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ISSN 1688-1672

 



LEIBNIZ, GOTTFRIED, W. - DISCURSO DE METAFÍSICA - DIOS - ENTE - EXISTENCIA DE DIOS, COMPROBACIÓN DE LA - DESCARTES - IDEA DEL ENTE - INTELLIGENTIA - JULIO CÉSAR - NUEVOS ENSAYOS SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO - ESCITAS - LÓGICA SIMBÓLICA - PRINCIPIOS DE LA NATURALEZA Y DE LA GRACIA FUNDADOS EN RAZÓN -

G. W. Leibniz y la naturaleza del alma (III)*

Adrián Icazuriaga
Hacia 1680 Leibniz se proponía descubrir una lengua universal o adánica (la Characteristica universalis), el lenguaje originario que, conservado en toda su pureza, mostrase a cada hombre la verdad tal cual se contempla a los ojos del Hacedor. Esta búsqueda lo llevó hasta las fuentes de un primer pueblo: los escitas


"El tiempo y el espacio poseen el carácter de verdades eternas que contemplan por igual lo posible y lo existente"
(Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Libro II, §14)


Por otro lado, repasaremos someramente, más por un mórbido interés que por una necesidad apremiante, las dos mayores pruebas de la existencia de Dios: el argumento ontológico y la demostración a contingentia mundi. Sobre otras demostraciones, no menos originales ni más carentes de actualidad, como el extraño Argumento Ornitológico, ya hemos lanzado en otra parte su refutación lapidaria, cabría decir, para redondear el pleonasmo, con la irrebatible honda del ingenio.

En el capítulo 14 de las observaciones de Leibniz a los Principios de la
Filosofía de Descartes, figura una exposición y una crítica al llamado (afirman que desde Kant, Kritik der reinen Vernunft, 2ª edición, p. 620 a 630) argumento ontológico. Veamos lo que allí se dice:

"el primero que descubrió el argumento [...] fue San Anselmo, arzobispo de Canterbury, quien lo puso en su libro contra el insensato, obra que ha llegado hasta nosotros [Proslogion]. El razonamiento posee cierta belleza, pero es imperfecto. Reza como sigue. Todo lo que puede demostrarse a partir de la noción de una cosa, puede atribuirse a esa cosa. Ahora bien, a partir de la noción del Ente perfectísimo o supremo puede demostrarse la existencia. Luego la existencia puede atribuirse al Ente perfectísimo o Dios, es decir, que Dios existe. La premisa menor se prueba así: Dios contiene todas las perfecciones [esta es propiamente la noción que todos tenemos de Dios, como el ser más completo], luego también contiene la existencia, que es ciertamente una perfección, porque es más o más grande existir que no existir. Hasta aquí el argumento." (op. cit.)


Con estas sabias palabras sólo hemos demostrado, y aquí la aguda crítica de Leibniz, que si Dios es posible, es decir si su noción no implica contradicción alguna, entonces existe. Los filósofos llaman a esto ens a se, también ente necesario; volveremos sobre ello más adelante, sirva recordar que es algo así como un ente que contiene la existencia en su propia definición. Pero aunque parezca una demostración a priori, no es una prueba de la existencia de Dios, puesto que si yo tengo una idea absurda de él, como la que me puedo formar de la extensión máxima o del número más grande
(que es una contradicción, porque siempre habrá un número mayor o una extensión que la contiene), entonces, Dios no tendría esencia, no sería posible y por lo tanto no existiría.

La demostración a contingentia mundi es tan sólo una variante, si no la continuación de ésta. Supongamos que Dios, el ente necesario, no existe; entonces menos existirán los seres contingentes y por lo tanto no habría nada en el mundo. Existe algo, luego existe Dios.
Hay otras tantas demostraciones, menos elegantes, como la Idea del ente de
Descartes o la larga exposición de Locke, pero no nos ocuparemos más de ello.

Volvamos a lo que decíamos antes, un poco a la ligera y sin mucha justificación, sobre que existe o debe existir un plan general de Dios. Henry James creyó, con la ingratitud que nos reserva la vejez, que se podía construir una novela como suma o agregado de situaciones
(léase ese absurdo palmario titulado La Fontana Sagrada), donde los personajes simplemente se amoldaban, como puede amoldarse un sufí con turbante en Hampton Court. No es de extrañar pues, que esas dos caras del albedrío, la naturalidad y la espontaneidad, aparezcan tan relegadas en sus obras que nos resulte inevitable pensar en el propio autor como en una especie de impertinente-dios de la creación. Quien se haya indignado entonces, con justicia, no se indignará ahora o al menos lo hará con una desconfianza algo nueva, tal vez calculada, en uno mismo.

