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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ARBELECHE, JORGE - PARECIDO A LA NOCHE -
 

Las murallas abiertas

Mariella Nigro

 

No es novedad el interés de Arbeleche en los personajes homéricos (...) pero en este libro los presenta en una instalación poética de atmósfera teatral: “en esta galería apócrifa / de nombre y de héroes…”, desfilan Helena, Aquiles, Casandra, Tersites, Hécuba, Paris, Príamo, Glauco, Patroclo, Andrómaca y los caballos de Troya.

Una lectura de Parecido a la noche, de Jorge Arbeleche
 

“Y todo está ahí, a nuestro alcance. Detrás del velo. Junto a los dioses.” Jorge Arbeleche (De El velo de los dioses)

  

“La poesía es memoria sin recuerdo

puro presente extendido

edad sin tiempo”

Rafael Courtoisie (De Santa Poesía)



Parecido a la noche, el más reciente libro de poesía de Jorge Arbeleche, se inicia con “Las murallas de Troya”, una galería de personajes homéricos que alzan la voz, poema a poema, y dejan registro de su biografía o dan su póstumo testimonio desde el más allá, revelando historias que podrían haber seguido a los relatos de la guerra de una Troya micénica, una breve secuela tan envuelta por la bruma como en La Ilíada. Efluvios de la inspiración del poeta antiguo, rastros de la epopeya y el mito helénicos, “Las murallas de Troya” se constituye en un juego de espejos con las citas de los Cantos que coronan cada poema, donde La Ilíada es entonces obra interrogada, acaso “ajustada”, como diría Barthes de la acción de la crítica literaria, “cubierta” por el propio lenguaje del poeta, que es, finalmente, el lenguaje de su tiempo. La poesía se reafirma, entonces, como forma de conocimiento, con su labor de rememoración e invocación, al tiempo que confirma su propedéutica, y también la función de oficiante del poeta: su trabajo con el lenguaje en una ceremonia de trasiego entre la realidad más palpable y el sueño más oscuro.

No es novedad el interés del poeta y profesor Arbeleche en los personajes homéricos: “Último Ulises” y “Nausicaa” (de Alta noche), “Ritual (de Alfa y Omega), Grecia y yo, entre otros. Pero en este libro los presenta en una instalación poética de atmósfera teatral: “en esta galería apócrifa /  de nombre y de héroes…”, desfilan, dejando el eco misterioso y oracular de la historia antigua, Helena, Aquiles, Casandra, Tersites, Hécuba, Paris, Príamo, Glauco, Patroclo, Andrómaca y los caballos de Troya, respirando todos en el aire que les da el poeta que, como un taumaturgo tras la tramoya, les ilumina los rostros detrás de las máscaras, y les hace admitir su existencia diegética, su esencia narrativa:
 

No reclamé ser convocado

 ni a la escritura ni al recuerdo

 “No le impongas el ejercicio de leerme (Glauco)

 

“Poeta, basta.

Bórrame del verso…” (Andrómaca)


Los agonistas se miran a sí mismos y se hablan entre sí: Patroclo, a Aquiles: “No puedo salir, quedé atrapado detrás de la vitrina ciega.  (…) Adiós, amigo, / el más querido. Inútil es forzar esta frontera.”; Aquiles, del otro lado de la aporética frontera, implora a su madre: inundo con mis lágrimas tu río, / madre, rogad a los dioses inmortales / que me devuelvan a Patroclo.”; Tersites, frente a los aqueos, increpa a Agamenón, “soberbio y brutal.

El poeta moderno habla a través de las máscaras del mito, y lo actualiza. Como Octavio Paz en “Mariposa de obsidiana”, cuando hablaba por la voz de la diosa Tonanzin, y él mismo terminaba interpelado por la poesía en el espacio primordial del santuario, Arbeleche convoca a unos velados hombres y mujeres arquetípicos, hijos de dioses o de ninfas, aqueos nacidos de la catástrofe, de la cólera, de la hybris del héroe o la maldición de los atridas, y los deja en el libro suspendidos en su eterno parlamento, en un tiempo agustiniano, actualizados por la memoria poética.

Que lo consignen, si quieren, los venideros escribas / del futuro”, dice Paris, y queda el poeta interpelado, instalado junto a las murallas de Troya, moderando a las Moiras, recuperando la memoria órfica de la fratría.

Aquí el poeta parece venir desde el fondo oscuro de la Historia a administrar la sophrosyne, esa virtud que como enseñara el helenista Jean Pierre Vernant, es en Homero “el buen sentido: los dioses la devuelven a quien la ha perdido (…)”, es “el retorno, tras un período de turbación y de obsesión, a un estado de calma, de equilibrio, de control”, a través de “música, danza, cantos” en la liturgia, entonces posiblemente también por medio de la poesía. Así, contra la hybris, la impureza, la imprudencia y los impulsos, la reflexión y la ponderación de la sophrosyne. En ese ejercicio, el poeta glosa los discursos de los personajes antiguos con sus propios pensamientos, y termina siendo el destinatario de las profecías, los testimonios, los recuerdos y hasta las imprecaciones de aquéllos:


Habrá quienes escriban de mi desolación.

