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ISSN 1688-1672

 



MÚSICA -

La flauta superflua

Bruno Mazzoldi
Salíamos de clase y nos metíamos al patio de la Academia de Brera que tenía la acústica del valle de la muerte, la mejor para nuestro combobemba


Orazio Canciani. O Chianciani. Se me cruza la marca de un agua mineral. Gordito, rosado y de pelo rojo, pretendía la pinta de Belmondo en Sin Aliento. Me enseñó a tomar jugo de tomate con salsa inglesa y las palabras de Baby wan't you please come home, casi todas.

Salíamos de clase y nos metíamos al patio de la Academia de Brera que tenía la acústica del valle de la muerte, la mejor para nuestro combobemba: Orazio en la trompeta, yo bajo y batería. El repertorio era reducido: Manteca, When the Saints y ese blues de Joe Williams. pero ¡qué jam sessions! Nos felicitábamos mutuamente, público selecto.

De aquel maestro de futilidades me acordé cierto 18 de mayo, al empezar el concierto de Dizzy Gillespie en el Colón. El hombre se fue derecho al micrófono, dijo: "Buenas noches". Y añadió: "Tiempo presente".

Esas palabras, pronunciadas en el instante en que se le iba a parar la trompeta, no eran una promesa ni una comprobación, sino la superfluidad misma. Pues hacer música aquí y ahora es esculpir las llamas del más superfluo monumento, el momento.

Música super-fluens, "fluyente por encima" de cualquier margen, venga de muralî, la flauta de Krishna, o de la de Ian Anderson, de los Jethro Tull, venga de la flauta de Tamino o del rondador más resbaloso que haya oído en mi vida, el de ástiles de plumas de cóndor de los Yaki Kandru.

Suplemento de la fidelidad que atraviesa la lujuria sin acudir a la represión, la música rebosa el límite entre placer y deber, desborda himen e himeneo.

La mujer que se deja guiar por su llamado es lazarillo del músico.

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