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DA VINCI, LEONARDO - CLARAVAL, BERNARDO DE (SAN BERNARDO) - PALABRA/IMAGEN - PARÁBOLA/CAÍDA - COYOTE -

Aristóteles y el correcaminos*

Carlos Rehermann

Hasta que Galileo vino y dijo: "Abro el camino de una nueva ciencia" y demostró que los proyectiles describen trayectorias parabólicas, los científicos tenían dificultades para ver el mundo de las caídas de otra forma que el Coyote


El Coyote es aristotélico: corre enloquecido, sigue de largo más allá del borde del precipicio, hasta que su impulso inicial muere; permanece suspendido en el aire un instante y luego la fuerza de la gravedad lo tira hacia abajo violentamente. Búc, suena en el fondo, en medio de una nube de polvo.

Hasta que Galileo vino y dijo: "Abro el camino de una nueva ciencia"
(porque no era muy tímido, y sus frases casi siempre contenían la palabra "yo"), y demostró que los proyectiles describen trayectorias parabólicas, los científicos tenían dificultades para ver el mundo de las caídas de otra forma que el Coyote. Para Aristóteles, los objetos no podían moverse en dos sentidos a la vez, es decir, sus trayectorias no podían dejar de ser rectas.

Una bala de cañón, entonces, según Aristóteles, se mueve rectamente desde que sale del arma hasta que ese impulso violento pierde energía; entonces se detiene y comienza, recién allí, a actuar la fuerza natural de la gravedad. La bala cae verticalmente. Todo ocurre según dos trayectorias bien definidas y rectas. Cualquiera que tire una piedra podrá darse cuenta de que nunca sigue trayectorias rectilíneas, pero debe recordarse que los filósofos suelen otorgar más importancia a sus ideas que a la evidencia, o tal vez se trata de que la verdad siempre se ha portado descortésmente con ellos.

Los escolásticos del siglo XIV comenzaron a imaginar que convendría darle un poco de crédito a los artilleros, lo cual les permitiría dos cosas: que los dueños de los cañones les dieran un poco de dinero
(algo menos del que ahorrarían en municiones que no daban en el blanco), y en segundo lugar terminar de una vez con Aristóteles, que no se resignaba a morir.

Imaginaron entonces complicadas trayectorias compuestas de curvas y rectas. Se avecinaban las parábolas.
Antes que los filósofos, los artistas habían observado que los proyectiles se mueven en el aire según trayectorias parabólicas, pero las imágenes visuales eran consideradas engañosas. Bernardo de Claraval consideraba que las creaciones de los pintores eran peligrosas, y las oponía a la palabra, don divino que permitía un conocimiento cierto del mundo.

Leonardo fue un precursor del estudio gráfico de la realidad. Sus dibujos de chorros de agua que caen describiendo curvas demuestran su método de estudio, aunque su falta de herramientas matemáticas no le permitió definir el carácter de esas curvas.

En 1638, Galileo presentó su demostración geométrica del movimiento parabólico. Las parábolas ya eran curvas aceptadas por la comunidad científica: Kepler había establecido en 1609 que las órbitas planetarias eran elipses
(luego de un período de obsesión por las curvas ovoidales).
En su Tratado de la Pintura, terminado antes de 1498, Leonardo da Vinci hace algunas curiosas consideraciones acerca de la ciencia de la pintura: "Ninguna humana investigación puede ser denominada ciencia si antes no pasa por demostraciones matemáticas". Luego explica por qué la pintura es una ciencia, y cuál es su grado de utilidad: "La más útil de las ciencias será aquella cuyo fruto sea más comunicable (...) El fin de la pintura es comunicable a todas las generaciones del universo (...) la pintura no necesita intérpretes de diversas lenguas, como las letras, pues satisface de inmediato a la especie humana (...)".

Mientras las Academias siguen inoculándonos estas ideas conquistadoras y reductivas, la humanidad sigue sintiéndose más a gusto con la cara desconcertada del Coyote cuando descubre que está en el aire y que, por lo tanto, va a comenzar a caer.

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 114

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