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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ISLAM - OCCIDENTE -


Islam y Occidente: las llaves perdidas*

La Guía del Mundo

 

El lento –y en algunos casos conflictivo– proceso de integración de las comunidades musulmanas en determinados países occidentales no permite saber si, cuando el subsuelo en Medio Oriente esté seco –o bien el mundo haya superado su «adicción al petróleo–, la tensión bajará o si, por el contrario, la clave para lograr el entendimiento y la coexistencia continuará enterrada

La religiones han sabido tener un rol primordial en la conformación de naciones, incluso de bloques. Esto ocurrió con la Cristiandad y el Islam, tras el llamado a cruzada del Papa Urbano II a fines del siglo XI. Aún cuando los cristianos no pudieron hacerse definitivamente con Jerusalén, las ocho Cruzadas lanzadas a lo largo de 200 años muestran que no fue por falta de empeño. Durante siglos la noción de que «quien posee las llaves del cielo tiene el poder» justificó guerras hacia afuera, pero también hacia adentro de los propios bloques. Un ejemplo de estas contiendas internas fue la Guerra de los Ochenta Años, entre varias provincias de los Países Bajos y España, que enfrentó a calvinistas y católicos en el siglo XVI.

Tradicionalmente, cada religión se declaraba poseedora de las llaves del cielo –es decir, del camino a la salvación. Hoy, ochocientos años después de aquellas empresas bélicas cristianas, los conflictos Islam-Occidente agregan, como mínimo la llave del subsuelo, y borbotean como el petróleo de los grandes yacimientos. Así, según el experto en Medio Oriente, Robert Fisk hay hoy en día, manteniendo la proporción demográfica entre ambas fechas «22 veces más tropas occidentales en el mundo islámico que antes de la caída de Jerusalén, en 1187». Esta situación obedece a razones geopolíticas y económicas y pretende justificarse, en forma no muy original, por una supuesta amenaza que, para Occidente, implicaría la multiplicación de grupos islamistas.

La naturaleza quiso que el mundo islámico haya permanecido fatalmente ligado al petróleo, y por lo que se sabe acerca de las reservas planetarias, la situación seguirá así hasta el agotamiento del combustible fósil. Cuando esto suceda, ¿dejará el Islam de ser un tema de política internacional?

Musulmanes buenos y buenos musulmanes

Después de los atentados sobre Nueva York y Washington de setiembre de 2001, la Casa Blanca, y su presidente, George W. Bush, llamaron a una «cruzada contra el terror», en tanto los islamistas que se atribuyeron el atentado, visibles en la figura de Osama Bin Laden, han calificado de «cruzados» a los ejércitos occidentales que invadieron, desde entonces, Afganistán e Irak. En el marco de este desplazamiento, demográfico e ideológico, las potencias occidentales han elaborado un discurso que pretende dividir en dos el mundo musulmán, según su grado de «peligrosidad», trazando una línea que coincide casi perfectamente con las fronteras de los países productores de petróleo.

En esta visión, al Islam petrolero y rico del Golfo Pérsico (que incluye a varios países árabes y a Irán), se opone uno pobre (semioculto entre las cadenas montañosas de Asia Meridional y Suroriental) que con los aportes de Pakistán, Indonesia, Bangladesh e India suma cientos de millones de personas a la umma –comunidad de fieles. Aunque en el segundo, representado por Pakistán y parcialmente por India, los conflictos pueden llegar a involucrar armamento nuclear –que ambos países han desarrollado–, los yacimientos petrolíferos y sus implicaciones socio económicas hacen que a las potencias, por ahora, les preocupe más el primero.

