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ISSN 1688-1672

 



DROGAS - DROGADICCIÓN - YONKI - YANQUI - COSA LACANIANA - BURROUGHS, WILLIAM - NAKED LUNCH - TRABAJO/CAPITAL - AGENTE VIRAL - SANGRE -

El yonqui, el yanqui y la Cosa (II)

Juan Duchesne Winter
La adición a las drogas, las perversiones y los motines urbanos actúan como señales sintomáticas y como dispositivos de contagio. El oficiante underground de la droga, del sexo y de la violencia cumple su tarea revolucionaria al acelerar indefinidamente la propagación viral masiva con todo tipo de trucos electrónicos y massmediáticos


Burroughs propaga su metáfora paranoica del virus a partir de Naked Lunch (Banquete desnudo), obra casi inmediatamente posterior a Junky que, desde la misma espectralidad de la heroína, emula con talento la escritura experimental de su época. La manía viral de Burroughs recurre de una manera u otra en obra tras obra, pero llega a su colmo en el delirante ensayo-ficción titulado “La revolución electrónica”, donde el autor postula que el lenguaje humano es un sistema viral invasivo. Según Burroughs, una infección viral atacó a los homínidos del pre-paleolítico catalizando mutaciones deformantes de las neuronas, del aparato sonoro y de la estructura máxilofacial.

Su principal síntoma fue el lenguaje. En este teorema de Burroughs el síntoma y el agente infeccioso son indistinguibles. El lenguaje humano es una espora semiótica de virus desmolecularizados, con los que la CIA, la KGB y otras instituciones espectrales infectan y reinfectan a la población incauta. La adición a las drogas, las perversiones y los motines urbanos actúan como señales sintomáticas y como dispositivos de contagio. El oficiante underground de la droga, del sexo y de la violencia cumple su tarea revolucionaria al acelerar indefinidamente la propagación viral masiva con todo tipo de trucos electrónicos y massmediáticos. El objetivo es la revolución apocalíptica permanente. No es difícil deducir que existe una relación simbiótica entre el recurso del apocalipsis y la consistencia espectral de las instituciones del poder. El virus detenta aquí, por supuesto, el lugar de la Cosa, espacio matricial vacío que absorbe tanto los delirios del antinomismo underground como las obsesiones de la derecha, en una misma labor fantasmática de cimentación social y política.

Para el mismo Burroughs la droga no es sino un avatar posible de la Cosa, una entre tantas otras maneras de encarnar su dimensión espectral. En las Cartas del yajé es una Colombia sádica y obsesivamente disfuncional la que aparenta encarnar a la Cosa más que el yajé mismo. Lo mismo pueden hacer otras obsesiones posmodernas, incluyendo el contagio viral, la violencia y el sexo. A propósito del sexo, Slavo Zizek considera insuficiente el tratamiento modernista que le confiere Foucault a esta obsesión histórica. Se puede derivar de Foucault que no existe el Sexo, con mayúscula, como un apriori, sino en tanto actualización de prácticas sexuales específicas. Es sostenible, dice Zizek, concebir el sexo como efecto de una serie de prácticas históricamente situables y advertir que el sexo no es un objeto dado con anterioridad a su actualización discursiva sino el producto de las mismas.

Pero Zizek echa de menos en Foucault el aspecto inherentemente antagóncio que una perspectiva lacaniana permite tomar en cuenta. Existen, es cierto, las prácticas sexuales plurales, históricamente determinadas, etc. Pero también existe el Sexo como núcleo traumático elusivo, como polo antagóncio inherente a dichas prácticas. A continuación presento una versión casi exacta de una cita de Zizek, donde me limito a sustituir la palabra ‘sexo’ por la palabra ‘droga’ y la expresión ‘prácticas sexuales’ por ‘drogadicción’, con lo que obtenemos una proposición perfectamente coherente relacionada con el imaginario imperante de la droga, tan inescapable en el contexto político contemporáneo: La ‘Droga’ no es, entonces, -y repetimos a Zizek palabra por palabra, enmendando sólo los términos señalados- la universalidad, la zona común neutral de las prácticas discursivas que constituyen la ‘drogadicción’, sino más bien su escollo compartido, su punto de falla convergente.

En otras palabras, la ‘droga; pertenece al registro de lo Real: sí es un ‘efecto’ de la drogadicción
(de sus prácticas simbólicas), pero es su efecto antagónico -no hay droga anterior a la drogadicción, la drogadicción como tal produce (‘segrega’, en todos los sentidos del término) a la droga como su escollo inherente (de la misma manera que el trauma en el psicoanálisis, el cual constituye un efecto retroactivo de su simbolizació fallida). En esto consiste la máxima paradoja de la noción lacaniana de la causa qua real: la causa es generada (‘segregada’) por sus propios efectos. Esta proposición nos permite situar las políticas simbólicas gestoras de la Droga en cuanto encarnación de la Cosa y confirmar su coincidencia con la construcción literaria de un William Burroughs y versiones similares.

La Droga encarna al gran antagonista extraño, al oscuro emisario de una potencia más real que la realidad misma, más química que la química, más física que el cuerpo, más económica que la economía e inclusive, más espiritual que el espíritu y más bestial que la Bestia, identificable como punto inefable donde se produce la falla inherente a las más diversas estrategias de simbolización. Y al mismo tiempo la Droga es la encarnación espectral que otorga consistencia a estas estrategias discursivas al proveer una pantalla imaginaria que fundamenta el íntimo e inevitable fracaso en que ellas, sin reconocerlo, se fundan. Subjetividades de todo tipo, aparentemente contradictorias o antagónicas, se coagulan en torno a la Droga.

