| Del hecho de que la meta 
                -secreta o evidente- del creador sea agregar 
                lo que le gustaría leer y todavía es un blanco en los ficheros del mundo, deberíamos 
                extraer una conclusión: escribir 
                (pintar, 
                esculpir, componer) es, por sobre todo, una empresa 
                de conocimiento. No 
                sólo porque en cada letra 
                nos dirigimos hacia algo que todavía ignoramos; también 
                porque leemos para conocer. En este sentido, se debería 
                entender que afirmaciones como aquella que consigna que se escribe 
                para "exorcizar demonios" implica, por sobre todo, que 
                los demonios no son más que esa 
                cosa informe que da la ignorancia. Esto incluye esas pulsiones 
                elementales, cualquier inconfesado deseo 
                que necesita ser activado, sencillamente, porque es por sobre 
                todo algo desconocido. El exorcista, como se recuerda, suele pedir 
                al demonio que se "manifieste", que se dé a conocer. 
                Ésa es su forma de controlarlo y volverlo inocuo.
 Por supuesto, habría 
                que derivar de aquí conclusiones con lo suyo de antipáticas. 
                Por ejemplo, que aquellos que en sus prácticas sexuales 
                flagelan o se hacen castigar y de su cuerpo hacen bacías 
                o fontanas, que el craso torturador, el sicópata 
                o el genocida no son más que eso: buscadores de conocimiento. 
                Y otra, señalada más de una vez, no menos incómoda: 
                quien escribe a un asesino 
                debe, al menos en ese momento, 
                convertirse en asesino 
                (mon semblable, mon 
                frère). De todos modos, ese asesino 
                virtual, homicida del cuerpo de la 
                letra, se ahorra las minuciosas verificaciones que realiza 
                el sicópata, una tras otra, en cuerpos 
                que se van entibiando primero, azulean después, se ponen 
                rígidos, se apelmazan, son abono. Entre ambos, acaso, exista 
                una distancia económica: en la escritura 
                es dable revisitar (releer) 
                el homicidio; el 
                sicópata, que lee en algo que se hace aire, que se hace 
                ciego bajo tierra, sólo calma su ansia de leer 
                (de conocer) en la producción industrial 
                de cadáveres. 
 Este ahorro, en ocasiones, convierte al primero en ciudadano notorio, 
                al otro en presidiario; tal vez por eso se da el caso de que, 
                cuando el segundo es gobernante, el procedimiento se invierte. 
                Uno es Stalin, por ejemplo, conocido por tantos como conductor 
                de pueblos y revelado genocida inmejorable; el otro, el ahorrativo, 
                en ese caso, va a Siberia, por escribir 
                en reiteración real.
 * Publicado originalmente en Insomnia
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