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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ENCANTADO - HAMED, AMIR -
 

Las hadas como necesidad*

Alma Bolón
 

¿Qué es el encantamiento, si no es la entrega que permite aventurarse en otro reino, en otro orden? ¿Qué es el encantamiento, si no es la suspensión de la incredulidad, el consentimiento a otros sentidos, a otras misiones, a otras promesas?


Como cantarinamente lo avisa su título Encantado, en el último libro de Amir Hamed, cobran vida las historias de hadas y de ogros, de hados y de ogresas, de hechizos y de encantos.

En su tapa, rojo contra negro, un Nosferatu mudo y literario -el que filmó Murnau en 1922- estampa su perfil de ave sigilosa, justo antes de entrar en la habitación de Mina Morris y de que su sombra se pose sobre la durmiente, justo antes de atiborrarse hasta el alba con la muchacha que se da en sacrificio.

Porque en los finales de esa larga y viajera estirpe de seres con encantos que nos dejan en suspenso, cabe el conde Drácula, señor de la peste, soberano de una corte de ratas y de insectos, amo encantador de un mundo que vela.    

Y  a seguir las tramas de ese linaje feérico, se entrega Amir Hamed, en este libro cuya eficaz belleza realiza con propiedad los encantamientos que evoca. Así, el cuitado Sir Orfeo y su Eurodis partida en un rapto invisible del Rey de Otromundo, así la diminuta reina Mab en boca de Mercucio: así en Shakespeare, en Apuleyo, en Edmund Spenser, en Giambatista Basile, en Charles Perrault, en Poe, en las Mil y una noches, en el Baital Pachisi, en Kierkegaard, así en el Génesis y en el Espíritu hegeliano y en el encantamiento de Marx.

No siempre obvios a primera vista, los convidados a esta feería prueban sus lazos de familia gracias a una escritura inspirada, enardecida por el recuerdo de mundos cuyos cantos espléndidamente encantan a Amir Hamed, propiciando así nuestro propio encantamiento. El claro goce, sostenida promesa del embeleso, justifica con creces la lectura de este libro raro, breve e intenso como la materia que lo dicta.

Sin embargo, a esta razón de orden estético, que remite a una experiencia sensible insuperablemente individual, se suma una razón de orden político, que hace a lo imaginado como deseable para nuestro vivir juntos. En efecto, puede entenderse que Encantado también constituye, por parte de Amir Hamed, una respuesta a un estado del mundo, respuesta que toma nota y que procura remediar.

Esto surge, patentemente, en el repudio a los mentidos miembros de la feería, en la recusación, por ejemplo, a los fingidos por los hermanos Grimm quienes, fraguando informantes aldeanos, “secuestraron a Otromundo en un parvulario nacionalista, como si fuera obra del genio popular alemán, siendo que las historias que recogían les llegaban por informantes o escritores franceses e italianos y, si tenían cuna, esa cuna, como la de todas las historias, estaba en otras partes del mundo, en especial, de Egipto, Siria, Armenia y más allá, en los dominios de la India, donde alguna vez se compiló el Panchatantra y las traducciones persas y árabes que irían acercando las hadas al Mediterráneo”(pág.11). Como en otras oportunidades, y ahora por obra de las hadas, Amir Hamed fustiga los espejismos (y los hurtos) patrios, recordando la matriz oriental -indoiraní y semita- de nuestras historias occidentales. Ni qué decir sobre la índole profundamente política -intempestiva- de estas hadas, la consideración de las cuales permite expedirse sobre un asunto que hoy quema la actualidad, al erigir funestos andamiajes con los maderos en combustión de las “identidades” (“nacionales”, “tribales”, “religiosas”, “locales”, “regionales”, “sectarias”, “ideológicas”).

Con igual justeza, Amir Hamed fustiga la adulteración hollywoodense: “El Rey de Otromundo, lascivo raptor, resultó secuestrado en una narrativa pueril y asexuada que las décadas y la pantalla, terminaron coagulando en el vasto imperio surgido en el lápiz de Walt Disney, animador de derecha extrema. Como no puede ser de otra manera, la leyenda dice que el viejo Walt anda encantado, y en vez de darlo por muerto e incinerado, como proclama el bando oficial, insiste en que se criogenizó para despertar cuando alguien (tal vez la ciencia médica) sea capaz de extirpar el insaciable cangrejo que le comió el pulmón izquierdo y, acto seguido, el alma. Pero esta leyenda pareciera más que nada compensación, porque de Otromundo, en Disney, nada queda: se confunde el encantamiento con una dilatación del pestañeo, por el cual primero se alcanzaba ascenso social y ahora, nada más, se replican los dictados del consumo. Por Disney creemos que la pobreza, a asépticos golpes de varita mágica (se la dijera forjada en el mismo material de las tarjetas de crédito) se hace carruaje y zapatería cristalina, un relato traicionero que hace de las hadas no la pulsión del deseo sino el amuleto de un candor rosicler que, menos que desear, agota toda fantasía en lentejuelas.” (pag.12).    

Sin embargo, la índole política de Encantado supera con creces la reprobación por falsarios y por adulteradores que reciben los hermanos Grimm o Walt Disney. De hecho, esta índole se corresponde con las posturas sostenidas y defendidas con constancia por Amir Hamed y, con variados matices, por Gustavo Espinosa, Aldo Mazzucchelli y Carlos Rehermann, en las sucesivas columnas de interruptor y de H Enciclopedia.

Porque ¿qué es el encantamiento, si no es la entrega que permite aventurarse en otro reino, en otro orden? ¿Qué es el encantamiento, si no es la suspensión de la incredulidad, el consentimiento a otros sentidos, a otras misiones, a otras promesas? ¿Qué es, si no es el consentimiento a ser aguijoneado como aguijonea la diminuta hada Mab, insuflando los ardides del perenne deseo y su perenne frustración? ¿Qué es, si no es el reconocimiento de la interminable subversión?

Desde una perspectiva que Encantado ayuda a adoptar, se comprende así el arrinconamiento que hoy sufren las letras, en particular, sus obras de ficción. El acerrojamiento capitalista-mediático contemporáneo soporta pésimamente los mundos que lo suspenden y, entregándose a otras promesas, se abren a otros pasmos y a otros asombros.

 



* Publicado originalmente en Brecha, 16 de octubre de 2014.

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