| La puesta en duda de la realidad es tal vez la constante más 
                clara de la poesía de Octavio 
                Paz. La realidad, "eso", seudoconcreción 
                o entidad objetivo real, se cuestiona en la poesía de Paz 
                como un marco referencial más, pero no como el contrario 
                de la materia textual.
 En efecto, el texto
            no es una vía de acceso a esa instancia que podríamos
            considerar como una de las manifestaciones de esa otredad tan
            cara en el pensamiento del poeta mexicano. El problema adquiere
            fuerza porque el texto también está puesto en duda,
            al menos desde la perspectiva del núcleo central del poema
            o hablante. Desde esta perspectiva
            puede decirse que el cuestionamiento sistemático del hablante
            en la categoría de "voz", yo lírico o
            de "el que emite", coloca a Octavio Paz dentro de la
            tradición romántica planteada por John Keats respecto
            de la identidad poética como aquella "identidad negativa".
            Keats sitúa al poeta como alguien que, lisa y simplemente,
            no tiene identidad porque, en justicia, puede tenerlas todas.
            En el poema puede ir de una identidad referencial a otra, encarnarse
            en cada una. Esta política
            de devenires esbozada teóricamente por Keats se vuelve
            zona de evidencia en la obra de Paz. Si hay una característica
            constante en la poesía lírica del siglo XX, es
            la evidenciación que los poetas hacen de intuiciones que
            hasta el siglo pasado se manifestaban como contenido latente,
            como zonas veladas. El problema de la identidad del poeta, como
            llama Keats a toda voz que habla ahí adentro, es una de
            las evidencias. La otra es la contaminación
            que sufre el texto todo de esa no-titularidad que termina convirtiendo
            al texto en un espacio de neutralidad. La neutralidad u homologación
            de los elementos textuales, donde ninguno prima sobre otro, se
            desactiva ante la realidad o mundo, donde el poema juega como
            un elemento de doble caracterización: por un lado, tiene
            naturaleza propia y diferente de todo objeto creado porque se
            integra a una noción mítico-simbólica (el
            poeta representaría a una potencia más allá
            de sí mismo); por otro lado, es también un objeto
            creado por integrarse a la realidad técnica. Un poco más
            acá de la consideración griega del poeta como "poseso"
            o "hablado", la concepción del sustrato lírico
            del Occidente moderno, la lírica trovadoresca, hace un
            lugar para el mito en la consideración etimológica
            del arte poético: "encontrar" (trovar) es lo
            que hace el poeta, no crear en el sentido de asumir la titularidad
            fabril del objeto. Ese desprendimiento
            aparente de la titularidad poética no es un acto de filantropía
            cósmica: es un reenvío del poema y de la poesía
            a un territorio más amplio, simbólico, se diría,
            una devolución del poema a un estatuto y a un orden mayores
            cuyas reglas apenas atisba el ser humano. La noción de
            pertenencia a una secuencia, a una "cadena" que obedece
            a una lógica ausente se altera en dos momentos claves
            de la lírica occidental: durante el período barroco
            de los siglos XVI y XVII (John Donne y Góngora, especialmente)
            y durante el período romántico de fines del siglo
            XVIII (Novalis) y del siglo XIX (Keats, Hölderlin). La interferencia del
            siglo XVIII actúa en un sentido ideológico contundente
            por el escamoteo del mito que representa el auge de la razón
            instrumental (Cf. T. W. Adorno y M. Horheimer: Dialéctica
            del iluminismo, Sudamericana, Buenos Aires). La razón
            práctica del poema romántico no busca el re-ordenamiento
            simbólico del mundo por la conciencia de esa sustracción
            fundamental sino por la lucha con el fantasma de la Industrialización
            que pone en crisis el dominio de la subjetividad entera (Cf.
            Roland Barthes, El grado cero de la escritura, Siglo XXI,
            México). El último intento 
                de re-envío de Mallarmé, pero asumido en la doble 
                dimensión simbólico-técnica, está 
                presente en un "Un coup de dés n'abolira l'azar", 
                último poema de Mallarmé y último intentode 
                la tradición lírica occidental considerada desde 
                el punto de vista de un legado. Este poema de Mallarmé, 
                precisamente, es valorado en especial por el Paz teórico 
                de Los signos de la rotación y por el Paz poeta 
                experimental de Blanco. Son muchos los factores
            que merecen la atención de Paz sobre el poema mallarmeano.