El propio Burroughs, en su novela Naked Lunch, visualiza masas ectoplásmicas compuestas de una substancia gelatinosa más viva, y por tanto más repugnante y más fascinante que la vida misma, que posee y simula indiferentemente tanto la fisonomía de los yonquis como la de los agentes federales que los persiguen. Repúblicas, corporaciones, organizaciones, laboratorios, sustancias, funcionarios, agentes, ténicos, víctimas, conspiradores, tan alucinados como hiper-reales conforman el cultivo viral, ectoplasmoide que palpita en torno al agujero negro de la Droga.

Como podemos constatar en los textos inaugurales de Burroughs y en la legislación anti-droga que les precedieron por apenas unos años, el imaginario de la Droga ha invocado desde sus inicios la fobia del contagio. La droga figura como agente extraño que infecta el cuerpo social. Hasta la propia escritura sobre el flagelo, incluyendo este texto, debe poseer propiedades infecciosas, según los más adeptos censores. Hoy, en la época del HIV, y dadas las metonimias de droga, sexo y sangre que conforman sus historias de contagio, surge una encarnación espectral de la Cosa con grandes repercusiones imaginarias y simbólicas de valor atávico: ella es el plasma sanguíneo humano. Es perfectamente previsible y poco sorprendente que la Droga máxima, y por ende, el máximo agente viral por venir en esta época de revolución apocalíptica permanente, sea la sangre humana.

Un admirador de Burroughs, Terry Southern, pergeñó un oscuro relato titulado “La sangre de un pelucón”, donde el protagonista agarra tremendos embales inyectándose sangre humana gracias a sus contactos con una cábala de tecnólogos adjuntos a un manicomio donde ellos obtienen y distribuyen la sangre con propiedades psicoactivas de los pacientes esquizos. De hecho, el investigador del museo Pitts River de Oxford, Richard Rudgley, constata informes sobre la presencia natural del potente alucinógeno 5-MeO-DMT en la sangre de algunos esquizofrénicos. Por otro lado, el novelista británico Phillip Kerr, en su crónica de ciencia-ficción, El segundo ángel, visualiza un año 2069 cuando el precio estándar de la sangre regula la economía global.

El 80% de la población está contagiada de un virus análogo al HIV, aunque de acción más lenta y con pronóstico fatal de 100%. La acción retardada e inicialmente indetectable del virus decuplica su potencial de contagio. La única cura disponible supone una transfusión completa de sangre incontaminada. El precio del litro de sangre pura se dispara hasta rebasar por mucho el precio del oro, convirtiendo la sangre en nuevo estándar monetario de la economía internacional. Poderosos bancos de sangre rigen la economía. La actividad criminal se transforma: los bancos de sangre se albergan tras inexpugnables fortalezas digitalizadas; carteles hematológicos controlan un tráfico ilegal de sangre, bandidos vampirescos asaltan a personas incontamidadas para absorberles la última gota de plasma, sobrepreciada mercancía que anula el valor de toda otra posesión, incluyendo el dinero mismo -¡quién quiere tu dinero, lo que queremos es tu sangre! -tu sangre es dinero!

La hipóstasis concebida en este escenario es insuperable: el capital-dinero absoluto, el agente de contagio total, y la droga de la cura última se transubstancian en la sangre, en el flujo de la vida misma como máxima advocación escatológica de la Cosa. La Cosa ha dicho: he aquí mi sangre. ¿Cuán soportable sería esta fagocitación de los bordes de lo Real? ¿Qué márgenes restarían para la labor imaginaria, simbólica y fantasmática que sustenta la realidad social? La boca reptiloide, sin labios, de William Burroughs, se retuerce extática y colapsa en un agujero que absorbe su macilenta figura y sus palabras delirantemente lúcidas. El yonqui, el yanqui y la Cosa = la misma Cosa: esa es la ecuación pedagógica de toda una formación imaginaria de la literatura occidental contemporánea sobre la experiencia de la droga.

Esta formación no deja de ser históricamente circunscrita, ni siquiera incluye a todos los textos sobre la droga escritos por la generación beat a la cual supuestamente perteneció William Burroughs, pero sus coincidencias con ciertas hipóstasis fantasmáticas de los discursos prevalecientes hoy día sobre el tema es bastante obvia. El lector suplirá sus propias comparaciones según el caso.


Bibliografía:

Burroughs, Williams. 1977 [1953]. Junky. Hammondsworth, England: penguin Books.

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Burroughs, Williams, and Allen Ginsberg. 1975 [1963]. The Yage Letters. San Fransisco: City Lights Books.

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www.hyperreal.org/wsb/elect-rev.html

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Rudgley, Richard. 1999. Enciclopedia de las sustancias psicoactivas. Trad.
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Sissa, Giulia. 1998. El placer y el mal. Filosofía de la droga. Trad. María
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Southern, Terry. 1976 [1967]. "La sangre de un pelucón", en Peter Haining, ed. El Club del Haschisch. La droga en la literatura. Trad Ignacio Gómez de Liaño, Virginia de Careaga y Javier Navarro de Zuvillaga. Madrid: Taurus.

Zizek, Slavoj. 1992. Enjoy Your Symtom! London: Routledge.

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