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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



MEYER, PEDRO - FICCIÓN FOTOGRÁFICA - INSTALACIÓN - SIMULACRO- VERDADES Y FICCIONES- FOTOGRAFÍA -

En la frontera: Verdades y ficciones de Pedro Meyer (I)

Inés Bortagaray
¿Qué distingue lo documental de lo artístico? ¿La intención del artista? ¿La mirada del espectador? Es interesante acercar en este punto la noción de “Instalación”, como la de una obra artística tridimensional. Cuando se fotografía algo, se fotografía una instalación



Jataka

(Choix de jätaka: se trata de relatos o fábulas sobre encarnaciones,
a veces en animales, de Buda, antes de su aparición histórica)

Se trata de una gacela que, atrapada, y para salvarse, se entrega al arte hipertélico: hace creer al cazador que había caído en la trampa mucho tiempo atrás, y que ya está muerta. Y va más lejos aún: simula no sólo la muerte sino la podredumbre, la descomposición. Riega tierra, arranca hierba alrededor y hasta dispersa algunos excrementos para dar una idea de sacudimientos agónicos. Se acuesta, saca la lengua, suda, hincha el vientre, como si estuviera lleno de fermentos pútridos. Se pone tan rígida que hasta las moscas se le posan encima, y ya los cuervos la van a devorar.
El cazador la desata.
De un salto, la gacela desaparece.
Y se convierte en Buda.
de “La Simulación”, de Severo Sarduy

 

Cada una de las fotos de Pedro Meyer son ficciones, construcciones de una realidad fragmentada. La realidad se transforma en el momento de apretar el disparador, nueva y distinta, a través de su selección del entorno, de su encuadre, de su foco y atención, como sucede con todas las fotografías, pero también recreada en un programa de diseño -Photo Shop-, herramienta tecnológica que permite manipular la forma de las imágenes registradas, pero siempre en función de un contenido que aquí subyace: la realidad y su paradoja, la imagen simulada por la apariencia de la imagen, su imitación en la síntesis.

Este segundo paso es el que sitúa estas fotos en otro plano: no sólo son ficciones, creaciones del fotógrafo, sino que además implican una reconstrucción de esa ficción, un desdoblamiento de la realidad ya desdoblada antes, en la primer imagen obtenida. En las tiras de negativos, esperan las imágenes de Oaxaca, de Texas, de Nueva York o Veracruz. Ya estas fotos o futuras fotos son fragmentos de la realidad, recortes instantáneos de una historia viva, de la gente y del lugar. Ya esos recortes implican una realidad que se desdobla en otra, semejante, y otra, su calco, sí, pero que ha cambiado de territorio, pertenece a otro espacio, entre real e ilusorio, ni lo uno ni lo otro: el simulacro. Estos recortes se reutilizan, se reinterpetan, se reconstruyen mediante un soporte tecnológico que permite redimensionarlos. El collage de Meyer es ya una foto. La imagen ha mutado.

Las imágenes de Verdades y Ficciones muestran dos culturas contrapuestas y contradictorias: Estados Unidos, percibido desde un ojo irónico como paradigma de la abundancia, y México, a través de la espiritualidad colorida, la exuberancia ancestral y las carencias bien presentes de su pueblo sureño.

“Verdades y Ficciones”, si bien sigue proclamándose documental, podría escandalizar, gracias al uso de la tecnología digital y sus posibilidades de alterar la imagen (modificando el color, acentuando el contraste o la textura, integrando fragmentos de diferentes procedencias) es capaz de escandalizar a quienes creen en la fotografía como herramienta científica o como símil de un espejo, abanderados del documentalismo tradicional.

A través del trabajo de Meyer puede estudiarse la distancia entre el acto fotográfico y la imagen terminada e impresa: entre el hecho fotográfico y esa imagen hay muchas capas intermedias que interfieren en la imagen captada en la película negativa y la transforman en otra, distinta, alterada. Esa distancia entre una y otra tiene que ver con el simulacro como categoría teórica y con otras instancias como el extrañamiento en la imagen, la foto en la huella, el ancla, la mimesis, el icono.


“La llegada del hombre blanco”, Magdalena Peñasco, Oaxaca.

Magdalena Peñasco se tapa la boca con las manos arrugadas mientras en el horizonte un hombre blanco, gigante y de cera, vestido de conquistador y sin pelo, hace una mueca. Toda la tierra seca está en el medio. Tierra seca, marrón, erosionada, agrietada, árida. En el horizonte hay también un árbol, recortado encima de un cielo verde, de milagro. Bajo el árbol y sobre un montículo de tierra se paran dos siluetas, pequeñas frente al árbol alto. La llegada del hombre blanco sucede un día de milagro o de Apocalipsis: el cielo es verde y la tierra estéril. Magdalena Peñasco, oaxaqueña de trenza larga anudada, se tapa la boca con sus manos marrones. Sonríe con burla o se asusta del visitante profeta que sube desde el horizonte


El lugar de la foto

Meyer toma la imagen por el objeto. El acto fotográfico está alejado, temporal y espacialmente, de la imagen terminada y presentada. Muchas instancias intervienen en toda la etapa intermedia; construye collages, monta, borra, define, enfoca y desenfoca, contrasta, pinta, despinta, descubre o cubre imágenes.

