| Hipertelia, palabra extravagante, tiene su 
                origen contemporáneo y convencional, si esta distraída 
                filología no falla, en la obra del cubano José 
                Lezama Lima. Refiere a todo exceso, a todo aquel organismo 
                que rebasa sus propios límites, a todo aquel artefacto 
                que desborda su propia función, a aquel movimiento que 
                va más allá de su propio objetivo, al proyecto que 
                supera su propia finalidad -dejando así de ser un proyecto 
                y transformándose en un empuje, en una inercia, un empecinamiento. 
                Es, a fin de cuentas, otra palabra para el monstruo.
 Hipertelia es uno de los rasgos del barroco. 
                Cuando el travesti 
                (la adolescente) se emperifolla, en un principio 
                para enganchar y gustar, es frecuentemente incapaz de detener 
                esa folie douce de pintarse, de dibujarse, de corregirse, 
                de construirse minuciosamente, de inventarse otro cuerpo. El movimiento 
                ha rebasado su objetivo, pero el resultado (si es que hay uno) también ha rebasado los límites 
                de la tolerabilidad. Este exceso de precauciones,
            este empuje, menos perfeccionista que correctivo, como una fascinación
            suicida, va a resultar fatal. Pues el travesti, finalmente, aunque
            ése fuera su objetivo, no va a clonar o a replicar a una
            mujer para suplantarla: su femineidad va a superar, fatalmente,
            a lo femenino. Este más-femenino-que-lo-femenino
            (o, eventualmente, lo más-masculino-que-lo-masculino)
            es la hipertelia.
            Eso es lo que delata al travesti. Es lo que hace que aquello
            que había empezado (presumiblemente) como una tachadura de su sexo,
            se convierta en su más inquietante exhibición. Ocultar al varón,
            borronearlo, dibujar encima de su cuerpo un cuerpo de mujer,
            hipertrofiar la femineidad hasta volverla perfectamente inverosímil,
            grotesca, o incluso agresiva, no deja de ser, paradójicamente,
            una manera de enfatizarlo, un modo de mostrar a ese macho que
            se somete y se deja. Pero corregir y perfeccionar
            el cuerpo también es sacar, del archivo imaginario más
            crudo, el cuerpo fragmentado, la dispersión original de
            piezas y partes que luego se unen no sin ostensibles (y siempre frágiles) artificios. Tengo un ojo
            más chico que el otro, mi nariz se tuerce ligeramente
            hacia la izquierda, mi cuello es muy corto, mis piernas son demasido
            largas: me entiendo como una sumatoria conflictiva, frágil
            y fea, de ojos, pelos, boca, piernas, orejas. Esto es, siguiendo
            una de las definiciones, un monstruo. Extraña derivación 
                de la sexualidad. Los monumentos hormonales de la cultura de masas, 
                como la Cicciolina, o Madonna o Marta Sánchez, o Marilyn, 
                o Susana Giménez, o Anita Ekberg, o Ursula Andress, son, 
                en el sentido de una sexualidad hipertélica, travestis. Todos estos son organismos 
                complejos, mutantes genéticos, imágenes sexuales 
                nomádicas. Pero no necesariamente debe verificarse la deriva 
                de un sexo a otro (heterotravestismo) 
                para que aparezca 
                el barroco sexual. 
                Los casos más simples y más generales son, digamos, 
                los de Raquel Welch, Liz Taylor, Joan Collins, Alejandra Pradón, 
                Farrah Fawcett, Nacha Guevara (y 
                la lista podría hacerse interminable). Abonitarse y/o rejuvenecerse.
            Agregarse o quitarse senos, afinarse la nariz, quitarse una costilla
            para enfatizar la cintura, endurecer las nalgas, almendrarse
            los ojos. No es posible no tomar al make up (en el sentido de maquillaje pero también
            de prótesis y de proceso de construcción o fabricación) como medida, sin importar
            que sea éste quirúrgico, o químico, o gimnástico,
            o vestimentario, ya que la diferencia entre estos procedimientos
            es sólo de grados y no de naturaleza: la fabricación
            de un cuerpo puede eventualmente ser el mantenimiento del cuerpazo
            infernal que Dios nos dio (conservarlo
            póstumamente, homenajearlo y cuidarlo más allá
            de su ciclo biológico: rituales de limpieza y aseo del
            muerto). La clave del maquillaje 
                precisamente es solidarizar dos acciones contradictorias: exhibir 
                y esconder. Oscar Wilde observaba 
                que el maquillaje había cambiado dramáticamente 
                de signo en poco tiempo: había dejado de ser aquel recurso 
                que enfatizaba y subrayaba el esprit o la belleza, para 
                convertirse en aquello que oculta, disimula o disminuye la imperfección, 
                la fealdad, la vejez (la misma 
                idea moderna de perfección es esencialmente negativa: tiene 
                menos que ver con ornatos, agregados y suplementos, que con mutilaciones, 
                recortes, pulimientos). Esto es importante
            pero no es decisivo. No solamente en el sentido un poco trivial
            de que exhibir algo es siempre una modalidad oblicua de ocultar
            otro algo, sino porque los afeites, el maquillaje y los recursos
            del mimetismo sexual parecen estar destinados a cobrar vida propia A fin de cuentas, en
            Liz Taylor o en Alejandra Pradón siempre va a haber un
            cuerpo de mujer dibujado sobre un cuerpo de mujer, o una cara
            de mujer (joven) dibujada sobre una cara de
            mujer (vieja) -son casos de lo que podría
            llamarse homotravestismo, una metamorfosis sexual donde no se
            verifica la transexualidad pero que es tan enfática como
            ésta: ¿importa acaso el sexo original desde el
            cual parte el travesti? ¿o importan más bien el
            énfasis, el dibujo, el make up, el proceso de hacerse? Marta Sánchez, Marilyn. 
                El cuerpo de una supermujer 
                ha sido fabricado debajo de la cara beata y bonita de una niña 
                boba -o al revés, la cara ha sido fabricada sobre un cuerpo. 
                En cualquier caso, un ser asexuado y uno sexuado se unen y se 
                mezclan para componer un monstruo deslumbrante, un barroco hipersexuado, 
                teatral ("Soy una 
                mujer normal"). Madonna. Un cuerpo
            de hombre se va dibujando lentamente sobre un cuerpo de mujer. La obtención
            de la hipersexualidad pasa por una progresiva desfeminización
            del cuerpo, o mejor, por su progresiva masculinización
            (desde la italianita rea
            hasta el tecno-sado de sus últimos tiempos). Es el mismo movimiento hipertélico
            del travesti clásico (heterotravestismo), la misma inercia, pero con
            una inversión de su sentido: no hay una tachadura de la
            mujer detrás del cuerpo macizo, rellenado (con sus agujeros tapados) y musculado del varón,
            sino la exhibición paradojal de una femineidad que no
            es solamente fálica sino sádica y carnívora:
            la mujer que pega, que somete y humilla y penetra, la imposible
            erección femenina, la imposible erección perpetua
            (los recursos enfáticos,
            siempre obvios, característica del barroco: recuerdo los
            picos, duros y filosos, del corpiño metálico). La cultura televisiva
            está llena de organismos interesantes, en ese sentido.
            Azúcar Moreno: textos eróticos y provocativos cantados,
            a una sola voz, con una sola enorme boca, por Antonia y Encarnación,
            las siamesas del placer, la bizarra gitana doble. Sueño
            realizado no sólo de una súpermujer, sino de una
            estéreomujer, una sirena especularizada, un doble de cuerpo
            por gracia de una magia genética, una especie de partenogénesis
            coreográfica.
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