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LEIBNIZ, GOTTFRIED, W. - DISCURSO DE METAFÍSICA - PRINCIPIO DE RAZÓN SUFICIENTE - TEODICEA - DIOS -


G. W. Leibniz y la naturaleza del alma (II)*

Adrián Icazuriaga
Cualquier cuestionamiento a la justicia divina es producto de nuestra incapacidad, como seres finitos, de comprender las causas finales de cada uno de sus actos. Según la teoría de Leibniz debe existir un bien superior en el plan general de Dios


II. Pensamiento y Obra


A Leibniz le debemos sobre todo el optimismo, ¿pero cómo no sentirnos más deudores de la
ironía, cuando a uno le demuestran, sobre el papel y desde la simple idea de Dios, que éste y no otro es el mejor de los mundos posibles?. Así lo afirma en el capítulo tres de su Discurso de Metafísica:

"Tampoco podría aprobar la opinión de algunos modernos que sostienen audazmente que lo que Dios hace no tiene última perfección, y que hubiera podido obrar mucho mejor [...] yo creo, en cambio, que Dios no hace nada por lo que no merezca ser glorificado."


Cualquier otra suposición, por halagüeña que sea, no haría más que atentar contra algún atributo divino. A saber: si Dios no lo hizo mejor por no poder, no es omnipotente; y si pudiendo, no quiso, no es infinitamente bueno. Habría que remontarse, en efecto, hasta el momento mismo de la creación, para hallar, perdido en el magno vacío celeste, qué otro mundo se contraponía al nuestro y espetarle, con infinito desdén: "¿Por qué éste y no aquél?".

Así tengamos que recurrir a los avales del propio autor, quien defendía ya en su Principio de Razón Suficiente que todos los actos, incluso los de Dios mismo, deben tener una razón para ser así y no de otro modo.

"no hay que preguntar por qué peca Judas [...], sino sólo por qué Judas el pecador es admitido a la existencia de preferencia a algunas otras personas posibles" (Ibid., c. 30)


Ante lo mirada atenta de la Santa Madre Iglesia, las objeciones que planteábamos en el párrafo anterior, que indirectamente cuestionan la justicia divina, encienden de inmediato el presagio de un controvertido debate. Y son, ya se sabe, el habitual corolario a toda catástrofe natural, que no amenaza tanto con erradicar la vida humana como la
fe en la bondad de Dios. Si bien la propia disyuntiva, como recordaba cierto autor inglés, no se plantea con aquella fatalidad pretérita que el tiempo ha sepultado: hubo una secta de los asesinos (hashihi), un dictador en Alba y un Antíoco Epífanes en el trono de Siria(*)... sino con la inmediata brutalidad del hecho. El hecho no fue otro que el gran terremoto de Lisboa de 1755, en el que perecieron más de cincuenta mil personas, prologando un encendido debate moral que involucró a dos genios de la época, Voltaire y Rousseau. El primero, haciéndose eco de esta desgracia, atacó la Teodicea de Leibniz y en ella su teoría de la necesidad: los actos de Dios no sólo no pueden ser malos sino que son "directa y concretamente buenos". Cualquier cuestionamiento a la justicia divina es producto de nuestra incapacidad, como seres finitos, de comprender las causas finales de cada uno de sus actos. Según la teoría de Leibniz debe existir un bien superior en el plan general de Dios.

Por otro lado, el
utopista dejaba zanjada la cuestión al demostrar que Voltaire o bien negaba la Providencia, suponiendo que Dios es capaz de ejercer el mal, o bien admitía que todos sus actos eran buenos. No le quedó pues a Voltaire otra elección que este último camino. Cualquier nueva réplica le hubiera acercado peligrosamente al spinozismo (una anatema por aquel entonces), es decir, a admitir que el bien y el mal no existen en sí mismos, sino sólo en nuestras ideas de las cosas. En definitiva se impuso, contra toda palpable desgracia, el príncipe du mellieur leibniziano, según el cual, Dios, de entre todas las combinaciones de mundos posibles, ha elegido el mejor en su infinita sabiduría.

