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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



HUMANIDADES - DINERO - SUJETO -

El pecado original de las humanidades (III)*


Aldo Mazzucchelli

 “¿Quién manda en el debate?”, pues, es cosa previa. Y es cosa ardua, pues de acuerdo a la organización institucional de los discursos, una cantidad abrumadora de veces quien manda en el debate es quien manda en el dinero.

 (III) Un sujeto sin control de sí mismo

En las primeras dos partes de esta secuencia se hacía referencia a algunas discusiones más o menos contemporáneas acerca del futuro de las humanidades, circunscriptas ellas a la academia norteamericana, que no es igual ni subsumible en otras como la francesa, alemana, o aun latinoamericana. Se terminaba observando que una cuestión relevante es quién sienta las formas de legitimación del debate acerca de si tiene sentido o no continuar con la institución de las humanidades dentro de la enseñanza superior. En otras palabras, si unos supuestos utilitaristas son los que dan el marco para debatir, es muy poco probable que las humanidades logren superar la discusión, mientras que si el debate se acepta y se da según supuestos de la propia tradición humanística, el resultado sería seguramente el inverso. “¿Quién manda en el debate?”, pues, es cosa previa. Y es cosa ardua, pues de acuerdo a la organización institucional de los discursos, una cantidad abrumadora de veces quien manda en el debate es quien manda en el dinero.

La cuestión, apenas así planteada, revela que lo que se ha venido discutiendo no es en realidad si las humanidades si o no, y cómo, sino simplemente si en el próximo presupuesto de, digamos, la Universidad del Estado de Nueva York, habrá o no dinero para el Departamento de Lenguas Eslavas, y cuánto. Es decir, de lo que Stanley Fish y otros se han venido haciendo eco, es de los ecos de un debate presupuestario cerrado en sí mismo y que se procesa caso a caso—no se discute sobre la estrategia, pero se resuelve sobre la táctica. Y pese a los distintos esfuerzos de abrir tal debate al público, darle alguna dimensión política, y quizá por esa vía intentar hacerlo más interesante, se hace difícil conectarlo con debates epistemológicos más de fondo.

Asomemos a estos últimos. Algunos ingredientes nuevos, contemporáneos, que creo debieran formar parte de esos debates más de fondo son los siguientes (los enumero sin esperanza de ordenarlos, y mucho menos de ser exhaustivo): lugar de lo escrito (la tradición de lo escrito como área de conocimiento y como medium del conocer) en la sociedad y en la ecología mediática; rol de la representación en la historia y peripecia moderna del Sujeto; relación de las disciplinas humanísticas con los campos científicos rectores de la investigación “moderna” (s. XIX) aplicada—siguiendo al primer Foucault en “Les mots et les choses”: vida, economía y lenguaje; relación tecnología-conciencia; perfil educativo ideal (o virtual) para un posible ciudadano de las décadas en que estamos instalados y las que vienen. Finalmente, lo que he insinuado más arriba en este texto: el carácter de invaginación o rulo de la discusión epistemológica. Dicho de otro modo: las humanidades están pasando a carecer de autonomía epistemológica. La declaran, apoyándose en su historia, pero el desarrollo del saber, el valor, y la legitimidad, están escapando irremisiblemente de los ámbitos sociales y discursivos que las humanidades controlan.

