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ISSN 1688-1672

 



LEIBNIZ, GOTTFRIED, W. - DIOS - KANT, IMMANUEL - NUEVOS ENSAYOS SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO - PRINCIPIOS DE LA NATURALEZA Y DE LA GRACIA FUNDADOS EN RAZÓN - BIEN - MAL - PRINCIPIO DE RAZÓN SUFICIENTE - MÓNADA - DESCARTES, RENÉ - PRINCIPIO DE CONTINUIDAD - IDENTIDAD DE LOS INDISCERNIBLES -

G. W. Leibniz y la naturaleza del alma (IV)*

Adrián Icazuriaga
La razón humana está determinada, aunque libremente, a obrar según un bien superior, y si no actúa en consonancia no es porque Dios persiga el mal, sino porque al crear al hombre lo creó libre. Es decir, no quiso renunciar a su libertad. La acción de Dios es en todo sentido óptima: si el hombre yerra es debido a una percepción confusa o insensible de la realidad


"Todas nuestras acciones no deliberadas resultan de la confluencia de pequeñas percepciones"
(Nuevos Ensayos, Libro II, §1)


Leibniz tuvo por cierto que
Dios optó por crear un hombre, y quiso que éste estuviera dotado de razón (por lo pronto negaba la naturaleza mecánica del pensamiento, apoyaba más bien la tesis de Locke, según la cual existe una "sustancia espiritual" a la que le es connatural el pensamiento). Ahora bien, la razón humana está determinada, aunque libremente, a obrar según un bien superior, y si no actúa en consonancia no es porque Dios persiga el mal, sino porque al crear al hombre lo creó libre. Es decir, no quiso renunciar a su libertad. La acción de Dios es en todo sentido óptima: si el hombre yerra es debido a una percepción confusa o insensible de la realidad (cogitationes caecas).

"El alma es un mundo pequeño donde las ideas distintas [en el sentido cartesiano] son una representación de Dios y las confusas una representación del Universo." (Nuevos Ensayos, Libro II, §1)

"Cada alma conoce el infinito, conoce todo confusamente" (Principios de la Naturaleza y de la Gracia, fundados en Razón, 1714, §13)


Hemos avizorado, siquiera por un instante, las consoladoras palabras de Carlyle, portavoz de aquel gran Teufesdröckh, profesor «de cosas en general»
(der Allerley-Wissenschaft) y sabio imperecedero: "lo que se ve, cuando no se puede ver más, es casi infinito". Sin embargo, lo que Leibniz nos propone es un ejercicio más ameno y contemplativo. Escuchar el sonido de una ola significa tanto como percibir, difusamente, cada uno de los sonidos, de las pequeñas olas que la componen. Y aun cuando cada uno de estos movimientos sea imperceptible para el oído humano, fuera del conjunto, debe poder afectarnos de alguna forma, de lo contrario no oiríamos el bramido de cien mil olas, puesto que "cien mil nadas no pueden hacer cosa alguna".


El lugar que ocupan las percepciones insensibles en el sistema de Leibniz es una consecuencia directa, según acabamos de ver, no tanto de la necesidad de justificar el
Bien, como de una convicción mucho más general y aplicable por entero a su filosofía toda (y en esto incluimos también el Cálculo), como es el Principio de Continuidad en la Naturaleza. Según éste los cambios naturales no se operan por saltos (Natura non facit saltus), sino a través de un continuo de estados intermedios. Estos estados, en el hombre, imponen dos molestas restricciones. Primeramente, son en su mayor parte insensibles; y segundo, son quienes acaban determinando la acción. El entendimiento, según Leibniz, puede aportar sus razones para llevar mi mano a la cabeza o dejarla sobre la mesa, pero éstas de por sí no bastan para una "necesidad absoluta", digamos metafísica. Si me fuera completamente indiferente una cosa o la otra, si pusiera a prueba mi veleidad, vería cómo no encuentro motivos para salir de una fatal irresolución. Hace falta, por lo tanto, que algún deseo, que alguna inquietud apremiante incline la balanza y actúe como acicate de la voluntad para impulsarla a actuar.