Creamos o no en la idoneidad de este mundo, nos resultará fácil aceptar que ha sido creado al menos una vez. Recurrir al sueño de otro, como Chuang Tzu, dice tanto o tan poco como suponer, con los cartesianos, que tras cada verdad se esconde un genio maligno, tan decididamente caprichoso y mal intencionado que debamos hacer necesaria la inmediata presencia de Dios. ¿Y qué si ese buen Dios es otro genio disfrazado?

Pero con el mundo en marcha las posibilidades tampoco dejan de asombrarnos. Por un lado Leibniz nos sugiere, en su Teodicea, como quien invita a un incrédulo a asentir:

"Tengo motivos para creer que no todas las especies posibles son composibles en el universo [es decir, existentes a la vez o no mutuamente excluyentes], por grande que sea, y eso no sólo en relación a las cosas que aparecen juntas simultáneamente, sino incluso en referencia a su total sucesión [...] Pero, en cambio, creo que todas las cosas que pueden ser admitidas dentro de la perfecta armonía del universo, efectivamente, están ahí."


Esto de que "están ahí" resulta un tanto inquietante. Nos detendremos un momento en ello. Malebranche creía que nuestras ideas estaban en Dios, es decir, que nosotros pensábamos en Dios. Tal vez no sea descabellado suponer, siguiendo este razonamiento, que cualquier producto de la imaginación humana está en Dios. Por lo tanto, convendremos, sería bien admitido dentro de la perfecta armonía del universo, ya que es él el principal responsable de que esta armonía funcione y jamás alcanzaríamos, aunque quisiéramos, a limitar su omnipotencia. Basta con que Él lo piense para que de inmediato sea. Si estamos de acuerdo hasta aquí, el resultado podría ser francamente amenazador: Tal vez el Simurg, ese pájaro fantástico, aguarde todavía en una brumosa montaña del punjab o el único ojo del Cíclope aún nos mire inquisitivamente desde una ignorada isla del mar Tirreno. Lo cierto es que nada tranquilizará a Sócrates -ese espíritu inquieto- el no haber dedicado más tiempo a todas estas meditaciones
(Fedro, 228).

Bibliografía:

- Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Introducción y
traducción de J. Echeverría Ezponda, Ed. Alianza, Madrid 1992.
- Tratados Fundamentales, incluye Nuevo sistema de la Naturaleza,
Monadología, Principios de la Naturaleza y de la Gracia, etc.
Ed. Losada, Bs. As. 1946.
- Discurso de Metafísica, Introducción y notas de Julián Marías, Ed.
Alianza, Madrid 1986 (artículo original en "Revista de Occidente",
1942).
- Teodicea, ensayo sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el
origen del mal, Ed. Claridad, Bs. As. 1946.
- Observaciones críticas sobre los Principios de filosofía cartesianos, Ed.
Gredos, Madrid 1989.

ESTUDIOS Y CONSULTA

- RUSSELL, Bertrand, Exposición crítica de la filosofía de Leibniz, Siglo
Veinte, Bs. As. 1977.
- BURNHAM, Douglas, G. W. Leibniz (1646-1716) Metaphysics, The
internet Encyclopedia of Philosophy.
- COPLESTON, Frederick, Historia de la Filosofía vol. IV, Ariel, Barcelona 1996.


* Artículo publicado originalmente en la Revista "mandala" -cuaderno de artes y letras-, abril 2002.
(*) La primera fue una secta adoradora del hashish. Nació en Arabia en el siglo XI y a sus jefes se les daba indistintamente el apelativo de Hombre Viejo de la Montaña. Asolaron Siria bajo las órdenes de Hassan ben Sebbah y asesinaron, propiamente, al cruzado Conrad de Montferrat. (Hay testimonios de ello en el libro Description of the World, atribuido a Marco Polo). Respecto al dictador de Alba, nos referimos a Meto, despedazado por dos cuadrigas. Traicionó a los romanos en tiempos de Tulio Hostilio ("Albano infiel, ¿por qué no cumplías tus juramentos?" Eneida, VII, 705). Por último, Antíoco Epífanes mandó exterminar a los judíos aproximadamente en el siglo IV a.C. (Véase Primer libro de los Macabeos).

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