El alcance de cada una de estas dimensiones es conceptualmente apreciable, y en relación con ellas se podría discutir la cuestión de si la institución de las humanidades tiene todavía algún lugar bajo el sol de la universidad, y cuál y cómo debiera éste ser. Por ejemplo, en relación a la primera cuestión, es evidente que la escritura ni ha desaparecido ni es menos practicada ahora que antes. Pero es igualmente evidente que su rol dentro del conjunto de los medios ha cambiado dramáticamente con respecto no sólo a hace un siglo y medio atrás (cuando se diseñó la institución de las humanidades) sino a hace una década atrás. La gente sigue escribiendo, e integrando su escribir a muchas de las nuevas plataformas tecnológicas que van apareciendo. Pero la gente no sigue escribiendo y leyendo, mayoritariamente, el mismo tipo de textos que antes, ni estos juegan el mismo rol masivo que antes jugaban (lo escrito ya no es vehículo principal, por ejemplo, de la discusión política general), ni la relación lector/escribiente/texto es ya como era. La referencialidad del opinar, conocer y elegir ha migrado, de una discusión con referencia cultural en la “tradición de Occidente” a una miríada de discusiones tácticas sin referencial cultural canónica posible. El logos no se abre solo ni primordialmente en lo escrito, y el rol de lo escrito en relación al conocer y al ser ciudadano informado y decisor palidece. Eso afecta al núcleo de todo pensar en la necesidad y forma de una disciplina de tipo humanístico. ¿Para qué tipo de lectura y escritura formar al público universitario? ¿Para dar discusiones inscriptas en qué tradición, en qué marco referencial? ¿Cómo es la forma de pensar y relacionarse con el mundo de alguien formado en la lectura de textos, a secas, versus la de alguien predominantemente oral o formado únicamente para el uso de textos breves?

Una segunda cuestión ha sido definida mejor que en cualquier otro sitio que conozca en un justamente famoso ensayo de Martin Heidegger traducido al castellano como “La era de la imagen del mundo”. El filósofo argumenta allí que “lo decisivo” de la modernidad es que en ella “la esencia del hombre se transforma desde el momento en que el hombre se convierte en sujeto”. El problema con ello es que, a la vez que el sujeto se configura finalmente como en estado de “madurez” y “responsable” de sus propias acciones (según el famoso y breve decir de Kant en “Qué es la Ilustración”), se hace imposible que cualquier cosa que pueda representarse como “su” posición, voluntad o interés, escape al juego de lo que ya está previamente a disposición, “objetivamente”, como representable. El sujeto existe sólo en tanto un objeto más entre otros, presa de las mismas dinámicas y presiones que el resto de lo objetivo, y sólo como un objeto más puede representarse a sí mismo. Su investigación (humanística o científica), es decir su voluntad de dirigirse en algún sentido, está desde ya objetivada en posibilidades que no le pertenecen.

La representación del hombre (y de “lo humano” y de todos sus posibles contenidos) se vuelve así un hecho externo y saca para siempre al sujeto de cualquier  ilusión de individualidad “pura”. El proceso de objetificación del mundo culmina apropiándose también, aun cuando sea de una forma tensa y resistida, de todo posible sí mismo. El “proyecto romántico” de las humanidades, como lo llama al pasar el mismo Heidegger, sólo puede resistir un tiempo en ese contexto, pero está condenado y deja de tener un lugar en la esfera de las líneas posibles de investigación, las que por otra parte están completamente institucionalizadas, pues es imposible obtener una legitimidad “individual” y no institucional. La pregunta del comienzo acerca de quién determina la legitimidad de la discusión por el “futuro de las humanidades” queda así contestada.

Si esta visión es correcta (y la intensa capacidad de los textos de Heidegger para anticipar y formular la era de la técnica y la tecnología parecen así sugerirlo), el programa de las humanidades, que buscó en su origen histórico generar un espacio institucional para el despliegue del análisis y la interpretación de todos los problemas humanos por parte de un sujeto que se suponía libre, ya sea desde una perspectiva hermenéutica, teórico formal o historicista, se revela como una utopía institucional que tiene que haber empezado a hacer ruido desde prácticamente su creación. Y efectivamente, las humanidades comenzaron a hacer ruido en el momento mismo en que comenzaron. Pues en la medida en que las humanidades en tanto camino de formación representan el espacio por excelencia en la universidad en donde el sujeto se pone a sí mismo como objeto de representación, se estudia, se convierte en un observador de segundo orden de su propio carácter de sujeto. A partir de allí, su plan de investigación no podrá nunca ser libre, sino que está siempre-ya dictado por los contenidos verosímiles de lo imaginario, ajeno y colectivo. El “pecado original” del sujeto de las humanidades está en tal inevitable jugar su originalidad en una representación que necesariamente se vuelve de curso, ajena y pública. Al representarse, el sujeto se aliena de aquello que, en el ideal de la Bildung, consiste supuestamente su razón fundamental de ser, su carácter único y original. Es otra forma de ver la entrega de la verdad de sí a la lógica de la verdad de la ciencia. Todo esto está claramente prefigurado en el modo cómo se negoció la organización institucional de las humanidades desde su origen histórico a comienzos del siglo diecinueve, materia del próximo apartado.

