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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



METÁFORA - LENGUAJE - "CÍRCULO HERMENEÚTICO" -
INTERPRETACIÓN -

Metáfora, 'explicación', y enseñanza del lenguaje (I)

Aldo Mazzucchelli
La enseñanza del lenguaje debiera sustituir su actual orientación y dedicar menos esfuerzo y tiempo a una reconstrucción de las innumerables teorías del lenguaje-objeto, para ceder el lugar a una concepción integral pragmática, y que priorice la reflexión filosófica sobre el lenguaje


Introducción

i.

Se considera aquí la metáfora desde tres puntos de vista sucesivos y ligeramente diferentes entre sí -como acontecimiento, como texto, y como 'apertura de mundo'.
La búsqueda se organiza teniendo como referencia la clásica distinción entre lenguaje en tanto objeto -en tanto 'lengua'-, y lenguaje en tanto acontecimiento, o evento.
Se tienen en cuenta también algunas consecuencias de esa distinción en el momento de considerar la forma y el rendimiento de lo que tradicionalmente consideramos "metáfora", sacando partido de su oposición fundante respecto de lo que en Ser y Tiempo Heidegger llama 'habladuría' ('Gerede').

ii.

El problema guarda relación con la enseñanza de la lengua y la literatura.
Pues algo fundamental de todo discurso y todo texto -no solamente literario- es su apelar a una reconstrucción referencial. Pero esa reconstrucción no es una operación explicativa, sino que es un evento integral que comprende en él y transforma en él a quien interpreta. En consecuencia, la enseñanza del lenguaje no puede subsumirse en la explicación, que opera sobre la base de diversas tecnologías que buscan una previa objetivación material del 'significante'. En cambio, tendrá que ver con la mostración y la compasión. Ambos, actos necesariamente compartidos.

Mientras que se 'explica' un objeto del que se conocen sus 'partes' y su 'estructura', del que se formulan sus relaciones internas y de funcionamiento como relaciones de causalidad, y de cuya entidad externa al sujeto se tiene certeza, en el sentido cartesiano, cuando la enseñanza del lenguaje asume el rumbo del análisis explicativo -ya sea de textos literarios, de textos o discursos de cualquier otro tipo, o de modelos oracionales-, se pierde de vista la dimensión fundamental en la que el lenguaje opera. Ésta se opaca en objetos formales lingüísticos necesariamente artificiales. Artificiales cuando se piensa en el sentido no como un archivo, sino como una dirección o proyecto.

El lugar de la teoría lingüística debe integrar y a la vez dejar paso a un uso autoconsciente del lenguaje en el aula y fuera de ella, lo cual requiere de una reflexión que, en último término, no es 'lingüística', sino filosófica.
No es lingüística en el sentido de que lo lingüístico se entiende en nuestra tradición como constitución de un campo y de un objeto específico del saber, reflexión objetivadora del lenguaje como ente externo cognoscible, mientras que la enseñanza implica un lanzarse de y en los problemas que no se resuelven en la semántica, sino que se abren en la opcionalidad intrínseca a lo pragmático.

La semántica no puede entenderse como el campo de resolución de los problemas del sentido, pues la pregunta por el sentido deberá informar previamente cualquier posibilidad de categorización del campo semántico y de las formas que para éste se postulen.

Y mucho menos aún pueden la morfología o la sintaxis reclamar para sí constituirse en el ámbito determinante de los problemas planteados en niveles que integran planos fenoménicos de amplitud y complejidad mayor. No se trata de eliminar toda atención a la forma del lenguaje, sino de evitar dar un solo paso en su comprensión que no sea integrador de todas sus dimensiones.

iii.

Es clave para este trabajo la idea interpretativa de 'círculo hermenéutico', posibilitado por una 'precomprensión' o "estructura de prioridad" del mundo. Esta relación con el mundo constitutiva y originaria del ser del hombre constituye al Dasein.

Como comenta Vattimo, "la imposibilidad de salir de la precomprensión que tenemos ya siempre del mundo y de los significados [...] constituye nuestra posibilidad misma de encontrar el mundo. El conocimiento no es un ir del sujeto hacia un "objeto" simplemente presente o, viceversa, la interiorización de un objeto (originariamente separado) por parte de un sujeto originariamente vacío. El conocimiento es más bien la articulación de una comprensión originaria en la cual las cosas están ya descubiertas. Esta articulación se llama interpretación".
(Vattimo, 1998: 34)

A partir de esa mirada se ponen de manifiesto las consecuencias de la escisión, característica del pensamiento moderno, entre sujeto y objeto.
Frente a ello, la educación viva en el lenguaje tendrá que ver con la actualización de la vida metafórica -en su dimensión estética y de conocimiento-, y con la superación de aquella escisión objetivista que cree ver en la lengua un sistema de valores puros definidos por su relación mutua -al modo estructuralista-, o una estructura innata y universal a descubrir o refrendar por la biología -al modo chomskiano-, excluyendo la intencionalidad, y el juego translingüístico de la percepción.