            Pero, prioritariamente, lo seduce la fragmentación del
            texto donde es palpable la ruptura del verso como secuencialidad
            rítmico-formal que permite una multiplicidad de lecturas.
            Pero, especialmente, lo seduce el "nadismo" en profundidad
            que el poema sugiere, la perspectiva de vacío que la ruptura
            sintáctica sugiere al hacer entrar en contacto con la
            blancura matemática que es identificada por Mallarmé,
            en un nivel, con la página donde el texto actúa. La identificación,
            fenoménica al fin, de "nada" y página
            es la ecuación última que permite la reflexión
            sobre el poema de Mallarmé, un poema hegeliano si los
            hay, en cuanto a la consideración del filósofo
            alemán de que "en el futuro la reflexión sobre
            la obra de arte será más importante que el arte
            mismo". Otra noción
            cara a Paz que presenta el poema de Mallarmé: la noción
            objetual, de cosa activa por sí misma que el poema sostiene,
            identificable con la concepción de identidad negativa
            que caracteriza al poeta para Keats.
 La lectura de Mallarmé que realiza Paz parece estar mediada
            por una realidad estética capital en nuestro siglo: la
            separación del repertorio de formas creado por las vanguardias
            históricas (fragmentación, experimentación,
            autorreferencialidad, "cosificación" del poema)
            de los contenidos contextuales, reales e históricos a
            los que las vanguardias aludían con su teología
            conceptual pero también esencialmente pragmática.
            El efecto de introspección o de "mismidad" que
            se manifesta en la poesía contemporánea en relación
            con la materia poética parece ligado, en un nivel ideológico,
            a la pérdida de la fe en la dimensión utópica
            o, puesto en otros términos, a la consideración
            del poema como el único territorio donde la libertad se
            ejerce y donde la justicia se activa.
 Fuera de ahí
            campea un "no lugar" extenso o un lugar posible de
            ser formulado en la concepción amplia y vaga de los espacios
            imaginarios. La hiperconciencia formulada en la poesía
            de Paz relativa al verdadero autor del poema, a la verdadera
            realidad que se alterna entre los referentes del mundo y las
            palabras genera un espacio donde todo se virtualiza. Piedra del sol parecería que señala
            el último intento retomado en forma menos viloenta en
            Vuelta, pero también más serenamente ideológica:
            "la historia es el error"). Blanco, Topoemas, El monogramático,
            actúan como confirmación de que el espectro de
            la realidad ya no toma en cuenta la historia más que como
            referente negativo. Si la realidad es relativa como manifestación
            y la historia es otra trampa, toda noción de otredad o
            bien circula libremente por los intersticios de la fenomenología
            poética o bien se sitúa en un más allá
            extremo cuyo punto de apoyo parece estar en el concepto de otredad
            mismo. El recurso de la metáfora
            y de la imagen son transportes entre realidades virtuales pero
            tienen la tendencia de actuar como valores en sí mismos,
            suficientemente legitimados por la poética de la materialidad
            significante y no como vínculos entre realidades diferentes.
            La otredad adquiere cuerpo cuando se traduce en amor, cuando
            el otro se presenta como elemento clave de la identificación.
            Sin embargo, el amor no actúa para devolver el orden al
            cosmos ni tampoco para reducir la inquietud sobre la realidad
            del mundo. Si fuera así, la poética de Paz suscribiría
            la política de re-envío de la creación poética
            al territorio del mito por la gracia del amor. La poética de
            Paz nunca deja de estar tocada por un alto grado de secularización
            que se vuelve irrenunciable luego del ejercicio de la autoconciencia
            escritural llevada al extremo. Lo que sí produce el amor
            es la suspensión del tiempo, la creación de otro
            tiempo. Es la noción más cercana a una consideración
            espifánica en la poética de Paz. Cuando el amor
            entra en juego, aunque sea en la consideración restringida
            de la naturaleza amorosa como vínculo yo-tú, la
            poesía de Paz gana altura sorprendente y el poema escapa
            a la lógica que intenta conducir a todos sus elementos
            como materia tematizable.   (*) Tomado
            de Insomnia Nº 46, para donde fuera cedida por el
            autor. * Conferencia
            dictada en la Biblioteca General de Madrid en julio de 1995.
            El texto ha sido cedido por el autor para Insomnia, que
            lo publicó en su Nº 59
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