| COMUNICACIÓN. Una de las pequeñas grandes palabras de la democracia 
			liberal contemporánea. Es decir, uno de los fetiches de la utopía 
			liberal contemporánea. Hay una "teoría de la
			comunicación" y 
			unas "ciencias de la 
			comunicación" que tramitan el perpetuo e ilimitado estado de
			comunicación de todas 
			y cada una de las partículas del cuerpo social. La
			comunicación es menos 
			el cemento que cohesiona a todo social (como decía Louis Althusser 
			hablando de la ideología) que el lubricante habermasiano que permite 
			el buen funcionamiento de la megamáquina y que nos proporciona el 
			placer extra de sentir o vivir esa megamáquina global funcionando 
			suavecita y aceitada, como una prótesis y una potenciación 
			maravillosa de nuestro propio cuerpo. Somos terminales nerviosas en 
			el gran sistema nervioso global. Cada uno se excita y comunica. Yeso 
			compone la trama capilar de la enorme red 
			informativo-expresivo-comunicativa. Es la consagración plena de la 
			fantasía esquizofrénica deleuziana de una constelación sin centro y 
			sin periferia, en la que estamos sin estar, en forma anónima, sin 
			compromisos, sin filosofía, sin ideología y sin dogma. Sin religión 
			y sin destino. Por fin liberados de nuestras estúpidas obligaciones 
			civiles y de nuestras autoritarias identidades sociales. Una gota de 
			agua en el océano nietzscheano del devenir. Sólo excitándonos y 
			comunicándonos, de cuerpo a cuerpo. Es el mercado mismo.
 TRANSMISIÓN ("broadcast 
			yourself", eslogan de Youtube). Es la fase superior de la
			comunicación. Es el 
			acto exaltado de la 
			comunicación misma ante el 
			espejo de la pantalla. Y es una reinyección de excitación a una
			comunicación que 
			corre siempre el riesgo de aburrir o volverse monótona, contrapeso 
			de la propia acción anónima de comunicar en una red impersonal y, 
			esencialmente, siempre indiferente. Pues no es en absoluto lo mismo 
			—aunque lo sea— comunicarme y transmitirme. Transmisión es la verdad 
			masturbatoria absoluta de la comunicación: es un
			pliegue narcisista de 
			la comunicación, el momento de gloria sobrenatural ante la cámara o 
			el micrófono. Alguien preguntaba, con ironía, qué diferencia podría 
			haber entre tener una relación sexual con mi pareja y utilizar a mi 
			pareja como un dispositivo para masturbarme. Es la misma que hay 
			entre comunicarme y transmitirme. En lo real de los cuerpos y los 
			nervios no hay tal diferencia. Pero en significados y conceptos hay 
			un abismo. Transmitir es superior a comunicar: es un paso más hacia 
			la nada. Transmitir le pertenece plenamente a la publicidad como 
			réplica obscena de la obscenidad del mercado. En los reality 
			shows, por ejemplo, ya no se comunica: se transmite: cada uno es 
			una fuente de broadcasting, cada uno el espacio de un 
			esponsor. Los estúpidos pegotines de los autos en los que unos 
			dibujitos simpatiquísimos muestran a los integrantes de la familia 
			(una pareja, dos nenitos, un perrito, una tortuguita, etcétera) no 
			informan ni comunican nada: transmiten. Los púberes que subieron un 
			video que los mostraba apaleando a una perra no comunican nada ni 
			informan nada: transmiten. Y eso dibuja un problema mucho más 
			siniestro y oscuro.  
			
			
			 
 * Publicado 
			originalmente en Tiempo de Crítica. Año I, N° 15, 15 de junio de 
			2012, publicación semanal 
			de la revista Caras y Caretas.
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