H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CINE Y POLÍTICA - EL IMPERIO DE LOS SENTIDOS -


El imperio de los sinsentidos: apuntes sobre política y cine*

Alvaro Buela

Lejos de ser paradigmáticos -la historia del cine es rica en piedras de diverso tono, tamaño y color-, esos casos hablan más allá de sí mismos. Y no precisamente para bien del cine. El primer ejemplo ilustra sobre la dependencia entre la producción y la estructura de poder cuándo aquella se financia directamente por el Estado

Aún en la más conflictiva de sus relaciones, Política y Cine comparten el mecanismo de la ilusión, cuando no el de la ficción. Pero allí terminan los lazos, y comienza la otra vertiente, la de las manipulaciones, las sumisiones, las censuras. Desde el momento en que el cine se transformó en el arte masivo del siglo XX se adjudicó a su vez, el rol de trasmisor de ideología. En ese sentido, la historia del cine es también la historia del siglo, y a la inversa.

Pero un rastreo minucioso de esas relaciones implicaría un esfuerzo mayor que la documentación, el análisis de mentalidades, el relevo de acontecimientos políticos y sociales. Porque si bien una película -y el cine se reduce a eso: películas contantes y sonantes- expresa más o menos abiertamente las condiciones económicas, sociales y culturales en que fue realizada, también implica un compromiso con las leyes ontológicas que definen su lenguaje: el cine es un arte, la política no, por más que se la idealice.

Por otro lado, hechos políticos podrá haber muchos, pero ideologías políticas sólo un puñado. Películas, en cambio, hay millones y, para traer el asunto a tierra, no hay más remedio que recurrir a unos pocos ejemplos, aunque sólo sea para ilustrar algunas de las posibles maneras que tienen de tropezar una con otra esas dos enormes máquinas de sueños. Aquí van algunas perlas:

1) Lejos de Moscú, un tren recorre la Unión Soviética. Es un estudio cinematográfico sobre rieles, impulsado por el lema "Hoy filmamos, mañana exhibimos" y por el talento inquieto de su capitán/director Alexander Medvedkin. En un año -enero de 1932 a enero de 1993-, el equipo del tren filma setenta cortometrajes, registros de "historietas caústicas" de decenas de pueblitos, procesados encima del tren y exhibidos en la siguiente estación.

Esa sería la última experiencia viva del cine soviético auténticamente revolucionario. Unos meses después llegó el lineazo del realismo socialista, consolidado con Chapaiev (dir. Sergei y Giorgi Vassiliev, 1934), que contó con cincuenta y dos millones de espectadores en tres años y la bendición de Stalin. Ese era el ejemplo a seguir. El cinetrén era un peligro incontrolable a desterrar.

2) Treinta años después, la United Artist financia un proyecto inverosímil: una fantasía paranoica cuyo protagonista ha sido programado -drogas mediante- por Moscú y Pekin para asesinar al principal candidato a la Casa Blanca, permitiendo el ascenso de su padrastro, un senador agente de los soviéticos.

Malas noticias para la película: un año después JFK moriría asesinado en Dallas. El actor principal -Frank Sinatra- era un amigo personal de Kennedy y abrumado por la idea de que el film había sido profético (o inspirador) del hecho, la retiró de circulación por veinticinco años. El embajador del miedo (The manchurian candidate, 1962) fue reestrenada en marzo de 1988 con el lastre de ser un título maldito.

3) Mientras tanto en Argentina, dos directores/políticos llamados Fernando E. Solanas y Octavio Gettino, publican un libro titulado Cine, Cultura y Descolonización (1973), donde se lee: "Todo género cinematográfico, sea el que corresponda a la comedia rosa o el que se enrola en el drama épico, el policial o el documental, están concebidos y determinados por una concepción ideológica definible, y cuya proyección política escapa las más de las veces a la propia conciencia del autor. El cine, como ideología, viene a confirmar, negar o corregir los niveles de conciencia existentes en los espectadores (el pueblo), y por lo tanto alcanza incidencias traducibles siempre en términos políticos" (1)

4) Hace apenas unos meses, un crítico norteamericano se alarma ante el retrato de las mujeres en Mentiras Verdaderas (True lies, dir James Cameron, 1994), cuya trama es básicamente la venganza de un marido celoso. Lo más preocupante, dice el crítico, es que el estreno de la película, ocurra "al mismo tiempo que el caso de O. J. Simpson ha hecho tomar conciencia de la violencia doméstica". El estereotipo de los árabes es sádico, afirma, pero alza la voz y pregunta: "¿Cómo es el tratamiento de la mujer, la mayor parte de las veces nombrada como 'puta' o 'agujero'?".

