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ISSN 1688-1672

 



IDEOLOGÍA - FETICHISMO -
 

Ideología. Fetichismo*

Sandino Núñez
 
 

La producción, desde hace un tiempo, parece haber quedado huérfana de las grandes utopías que la cobijaron desde Marx: trabajo como realización de la esencia del hombre, lugar donde se traza el antagonismo fundamental y donde se encuentra el sujeto revolucionario capaz de subvertir todo el sistema.


Si hay (por lo menos) tres instancias en la vida de la mercancía -producción, circulación y consumo—, la mercancía parece encontrar hoy su punto de verdad ya no en la producción (el principal eslabón en los análisis marxistas clásicos), ni siquiera en el consumo, sino en la circulación. La producción, desde hace un tiempo, parece haber quedado huérfana de las grandes utopías que la cobijaron desde Marx: trabajo como realización de la esencia del hombre, lugar donde se traza el antagonismo fundamental y donde se encuentra el sujeto revolucionario capaz de subvertir todo el sistema, desarrollo y liberación de las fuerzas productivas, etcétera. Y el consumo es cada vez menos ese lugar donde podríamos plantear nuestra sorda alienación con respecto a la mercancía y (con un esfuerzo) ser conscientes de que estamos hipotecando, por ella, nuestra soberanía subjetiva. El consumo es simplemente la muerte de la mercancía en un punto paradójico que ya la prepara de antemano para su renacimiento instantáneo: fin y renacimiento perpetuos, como un loop psicótico, de los sueños y fantasías de propiedad, de posesión, de tenencia o de acumulación, o del horror de no tener o de perder, etcétera. Porque está claro que consumir no es tener o apropiarse de algo, aunque ese engaño (o esa contradicción) esté implícito en cierto modo en la promesa del consumo. Una vez que se enciende el loop ya no importan las fantasías del teniente o del propietario: somos adictos. Ya no queremos poseer nada sino simplemente aliviar una ansiedad o un apetito. La última chispa del sujeto emancipatorio se apaga en la cadencia sorda y tranquila de la vida, el cuerpo, el goce, el placer, el dolor o el miedo. Y así la mercancía es devuelta a la circulación y se consagra en su reino ilimitado. La circulación es el movimiento perpetuo del mercado, la equivalencia, la oferta y la demanda, los intercambios, la publicidad, la comunicación.

Distribución, exhibición, muestra, espectacularización y fetichización extrema del objeto parcial bajo la forma sobrenatural de la imagen y la publicidad. El mercado es la sístole y la diástole entre nuestro ello y nuestro superyó. Es la respiración misma de nuestros cuerpos viviendo el "eterno día tranquilo" de los procesos primarios (aunque esa tranquilidad esté atravesada en forma sangrienta por la violencia, la ansiedad, el dolor, el poder). La circulación y el mercado son la vida misma, la insignificancia o la insensatez de la vida misma. ¿Y por qué un viviente habría de preferir la negación y la problematización (social) de la vida a la redonda tranquilidad afirmativa de vivir? ¿Por qué un cuerpo elegiría voluntariamente convertirse en sujeto? Ese es el gran lío político hoy. No podemos leer nuestras comunidades contemporáneas de circulación y consumo con las herramientas clásicas de la crítica de la ideología y la interpretación de las transferencias neuróticas (qué fantasías de poder, propiedad o inmortalidad, o qué miedos o terrores, etcétera, están funcionando sordamente en el síntoma consumista). Hay que dar un paso más radical. Hay que postular que no somos sujetos, sujetos alienados en el juego del mercado y del consumo. Somos nervios, vidas y cuerpos. Cuerpos hipnotizados, extasiados y amenazados. Ahora hay que construir Sujeto.

 



* Publicado originalmente en Tiempo de Crítica. Año II, N° 67, 20 de setiembre de 2013, publicación semanal de la revista Caras y Caretas.

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