Por más sabios que fueren, su pluma

 no será nunca igual a este latido

hueco que es hoy y siempre,

eso, que alguna vez llamaron alma (Hécuba)

 

Despréndeme la cáscara feroz de la memoria (…)

No me obligues

a ver de nuevo el cadáver de mi esposo (…)

Debo perderme. No me nombres. (Andrómaca)

 


Finalmente, en “Los caballos de Aquiles, Arbeleche, como el corifeo que dirige y cierra el coro, concluye la secuela del mito, dibujando un horizonte curvo en el que se divisa Troya -en una dimensión ajena, entre la bruma del futuro- y sobre el que vuela “el ominoso polvo” de la guerra:
 

Los guerreros antiguos mataban enemigos

como ahora. Tan peligrosos como bellos. (…)

era igual que hoy / la muerte para los derrotados. Bestial. Callada y silenciosa sin diferencia alguna.


La muerte, la fuerza del destino y el poder forman el mito, el mito ordena el caos y crea el cosmos, que sobrevive por la pluma del poeta:


Un poeta ciego los elevara desde la lucha oscura

al transparente verbo duradero (…).

La corriente sonora los cubre. Los resguarda

del ominoso polvo. Y los descubre.

 
Las murallas de afuera es la segunda parte del libro, y Oscuro, Claro, Seco y Húmedo, sus secciones. El poema inicial es el que da nombre al libro, en correspondencia con el epígrafe general: Iba parecido a la noche” (La Ilíada, Canto I). Y de alguna forma relaciona uno y otro lado de las murallas visitadas, agregando a la galería de personajes uno actual, el yo del poeta, a través de una alegoría, como en la estatuaria clásica. Un escultor amigo modela su busto. Al inicio, describe la secuencia de la labor (“le hunde sus dedos en los ojos (…) le baja o sube los labios…”); pero el poeta ve más allá del “montón arcilloso” bajo “la mano del artista”, ve la alegoría, y reflexiona: “¿Soy el de ahora / el que fui o el que seré?”, “¿Qué quedará de esa cabeza? ¿qué de la mía?.

Allí parece cifrada la clave de interpretación de los poemas de esta segunda parte, en la que vuelve Arbeleche con los temas que siempre le inquietaran: el ser y el tiempo, la memoria, el misterio de la palabra, la reflexión –la phronesis en la poiesis-, finalmente, su lugar en el mundo. También vuelve a la lluvia, al agua y al mar, espacio lábil de su poesía:

 

“En el agua del canto

abrevan las palabras.

En las orillas del silencio

pacen.  (Lluvia)

 

…bajan las palabras

para beber

la gota primera bautismal.

 

La tinta escucha.

Contempla. Ora.

 

Alguna vez

escribe. (Agua)


El mar es, como en su libro La sagrada familia, un espacio incierto, incomprensible (El hombre mira el mar. Y no lo entiende.”, decía entonces), un lugar para la introspección y el ensueño, un mundo sutil que reproduce el mundo interior del poeta:
 

Estepa vasta. Disecada.

Volví de tarde.

Cauce reseco todavía.

Retorné por la noche. (…)

El mar de nuevo. Con agua de la gracia.

 


Con tono lúdico o dramático, en el canto o la elegía, con la precisión reflexiva del epigrama o el vuelo de la imagen onírica, la poesía de Arbeleche es reconocible por la eufonía de su sello personal: su ritornelo poético, frecuentemente afirmado en el endecasílabo, tiene el aire de la lírica española pero infundido por su propio estilo, como ya observara el poeta Washington Benavides en el prólogo de Alfa y Omega.

La poesía ocupa territorios en los que bajo el “polvo de las cosas” están las letras, las palabras, los nombres verdaderos, que se descubren cuando se agencia el discurso con el trabajo metonímico: el verano, en la sandía cortada en dos, la poesía de Marosa en las mariposas y en “el ruido de un fleco / del manto de la Virgen / ante el eco de un ala”, en Clavos, la experiencia religiosa; mundos alternativos en los que se abren y cierran puertas y murallas al sentido; universos pascalianos, donde las palabras encienden un punto infinito en el pensamiento:

 

Alguien tal vez

le diera yesca al fósforo

y llama brindárale a la antorcha

e ilumina así el pie de tu

andadura.

Alguien ha cosechado

la espiga de tu lámpara.

Detrás de cada puerta.

Detrás de cualquier lado.
 

Enero de 2014
 

 

Referencias


Roland Barthes: Ensayos críticos (trad. Carlos Puyol), Planeta/Seix Barral, 2003, p. 350.

Jean Pierre Vernant, Los orígenes del pensamiento griego (trad. Marino Ayerra), Eudeba, 1965, p. 69.

Washington Benavídes: prólogo a Alfa y Omega, Banda Oriental, Montevideo, 1996.

Jorge Arbeleche: Grecia y yo, página web de la Academia Nacional de Letras.

Jorge Arbeleche: Alta noche, Editorial Acali, Montevideo, 1979.

Jorge Arbeleche: La sagrada familia, Estuario, Montevideo, 2010.
 

(Ediciones Vitruvio, Colección Baños del Carmen Nº 4, Madrid, 2013)

 

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