Leibniz consideró la realidad humana como proyecto divino y su libertad última como una posibilidad cierta, aunque sometida, en una perspectiva más amplia, a un poder no tan ingrato y sí mucho más decidido al bien: la extramundana intelligentia o Dios. Sirva de ejemplo esta conocida imagen de Julio César, extraída de su Discurso de Metafísica
(o de cualquier escrito donde repite esencialmente lo mismo pero con otras palabras):

" y puesto que Dios le ha impuesto ese personaje [a Julio César], desde ese momento le es necesario satisfacer a él [...]. Pues si algún hombre fuese capaz de concluir toda la demostración [...], podría probar esa conexión del sujeto que es César y del predicado que es su empresa afortunada, [y] haría ver, en efecto, que la futura dictadura de César tiene su fundamento en su noción o naturaleza, que se ve en ésta una razón de por qué resolvió pasar el Rubicón mejor que detenerse en él, y por qué ganó y no perdió la jornada de Farsalia, y que era razonable y por consiguiente seguro que esto ocurriera" (Discurso de Metafísica, §13)


Esto mismo se resume en una proposición más formal, que ha sido tomada por Bertrand Russell como uno de los ejes de su sistema y que va un paso más allá de esa noción tan familiar de que toda proposición consta de sujeto y predicado:

"todo predicado, necesario o contingente, pasado, presente o futuro, está comprendido en la noción de sujeto" (Die philosophischen Schriften von G.W. Leibniz, C.J. Gerhardt, Berlín, 1875)


Más concretamente, las proposiciones verdaderas implican la pertenencia de un predicado en un
sujeto. Y en cuanto esa predicación involucre la existencia, entonces estaremos tratando con una proposición sintética o contingente, es decir, que por un lado no es reductible a cualquier otra proposición verdadera (lo que Leibniz llamaba "verdades de razón" y Kant "proposiciones analíticas") y por el otro sabemos que su opuesto no es necesariamente contradictorio (un César irresoluto en una orilla difusa). Si bien esto concuerda con la naturaleza de los contingentes, Leibniz nos asegura que no era un suceso probable, ya que violaría la noción individual de Julio Cesar. Un sujeto que desde la creación contiene todos sus predicados o, en otras palabras, que "incluye de una vez por todas todo cuanto haya de ocurrirle" (op. cit.).

"todos nuestros pensamientos y percepciones futuros no son sino consecuencias, aunque contingentes, de nuestros precedentes pensamientos y percepciones, de tal modo que si yo fuera capaz de considerar distintamente todo lo que me sucede o aparece ahora, podría ver en ello todo lo que me ocurrirá o aparecerá alguna vez; lo cual no fallaría, y me sucedería de todos modos, aun cuando se destruyera todo lo que hay fuera de mí, con tal que quedásemos sólo Dios y yo." (Discurso de Metafísica, §14)


Las críticas no se hicieron esperar. Arnauld vio peligrar la libertad humana y la propia libertad de Dios, suponemos que alguien lo habrá acusado de tantalismo. Ahora lo que nos interesa recordar es que hacia 1680 Leibniz se proponía descubrir una lengua universal o adánica
(la Characteristica universalis), el lenguaje originario que, conservado en toda su pureza, mostrase a cada hombre la verdad tal cual se contempla a los ojos del Hacedor. Esta búsqueda lo llevó hasta las fuentes de un primer pueblo: los escitas. Al rastrear filológicamente cada asonancia antigua encontró una primera pista en los nombres de los ríos (algo que repetiría Joyce siglos más tarde, en alguna parte de ese experimento llamado work in progress), Rhin, Ródano, Ruhr (Rhenus, Rhodanus, Rura), que incansablemente repiten un movimiento violento, como el sonido de la letra R. Así rinnen (fluir), radere (arrasar), reck (una figura larga y poderosa, en particular un gigante y por extensión un hombre poderoso y rico)... de aquí el Reich de los alemanes.

Dedicó sus horas al idioma tudesco, al románico, a la lengua del país de Gales, de Cornualles y de la baja Bretaña: el antiguo galo. Soñó con leer el
libro más antiguo de la humanidad, el Codex Argenteus, hallado en un monasterio de Westfalia y escrito en caracteres góticos. Al fin, sus esfuerzos lo llevaron a ensayar lo que hoy en día se conoce como lógica simbólica y, sin saberlo, adelantarse cien años al iniciador de la lógica matemática, George Boole, y tres siglos al moderno lenguaje informático.