Lo mismo sugirió el
Dante en su Comedia divina
(Paraíso IV, 1):

"Intra duo cibi, distante e moventi
D´un modo, prima si morria di fame
Che liber´uomo l´un recasse ai denti
"


Ésta es la mayor inconsistencia de su filosofía. Intentó congeniar, sin éxito, una realidad contingente y libre con un principio que otorgaba a las sustancias individuales todos sus atributos o predicados desde el sexto día de la creación. Cierto que no se sostuvo mucho tiempo, se desmoronó bien pronto a los pies de
Kant... ese buen lugar donde acaban las malas teorías. Repasando a Leibniz, años después, se ocuparía de rebatir sus fallos con una solución radical, a la vez que objetiva e idealista. Según Kant, toda elección temporal está predeterminada, mientras que todo argumento basado en principios puramente racionales y en particular el reconocimiento de dichos principios, es lo que nos hace actuar "bajo la idea de la libertad" (Wilkühr). Somos libres en cuanto nos pensamos libres y pensarnos libres es ser conscientes de cierto imperativo moral: promover la felicidad ajena y nuestra propia perfección. En absoluto, como opinaba Leibniz, obedecer a un bien supremo.


El terceto de Dante nos lleva hasta el siguiente problema: la Identidad de los Indiscernibles, una fórmula simple que se deduce del principio de razón suficiente y que se verifica en todo par de sustancias creadas,

"no hay en la naturaleza dos seres reales y absolutos indiscernibles entre sí; pues si los hubiera, Dios y la naturaleza actuarían sin razón, al ordenar uno en vez de otro [razón suficiente]".

"Dios
[...] nunca elegiría entre indiscernibles" (The Philosophical Works of Leibniz, New Haven, 1890)


Si no hay dos sustancias completamente similares o que difieran sólo número, es una tentación inevitable asumir que su número sea infinito. A cada una de estas sustancias simples Leibniz la denominó mónada. El concepto proviene de Giordano Bruno, aquel hereje terrible que fue "terriblemente quemado" y que compartía además con Leibniz la idea de que Dios es fuente de todo. Para ello se sirvió de una atracción helenística hacia las
formas bellas, al afirmar que Dios es una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna (De la causa, V, 1584).


Pero lo que en realidad nos interesa son las consecuencias que se derivan de hacer el número de sustancias infinito. Spinoza creía en una sustancia única
(Deus sive Natura) y fue excomulgado por panteísta. Para él la sustancia era aquello que "es en sí y se concibe para sí, es decir, aquello cuyo concepto, para formarse, no precisa del concepto de otra cosa" (Ética, def. 3). Ésta premisa retoma en parte la definición de Moses Maimónides, pensador judío del siglo XII, y en parte la que nos diera Descartes en su respuesta a las objeciones: "Haec ipsa est notio substantiae, quod per se, hoc est absque ope ullius alterius substantia, possit existere". En la terminología de Leibniz podríamos aventurar que la sustancia es un sujeto que encierra todos sus predicados, sin ser a su vez atributo de ninguna otra cosa.


Ya distinguía Aristóteles entre sustancia primera
(el ente individual, v. gr. Sócrates) y sustancia segunda (esto es, la esencia universal obtenida de lo individual por abstracción, v. gr. el hombre). Pero entre quienes desarrollaron felizmente esta idea, fue Santo Tomás y los escolásticos del siglo XIII quienes se sirvieron de ella para sentar las bases de una pretendida filosofía natural, digámoslo así, desnaturalizada. Pues, ¿qué puede haber en común entre las Sagradas Escrituras y el pensamiento de Aristóteles?. Sólo la imposición de la fe y el común desprecio a Averroes.