La enseñanza del lenguaje debiera, en nuestra opinión, sustituir su actual orientación -al menos en cuanto plasmada en los planes de estudio vigentes en los diferentes centros de formación de profesores-, y dedicar menos esfuerzo y tiempo a una reconstrucción de las innumerables teorías del lenguaje-objeto, para ceder el lugar a una concepción integral pragmática, y que priorice la reflexión filosófica sobre el lenguaje como forma de ejercicio del lenguaje mismo enfocado hacia sí.

De lo contrario, la literatura y la teoría del lenguaje se devalúan en técnicas, y en alienación teorética, y en lugar de contribuir a la libertad de abrir el mundo por parte del estudiante, se debaten en la imposible resolución de problemas propios con paradigmas epistemológicos cientificistas, que lo son de un campo de entidades ajeno.

Las comillas del título indican que el lenguaje no puede explicarse finalmente en ningún nivel formal, sino solamente 'usarse con'. El lenguaje es 'un dirigirse a nosotros', en ese sentido, para que en el acontecimiento de la respuesta se 'abra' el mundo -en el sentido de descubrir y de colonizar.

Esto no ocurre cuando la que enmascara las operaciones es únicamente la mente intelectual. Se escamotea la conciencia de estar apropiándose, se pierde el paso al detenerse en la clasificación sin ulterioridades de la superficie, opaca ya sin remisión, de la 'lengua'.

Debe suplantarse en la enseñanza de la lengua la estéril objetivación de las formas para retornar al diálogo, que abre e ilumina por única vez. Según la expresión de Heidegger, el ser es "copertenencia de llamada y escucha". Este diálogo entre hombre y mundo está, en el lenguaje, vivo en el acontecimiento temporal de la metáfora.

iv.

Atender a una tradición diversa de la hermenéutica, la pragmaticista, sirve aquí al recordar que enseñar, y también enseñar el lenguaje, es enseñar al otro a encontrar en lo que experimenta una posibilidad de semejanzas del mundo que sea verdadero para ambos que participen en el transcurrir de la enseñanza. Pero ese transcurrir no es el pasaje de algo del que enseña al que aprende tanto como la sucesión de descubrimientos del que aprende como acuerdos discutibles consigo mismo a través del espejo del que enseña.

Estudiante y profesor constituyen en eso una pequeña 'comunidad de expertos', y puede darse cuenta del acto de la enseñanza también como la típica actividad de investigación conjunta de la verdad a través de la semiotización experiencial de un mundo en que se recibe y se arroja en común, de acuerdo a unas fuerzas que no son sólo lingüísticas, sino algo que aparece y se impone en la observación y la experiencia.
Así, diremos que el adulto 'muestra' o 'enseña' el lenguaje al niño, no se lo 'da', y diremos que el conocimiento del lenguaje, que equivale en todo lo sustancial al conocimiento de la poesía, consiste por ello en obtener el poder para 'ver con ojos nuevos'. En esto, aprender a apreciar la poesía y aprender a aprender y a enseñar, consiste en apropiarse de una misma y única dimensión del ser: transformar en propio lo que estaba como ajeno. Es más parecido en ello a recordar, y a escuchar un llamado que solo se integra en una respuesta.

A- Metáfora, sistema y acontecimiento

1

Lo que llamamos existencia objetiva se funda en el nombrar por parte de otro. La propia existencia, en el nombrar por parte de uno mismo.

El lenguaje metafórico es puente entre ambos porque no es lenguaje como reactualizar acuerdos ya controlados por la comunidad -la 'habladuría', el habla habitual cuyas formas y frases ya están resueltas y muertas en el sistema de la 'lengua'-, sino hacer algo con el lenguaje, que es sólo de quien habla, de quien escucha.


2


La metáfora se da siempre como acto predicativo. Y se da en un acto predicativo que, por la relación que guardan sus términos desde el punto de vista del sentido
('sistemático'), es imposible o absurda. Desde el punto de vista semiótico, diremos que las cualidades (iconicidad) del predicado no pueden hallarse en el sujeto (indexicalidad) al que se le atribuyen, creando una tensión en la habitualidad del Símbolo Dicente, cuya naturaleza simbólica consiste precisamente en unir cualidades e índices de modo convencional. (Peirce, 1998: 275-278) El texto y la oración, en su aspecto semiótico, no son sino una forma de álgebra, diagramas que muestran qué relación, como asociación de cualidades y existencia, esperamos que el otro acepte.
Al decir remitimos al otro hacia allí para saber si está dispuesto a "ver" lo mismo que nosotros.

La razón por la cual la metáfora tiene que llevar a una operación que se hace a partir del lenguaje, pero más allá de él, está en algo que pertenece no exclusivamente al lenguaje metafórico, sino a todo lenguaje sin excepción. Pues si el lenguaje es un diagrama, entonces él mismo no puede informarnos nunca acerca de aquello que nosotros debemos descubrir por nosotros mismos, 'viendo' más allá de las palabras.


3


De modo que lo que el lenguaje hace cada vez es proponer un micropacto de sentido. El símbolo dicente o sentencia -oración completa en sentido pragmático- es una proposición de habitualidad. La metáfora es sin embargo, desde el punto de vista semiótico, la ruptura del símbolo
(y por ello del hábito), la manifestación de un conflicto interno del símbolo.

4

En la metáfora el icono emerje por debajo del símbolo, del cual siempre forma parte elocuentemente silenciosa, para llamar la atención sobre la insuficiencia de ese símbolo, ésta vez, para nombrar con transparencia. Es preciso entonces volverse hacia el ícono y tratar de ampliar el propio mundo para dejar entrar eso nuevo y nunca dicho, pues las palabras son experiencia, y sin experiencia de eso no podríamos tener palabras para eso.

5

Por ello, cuando Peirce dice que una metáfora es un hipoicono que muestra determinadas tríadas de cualidades en un objeto, al mostrar tríadas de cualidades en el signo
["carácter representativo"], está diciendo esto mismo: que tenemos un símbolo (por definición consabido, ya viejo en sus términos y en su potencial asociativo y sintáctico) y que queremos (intencionalidad, no lingüística) que quien interprete use ese modelo de asociación de cualidades para que descubra cualidades análogas predicadas en un nuevo objeto a descubrir. Ahora, desde el interior del lenguaje, ese descubrir consiste precisamente en usar de nuevo ese juego predicativo, del símbolo viejo, trasladándolo para bautizar el objeto nuevo.

Pero desde el punto de vista no interior al lenguaje, esa acción de aplicar una predicación vieja en un acontecimiento nuevo requiere de fenómenos no lingüísticos y que no pueden ser reducidos al lenguaje. No pueden ser reducidos a explicaciones formales del lenguaje.
Sin ellos, sin esos fenómenos translingüísticos, no tendremos esperanza de entender nada de lo que decimos equivocadamente que lingüísticamente con el lenguaje ocurre.

6

Sin alguna noción clara de 'realismo' , sin una esfera universal de ser no confiscable por una subjetividad, sin realidad entendida como lo que se resiste a cualquier posible capricho 'subjetivo', 'interior' o frívolamente 'expresivo', no hay metáfora posible, pues no hay modo de saber si estamos dispuestos (integral, no 'racionalmente', con los sentidos y con todo, no con el 'lenguaje') a aceptar o no el acuerdo que se nos propone.

La metáfora no es un hecho de los acuerdos del lenguaje -aunque ellos jueguen su papel-, sino un acontecimiento en que se muestra el existir; acontecimiento que se vale de una sobreexigencia a los viejos acuerdos del lenguaje, rompiéndolos para crear otros nuevos a partir de sus huellas.

7

La metáfora es entonces un hecho cuya significación, igual que la de cualquier otro lenguaje, no puede saberse sino en su uso, según la clásica fórmula de Wittgenstein. Esta afirmación enlaza secretamente a Wittgenstein con un autor de una tradición algo diferente a la suya, pues para Davidson la metáfora sólo puede pensarse correctamente como un hecho del uso.

8

Pero... la metáfora ¿es sólo comprensible como un hecho del uso? Pues parece en principio que, si lo fuera -si se integrase por ende a los demás hechos del uso del lenguaje-, no habría ninguna posibilidad de que después de tanto tiempo desde Aristóteles el lenguaje ordinario supiera reconocer tan fácilmente el significado de la noción 'metáfora' como algo diferente de la noción de 'habla' común y corriente.

Para definir la metáfora en términos semánticos tendríamos que reducirla a un tipo específico de combinaciones predicativas en donde el sujeto y el predicado son semánticamente inconvenientes uno al otro exclusivamente desde el punto de vista de lo que está establecido como sentido en los diccionarios y en los diagramas lingüísticos habituales.

Surgiría, por ende, la necesidad de encontrar una peculiaridad lingüística de lo metafórico: encontrar que la metáfora debe encerrar en su construcción, en su forma como lenguaje, la garantía de que no será interpretada en sentido directo.

Pero lo anterior no puede hacerse, aunque se ha intentado muchas veces. Es decir, sigue en pie después de muchos años de lingüística 'científica' objetivista, el hecho de que la imposibilidad de tomar la construcción metafórica en sentido literal denotativo o directo no parece poder garantizarse por recursos exclusivamente formales.

9

El problema de la distinción que el lenguaje ordinario hace con tanta facilidad entre metáfora y lenguaje no metafórico, que mencionábamos más arriba, queda resuelto cuando comprendemos que es posible admitir una diferencia de grado en los diferentes usos del lenguaje, reconociendo más y menos poder creativo, de apertura, de las expresiones efectivamente usadas, sin por ello tener que fundar arbitrariamente esa diferencia en una diferencia lingüística que, después de los repetidos intentos fracasados de los estudios 'semánticos' se ha revelado como severamente problemática.

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