Excurso histórico: Bildung, educación, libertad individual

En el otoño de 1810 se impartían los primeros cursos en la Universidad de Berlín. Ese momento marca lo que en general se considera el arranque de la universidad moderna. Filosofía, Historia, Filología, Matemáticas, y Antropología son las disciplinas que se dictan inicialmente allí. Una sintética mirada a dos aspectos del proceso por el cual se llega a la creación de esa universidad, modelo para el resto en el mundo transatlántico, ayuda a comprender la raíz histórica del problema de primacía al que se viene aludiendo, directamente hoy desembocado en el debate sobre el futuro de las humanidades.

Claude Piché ha resumido esta discusión en un artículo (“Fichte, Schleiermacher y W. von Humboldt, sobre la creación de la Universidad de Berlín”) que seguiré en general al revisitar dos de los puntos que resultan clave desde aquella discusión. El primero es la cuestión genética de preminencia o no de la filosofía dentro de la universidad—resuelta al cabo en creciente y rápida autonomízación de las ciencias empíricas. Este punto es clave porque, como lo he adelantado, si no es en el campo de batalla de la filosofía sino en el de la empresa donde se discute el futuro de las humanidades, no habrá ya siquiera una discusión al respecto—cosa que está claramente ocurriendo. La segunda, y aun más importante acaso, es que dependiendo de la concepción de sujeto implícita en la comprensión de la formación personal o Bildung—es decir, dependiendo de si se trata de un sujeto estrictamente jurídico o de otro más integral—resultará uno u otro énfasis en los principios de la cuestión educativa general.

Sobre el primero de los puntos, la misión de la universidad de Wilhelm von Humboldt y Friedrich Schleiermacher, recuerda Piché, “gravita esencialmente en torno de la Wissenschaft” (es decir, a las ciencias que implican investigación sistemática y enseñanza, por oposición a la formación técnica y profesional). En esta concepción todas las disciplinas, incluidas las ciencias empíricas, atañen en alguna medida a la filosofía—en la medida, precisamente, en que es la filosofía la que tiene la capacidad de discutir los principios epistemológicos y éticos de la investigación en cada una de ellas. De ahí no se deduce naturalmente, sin embargo, que la filosofía deba, en la práctica, tener alguna jerarquía superior dentro de la organización universitaria. Tal preminencia no solo epistémica sino incluso en términos de poder universitario, de la filosofía, fue defendida desde el comienzo por Johann G. Fichte, uno de los tres actores más importantes en esta discusión originaria de la universidad moderna. Tanto él como Schleiermacher presentaron proyectos de organización para la nueva universidad, y tocó a Humboldt la decisión final sobre el tema. La concepción de Fichte, más vertical y con énfasis en la idea de un desarrollo de los estudiantes hacia la perfección de una verdad única, final y uniformizadora, así como más orientada a la especialización, resultó en general derrotada en aquella polémica inicial, pues Humboldt decidió apoyarse en una concepción más liberal que en general compartía con Schleiermacher. Sin embargo Schleiermacher justo en este punto convergía con la concepción de Fichte. En su Gelegentliche Gedanken über Universitäten in deutschem Sinn” (“Pensamientos ocasionales acerca de la universidad en sentido alemán”, de 1808), Schleiermacher establece que la “filosofía trascendental” “contiene en sí misma la responsabilidad en la organización natural de la ciencia, la filosofía pura trascendental y todo el lado de las ciencias naturales e históricas”. En cualquier caso, tal cuestión de la ingerencia de la filosofía sobre el quehacer científico fue problemática desde el comienzo mismo. A la hora de organizar el trabajo y la institucionalidad, Von Humboldt adopta una actitud más equilibrada, enumera cuatro disciplinas fundamentales para ese conocimiento primero o Wissenschaft, sin orden de prioridad: historia, filología, matemáticas, y filosofía—a la que agregará además una quinta, la antropología. Porque en la concepción de von Humboldt, explica Piché, “lo que importa no es la jerarquía de los saberes, sino sobre todo la multiplicidad y la riqueza de las ciencias a las cuales el individuo puede escoger consagrarse en vista a su propia formación”. En esta concepción más horizontal de distintas disciplinas, que como se sabe luego irían multiplicándose, diversificándose y especializándose crecientemente, se reflejaba, según Piché, la concepción de Humbold y Schleiermacher, de que “el proceso de la Bildung debe al término conducir a un hombre mejor, en el sentido en que la práctica de la ciencia es al mismo tiempo una educación moral”. En Humboldt hay una mirada de desarrollo integral y menos tendiente a la especialización que en el caso de Fichte; su concepción de Bildung presupone un desarrollo más completo y armónico de distintas facultades y disposiciones, y depende de un ideal de “totalidad” en el desarrollo personal. Un término empleado por Humboldt es Eigentümlichkeit traducible según Piché como “originalidad” o “particularidad significativa”, y “propia” de alguien. Hacer de la propia vida una obra de arte.

