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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          EL ACENTO EN LA CUALQUIERIDAD

Registro escritural

Carlos Rehermann

Probablemente no haya nada tan
difícil, para un ser racional, como no decir nada, pero dando la impresión de que se está hablando. Fui testigo de proezas semejantes en dos oportunidades.

La primera, en la película Themroc, de Claude Faraldo, protagonizada por el grandioso Michel Piccoli. Allí todos hablan algo que parece francés, pero que no es más que entonación, fraseo, y timbres tan magistralmente articulados, que hacen pensar que se trata de aquel idioma. Inventar palabras que no existen sin recurrir al prodigioso archivo de nuestra memoria léxica requiere unos esfuerzos y unas habilidades extraordinarias, porque aprendemos a hablar a través de las palabras, de modo que siempre, lo primero que viene a la lengua es una palabra con un significado adherido. Los actores de Themroc se entrenaron duramente para abandonar todo significado y quedarse solo con algo que parece un significante. La película fue realizada en 1973, y es una diatriba deliciosamente anarquista contra todo, salvo el uso básico del cuerpo.

La segunda vez que presencié esa clase de acrobacia verbal fue cuando me enfrenté a una cosa parecida a una palabra, pero que no es: escritural. Esta cosa se puede encontrar en un sitio del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay, en el área especializada en Letras de la Dirección de Cultura, que consiste, según se informó en una conferencia de prensa hace tres años, en un Registro Nacional de Escritores, que publica información sobre escritores uruguayos en actividad.

La idea me gustó (después de todo, soy escritor), de manera que envié un correo electrónico a la dirección que allí mismo publicaban exhortando a los escritores a hacerlo. Pregunté: ¿cómo se hace para integrar el registro de escritores? Amablemente me contestaron que por el momento, y debido a algunas complicaciones, el registro no se estaba actualizando, pero que en cuanto solucionaran ese asunto se pondrían en contacto conmigo. Pasaron algunos meses. Llamé por teléfono. Esta vez me contestó un amable funcionario, recién ingresado. No sabía nada de mi correo electrónico anterior porque el muchacho que trabajaba antes, ¿vio? ya no trabajaba, ya. Me dijo que no tenía idea de cuándo se iba a solucionar el problema que tenía frenado el tema del registro, que por otra parte no sabía decir exactamente cuál era, porque él era nuevo, me entiende, y que escribiera más adelante, si quería, señor. Pasó un año, más o menos. Volví a escribir. Esta vez me contestó un robot muy entusiasta: “¡Hola! gracias por contactarte con el Portal Uruguay Cultural! Nuestros asesores atenderán tus necesidades y te responderán a la brevedad”. Me quedé tranquilo: ¡el Portal Uruguay Cultural tiene asesores!

El texto que encabeza la página principal del Registro Nacional de Escritores no solo inventa palabras, sino que además tuerce la sintaxis y da vueltas en círculos. El texto deja clarísimo, con una contundencia admirable, que sus creadores no tienen la menor idea de para qué sirve el Registro, la escritura o el lenguaje verbal humano. Todo eso en apenas 104 palabras (o menos, si se quitan las cosas que no son palabras). Empieza así:

El Registro Nacional de Escritores busca relevar la producción escritural de nuestros artistas, profesionalizar su tarea y posicionar su figura en nuestro colectivo cultural.

Hasta ahora, relevar era sustituir a alguien, o quitar de un cargo, o poner relieve a algo, o remediar, o exaltar. ¿Qué quiere decir el área de Letras del MEC con “relevar”? Nada parecido a alguno de los significados de esa palabra en español. ¿Será que ahí hay gente fina, que cree que relevar es lo mismo que en francés “relever” en su sentido de copiar o tomar nota de algo?

El mayor problema de la frase no es, sin embargo, la abundancia de idiotismos, sino la vaguedad desesperante que trasluce lo que significa. Una cosa es inscribir en un registro a los escritores; otra cosa es hacer algo con su obra; una tercera es estimular la profesionalización. Las tres cosas fusionadas en esa tropelía sintáctica muestran, más que nada, la ausencia de un programa real y claro acerca de qué hacer con esta gente que escribe. Nuestros artistas de la producción escritural.

El segundo párrafo se adentra en universos elusivos:

Persigue ser una fuente constante de datos, y un acceso democrático y directo para el ingreso de información sobre la producción escritural de los autores vivos de la República Oriental del Uruguay.

  
La escrituralidad se vuelve intensiva. Pero lo más interesante es que el Registro ha sido investido de una voluntad persecutoria de cierta esencialidad ontológica (lo que “persigue” es “ser”) que sería una “fuente de datos”. También “persigue ser” un “acceso democrático y directo”, a un “ingreso de información”. O sea: es una puerta (acceso) que da a una puerta (ingreso). Esta metapuerta, que quizá pudiera representarse con el número de Euler elevado a la puertísima potencia, es el registro de la escrituralidad nacional.

Lo importante es que es democrático, atención. Que quede claro que acá no somos totalitarios, sino que damos acceso democrático al ingreso. O sea, un acceso directo a un acceso. Pero ¿acceso para el ingreso de qué? Pues de información, que sería la fuente de datos. Sobre la producción escritural. Más claro no puede perseguir serlo.

Ya en un clima enfebrecido, con barras respetuosas de la diversidad de géneros y acento enfático en la cualquieridad de los sujetos y lugares, lo que debe interpretarse como una cumbre de la democracia de acceso al ingreso, el texto propala:

Es un insumo requerido por las diversas instituciones afines a lo literario y su quehacer, al tiempo que es una base de datos pública, donde cualquier persona en cualquier región que se encuentre que desee informarse sobre un autor/a nacional y su obra, podrá  hacerlo de forma eficaz.

Como sabe cualquier persona en cualquier región que se encuentre, los insumos son esos lugares donde cualquiera podrá informarse. —Buen día, soy cualquiera. —¡Bienvenido al insumo! ¿Desea informarse? —Por favor, etc., etc..

Pero incluso transido de esa perfección para el sinsentido, el texto logra mentir. El registro es parcial, no es democrático, y no se actualiza. Un registro parcial e inactual no es un registro. El registro no existe, pero da la impresión de existir. Igual que el redactor del texto ministerial: no escribe, pero parece que sí.

Me adelanto a las objeciones que, en caso de entender este texto, podrían poner los responsables del registro: “¡Bueno, detenerse en esas minucias!” A lo que yo respondería, citando a Warburg, que Dios está en los detalles. Si el área de Letras del Ministerio de Educación y Cultura es incapaz de redactar 104 palabras en español estándar, y además ni siquiera cumple con lo que en apariencia anuncia ese discurso infame, ¿no sería yo un tonto si supusiera que es capaz de programar una política cultural?

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