H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


 


EDUCACIÓN - URUGUAY - ESCRITURA - LECTURA - ANALFABETISMO - INDUSTRIA EDUCATIVA - INDUSTRIA CULTURAL - CURTIS, JOHNSON -


Sangre envenenada. Lectura e industrias culturales*

Alma Bolón
 

La escuela dejó de acostumbrar a los escolares a leer, y entendió este abandono como una especie de fenómeno natural irreversible; adhirió al eslogan de "una imagen vale más que mil palabras" y experimentó cierto alivio, al darse por dispensada de cualquier resistencia a esta máxima, pura monserga que nunca dará con la imagen que logre decirla.


Siguiendo una perspectiva farmacológica, podría decirse que el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) es el antídoto al Ministerio de Economía y Finanzas (MEF). Los efectos tóxicos producidos por las políticas impuestas, fomentadas o legitimadas por el MEF son contrarrestados por las pócimas que el Mides suministra. Si el grado inversor le envenena la vida a la mayoría de la población, el Mides aplica planes sociales para mejorar esa mala sangre. Y si el fomento de la economía extractiva (forestal, sojera, minera) deja exangüe la tierra y a sus trabajadores, los planes del Mides transfunden un poco de liquidez en esos cuerpos desahuciados.

El principio farmacológico debería dejar contento a todo el mundo: las fuerzas económico-financieras se despliegan y actúan sin ser coartadas, los maltratados por el ímpetu de estas fuerzas son recogidos por algún plan y reciben los anticuerpos correspondientes a su caso (anciano, niño, drogadicto, desocupado, ludópata, joven, mujer golpeada, diverso, etcétera). Sin embargo, no sucede así; más bien ocurre que pocos son los contentos, si los hay. Puede que las dosis de antídotos sean escasas, puede que no haya fármaco que recomponga lo que está roto.

Otros ministerios, con mayor economía, parecen contener en su seno la doble función, la deletérea y la balsámica. Véase, por ejemplo, el Ministerio de Educación y Cultura, en el que una mitad de su nombre procura contrarrestar los tóxicos de su otra mitad. En efecto, desde que la Educación -sobre todo Primaria, pero no sólo- abandonó su cometido de enseñar a leer y a escribir, dedicándose a "socializar", "contener", "apoyar la construcción propia del saber", "formar en valores", "colmar la brecha digital", etcétera, la cultura ha debido reforzar las dosis de antídoto, promoviendo actividades vinculadas al libro y a la lectura.

Se recordará que, en cierto momento, hace ya algunos años, la escuela dejó de ser el lugar privilegiado de trato con la lengua escrita y ningún otro lugar pasó a serlo. La escuela dejó de acostumbrar a los escolares a leer, y entendió este abandono como una especie de fenómeno natural irreversible; adhirió al eslogan de "una imagen vale más que mil palabras" y experimentó cierto alivio, al darse por dispensada de cualquier resistencia a esta máxima, pura monserga que nunca dará con la imagen que logre decirla.

Por cierto, esto no sucedió únicamente en Uruguay sino también en buena parte del planeta; aunque sí ocurrió en Uruguay de manera extrema, exagerada, casi sin margen para la oposición, con el envión novelero con que aquí se abrazan las modas, con el impulso monótono por las novedades. En Uruguay se dio por descontado que la modernidad post dictadura imponía que la escuela fuera otra cosa, como si por fin hubiera llegado la hora del recreo permanente, como si por fin debiera llegar el ocaso del trato privilegiado con la lectura.

Por cierto, esto sucedió con la colaboración de la mayoría de los implicados, con su convencimiento de que la modernidad, es decir la inserción en ese mundo que no había tenido once o doce años de dictadura, transcurriría por carriles tecnologizados, libres de libros y de lecturas cargosas. De otro modo, si no se conjeturara la entusiasta colaboración de las mayorías, sería bien difícil entender cómo, en tan pocos años, pudo pasarse de una escuela primaria de la que salían niños que iban rápidamente a trabajar y no sólo se convertían en finos artesanos y excelentes obreros, sino en asiduos lectores de periódicos, novelas decimonónicas y doctrinas políticas, a una escuela que provee a Secundaria de niños cuasi analfabetos.

