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ISSN 1688-1672

 




SIMULACRO - CASO TASADAY - FICCIÓN FOTOGRÁFICA

En la frontera: Verdades y ficciones de Pedro Meyer (II)

Inés Bortagaray
El auge del atractivo de los tasaday duró, pero como muchas atracciones, perdió actualidad al poco tiempo. Las peregrinaciones de curiosos empezaron a espaciarse, y luego de unos años, la gente se fue olvidando de la existencia de los hombres de las cavernas


El caso tasaday

En 1966 un cazador nómade de la tribu de los Manubo Blit llamado Dafal se encontraba colocando trampas para ciervos en medio de la selva virgen que cubría las quebradas montañas de South Cotabato, al sur de Mindanao, la isla más meridional del archipiélago de las Filipinas.

En medio de la tarea, descubrió a tres individuos de una tribu que no conocía, los cuales escaparon asustados al advertir su presencia. Corrió tras ellos mientras les gritaba que no tuvieran miedo, que no les quería hacer daño; finalmente los hombres se detuvieron y murmuraron unas palabras en un lenguaje parecido al suyo. Dafal había descubierto a los tasaday, los "hombres de la selva", unos nativos que vivían en el nivel de civilización de la edad de piedra.

El antropólogo Manuel Elizalde Jr. se enteró de esta noticia y en seguida empezó a aproximarse y observarlos, hasta localizar el hábitat de los tasaday. Se trataba de una comunidad pequeña compuesta por unos veinte individuos que vivían en el interior de grutas rodeadas de la jungla más salvaje e inaccesible, rodeada de árboles de más de 70 metros de altura. Totalmente endogámicos, no tenían contacto con los pueblos vecinos, a pesar de que su origen se suponía vinculado a alguna escisión de las tribus circundantes, ocurrida cuatro o cinco siglos antes.

Los tasaday no cultivaban la tierra, no cazaban, no conocían los metales. Su dieta se reducía a raíces y frutos, ranas, cangrejos y larvas que anidaban en los troncos podridos. Para encender el fuego una rama dentro de una madera agujereada. No realizaban cerámica ni artesanía. Sus utensilios eran de bambú. En la tribu sólo había cinco mujeres, pero igual eran monógamos. Se tapaban los genitales con hojas de plátano.

La primera mención pública de la existencia de los tasaday apareció en el Daily Mirror del 8 de julio de 1971, pero el impacto llegó con el extenso reportaje que publicó la National Geographic en agosto de 1972. La conmoción que se produjo en la comunidad científica fue enorme, y los medios de comunicación se encargaron de contagiar el entusiasmo a todo el mundo.

"Esta vez no se trataba de soldados japoneses, no se sabe si grandes mentecatos o grandes héroes, que ignorando la rendición de su país se habían pasado tres décadas escondidos en la selva, y que un buen día, en el límite de se resistencia o de la casualidad, abandonaron su escondite para convertirse en curiosidades mediáticas. Esta vez era mucho más espectacular: se podía decir que se habían encontrado aborígenes equivalentes al hombre de Cromagnon"

Para los historiadores, antropólogos, arqueólogos, y sociólogos, este acontecimiento implicaba un contacto directo con el objeto de estudio, sólo se necesitaba visitar a los tasaday, observar, preguntar. Ya no era necesario interpretar vestigios y lanzar explicaciones especulativas sobre la vida de nuestros ancestros. Ahí estaban, a los ojos de todos.

Bajo la amenaza de una avalancha de investigadores y con la misión de cuidar aquella riqueza etnográfica viviente, se creó el Panamin, una agencia gubernamental dedicada a la protección de las minorías étnicas. Elizalde asumió la dirección. El presidente del país, Ferdinand Marcos, declaró que se destinaba una zona de veinte mil hectáreas como reserva protegida para el uso exclusivo de los tasaday. El acceso al parque natural estaba absolutamente restringido y sólo se permitía la entrada, excepcionalmente, de grupos de periodistas y estudiosos que llegaban en helicópteros y desembarcaban sobre plataformas pequeñas que habían construido sobre las copas de los árboles.

Poco a poco las cadenas de televisión y las revistas fueron difundiendo imágenes de la vida idílica y detenida en un suspenso largo de los tasaday.

Señalaba al respecto Fontcuberta que "el mundo occidental, en plena efervescencia de los hippies y al albor de los movimientos ecologistas, cristalizaba en los tasaday la utopía del retorno a la naturaleza y de armonía con el entorno que tanto habían alabado Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau y Walt Whitman, de los que la National Geographic se consideraba heredera espiritual. En los sucesivos reportajes ofrecidos por esta publicación apreciamos imágenes llenas de esta exaltación romántica de la naturaleza salvaje; en la portada del mes de agosto de 1972 se nos presentaba a un muchacho que trepaba por una liana como un mono: un cromo genuino de El libro de la selva"

El auge del atractivo de los tasaday duró, pero como muchas atracciones, perdió actualidad al poco tiempo. Las peregrinaciones de curiosos empezaron a espaciarse, y luego de unos años, la gente se fue olvidando de la existencia de los hombres de las cavernas.