Lo que se ve nunca será lo mismo a lo visto. Manipula, genera imágenes a menudo independientes de sus referentes en el “mundo real”. Frente a estas fotografías, la mirada, la postura interpretativa se vuelve más cuidadosa, vigilante: no existe aquí ni simultaneidad ni proximidad entre quien ve y lo que es visto. La imagen hace que el objeto exista, lo revela.

El objeto se crea como “doble” de la realidad, en apariencia próximo al referente, pero otro. El objeto simula la presencia del objeto: simulacro.

Si bien con la fotografía nació su retoque (las postales antiguas, de fines de siglo pasado, ya admitían contornos delineados o remarcados. Mujeres con labios purpúreos o recortadas del fondo, mechones de pelo pegados sobre los bordes del cartón, brillantina de colores desparramada sobre la superficie, eran algunas de las pruebas de que la foto no se acababa en el ampliado, y que en etapas sucesivas se la seguía construyendo, manipulando) en un principio se le asignaba el rol del espejo, se enfatizaba su capacidad de reflejar exactamente el objeto en una imagen. La fotografía debía dedicarse a la verdad, su presencia encarnaba el rigor científico: ahí estaba su lugar y no en la creación, no en la fantasía, terreno destinado a la pintura.
Como decía Baudelaire,

...Es necesario pues que la fotografía cumpla con su verdadero deber, que consiste en ser la servidora de las ciencias y las artes, pero la servidora más humilde, como la imprenta y la estenografía, que ni han creado ni han suplantado a la literatura. Que enriquezca con rapidez el álbum del viajero y preste a sus ojos la precisión que faltaría a su memoria, que adorne la biblioteca del naturalista, exagere los animales microscópicos, fortalezca incluso con algunas enseñanzas las hipótesis del astrónomo; que sea, en fin, la secretaria y el archivo de quien necesite en su profesión una exactitud material absoluta; hasta ahí, no hay nada mejor. Si salva del olvido las ruinas correspondientes, los libros, las estampas y los manuscritos que devora el tiempo, las cosas preciosas cuya forma va a desaparecer y que exigen un lugar en los archivos de nuestra memoria; entonces se le agradecerá y aplaudirá. Pero si se le permite avanzar sobre el terreno de lo impalpable y de lo imaginario, sobre todo aquello que sólo vale porque el hombre añade allí su alma, ¡entonces desdichados de nosotros!

Sin embargo, el fotógrafo se entromete desde que elige lo que se va a ver y lo que no se va a ver en la foto, desde que decide el ángulo, el enfoque, el centro y la periferia, los bordes, el marco, desde la misma selección del momento del disparo. Se ha teñido a la manipulación con un carácter negativo, con un sentido traicionero que condena a la fotografía por alejarse del “documentalismo” más acérrimo, el que supone que existe un grado cero de la manipulación, y que la fotografía debe atenerse a él para ser la herramienta fiel del registro cristalino de la realidad.

Si se admite a menudo con bastante facilidad que
el explorador puede fabular relativamente al regreso de
sus viajes y así elaborar, por ejemplo para impresionar a
su auditorio, relatos más o menos hiperbólicos en los
cuales la parte de fantasía y de imaginación son
difícilmente despreciables, la fotografía, por el
contrario al menos ante la doxa y el sentido común, no
puede mentir. La necesidad de ‘ver para creer’ se
encuentra allí satisfecha...

Se percibe entonces a la foto, desde sus principios, como la prueba suficiente que atestigua la existencia de lo que da a ver. Esta posición puede parecerse a una mirada
un tanto radical e ingenua, que olvida que la manipulación existe como un concepto asimilado naturalmente en los orígenes de la imagen. Según Fontcuberta, la crítica especializada ha establecido y contrapuesto las categorías de “fotografía directa” versus “fotografía manipulada”, vertientes establecidas como respuestas prácticas a las dos doctrinas en conflicto: el purismo/pictoralismo.

La “fotografía directa” implicaba el acatamiento de unas reglas de juego dentro de los límites de lo que se consideraba la técnica fotográfica ortodoxa, el conjunto
de procedimientos asimilados como “realmente” fotográficos.

Por ejemplo, salir a la calle, encontrarse con un tema interesante, encuadrar y disparar, implicaba, por un lado, lo espontáneo e imprevisible de la acción, y por otro, el respeto a la visión mecánica del medio. La “fotografía manipulada”, en cambio, suponía la inclusión de efectos plásticos practicados por disciplinas como el dibujo o la pintura, y legitimaba cualquier recurso que el fotógrafo quisiera introducir. Una privilegiaba lo fortuito, lo azaroso, la intuición; la otra, la planificación y el resultado controlado.

Ambas categorías, además, encauzarían así dos corrientes fotográficas que generalmente se han enfrentado: las prácticas “documentales” y las prácticas “artísticas”, términos sumamente ambiguos y vagos en su convención.