Mientras la educación iba dimitiendo de su labor centrada en la lengua escrita e iba reduciéndose la capacidad lectora de los ciudadanos, la cultura iba extendiéndose e intentando promover la lectura y los libros a través de una multiplicidad de proyectos, fondos, concursos, fondos concursables, programas y actividades. Dicho de otro modo, como antídoto al veneno del iletrismo que infundía la escuela, se implementó la promoción cultural del libro, a menudo con técnicas publicitarias, marquetineras. La cuestión satisfizo doblemente el mandato moderno que nos tiraniza desde la post dictadura: no sólo la escuela se 'aggiornaba' con la relegación del libro, sino que además la cultura lucía remozada, al incorporarlo como producto publicitario. (Y abundan las demostraciones sobre cómo la publicidad logró encarnar la modernidad, en el último decenio del siglo XX, constituyéndose ella misma como su producto mejor promocionado).

De forma paralela, desde hace unos años, con cierto sigilo avanza una expresión propiamente asombrosa: "la industria de la educación", con su variante "la industria educativa". Sin duda, estas expresiones tienen que ver con un viejo sentido que tiene la palabra "industria" -etimológicamente vinculada con "instruir" y "construir"- y que indica el arte y la habilidad para realizar algo, inclusive mediando cierta astucia engañosa, como la "industria" que ejercen los pícaros de nuestra tradición -Lázaro, Guzmán, Pablos- para medrar en el mundo hostil que les tocó en suerte.

Pero, sobre todo, la expresión "la industria de la educación" tiene que ver con sentidos más modernos de la palabra "industria", vinculados a la producción tecnológica de mercancías. Por lo pronto, así parece empleada esta expresión por Curtis Johnson, un entusiasta estadounidense propulsor de la "manera disruptiva de aprender". Esta manera implica asumir la educación como una industria más, comparable a cualquier industria tecnológica, constantemente sometida a la discontinuidad y a la irrupción de nuevos modelos de mercancías. Según este uso, "industria educativa" remite menos a la industria del Lazarillo para encontrar un mendrugo, que a la la industria automotriz, electrónica, informática, farmacéutica, fabril. La expresión -presente en videos y textos de internet- produce una incomodidad segura y una interrogante acerca del tiempo necesario para que esta incomodidad se disipe. Porque es sólo cuestión de un poco más de tiempo.  ¿Acaso "industria educativa" no es la fórmula gemela de la hoy totalmente aceptada "industria cultural"? ¿Acaso "industria cultural" no es un calco mutilado de la fuerza crítica que puede poseer una "Kulturindustrie"? ¿Acaso "las industrias culturales" no son el menjunje que, combinando "usinas culturales" y "agentes literarios" pretende ser el antídoto contra la ausencia de lectores?

Así como el Ministerio de Desarrollo Social inyecta calmantes que pretenden contrarrestar las políticas del Ministerio de Economía y Finanzas, la Cultura desarrolla su 'industria' para intentar contrarrestar la certera destrucción de lectores eventuales que realiza la Escuela.

Cuando la escuela primaria cumplía con su cometido y se centraba en la lengua escrita, la abundancia de lectores volvía innecesario el antídoto que empezó a prodigarse conforme la escuela fue retirándose del universo del libro. Para mejor, 'las industrias culturales', con sus 'gestores' y sus 'agentes', tienen un inconfundible aroma estadounidense, lo que agrega un plus de innegable modernidad, de esa modernidad que siempre tuvo un país de escasos lectores y de pobrísima escuela. Esa modernidad que ya habremos alcanzado nosotros también plenamente en poco tiempo más, en cuanto dejen de cargosear los cuatro o cinco que todavía saben leer.

 

 

* Publicado originalmente en Tiempo de Crítica. Año I, N° 29, 5  de octubre de 2012, publicación semanal de la revista Caras y Caretas.
VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia