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ISSN 1688-1672

 



GATES, BILL- ORTOGRAFÍA INFORMÁTICA

Bill Gates no es un error*

Carlos Rehermann

Podrá teclear por ejemplo Lavoisier, aquel que enunció la ley de la conservación de la masa y formó parte de la comisión que inventó el sistema métrico. Cuando lo ejecutaron, aunque por motivos poco científicos, seguía creyendo que nada se pierde, sino que se transforma


Nadie habrá dejado de observar que existen los errores y quienes los hacen notar. Desde la más dura infancia nos vamos acostumbrando a los subrayados rojos que nos llaman la atención sobre las faltas de ortografía o las equivocaciones en las sumas.

Quién lo hubiera dicho, volvemos a encontrarnos, ante una pantalla fluorescente, con los benditos subrayados. Nuestro conocido Bill Gates nos ha suministrado esa nostalgia luminiscente.

El programa con que se escribe este texto, proveniente de la cripta de Bill, compara las palabras tecleadas con las que tiene guardadas en una especie de diccionario. Más adelante se podrá intentar calificar esa especie, que por ahora preferimos dejar innominada. Por ejemplo, "innominada", que figura en la página 775 del diccionario de la Real Academia Española, edición 1984, no está en el archivo de este programa. Por lo tanto, aparece en la pantalla subrayada con una zigzagueante línea roja. ERROR ERROR ERROR, dice, con voz metálica, o tal vez lo imagino.

El curioso que decida investigar aleatoriamente lo que el programa considera un error podrá teclear por ejemplo Lavoisier, aquél que enunció la ley de la conservación de la masa y formó parte de la comisión que inventó el sistema métrico. Cuando lo ejecutaron, aunque por motivos poco científicos, seguía creyendo que nada se pierde, sino que se transforma. O podrá escribir digamos Einstein, que habría querido conocer a Lavoisier, sobre todo porque dijo, y luego se demostró un poco exageradamente en Hiroshima y Nagasaki, que la masa desaparece. (También la masa humana desaparece, pero a los científicos parecía interesarles más la masa de no sé qué átomos que se convierten en otra cosa.)

Pues bien, tanto Einstein como Lavoisier no existen para nuestro ágil programa. En cambio, sí, amigos, en cambio, escriba Bill Gates, escríbalo sin temor, y descubrirá que oh, no aparece el subrayado. Bill Gates Bill Gates Bill Gates. Ningún subrayado. Si escribo repetidamente otra cosa, por ejempo ejemplo ejemplo, ah, subrayados. Muchos ejemplos son un error, muchos Bill Gates nunca pueden estar equivocados. Positivamente no sólo Bill Gates existe, sino que se puede repetir, multiplicar, llenar millones de páginas con su nombre oracular con la certeza de contar con la aprobación de la ortografía informática.

Si el que decía que nada se pierde no existe, ni existe el que dijo que la masa y la energía son intercambiables, entonces, ¿qué dice Bill Gates? Tiene que haber un sentido en todo esto, pues de lo contrario estaríamos ante un caso de megalomanía, de estupidez o de fanatismo. Algo tan perfecto como Bill Gates, sin errores, impoluto e inconsútil tiene que tener razones válidas para no venir con subrayados.

Pero bueno, dejémonos de Einstein y de Lavoisier. Pensemos en, qué sé yo, Sócrates, uy, no está, o en Platón, tampoco. Demóstenes, no-no-no-está. Demócrito: no hay átomos. Empédocles, ni. ¿Pascal? Idem. ¡Descartes! Pero creo que más bien esta cosa piensa en desechos. Spinoza no existe. Kant: no hay crítica, no hay razón. Nietzche, minga. Hegel no. ¿Marx? Evidentemente no. Gramsci, niente. Lukács. Heidegger. Bachelard. Derrida. Foucault. Deleuze. Habermas. Nadie.
Ave, Bill, morituri te salutant.

* Publicado originalmente en Insomnia Nº 36

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