Lo anterior conecta con el segundo de los puntos anticipados como fundamentales en el momento de creación de la institución universitaria de las humanidades: ¿cuál es la concepción de sujeto que alimenta la noción de Bildung?. Pues, mientras los sujetos son todos iguales ante la ley, no lo son en tanto tales; son anónimos e iguales ante la ley, pero no son “sustituibles” en tanto tales en muchos de los dominios de la vida– he ahí la importancia irrenunciable de la Bildung. Sin embargo, por su propia configuración el utilitarismo, respetuoso de los fundamentos del liberalismo en términos de filosofía jurídica, es completamente miope ante esta diferencia específica de los sujetos, puesto que solo puede medir resultados, eficiencias, retornos. Todo lo que ve de los individuos está fuera de ellos, como cifra y cuantificación que puede alcanzarse simplemente sustituyendo empleados o consumidores. El “sujeto” es rozado a lo sumo en el marketing, en donde una vez más se lo instrumentaliza en tanto potencial de resultados de venta que incide en los discursos. Naturalmente que esto, que puede ser jurídica y económicamente inobjetable en la mayoría de los casos, es aberrante en cuanto la diferenciación de los individuos. El “individuo moderno culto”, en tanto explorador único de sus propias posibilidades vitales, al utilitarismo no le interesa. Los resultados de tan obvio estado de cosas son parejamente evidentes, conocidos por todos, y es prácticamente innecesario mencionarlos. Mientras que para las humanidades en particular, el desarrollo en la libertad de los sujetos es valor supremo, para el positivismo y sus derivados más actuales la cuestión de la libertad está encapsulada en un menú previo, existente antes de que, por ejemplo, el estudiante de ciencias se sume al sistema; la elección de objetivos de investigación es opaca y ocurre en instancias superiores—el estudiante elige sus objetivos como parte integrante de estrategias de investigación más amplias ya definidas—y la libertad del nuevo investigador está garantida dentro de tales márgenes ya definidos. El único formato de conflicto moral conocido es el que puede resumirse en los problemas de ética del impacto de la investigación científica en determinadas creencias o prácticas sociales existentes. Pero el problema mayor de la pertinencia misma de la ciencia, la eficacia, la utilidad, en relación a otros valores, queda sin ser planteado o se lo considera algo propio de lunáticos—lo mismo que cualquier forma de conocimiento o práctica que no forme parte de aquello que la ciencia puede manipular o controlar. La tensión entre las humanidades y el desarrollo de la investigación científica básica y aplicada es claro a partir de la conciencia del eje aquí esbozado, que como se ve estuvo muy presente ya en el momento de definir estrategias dentro de la institucionalidad científica moderna.

* * *

Muerto el individuo (como agente interpretativo libre) al nacer, se acaban las humanidades como proyecto institucional ligado al “individuo moderno”, salvo que se las vea y transforme en espacios en los que compiten, de manera des-individualizada pero intensamente programática, diversas representaciones políticas, sociales, éticas o espirituales sin relación conocida o formulable con sujetos individuales. Es decir, los sujetos se convierten en talking heads que reproducen una u otra de las “líneas de investigación” predefinidas y únicas en todas partes (cuestiones de género, minorías, diversidad, etc.) cuyos contenidos ya existen preformateados antes aun de empezar a “descubrirlos” con la investigación. Tales contenidos no tienen ya ninguna relación conocida con el “proyecto romántico” de las humanidades, es decir, con el proyecto de producirse a sí mismo de forma libre.

Al final de esta historia, está el sujeto, o el ex-sujeto, ahincado hoy ya en las formas inanes de un ultra-individualismo que no es tal, que no puede serlo. Un ultraindividualismo que probablemente a su modo intenta—siquiera psicológicamente—compensar la profunda desindividualización de los contenidos discursivos públicos: lo que se dice en su mayoría en las redes sociales es un re-decir lo ya dicho donde el “individuo” a lo sumo se identifica o espeja en chunks de contenido preformateado. El individuo contemporáneo repite los discursos de autonomía que inventaron sus tatarabuelos en el siglo 19, pero ¿ahora como farsa? El proyecto de individuo moderno, en todo caso, hace mucho que no puede ser, ha muerto con la ida de Rimbaud al África, o aun antes. La originalidad, el genio, la iniciativa única, son otros tantos entes en el equipamiento del mundo. Por la razón que decía el mismo Heidegger, ya en Ser y Tiempo (“uno huye de la multitud igual que otro huye de la multitud”) los espacios de autenticidad, originalidad, etc. son otras tantas formas ya existentes en el impersonal “discurso”. Se las podrá acaso experimentar individualmente, pero no se las puede representar salvo como fracciones de alguno de los programas de investigación disponibles. Una concepción de las humanidades que siguiese pues pretendiendo “formar individuos capaces de descubrir o iluminar” cualquier aspecto de la existencia—gente que busque posicionarse a la vanguardia de la especulación y el pensamiento—debería reconocer su propio carácter distópico.

Además, la institución de las humanidades, originalmente creada en torno a la interpretación de textos escritos, ha terminado consolidando las mismas teorías que intensificaron la autodestrucción (o la suave y bien perfumada deconstrucción) de cualquier estrategia de interpretación significativa de textos escritos. Una vez que la estrategia deconstructiva, la teoría crítica, y otras “epistemologías de la sospecha” se convirtieron en los únicos modos autorizados de leer, es poco lo que se puede esperar de cualquier lectura. Esta actitud ha cundido y terminado de operar como un agua regia sobre zonas en origen consideradas esenciales dentro del campo humanístico, como la práctica filológica de buscar, transcribir, conservar, comentar e interpretar textos. Durante un persistente tiempo la única actitud suficientemente madura y avisada fue la de no creer en ninguna lectura (siquiera provisoria) de nada. Tal actitud escéptica se dobla además en una actitud meta-discursiva. Es imposible leer, solo se podría, avisadamente, leer cómo leer, postergando el cierre interpretativo hasta el infinito. Según esta tendencia, se llega al absurdo de que un académico de humanidades es el único sujeto absolutamente incapaz de leer –el resto de la gente, felizmente, aun es capaz de leer un texto, entender de él un sentido aproximado, y seguir adelante. Tal tendencia, una especie de enfermedad profesional, ha tomado el espacio de la comunicación pública. Las zonas editoriales de los periódicos, por ejemplo, hoy ofrecen mucho menos “línea política” que análisis politológico. Según esa rutina, lo que un político intente decir nunca será escuchado como tal, sino como función diferencial de movimientos internos del “escenario” político. La discusión sobre el Estado, la ciudadanía o el bien común se trocan en análisis ajedrecístico de la comunicación política.