El crítico es minucioso al pasar revista de los roles femeninos: la hija del protagonista (Arnold S.) es una pequeña ladrona; su esposa (Jaime Lee Curtis) es tan estúpida como para dejarse embaucar por un falso espía de poca monta; la sexy Juno (Tía Carrere) ayuda a los terroristas, pero no por la causa sino sólo por dinero. "La misoginia no es nueva en el cine de acción", concluye el crítico. "Pero sí lo es en Cameron".(2)

* * *

Lejos de ser paradigmáticos -la historia del cine es rica en piedras de diverso tono, tamaño y color-, esos casos hablan más allá de sí mismos. Y no precisamente para bien del cine. El primer ejemplo ilustra sobre la dependencia entre la producción y la estructura de poder cuándo aquella se financia directamente por el Estado. En caso de tratarse de un gobierno dictatorial como el de Stalin, o poco tiempo después el de Hitler, esa producción se vuelca hacia la propaganda.

El segundo toca otro tipo de dependencia: el de la industria hollywoodense -supuestamente desligada de la Casa Blanca- y cómo esos lazos salen a la luz en períodos críticos. No deja de ser una paradoja que el título en cuestión -El embajador del miedo- haya sido además un coletazo del cine de la Guerra Fría, y una variante menos paródica del género de espionaje que la comenzada al mismo tiempo por la serie de James Bond.

En cuanto a lo de Solanas y Gettino, todo un manifiesto, retrotae a una época de politización extrema en la intelectualidad latinoamericana. Demuestra, entre otras cosas, la confianza mágica que tenían sus líderes, en la influencia del cine sobre el público (el pueblo), de lo cual infirieron rápidamente que si tal cine conseguía tales resultados, tal otro conseguiría resultados diferentes (revolucionarios). En la base, el razonamiento de estos postulados está emparentado con el cine de propaganda de cualquier signo.

También está emparentado con un análisis como el del cuarto ejemplo. Sólo que en vez de la dialéctica marxista versión '60s, el crítico dispara desde la más actual y norteamericana conciencia de lo "políticamente correcto": la política ha dejado de analizarse desde los cenáculos de gobierno, y ha pasado a la dinámica cotidiana de los mensajes con respecto a las minorías (homosexuales, negros -perdón, afroamericanos-, latinos y otras etnias), al abuso de poder en ambientes laborales, al ámbito íntimo de lo familiar.

En todos los casos hay una manipulación deshonesta del medio fílmico, ya sea con fines de conseguir una hegemonía ideológica en los públicos (como en los casos 1 y 3), o como mala conciencia que toma de rehén un producto de entretenimiento (en 2 y 4). De acuerdo: no hay producto totalmente ingenuo, aséptico de connotaciones derivadas de una determinada cosmovisión, y es legítimo desentrañarlas. Pero es frecunente que se pierda de vista que sólo se trata de películas, no de armas d fuego.

Por otra parte, el fenómeno cinematográfico siempre guarda una cuota de ambigüedad que trasciende la intención explícita, deliberada de sus productores. Es más: muchas veces las contradice. Cecil B. DeMille afirmaba que el cine en principio "no-político" de Hollywood ofrecía un excelente método para diseminar la información acerca del pensamiento norteamericano y el "american way of life". Pero un observador distante como Sukarno, podía estar convencido de que la misma producción era la más eficiente de las propagandas políticas.

No hay ninguna clave que especifique la influencia real o imaginaria del cine en sus públicos, como tampoco hay ninguna clave para afrimar que el cine -o el arte en general- produce cambios concretos en las sociedades y la Historia. Es más claro que esos cambios encuentran un reflejo, generalmente porterior, en los productos asrtísticos, pero el discernimiento de causas y consecuencias está completamente oscurecido por las nubes. Las causas podrán rastrearse; las consecuencias son con frecuencia impredecibles.

