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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



HERRERA Y REISSIG, JULIO - MADRE/RIMA - VIOLENCIA DE LA RIMA


Rimas o dentelladas*

Amir Hamed
Por las imprecisiones del manuscrito, algunas versiones de los versos finales cambian "rimas" por "risas". Pero poco cambia el sentido, porque Herrera se reía con la violencia de un desesperado


"Madre, mira lo que me haces hacer" gritaba Norman Bates, el más famoso de los psicópatas que nos regaló el cine. Después de invadir indeleblemente la ducha de una joven dama y acuchillarla con esmero, el protagonista de Psicosis se quejaba de esa progenitora autoritaria y fantasmal, que se dejaba oír en la casa de enfrente. Al final, se descubría que la madre no existía ya, que sólo era un esqueleto travestido a través del cual Norman balbuceaba como un ventrílocuo.

Hitchcock había adivinado que no hay madre más exigente que aquella que ya no está, y sólo ha dejado tras de sí su estela o su residuo. Y es una de las razones por las cuales su obra mantiene todo su peso. Pero varias décadas antes que Hitchcock, cierto poeta montevideano, sitiado en su fingida Torre de los Panoramas, había experimentado la misma desesperación que Norman. Julio Herrera y Reissig, uno de los poetas más prodigiosos de la lengua castellana, gritándole a una figura femenina y fantasmática acuchilló los versos en cierto pasmoso poema al que él mismo definió como "Psicologación morbo-panteísta".

Herrera era un modernista tardío, lo que es como decir un simbolista revenido. Como heredero de las formas poéticas del simbolismo y del modernismo, no lograba liberarse de las exigencias del metro y de la rima, aunque, casi sin saberlo, ya estaba dando pie a las vanguardias hispanoamericanas. Solo en su torreta, tenía la convicción inconfesa de que la rima y el metro habían desaparecido, sólo que nadie había terminado de notificar su deceso. En su aislamiento se sabía absurdo, mirando a París, recordando a Baudelaire y Samain, y también a Rubén Darío, pero rodeado de lo que él llamaba "nuevos charrúas".

Ya se habían insinuado en otras lenguas europeas el verso libre y el verso blanco. Pero, castizo al fin, Herrera estaba preso en los códigos de su propio idioma. El anacronismo del metro, las tiranías de la rima, los lugares comunes de la poesía decadentista, todo aquello para lo que su oído se había preparado habían perdido sentido, aunque él manejaba sus convenciones con una maravillosa autoirrisión
("Y bajo el raso de tu pie verdugo/puse mi esclavo corazón de alfombra").

Había prodigado sonetos virtuosos, algunos que incluso remataban con una sola palabra ("espiritualizadísimamente"), pero es obvio que la madre de las convenciones poéticas lo encadenaba. Entonces, una noche, como Laforgue y Lugones, se puso a mirar la luna y, casi mirando desde el ojo de Selene, Herrera sacó mil voces para prodigar una milonga saturnal, una varieté fantasmagórica, a la vez melodiosa y chirriante, que lleva el nombre de Tertulia Lunática. En ella procedió, se podría decir, como un psicópata de la rima.

Arrimaba rimas, en las que hacía eco Belcebú, cauchú y el hada Parí Banú, descompuso y devastó el lenguaje, siguió inventando palabras para que todo llegara a cumplir con los formalismos de la medida y de la rima, y terminó dando, con una respiración quebradiza, el poema en el que el castellano modernista llegó a su propio absurdo. "Fosca, taciturna y hueca/de pesadilla fantasma/ en el cementerio pasma/la muerte un zurdo can can" e hizo del lugar de la musa, de la amada, de la figura inspiradora, un sumidero con el cual se sacó la bilis de la forma más huraña y melodramática.

La poesía lo estaba obligando a hacer eso, y la lista de improperios es una joya melodramática que no conoce equivalentes:

"Carnívora paradoja/funambolesca danaida/esfinge de mi tebaida/maldita de paradoja/tu miseria es una roja/fascinación de impostura". Y así, Herrera adquirió para sí la más bizarra de las musas, que fue "escorpiona y clitemnestra", "fedra, molocha" y también "caína", sin dejar de ser "miasma de inspiración, aromática infección de una fístula divina".

Pasado el siglo, queda claro que Herrera no sólo estaba gritando, con un dengue más bien tanguero
("musa (vieja), mira lo que me haces hacer") sino que casi aullaba como un perro hipergestual a una luna en la que ya estaba la herida que luego, (en otra varieté) en el biógrafo exhibiera Meliés.

Pero a diferencia de la sonrisa del cineasta francés, la carcajada herreriana es desesperada y frenética. El furor de los versos devorándose con su propio ridículo para llegar a la gloria han logrado el milagro de mesmerizar al poema.

Herrera tomó lugares líricos muertos y los biodegradó hasta dejarlos furiosamente vívidos. Es indudable que en esta Tertulia "canta la noche salvaje/sus ventriloquias del Congo/ en un gangoso diptongo/ de guturación salvaje". Y que, psicologado, morbopanteísta, y desafiante, habiendo pasado a la lírica por sus propias armas, Herrera y Reissig puede todavía carcajearse con su logro. Por las imprecisiones del manuscrito, algunas versiones de los versos finales cambian "rimas" por "risas". Pero poco cambia el sentido, porque Herrera se reía con la violencia de un desesperado. "E irá, con rimas extrañas/hacia tu esplín cuando muera/mi galante calavera/ a morderte las entrañas".

Esa furia mordedora y ronca de Herrera se mostró capaz de resucitar al más pintado de los cadáveres y la Tertulia sigue ahí, doliente, entrañable, casi aterrorizadora. Y es de sospechar que incluso Norman Bates, después de haberse reído en primera instancia con estos versos, se hubiera impresionado con tanta y tan dichosa violencia.

* Publicado originalmente en Insomnia, Nª 15

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