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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



VITALE, IDA - TREMA -
 

Una lectura de Trema, de Ida Vitale

Mariella Nigro

 

En Trema, Vitale va y viene sobre el lenguaje; es un viaje por sobre una vasta geografía significante, al tiempo que asume la inmovilidad del agudo observador (“ama… quietísima”), con delectación frente a las palabras.

Fractales de la poesía

“Abrir palabra por palabra el páramo,
abrirnos y mirar hacia la significante abertura,
sufrir para labrar el sitio de la brasa,
luego extinguirla y mitigar la queja del quemado.”

 


Así comienza el libro, con el distanciado modo infinitivo que atempera la quemante fuerza de una poética fundacional en cuya brevedad y concisión se concentra el productivo y peligroso arte literario, que indaga, excava, urde, trama, y luego, atenta, enciende, incendia, y al final mitiga el daño de quien se ha acercado con su lectura a ver tanta luz...

El modo infinitivo en otros poemas insiste en nombrar la incertidumbre, el extrañamiento y la entropía de la palabra poética; así, desde la alocución impersonal y didascálica, también se mitiga el dolor. “Mirar la fruta, el mar con ojos de desierto”; “…disfrutar del error / y de su enmienda”.

La poesía de Ida Vitale traspasa el yo lírico, lo hiende y lo domina: la poeta no se involucra en los laberintos circulares de la subjetividad ni en un registro autobiográfico de heridas; pero tampoco fija una mirada aséptica sobre el objeto de deseo poético, petrificándolo con la referencialidad y la taxonomía. Más bien exhibe el proceso de su gozosa apropiación a través del lenguaje, la elaboración delicada del significante que dignifica su existencia, el desenvolvimiento del ser escritural, el amor a la letra: “Asistir a esas frases que se disparan (…) Y quedan en la franja / de los acertijos a resolver”. Y cuando las ““palabras de mar profundo / a cada instante suben a morir”, la poeta “las ama y acoge”.

Por eso, con fino equilibrio en el manido conflicto que desde Longino se establece entre intelecto e imaginación, es esta poesía ajena tanto a la trascendencia romántica y la deriva modernista como al xenikon y la hibridación de la posmodernidad; poesía que “no cuenta cuentos”, que se construye desde la reflexión sobre sí misma, para devenir fatalmente en ontología, si trata de establecer en qué lugar situar al ser arrobado de palabras (“La tú misma con la que te rozaste”; “nuestra imaginación / trueca lo áureo por letras, / letras por polvo”).

A diferencia de su libro de 1994, Léxico de afinidades, en el que explicita el propósito de dar orden al caos del mundo y del lenguaje (“buscando el sistema mejor para organizarlo todo o para entenderlo, al menos…”), en Trema, la poeta no lo confiesa, muestra una cartografía de todas sus migraciones y sus vuelos (tal el pájaro insistentemente convocado en varios de los poemas), y va trajinando un espacio tan imaginario cono real (un “crepúsculo sobre el Batoví”, un “jardín de geranios”, Holland Park, Oaxaca o Bogotá, o un café de Milán), pero también el sublime -y a la vez siniestro- espacio de la propia poesía, que es, en su orden poético, “… puerto desierto, / andén abandonado”. Y se instala en ese límite brumoso donde la lengua es filosofía (espacio que tan bien han ocupado Barthes, Derrida o Foucault), y sobre ella deja que paste “el buey que pesa” desde el fondo de la historia, para que, en tal “verde dehesa”, logre decir lo indecible: “Lo que te queda por no decir.

En Trema, Vitale va y viene sobre el lenguaje; es un viaje por sobre una vasta geografía significante, al tiempo que asume la inmovilidad del agudo observador (“ama… quietísima”), con delectación frente a las palabras. Es la lengua un hilo de plata que la fija al territorio, y es así su nomadismo propiamente una inmovilidad, como revelara Gilles Deleuze en su famoso Abecedario, “son nómadas porque no quieren irse”: “(…) alguien se va para no irse / para quedar encapsulado / en un pasado imaginario”; luego, “Regresar es / volver a ocuparse / de devolver a la tierra / el polvo de los últimos meses”.

En esa línea de pensamiento, es posible establecer cierta correspondencia con la poesía de su compañero de viaje, el poeta Enrique Fierro, cuya poética persigue la percepción de una realidad ‘poliédrica’, como él habría confesado: “fracciones de imágenes / estimulan y ocultan / un discurso que gira / en torno a un paisaje” (de  Murmurios y clamores). Entonces, la memoria y el recuerdo son las materias que el lenguaje territorializa, como en los poemas De la poca memoria, Calesita, Cancel, Miramientos, El acervo.

En ese planeo sobre un locus fantasmal, Vitale se explica el ser del lenguaje, pero también el ser de la patria; lo hace sin aspavientos ni arrojos, en todo caso, con el rastro del exilio y sus innumerables iconos: “¿Cómo perdí el desmenuzado caballo / en las provincias sueltas? // La palpitante vaca, ciudadana escanciada, (…) / resistiéndome ingrata, / ¿se fue por los caminos?” Son sus afinadas inquietudes la lengua y la patria en tanto territorio que determina el gentilicio del decir, la pertenencia (“la fatalidad del origen”) y la extranjería (“y el nombrar lo imposible / no disuelve fronteras”); también la ironía, como categoría estética de escritura dolida: “la grieta que te ofreció jilgueros / te niega lumbres de ruiseñor”; “Agradezco a mi patria sus errores, / los cometidos, los que se ven venir (…) muchas gracias / por haberme llevado a caminar…”.

También en Léxico de afinidades, Vitale interpela y transita “el espacio/tiempo”: “¿En qué plaza del tiempo se detendrá mi travesía, a qué ruinas terminaré abrazada?” Señala en su poético glosario que “Espacio” es “Esposa (…) / con que se nos sujeta. / Esposo cruel, inverso pozo.”; y “Tiempo”: “Contradictoria rueda de los cambios siempre enjaezados, de la quietud que gira sobre su eje.”

La poeta queda así situada en el afelio de su travesía, con el gesto oculto de dar cierto orden al desorden primordial del lenguaje (“En el centro de lo enredado oscuro”) instalado ya desde el misterioso título –Trema- que da cuenta de la invaginación, la especularidad y errancia de los fractales en la poesía. Título remático, como los de todos los poemas, que requieren del lector su disposición a develar la ambigüedad y la connotación y llenar los espacios en blanco que toda obra deja al receptor: la imaginación en el poema “En el dorso del cielo”, la poesía con sus “Nuevas certezas”, instantáneas de la memoria, en “Miramientos”, la intelección del mundo en “Milagros naturales”.

La poesía de Ida Vitale somete a criba al lenguaje, hace mella en el fuero interior de quien la lee, porque abre “palabra por palabra el páramo”, dejando fatalmente un orden en el “sitio de la brasa”: el amor y la memoria solapados en el significante hueco, esa poética trema.
 

Referencias

Ida Vitale: Léxico de afinidades, Editorial Vuelta, México, 1994.
Ida Vitale: Mella y criba, Pretextos, La cruz del Sur, 2010.
El Abecedario de Deleuze (Entrevistas de Claire Parnet). Traducción de Raúl Sánchez Cedillo: Wikipedia.
Enrique Fierro: Murmurios y clamores, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2002.
 

 

(Pretextos, Colección La cruz del sur, Valencia, 2005)

 

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