Un título como Viva María (Louis Malle, 1965) fue visto en países europeos como un negocio cínico, mientras que parece haber sido una inspiración importante para el espíritu revolucionario del Perú en 1966. Una fábula como La sociedad de los poetas muertos (Peter Weir, 1989) representó uno de los más fabulosos éxitos comerciales en Uruguay, mientras que en países tan cercanos como Brasil y Argentina fue saludada poco más que como una excentricidad para adolescentes.

Es la situación la que crea la función. Y la situación de un espectador ante la pantalla guarda una segunda percepción que le confirma que está ante un constructo artificial, ficticio, que se desarrolla de tal o cual manera, y que eso no es la realidad. Tal vez por ello hay pocas sensaciones tan irritantes como las que producen argumentos "testimoniales" que se auto-establecen como la verdad, pretendiendo trampear los códigos fílmicos. Tarde o temprano, terminan trampeados ellos mismos (¿alguien cambió su manera de ver el mundo, luego de ver una película de Oliver Stone?). A lo sumo, tal Verdad surgirá de las imágenes (no del tema), o no surgirá en absoluto.

La historia del cine recuerda pocas imágenes tan potentes, en el sentido de la Verdad o de impacto ideológico, como aquella en que el amante de El imperio de los sentidos (Nagisha Oshima, 1976) sale por una vez al exterior y se cruza en un callejón estrecho con un desfile militar, que avanza en sentido contrario. No hay un sólo diálogo allí, no hay una línea que antes o después aluda al hecho. Es su contundencia y su arbitrariedad aparente lo que le dan un status, junto a la película toda de Verdad. El imperio de los sentidos es, contra toda presunción, una película política.

En el rompecabezas sin solución que constituye la interrelación Cine-Política habría que agregar una última pieza: la composición hipócrita de los elementos internos de un film. Aún en las películas convencionales de países capitalistas, los personajes ricos y poderosos suelen ser seres sospechosos y negativos, que si no se "regeneran" en los cinco minutos finales consiguen su merecido como cualquier villano del oeste. En una lectura apurada, ello puede verse como una amenaza latente a la maquinaria económica que soporta la propia producción de esa película y de todas las películas, desde el momento en que el capitalista, el policía o el político son tildados de explotadores y corruptos.

Sin embargo la misma estructura narrativa ofrece un mecanismo compensatorio y tranquilizador, reestableciendo el orden faltante a la hora y media previa, o fuera del cine, en la sociedad de todos los días. El villano es un depositario ritual del rencor del públlico. Lejos de representar una amenaza, esos títulos funcionan como válvulas de escape. Esa es la función del cine de entretenimiento, después de todo: nadie paga una entrada para que le cambien la cabeza.

De esa manera, la culpa -individual, colectiva- existe sólo en la película, y ni siquiera una parte de ella se traslada al público.

Si hay algo de positivo en las campañas electorales, ello radica en la desembozada evidencia de que hoy la corriente de información política se ha desplazado a la televisión, y de que los propios políticos admiten la importancia de la imagen en su carrera electoral. Las campañas se resumen a un 100% de look y un 0% de ideología; a ponerse en las manos de los asesores de imagen, y dejar el resto para el carisma pesonal. El medio es el mensaje, y el mensaje asume, tal vez sin darse cuenta, los rasgos que se han cultivado en la historia de la imagen, de la cual el cine es parte vital.

Cuánto más complejos los mecanismos de poder y las ideas, más necesario es el reduccionismo. Así como el nazismo y el comunismo fueron primero ideologías y luego signo de las ideologías (el villano, el mal), la imagen política se ha decantado hasta obtener un valor automático. Los perros de Pavlov también funcionaban así.

Notas:



(1) Cine cultura y descolonización, de Octavio Gettino y Fernando Solanas. SigloXXI Editores. Buenos Aires, 1973

(2) Peter Travers en Rolling Stone Nº689. 25/08/94

*Publicado originalmente en M Cine Nº 3, Oct-Nov. 1994

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia