliagudo en cuánto se refería a los funcionarios públicos de alto rango, que prestaban sus servicios directamente subordinados a los ministros, ya que estos hombres, que son quienes forman la espina dorsal de toda buena administración pública, difícilmente podían ser sustituídos por otros, e Hitler los había tolerado, como Adenauer tuvo que tolerarlos, salvo aquellos que estaban excesivamente comprometidos.

De ahí que los subsecretarios, los asesores jurídicos y otros especialistas al servicio de los ministerios rara vez fueran miembros del partido, y es muy comprensible que Heydrich tuviera sus dudas acerca de si podría conseguir la activa colaboración de tales funcionarios en la tarea del asesinato masivo. Dicho sea en frase de Eichmann, Heydrich "esperaba tener que vencer grandes dificultades". Pues bien, Heydrich estaba equivocado de medio a medio.

La finalidad de la conferencia era coordinar todos los esfuerzos en orden a la consecución de la Solución Final. Primeramente, los reunidos hablaron de "complicadas cuestiones jurídicas", tales como el tratamiento que debía darse a quienes tan sólo fueran medio judíos o cuarterones de judío -¿se les debía matar o bastaba con esterilizarlos?-. A continuación se inició una franca discusión sobre los "diversos tipos de posibles soluciones del problema", lo cual significaba los diversos modos de matar, y también en este aspecto hubo una "feliz concurrencia de criterios de todos los participantes". La Solución Final fue recibida con "extraordinario entusiasmo" por todos los presentes, y en especial por el doctor Wilhelm Stuckart, subsecretario del Ministerio del Interior, quien tenía fama de mostrarse reticente y dubitativo ante todas las medidas "radicales" del partido, y, según las declaraciones del doctor Hans Globke, en Nuremberg, era un firme defensor de la ley.

Sin embargo, cierto es que también surgieron algunas dificultades. El subsecretario Josef Bühler, quien ocupaba el segundo puesto en el Gobierno General de Polonia, quedó un tanto alicaído ante la posibilidad de que los judíos fueran transportados desde el Oeste al Este, debido a que esto significaba la presencia de más judíos en Polonia, y, en consecuencia, propuso que estas expediciones se retrasaran hasta el momento en que "el Gobierno General de Polonia ponga en ejecución la Solución Final, y no existan problemas de transporte".

Los caballeros del Ministerio de Asuntos Exteriores comparecieron con un complicado memorándum, elaborado por ellos mismos, en el que expresaban "los deseos e ideas del Ministerio de Asuntos Exteriores, con respecto a la total solución del problema judío en Europa", memorándum al que nadie prestó la menor atención. Lo principal, tal como con toda justeza dijo Eichmann, era que los miembros de las diversas ramas de la alta burocracia pública no sólo expresaron opiniones, sino que formularon propuestas concretas. La reunión no duró más de una hora o una hora y media. Tras ella se sirvieron bebidas, y luego todos almorzaron juntos. Fue una "agradable reunión social" destinada a mejorar las relaciones personales entre los circunstantes.

Para Eichmann, esta reunión tuvo gran importancia, ya que jamás había tratado en reuniones sociales a personajes "de mayor altura" que la suya. Allí, Eichmann fue, con mucho, el individuo de más baja posición oficial y social. Se encargó de enviar la convocatoria a cuantos debían acudir a la conferencia, preparó algunas estadísticas
(llenas de increíbles errores) que Heydrich utilizaría en su discurso inicial, en el que dijo que debía liquidarse a unos once millones de judíos, tarea ciertamente magna, y, después, Eichmann redactó el acta de la reunión. En suma, cumplió las funciones de secretario de la conferencia. Por esto se le permitió que, tras la marcha de los altos funcionarios, se sentara junto con sus jefes Müller y Heydrich, ante una chimenea encendida, y "ésta fue la primera vez que vi a Heydrich beber y fumar", no "chismorreamos, pero si gozamos de un descanso merecido tras largas horas de trabajo"; todos ellos estaban muy satisfechos y de buen humor, especialmente Heydrich.

Hubo también otra razón en virtud de la cual el día de la conferencia quedó indeleblemente grabado en la memoria de Eichmann. Pese a que Eichmann había hecho cuanto estuvo en su mano para contribuir a llevar a buen puerto la Solución Final, también era cierto que aún abrigaba algunas dudas acerca de "esta sangrienta solución, mediante la violencia", y, tras la conferencia, estas dudas quedaron disipadas. "En el curso de la reunión, hablaron los hombres más prominentes, los Papas del Tercer Reich". Pudo ver con sus propios ojos y oír con sus propios oídos que no sólo Hitler, no sólo Heydrich o la "esfinge" de Müller, no sólo las SS y el partido, sino la elite de la vieja y amada burocracia se desvivía, y sus miembros luchaban entre sí, por el honor de destacar en aquel "sangriento" asunto. "En aquel momento, sentí algo parecido a lo que debió sentir Poncio Pilatos, ya que me sentí libre de toda culpa." ¿Quién era él para juzgar? ¿Quién era él para poder tener sus propias opiniones en aquel asunto? Bien, Eichamm no fue el primero, ni será el último, en caer víctima de la propia modestia.

Los acontecimientos siguientes a la conferencia, según recordaba Eichmann, se sucedieron sin dificultades, y todo se convirtió prontamente en tarea rutinaria. [...]

[...] Así pues, la más grave omisión en el "cuadro general" fue la de aquellas declaraciones referentes a la colaboración entre los dirigentes nazis y las autoridades judías, que hubieran dado ocasión a formular la siguiente pregunta: "¿Por qué colaboró aquella gente en la destrucción de su propio pueblo; a fin de cuentas, en labrar su propia ruina?".

[...] Me he detenido a considerar este capítulo de la historia de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, capítulo que el juicio de Jerusalén no puso ante los ojos del mundo en su debida perspectiva, por cuanto ofrece una sorprendente visión de la totalidad del colapso moral que los nazis produjeron en la respetable sociedad europea, no sólo en Alemania, sino en casi todos los países, no sólo entre los victimarios, sino también entre las víctimas.

Eichmann, a diferencia de otros individuos del movimiento nazi, siempre tuvo un inmenso respeto hacia la "buena sociedad"; y los buenos modales de que hacía gala ante los funcionarios judíos de habla alemana eran, en gran medida, el resultado de reconocer que trataba con gente socialmente superior a él. Eichmann no era, ni mucho menos, como un testigo le motejó, un Landsknechtnatur, un mercenario, que quería huir a regiones en las que no se observaran los Diez Mandamientos y en las que un hombre pudiera hacer lo que quisiera. Hasta el último instante, Eichmann creyó fervientemente en el éxito, el criterio que mejor le servía para determinar lo que era la "buena sociedad".

Características de Eichmann fueron sus últimas palabras acerca de Hitler, a quien Eichmann y su camarada Sassen decidieron "dar poca importancia" en su relato. Eichmann dijo que Hitler "quizás estuviera totalmente equivocado, pero una cosa hay que no se le puede negar: fue un hombre capaz de elevarse desde cabo del ejército alemán a Führer de un pueblo de ochenta millones de individuos ... Para mí, el éxito alcanzado por Hitler era razón suficiente para obedecerle".

La conciencia de Eichmann quedó tranquilizada cuando vio el celo y el entusiasmo que la "buena sociedad" ponía en reaccionar tal como él reaccionaba. No tuvo Eichmann ninguna necesidad de "cerrar sus oídos a la voz de la conciencia", tal como se dijo en el juicio, no, no tuvo tal necesidad debido, no a que no tuviera conciencia, sino a que la conciencia hablaba con voz respetable, con la voz de la respetable sociedad que le rodeaba. [...]

EICHMANN EN JERUSALÉN. UN ESTUDIO SOBRE LA BANALIDAD DEL MAL - Hannah Arendt - Lumen, Barcelona, 1999 - 460 págs. - Distribuye Blanes.


* Publicado originalmente en Insomnia

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