¿Qué distingue lo documental de lo artístico? ¿La intención del artista? ¿La mirada del espectador? Es interesante acercar en este punto la noción de “Instalación”, como la de una obra artística tridimensional. Cuando se fotografía algo, se fotografía una instalación, una obra en sí misma que cumple con las características tridimensionales de una escultura y que existe, también, como la construcción de un espacio.

Y la fotografía delimita espacios, los recorta en un cuadro, los “retira” de su resto, apartando así la obra en una obra. La foto se convierte en la obra de una obra, pasa a contener la imagen de una instalación. En cada foto de Meyer hay un escenario, con un orden entre las partes y elementos, con sus curvas y volúmenes. En una entrevista, publicada en las últimas páginas de su libro, Meyer aclara que muchas veces, cuando está frente a la computadora, a la hora de enfrentarse a las fotos, se siente como un director teatral. Cuando las retoca, reacomoda a los actores y la escenografía que las imágenes contienen: “La pantalla es más un escenario que un lienzo”, señala. Un fotógrafo de guerras también fotografía una instalación. Son formas tridimensionales las que captura, entre el polvo y el desastre del lugar. Es un escenario el que está enfrente, a punto de recortarse en una toma fotográfica.

Las manipulaciones de Meyer son controvertidas. En Internet su nombre arrastra muchísimos y variados comentarios y discusiones sobre el efecto de la manipulación en la imagen. ¿Se trata realmente de documentos? ¿Reflejan con fidelidad a la realidad? ¿Su sentido respeta las reglas convencionales de representación? ¿Dónde están las verdades y dónde las mentiras?

En un artículo publicado en Internet, Meyer reafirma: “Todo mi trabajo implica el tema de la verdad. Si pensamos que las fotos son fidedignas porque son fotos, entonces siempre estuvimos en un error. ¿Quién confiaría en las palabras sólo porque son palabras?


La intromisión

Hay un tipo de manipulación que afecta al soporte físico de la imagen fotográfica. El contenido original de la imagen se transforma desde procedimientos clásicos como
el retoque, el fotomontaje o el cambio de encuadre o reencuadramiento.

El retoque implica intervenir el negativo o el positivo para modificar detalles. El reencuadre significa la delimitación o el recorte del espacio visual que se ofrece luego al espectador. Este procedimiento altera el punto de vista y la composición del cuadro: una calle neoyorkina, o un salón comunal pueden parecer más o menos poblados según el tratamiento en los límites y el marco de la imagen. O sea: la realidad se construye también desde el control que se ejerce sobre la información. Esto se puede aplicar en la tensión entre el campo y contracampo, lo visto y lo oculto.

... El fotomontaje ha constituido una de las prácticas inherentes de las vanguardias históricas, si bien, en rigor, cabe atribuir su hallazgo e implantación estética
a la fotografía artística victoriana. Según la pauta utilizada, los hay de muchos tipos: sobreimpresiones, sandwich de negativos, collage, etc., hasta llegar a la incorporación de la tecnología digital, que no inventa nada pero lo hace todo más rápido

También es posible la manipulación del objeto, una operación en la que se construyen simulacros que suplantan a otros objetos: son la sustitución de una sustitución, como los dobles de cine, como las reconstrucciones de algunas seriales de televisión (“Héroes Verdaderos”) o en los procedimientos policiales luego de un asesinato, en el lugar del crimen.

En El efecto de la realidad Roland Barthes señala que desde la antigüedad, lo “real” estaba del lado de la Historia, para oponerse mejor a lo verosímil. Para la cultura clásica, lo real no podía contaminar a lo verosímil, porque lo verosímil está absolutamente sujeto a la opinión. En una cita por boca de Nicole, que escribe R.Bray (Formación de la doctrina clásica, París, Nizet, 1963, p.208) Barthes aclara esta idea: “No hay que mirar las cosas tal como son en sí mismas, ni tal como las conoce el que habla o escribe, sino sólo en relación con lo que saben los que leen o los que escuchan”.

Otra forma de manipulación afecta al contexto. Se intenta incidir en el contexto, a la manera del ready made de Marcel Duchamp, para alterar la naturaleza del mensaje. Existe una imagen emblemática de la guerra del Golfo, que casi todas las cadenas de televisión y prensa se encargaron de divulgar al mundo. Se trataba de un ave, un cormorán, con el plumaje cubierto de un petróleo espeso que pesaba sobre las alas. En aquel momento Sadam Hussein esa imagen se había convertido, más que ninguna otra, en el símbolo del desastre, que se achacaba a que, supuestamente, Hussein había ordenado incendiar los pozos de petróleo.

Sin embargo, aquel cormorán había sido filmado en medio de una catástrofe ecológica previa, ocurrida en Alaska, y no tenía ninguna relación con el conflicto de Oriente Medio.
Esa imagen se adaptaba perfectamente a la situación, en ese momento y en ese lugar, se ajustaba a las necesidades informativas y acumulaba un sentido que de todas formas
aparecía como verosímil. Subyace la idea en este caso, y en otros, de que el fotoperiodismo bien se puede alimentar de las imágenes estereotipadas para responder a las noticias.

 

(sigue)

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