Al final, las prácticas “humanísticas” personales son posibles y remuneradoras en muchos sentidos: escribir, pensar, comentar, narrar la historia, y si no en sentido institucional, al menos en el sentido irreductible de crítica y negatividad pura de un sujeto que se resista. Pero otra cosa es la discusión acerca de la institución universitaria de las humanidades, que es la que nos ha ocupado en este trabajo. Su sentido en tanto institución se ha jugado hace tiempo al ingresar en las lógicas de la investigación dirigidas desde el corazón del objetivismo. Las instituciones son más largas y persistentes que las ideas y las tendencias. En la tensión entre prácticas de investigación pre-formateadas e iniciativa individual “libre” (sublimemente moderna) transcurre la agonía de las humanidades, que cada tanto lanza un vislumbre como de claridades viejas, acaso muy significativas, pero seguramente incapaces de convencer o torcer a la maquinaria epistémica y financiera del presente y el futuro visible.
 

Breve anotación sobre referencias

La mayor parte de las referencias han sido mencionadas, con precisión suficiente, directamente en el texto, y no como aparato de notas al pie—práctica a menudo superflua y que entorpece la lectura en los ensayos humanísticos, además de dar una innecesaria apariencia de cientificidad a lo que se dice. Aquí va alguna ampliación o detalle mayor respecto a las fuentes. Los comentarios iniciales a la discusión sobre el presente de las humanidades en Estados Unidos, así como una serie de citas secundarias, dirigen a una serie de columnas publicadas en su espacio Opinionator por Stanley Fish, en el New York Times, en el año 2008-9, disponibles online en el website del citado periódico. Sobre alguna de ellas se puede escuchar una reacción especialmente interesante en el podcast de entrevista a Richard Rorty en la extraordinaria serie de Robert Harrison, Entitled Opinions About Life and Literature, disponible gratuitamente en iTunes. Un libro valioso donde se puede profundizar la cuestión de las humanidades y las corporaciones es el mencionado Frank Donoghue (2008-04-30). The Last Professors: The Corporate University and the Fate of the Humanities. Oxford University Press. Kindle Edition. Se puede considerar también Roger Kimball. Tenured Radicals: How Politics Has Corrupted Our Higher Education. Fordham University Press, 2008. Este último tiene un exceso de ira en sus visiones políticas, lo que no le impide acertar en varios de los diagnósticos que presenta, y que apoya con muy numerosos datos de primera mano. Sobre la cuestión de los orígenes de la universidad, la lectura de los textos originales es facilitada por la serie dirigida por Ferry, Luc, J-P Person y Alain Renaut: Philosophies de l’Université. L’idealism allemand et la question de l’Université. Payot, París, 1979, que traduce al francés textos de Fichte, Schleiermacher y W. Von Humboldt sobre este asunto. Hay un artículo que resume estas discusiones, disponible en castellano: Claude Piché, “Fichte, Schleiermacher y W. von Humboldt, sobre la creación de la Universidad de Berlín”, Praxis Filosófica, nueva serie, 21, Jul-Dic. 2005: 129-155. Una interesante conexión, que he referido al comienzo, entre la fundación de la universidad moderna, la cuestión del ocio, y el contrato implícito Estado-ciudadano moderno puede leerse en Hans Ulrich Gumbrecht, “The Origins of Literary Studies—And Their End?” Stanford Humanities Review, Vol. 6.1 – 1998.

 



* Publicado originalmente en REVISTA CHILENA DE LITERATURA Septiembre 2013, Número 84, 37-55.

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