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ISSN 1688-1672

 



ADOLESCENTES -
 

Diccionario para los nuevos tiempos (IX)*

Sandino Núñez
 

ADOLESCENTE - Al adolescente no se lo descubre ni se lo describe: se lo produce, se lo sobredibuja, se lo caricaturiza. El adolescente es una creación hiperrealista. El tema no es el adolescente, sino la generalización funcional de su figura y su concepto. La cultura de masas, el cine, la televisión y la publicidad desbordan ejemplos de esta fascinación del mundo contemporáneo con el adolescente.

ADOLESCENTE. Si el niño o la infancia eran la clave arcaica del sujeto en la modernidad clásica, la adolescencia o la pubertad se han convertido en la paradoja de un definitivo intermediario transitorio, en un eterno estado de excepción entre la infancia y la madurez, una suspensión precaria y a la vez definitiva del tiempo y de la organización del tiempo. Si la infancia ha sido, desde Descartes, infancia del sujeto, la pubertad, la adolescencia o aun la juventud son un invento estático muy reciente —y su "descubrimiento" espectacular por la máquina del mercado puede ser fechado después de la segunda posguerra. Pero la psicología de las edades no vacila en describirlo, objetivamente: labilidad del yo oculta tras una paradójica exacerbación del yo, tendencias gregarias y tribales, carácter imitativo o mimético, actings pasionales explosivos en formas extremas de amor-odio, extrañamiento histérico narcisista (vergonzoso o exhibicionista) del cuerpo mutante, sumisión absoluta tras una máscara de rebeldía reactiva, cierta pragmática individualista y hasta hedonista, tentación con los juegos de desafío y competitividad, con los de experimentación, con los de vértigo y los estados alterados. Pero curiosamente, allí donde nos rechina la flagrante y recurrente tontería de describir un objeto positivo (el adolescente), triunfa una especie de verdad metafórica. Podemos decir que al adolescente no se lo descubre ni se lo describe: se lo produce, se lo sobredibuja, se lo caricaturiza. El adolescente es una creación hiperrealista. El tema entonces no es el adolescente, sino la generalización funcional de su figura y su concepto. La cultura de masas, el cine, la televisión y la publicidad desbordan ejemplos de esta fascinación del mundo contemporáneo con el adolescente. Sus grandes tragedias ocurren ahí, en acto o en potencia: conflictos territoriales de pertenencia o rechazo, la despiadada competitividad, el comportamiento de manada con su macho alfa y sus adulones y vasallos, instituciones americanas como las comunidades de college o de campus, el baile de graduación, el insoportable momento de vergüenza o de rechazo al que someten al nerd o al freaky al dejarlo en bolas frente a la multitud. Todo eso que germina en un suicidio colectivo, o en un tiroteo de represalia o venganza, o en la lenta maduración de un asesino en serie: lo asocial más radical, monstruoso y dañino. Las culturas comunitarias son siempre adolescentes, o sólo logran estabilidad en ese estado de inestabilidad permanente entre la sumisión al poder y la libertad abstracta absoluta. El niño era un proyecto del adulto y el adulto era un proyecto de sí mismo, determinado por el niño —y ahí se levantaba la historia como drama y organización narrativa del tiempo colectivo. El adolescente, en cambio, es un paréntesis en el que se es nada y se es todo. No hay historia ni origen ni destino. Nuestra cultura es adolescente: vivimos aterrorizados o extasiados el momento congelado de la desmentida: los reyes son los padres, los padres son idiotas, no existe el bien ni la justicia ni las ideas y todo es un invento de viejos nihilistas para someter y manipular la energía de la vida. Solamente existo yo y mi cuerpo y mi libertad. Si Descartes, Kant o Hegel son adultos, Nietzsche es adolescente. Por eso la pasión por Nietzsche en las últimas décadas es síntoma intelectual de algo.
 



* Publicado originalmente en Tiempo de Crítica. Año II, N° 57. 26 de abril de 2013, publicación semanal de la revista Caras y Caretas.

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