"La pérdida de vigencia del tema, así como las tensiones políticas que vivía el país -en febrero de 1986 Cory Aquino, viuda del asesinado líder demócrata Ninoy Aquino tomaba el poder, y Marcos se veía forzado al exilio-, hicieron que el Panamin bajara la guardia"

Un día de marzo de 1986 el periodista filipino Joey Lozano y el antropólogo suizo Dr. Oswald Iten consiguieron entrar a la reserva sin permiso. Encontraron a los integrantes de la tribu viviendo tranquilamente en una casa a un kilómetro de las cuevas. Vestían camisas y pantalones convencionales.

Luego de la sorpresa de aquella visita imprevista (e ilegal) los falsos aborígenes dijeron la verdad: reconocieron que todo había sido un montaje y que Elizalde les había obligado a actuar.

¿Cuáles son las razones que sostienen esta gran mentira?

Según Fontcuberta, probablemente se trataba de una operación de propaganda dirigida a la opinión pública internacional: "En un momento de represión de las libertades y de persecución de la oposición democrática, Marcos se dio cuenta del impacto positivo que significaba desviar la atención hacía la salvaguarda de una minoría étnica en peligro de extinción. Constituía una cortina de humo tras la que se escondía la cara sucia de la tiranía, pero también, invirtiendo los términos, el régimen pasaba a presentarse como el gran protector de los derechos de las minorías. Los estrategas del marketing presidencial lanzaban de esta manera un mensaje paternalista a la población del interior: si tanta era la preocupación por dos docenas de indígenas perdidos en la selva, ¿qué no se haría por los ciudadanos que pagan impuestos y gracias a los cuales se mantiene tan esplendorosamente la clase del poder?"

La clave de todo no radicaba en unos buenos actores.
Ni siquiera eran actores; se trataba de un grupo de indígenas de una tribu próxima que habían cambiado sus
vestidos habituales por un convincente "taparrabos" de hojas. La imagen era la base del éxito. La ausencia de experiencia directa frente a los tasaday se compensaba con fotos y filmaciones. El control de la información era absoluto, la credibilidad de la impostura, total.

"La imagen tecnológica impone un sentido. La tecnología deviene una garantía de objetividad"

La evidencia estaba en las apariencias y era confiable.
La manipulación en el "caso tasaday" se volvió casi un homenaje a sí misma.

En Cultura y Simulacro, Jean Baudrillard se refiere al descubrimiento de los tasaday, pero no a la noticia de su farsa. No queda claro si esa omisión tiene que ver con el desconocimiento de la "resolución" de este caso, o si lo que para él resulta relevante es la respuesta del gobierno frente al hallazgo. Según Baudrillard, el intento de salvar a los aborígenes de su descubrimiento por parte del mundo "civilizado" es absurdo: la ciencia cuida a su objeto de la ciencia misma.

"Para que la etnología viva es necesario que muera su objeto. Éste, por decirlo de algún modo, se venga muriendo de haber sido "descubierto" y su muerte es un desafío para la ciencia que pretende aprehenderlo"

Cuando el yacimiento habitado por los tasaday se cierra, como mina agotada, "la ciencia pierde un capital precioso, pero el objeto queda a salvo, perdido para ella, pero intacto en su 'virginidad"

No se trata de un sacrificio, ya que la ciencia no se sacrifica nunca y más bien siempre prefiere el homicidio -aclara Baudrillard-, sino de un sacrificio simulado de su objeto a fin de preservar su principio de realidad.

"El indio así recluido en el ghetto, en el ataúd de cristal de la selva virgen, se reconvierte en el modelo de simulación de todos los indios posibles de antes de la etnología"

Ésta se permite de esta manera el lujo de encarnarse en un "más allá de ella misma", en la realidad "bruta" de estos salvajes que ella reinventa, y que pasan a deberle a la etnología la posibilidad de seguir siendo salvajes impolutos: "Naturalmente, estos salvajes son ya póstumos: congelados, esterilizados, protegidos 'hasta la muerte', se han convertido en simulacros referenciales y la ciencia misma ha devenido simulación pura"

Hombres de taparrabos detenidos en el túnel del tiempo, pacíficos habitantes de las cavernas, lejanos, ajenos a todo. La farsa estaba apoyada en una imagen muy atractiva para todos. Se trataba del encuentro de la edad de piedra en el siglo XX. Demasiado como para no conmover a todos. Se trataba de "fenómenos", o "freaks", hombres y mujeres en taparrabos, como todas las películas muestran a los seres no civilizados (Tarzán incluido).

La imagen estereotipada del hombre de piedra que todos imaginamos fue suficiente como para mantener convencidos a todos del hallazgo. El engaño duró. Si las revistas ilustradas serias, los grandes canales de televisión, los científicos del mundo, exaltaban la noticia, era porque era seria. La línea entre la verdad y el engaño, o mentira, se vuelve frágil. Si un hombre se viste como de la edad de piedra, habla o intenta hacer algo parecido en un lenguaje con sonidos primitivos o con raíces indígenas, vive en lugares como los que hoy vemos en las recreaciones de los museos (o "Érase una vez el hombre"), y prende fuego con ramitas, ¿entonces por qué dudar de la evidencia?

 

(sigue)

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