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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



La citadela digital

Amir Hamed

Recién Mc Luhan había fallecido con una inscripción en su tumba cuando se impuso un fenómeno que revirtió para siempre la manida oralidad secundaria: el fax, la computadora, y finalmente Internet han hecho que la población planetaria lea y escriba mucho más que en cualquier otra época

Hace unas décadas -es decir, allá por el siglo XX- se impuso la noción de Marshall Mc Luhan de que vivíamos una edad de "oralidad secundaria". Lo que hacía entonces el teórico canadiense, pionero en estudiar el impacto de los medios, era mostrar cómo determinadas innovaciones tecnológicas generaban un antes y después en la historia.

En Mc Luhan se pueden distinguir dos momentos claves: la invención de la imprenta y el advenimiento del televisor. El primero de estos portentos imponía la letra impresa en culturas cuya fórmula para percibir el mundo era fundamentalmente oral hasta ese momento: un cambio cognitivo se produjo en lo que denominó la Galaxia Gutemberg. El segundo, del siglo vigésimo, implicó, según Mc Luhan, el pasaje a una nueva oralidad, a la que determinó como secundaria, ya que no podía darse de modo semejante a la previa.

Una de las características fundamentales de esta oralidad, como en toda oralidad, era la de sentirse como en la tribu. Cuando leo un libro, -o esta revista- decía Mc Luhan, realizo un acto a solas (y fue así que la imprenta desencadenó un fuerte individualismo). Pero cuando estoy mirando una serie, o la final del mundial, sé que en ese mismo momento hay millones de personas en el resto del planeta que están haciendo exactamente lo mismo que yo.

Esa sensación, según bautizó Mc Luhan, era la de pertenencia a la Aldea Global. Y de esos estudios de Mc Luhan heredamos la globalización, el término más manoseado por las últimas dos décadas del meniconado siglo.

No faltaron, por supuesto, los que dieron un recibimento tan triunfalista como indiscriminado a la Aldea Global, ya que, como se ha demostrado, la oralidad (es decir, la comunicación que prescinde de la palabra escrita) desde los griegos ha sido considerada una manera más "natural" (léase "pura") de comunicación.

Sin embargo, recién Mc Luhan había fallecido con una inscripción en su tumba cuando se impuso un fenómeno que revirtió para siempre la manida oralidad secundaria: el fax, la computadora, y finalmente Internet han hecho que la población planetaria lea y escriba mucho más que en cualquier otra época.

Al monitor de televisión se le sobreimpuso el de la computadora y ya son muchos -dentro de poco también los uruguayos- los que en una sola pantalla comparten TV y ordenador. Este proceso de recolonización de la pantalla, por parte de la letra, es en realidad la verdadera revolución de las últimas décadas.(*)

Por un lado, la escritura, (un medio "caliente", según Mc Luhan, cuyo mensaje se inscribe y memoriza con mayor intensidad que el de los medios "fríos" como la televisión), a través de Internet, se vuelve tanto o más instantánea que la imagen televisiva, pero se pierde en gran medida la simultaneidad. A través de la pantalla de la computadora, nos vemos forzados a escribir (es decir, interactuar), algo que no realizamos con el noticiero televisivo. Pero, a través de los mismos satélites, quedamos, como los aldeanos globales, conectados a un mismo medio. Esta nueva instancia en las comunicaciones podría ser denominada Citadela Digital.

La citadela digital no es siempre simultánea, como la aldea en globo de Mc Luhan, aunque mantiene esa potestad través de instancias como los chats. Acelera incluso más el mundo que la televisión, porque a través de las redes nuestro mensaje puede arribar a destino casi a la velocidad del sonido y nos permite interactuar (comprar, emitir, recibir y modificar contratos, cartearnos) de una manera muy superior a los medios previos.

Eso sí, la Citadela Digital es mucho más exigente para con el individuo y las culturas que su precedente "oral". En primer lugar, para acceder a esta nueva ciudadanía planetaria, la alfabetización se vuelve más impostergable que nunca; por más que se pueda decir que, por culpa del televisor y el video, países como Estados Unidos cuentan con un muy alto porcentaje de "analfabetos técnicos" (que alguna vez fueran alfabetizados pero que en en la práctica leen con gran dificultad) lo evidente es que, en estos tiempos, es más difícil que nunca la supervivencia del iletrado: se pierde incluso buena parte del mensaje televisivo, que en los últimos tiempos se apoya en sobreimpresos.

En segundo término, a partir de la explosión del computador personal, quienes no estén alfabetizados para la digitalización, es decir, logren adaptarse a la nueva tecnología, habrán de ocupar el lugar de los iletrados de otrora. Y algo más: si la celebración de la oralidad ha sido invariablemente realizada por quienes, desde el prerromanticismo, encuentran en esta vía la expresión -hipotéticamente- "genuina" del pueblo, del volk, es decir del folclore, lo cierto es que, como ya ha sido señalado incluso por organismos de Naciones Unidas, aquellas culturas que en el siglo que se abre no hayan sido digitalizadas, corren serio riesgo de desaparecer por completo. Para el caso uruguayo, esto equivaldría a señalar que, en el futuro inminente, una milonga que no haya sido digitalizada, en lugar de la expresión del volk uruguayo resultará una creación tan fantasiosa, remota e increíble como, cada cual para su época, terminaron resultando los dragones, las sirenas, el reino de la Atlántida, el país de nunca jamás o los perros de tres cabezas.


(*) Quien esto escribe bautizó con un neologismo un libro de su autoría y este proceso de recolonización: retroescritura

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