Leibniz supuso que la solución al problema de las proposiciones verdaderas se resumía de la siguiente forma, ABC es A
(ó AB, ó B etc.). Es decir, el sujeto está definido por tres predicados, de los cuales se toma uno o más para una predicación que, evidentemente, corresponde a un juicio analítico. De esta forma, las proposiciones falsas surgen como autocontradictorias, ACD es no A, ó no C etc. Un ejemplo de lo primero sería: "Sócrates es humano", de lo segundo "El cuadrado es circular". La última proposición, por lo llano, viola uno de los principios especulativos, el de no contradicción: ninguna cosa puede ser y no ser al mismo tiempo (sabia epistemología de Parménides); al incluir dos atributos o propiedades incompatibles como son "tener ángulos" y "no tener ángulos".

¿Qué relación hay entre una
lengua adánica, puramente objetiva, y los juicios analíticos o necesarios? Pues, según hemos visto, en este lenguaje de lo posible todas las ideas serían simples o ya colecciones de ideas simples, cuyo concepto, claro y distinto, no admitiría ninguna definición, ni real, ni nominal. Por lo tanto, para quien la hablara, todos los juicios aparecerían como perfectamente analíticos y todas las verdades serían allí eternas. Tal cual las contempló Dios en el momento de la creación.

Surge el problema de cómo conectar una idea simple con otra idea simple. Sabemos que la relación entre ambas no puede ser necesaria, esto sería afirmar que se puede extraer un predicado de una de ellas que se encontrase a la vez en la otra, o lo que es lo mismo, que al menos una sea compleja, lo cual viola la hipótesis. A lo máximo, cabría imaginar, una relación de causa y efecto, como en el movimiento y el reposo. Ahora bien, ¿cuál es la razón del movimiento? No puede estar en otra parte que en otro movimiento o en un contingente cualquiera, y así ad infinitum. Hace falta, por lo tanto, según el
principio de razón suficiente, "que la razón última de las cosas esté fuera de la serie de las cosas contingentes" (Principios de la Naturaleza y de la Gracia, fundados en Razón, 1714, §8); es decir, en una sustancia necesaria que lleve en sí misma la prueba de su existencia.
A esta sustancia la llamamos Dios.

Bibliografía:

- Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Introducción y
traducción de J. Echeverría Ezponda, Ed. Alianza, Madrid 1992.
- Tratados Fundamentales, incluye Nuevo sistema de la Naturaleza,
Monadología, Principios de la Naturaleza y de la Gracia, etc.
Ed. Losada, Bs. As. 1946.
- Discurso de Metafísica, Introducción y notas de Julián Marías, Ed.
Alianza, Madrid 1986 (artículo original en "Revista de Occidente",
1942).
- Teodicea, ensayo sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el
origen del mal, Ed. Claridad, Bs. As. 1946.
- Observaciones críticas sobre los Principios de filosofía cartesianos, Ed.
Gredos, Madrid 1989.

ESTUDIOS Y CONSULTA

- RUSSELL, Bertrand, Exposición crítica de la filosofía de Leibniz, Siglo
Veinte, Bs. As. 1977.
- BURNHAM, Douglas, G. W. Leibniz (1646-1716) Metaphysics, The
internet Encyclopedia of Philosophy.
- COPLESTON, Frederick, Historia de la Filosofía vol. IV, Ariel, Barcelona 1996.


* Artículo publicado originalmente en la Revista "mandala" -cuaderno de artes y letras-, abril 2002.
(*) La primera fue una secta adoradora del hashish. Nació en Arabia en el siglo XI y a sus jefes se les daba indistintamente el apelativo de Hombre Viejo de la Montaña. Asolaron Siria bajo las órdenes de Hassan ben Sebbah y asesinaron, propiamente, al cruzado Conrad de Montferrat. (Hay testimonios de ello en el libro Description of the World, atribuido a Marco Polo). Respecto al dictador de Alba, nos referimos a Meto, despedazado por dos cuadrigas. Traicionó a los romanos en tiempos de Tulio Hostilio ("Albano infiel, ¿por qué no cumplías tus juramentos?" Eneida, VII, 705). Por último, Antíoco Epífanes mandó exterminar a los judíos aproximadamente en el siglo IV a.C. (Véase Primer libro de los Macabeos).

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