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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ALMODÓVAR, PEDRO -

Un tipo satisfecho, con un plano*

Carlos Rehermann

Almodóvar jamás tendría la conducta de Fassbinder, entre otras cosas por meras cuestiones de talento, pero sobre todo porque, como decía Meyerhold, "la biografía de un auténtico artista es la historia de un eterno descontento consigo mismo"


Por ahí se consiguen planos del Laberinto a precios módicos. Todos conducen al éxito: a través de los ángeles, de la alquimia, del amor universal o de la calidad total, del buen gerenciamiento o de la sabiduría sobre marketing.

Consciente de que debía conseguir un planito urgentemente, Pedro Almodóvar puso un aviso en su segunda película, Laberinto de pasiones. Hace poco, cuando fue nuevamente comparado con el director de cine alemán Reiner Maria Fassbinder, mostró que hace tiempo que ya tiene su propio plano.

Quitando pertinencia a la comparación, Almodóvar dijo que efectivamente tenían cosas en común: que también él era gordo, que también a él le encantaba la cocaína -aunque menos que a Fassbinder, dijo- y que se relacionaba con la misma libertad con personas de su mismo sexo -aunque con menos excesos, acotó. Todo fue festejado con risas cortesanas, mientras Almodóvar se ponía de pie y se retiraba luego de decir: "Y a ver si traduces eso con la misma gracia que yo lo he dicho", dirigiéndose a un invisible intérprete.

En otra época, sus dichos habrían sido muy significativos, una provocación que habría puesto al español en riesgo de ser perseguido por la justicia o linchado por turbas defensoras de la moral y las buenas costumbres.

Hoy sólo arranca risas a un grupo de adoradores, y a ningún fiscal en su sano juicio se le ocurriría acusarlo de apología del consumo de drogas, a ningún obispo se le cruzaría por las mientes hacer un sermón sobre Sodoma y Gomorra.

Que un senador uruguayo alcohólico haga un discurso pastoso en contra del consumo de drogas es más ridículo que contradictorio. Discursos como el de Almodóvar intentan superar esa ridiculez.

Sin embargo, las declaraciones contra la estupidez de las instituciones pueden ser formas de asentarse firmemente en el sistema. Sistema por el cual un director de cine puede hacer películas anodinas y perfectamente afirmativas del orden imperante, reiteraciones de fórmulas vistas y revistas, y a la vez presentarse como emergente del mismo orden que defiende con su arte.

Hacer una película supone disponer de una cantidad enorme de dinero proveniente del sistema que supuestamente condena los dichos del director. Ese sistema es consciente de que lo que importa es el retorno del capital, que sólo es posible -en el caso de Almodóvar- si el director se muestra en contra del sistema. Resulta ideal que además haga una película adaptada.

Almodóvar jamás tendría la conducta de Fassbinder, entre otras cosas por meras cuestiones de talento, pero sobre todo porque, como decía Meyerhold, "la biografía de un auténtico artista es la historia de un eterno descontento consigo mismo".

El descontento, para un artista, no se reduce a lo que hace: el artista tiene una relación especial con su obra, que hace que el descontento impregne todas las facetas de su vida.
El descontento es la aguda conciencia de la imposibilidad de expresar lo sublime, y el trabajo artístico es la vía que se emprende para expresarlo. Desde el arranque, su tarea está condenada al fracaso, idea que todos los grandes artistas de la historia han hecho suya de una u otra manera.

La lucha sin esperanzas y sin cuartel contra el fracaso de su propio destino es lo único que puede dar sentido al trabajo artístico.

El artista se mete de lleno en el laberinto, sin preocuparse por buscar el plano, porque entrar es lo único que permite soñar con la meta. Otros se compran un plano, pero nunca entran. Y el plano, por lo demás, es falso.

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 76

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