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JUEGO - AZAR

La estática del azar*

Gabriel Peveroni

El jugador, hijo novelesco de Fiodor y pariente de Raskolnikov, permanecerá estático hasta el fin de la historia, al borde de cada mesa donde pueda apostar de diferentes formas, haciendo cálculos para perderlo todo


El jugador es ruso, no sé si de Moscú o de Pettersburgo.
El jugador, como todos los rusos descendientes de polacos, mantiene una pizca de orgullo pese a ser esclavo del juego, de una familia y de una mujer. Odia a los franceses, y supone que la culpa de su elegancia mentirosa fue provocada por la Revolución Francesa, cuando los burgueses heredaron los vicios y virtudes de la nobleza. Envidia a los ingleses, supone que detrás de su timidez y sutil indiferencia puede encontrarse la verdadera dignidad. Como buen ruso, fuera de Moscú o Pettersburgo, más precisamente en un balneario alemán, ironiza sobre cómo el juego por dinero fue inventado especialmente para los débiles rusos.

Sólo ellos pueden envilecerse hasta perderlo todo, hasta quedar dominados por la bola que gira en la ruleta mientras los croupiers les abren paso para que sigan jugando más y más.

El jugador, como es compulsivo, evita durante largas páginas jugar, aunque la mujer que encienda su pasión frustrada lo obligue a perder algunos pocos dinerillos en la ruleta. De manera fulminante la familia para la cual sirve se descompone, se desintegra, con esa abuela rusa que en vez de morir y dejar su herencia decide perderla, víctima ansiosa del juego. La mujer que él ama le corresponde, pese a ser nada más que un esclavo, y él comete el error de jugar y ganar. Ella se siente usada cuando ve que el jugador ha ganado. El jugador entiende que pierde cuando gana, por lo que no le queda más remedio que esconderse bajo las polleras de una vampira prestamista francesa. Es así que el jugador conoce París y por primera vez en su vida se concede el lujo de pasear en un carro de dieciséis caballos.

El jugador, cuando acaba su febril estancia parisina, vuelve al lugar que le corresponde. A husmear en las mesas de juego y entonces perder y perder hasta quedar absolutamente perdido. El inglés se ha quedado con su amada. La francesa se ha quedado en París. Moscú y Pettersburgo cada vez más lejos. Su lugar definitivo es un balneario en Alemania, de ésos que tienen ruleta, el único sitio en el mundo donde él puede sentir la sensación de que con un golpe de suerte todo puede ser diferente.
El jugador, hijo novelesco de Fiodor y pariente de Raskolnikov, permanecerá estático hasta el fin de la historia, al borde de cada mesa donde pueda apostar de diferentes formas, haciendo cálculos para perderlo todo.

Definitivamente cínico, sabe que jamás podrá escapar de la prisión y que el amor que sentía por su amada se ha convertido en un recuerdo insensible. Y sabe también que la música del azar es cruel, infame, soberbia, hipócrita como los franceses, perversa como los ingleses y rígida como los alemanes. Seguro que parte de su dolor sería vengado años más tarde, cuando las hordas rusas entraron en Berlín para liberarlo de su cárcel. Pero duró poco, porque en otra novela, escrita por el norteamericano Auster, aperece disfrazado de norteamericano para pagar sus deudas con trabajo.

Todos los jugadores del mundo, entonces, alivian su karma pensando en que mañana será diferente, aunque la sucesión de los días los encuentren construyendo paredes y techos que los encierran en pequeños y comunes departamentos de fin de siglo. Son pocos, definitivamente, los que siguen apostando fuerte. Hasta conocer la verdadera ruina.

* Publicado originalmente en Posdata

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