Según la escolástica, todo cuerpo natural, hombre, bestia o flor, está compuesto de dos principios sustanciales, la materia o materia prima
(aquello que es común a lo que perece y lo que nace) y la forma sustancial (aquello que distingue al nuevo ente del ente que perece). Los escolásticos acudieron a estas nociones para poder explicar los cambios en los procesos naturales y vieron el ello una relación tal cual existe entre el acto y la potencia. Así, por ejemplo, en una transformación gaseosa hay un sujeto que pierde su forma por corrupción (el líquido) y otro que la adquiere por generación, generatio (el gas). Mas esté último no podría ser tal si el líquido no estuviera ya en potencia de serlo, es decir, si no hubiera un principio substancial (la materia prima) que lo ordene, como la potencia contiene al acto, y viceversa. Si bien se ha objetado, y ya desde el siglo XVII fue tomando forma la nuova scienza hasta desplazar por completo a las formas sustanciales, que todos estos procesos son reductibles a una serie de cambios cuantitativos, ya sea en el movimiento de las partículas o en el balance de las fuerzas. Desde esta nueva perspectiva, y teniendo presente la definición antes vista, podríamos concluir que dichos cambios no son en absoluto substanciales sino accidentales, es decir, no contemplan al sujeto entero sino a uno de tantos atributos o cualidades. En este caso los que involucran a los átomos de la materia.


¿Qué obtuvo Leibniz, entonces, de los escolásticos?. Una intuición del individuo, de su verdadera unidad o mónada
(unum per se, a diferencia de lo que opinaba Regius, ens per accidens) y, probablemente, una ley de continuidad en los procesos naturales.

"todas las sustancias creadas forman una serie, en la cual toda posición intermedia posible entre le primero y el último de los términos está llenada una vez y sólo una vez. La afirmación de que toda posición posible está llenada una vez es el principio de continuidad; aquella según la cual sólo está llenada una vez constituye el de la identidad de los indiscernibles" (Exposición crítica de la filosofía de Leibniz, p.74)


Leibniz debió recurrir a la Armonía Preestablecida para hacer compatible un desmesurado número de sustancias con el aparente orden de las cosas, que según su apostasía era irrenunciable ver.
Finalmente, nos ha dejado dos definiciones memorables. Una acomete al espacio, otra al tiempo. Ambas toman distancia de Descartes. Ante una visión estática y causal, contraponen su imaginería fluida y elocuente:

"El espacio no es más que el orden común de todas las cosas coexistentes, y el tiempo de las posibilidades no coexistentes" (Sobre los principios de la filosofía de Descartes, sobre los Art. 8-19, p. 150)


Jamás se ha dado con semejante concreción, como no sea en la parábola de Heráclito, la idea de un
devenir y de un espacio relativo.

Bibliografía:

- Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Introducción y
traducción de J. Echeverría Ezponda, Ed. Alianza, Madrid 1992.
- Tratados Fundamentales, incluye Nuevo sistema de la Naturaleza,
Monadología, Principios de la Naturaleza y de la Gracia, etc.
Ed. Losada, Bs. As. 1946.
- Discurso de Metafísica, Introducción y notas de Julián Marías, Ed.
Alianza, Madrid 1986 (artículo original en "Revista de Occidente",
1942).
- Teodicea, ensayo sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el
origen del mal, Ed. Claridad, Bs. As. 1946.
- Observaciones críticas sobre los Principios de filosofía cartesianos, Ed.
Gredos, Madrid 1989.

ESTUDIOS Y CONSULTA

- RUSSELL, Bertrand, Exposición crítica de la filosofía de Leibniz, Siglo
Veinte, Bs. As. 1977.
- BURNHAM, Douglas, G. W. Leibniz (1646-1716) Metaphysics, The
internet Encyclopedia of Philosophy.
- COPLESTON, Frederick, Historia de la Filosofía vol. IV, Ariel, Barcelona 1996.


* Artículo publicado originalmente en la Revista "mandala" -cuaderno de artes y letras-, abril 2002.
(*) La primera fue una secta adoradora del hashish. Nació en Arabia en el siglo XI y a sus jefes se les daba indistintamente el apelativo de Hombre Viejo de la Montaña. Asolaron Siria bajo las órdenes de Hassan ben Sebbah y asesinaron, propiamente, al cruzado Conrad de Montferrat. (Hay testimonios de ello en el libro Description of the World, atribuido a Marco Polo). Respecto al dictador de Alba, nos referimos a Meto, despedazado por dos cuadrigas. Traicionó a los romanos en tiempos de Tulio Hostilio ("Albano infiel, ¿por qué no cumplías tus juramentos?" Eneida, VII, 705). Por último, Antíoco Epífanes mandó exterminar a los judíos aproximadamente en el siglo IV a.C. (Véase Primer libro de los Macabeos).

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