Como consumidores de crudo, a estos países no les ha venido mal la distinción entre musulmanes «buenos e inofensivos» y «malos y peligrosos» a la hora de justificar sus intervenciones. En los últimos años, sin embargo, ha quedado en evidencia que hay un nivel en el que el Islam ha estrechado sus lazos sin que importen las coyunturas históricas puntuales. Más allá de las estructuras políticas y las fronteras oficiales subyace una entidad musulmana, vigente gracias a sus raíces históricas más profundas que trascienden los cortes muchas veces arbitrarios resultantes de los períodos colonial y poscolonial. La caída de los grandes imperios coloniales estuvo unida al nacimiento de los nacionalismos que hoy en día, luego de establecido y afianzado el sistema de Estados independientes, parecen estar dando lugar en el Mundo Islámico a un sentimiento de «nación musulmana» que trasciende las fronteras.

Paradójicamente, las incursiones de Occidente se han transformado, más de una vez, en factor de unión entre los musulmanes. Lo fueron a fines del siglo XX con la invasión soviética a Afganistán y lo son hoy, con Estados Unidos como catalizador del Islam, más allá de límites nacionales, culturales o lingüísticos.  Ahora bien, mientras Occidente centraliza su ideología –como lo hicieron los cristianos del siglo XI con el Papa– en un sistema político-económico por el cual está dispuesto a derramar la sangre de cualquiera que se interponga, cada extremista islámico cree contar con su propia llave del cielo y, cuando está dispuesto a usarla, se vuelve un enemigo formidable.

Las facciones islamistas radicales que luchan en Medio Oriente, incluso los grupos terroristas como al-Qaeda, cuentan entre sus fieles con creyentes ricos y también pobres y se mueven por una comunidad bastante más extensa y diversa que las dos que Occidente se empeña en mostrar. Este diseño, que los medios masivos difunden, presenta un Islam (árabe al que se suma Irán) cubierto de arena húmeda de petróleo de donde salen coches bomba y terroristas suicidas, y otro montañoso, tapizado de aldeas fronterizas pobres e ignorantes, donde aquellos mismos terroristas se esconden.

El profeta en su tierra

Aunque los árabes son minoría en el actual Islam, la religión mantiene una profunda relación con el idioma. La palabra árabe «Islam» significa «sumisión», y aplicada a la religión trasmite un significado idéntico al de las religiones cristiana y judía: obediencia a Dios. En árabe las palabras se forman a partir de raíces de tres letras, de tal forma que las derivadas forman familias de significados asociados. La raíz de Islam es slm, que compone varios significados que enriquecen las acepciones de la palabra: salima hace referencia a la salud, salam a la paz, y muslim (que es el origen del término en español «musulmán») significa entregado.

El Islam se basa en la fe (iman) en un solo dios, en sus profetas (varios de ellos bíblicos, entre los que está Jesús de Nazareth) y en la escritura sagrada, llamada Corán (Al-Qur’an, que significa la lectura). Esta lectura es la trasmisión de la palabra de Dios a Mohamed por parte del arcángel Gabriel (Yibril, en árabe). Para algunos filólogos musulmanes esto no puede ser estrictamente así, en parte porque hay frases que claramente representan lo que en cierta circunstancia dijo Mohamed, y no Dios, lo cual prueba la intervención humana en la redacción.

Quienes afirman que se trata de la exacta palabra de Dios a veces ponen como prueba que Mohamed era analfabeto, de manera que su acceso a esos textos, en los que abundan referencias a los manuscritos sagrados judíos (incluida la propia Torah) tuvo que ser a través de un contacto divino.

Los textos fueron dictados por Mohamed a varios de sus seguidores, para que los registraran por escrito. Los musulmanes reconocen que la Torah es un texto sagrado, pero aducen que ha perdido valor debido a la intervención de escritura de los hombres y a un exceso de interpretación, que ha pervertido el contenido.

Una de las diferencias que separan al Islam del cristianismo, a pesar de reconocer que sigue la tradición judía de un solo Dios, es que éste no ha encarnado en ningún individuo, ni tiene distintas manifestaciones como postula el dogma cristiano de la Trinidad, que para el Islam supone una forma de politeísmo.       

Como los dedos de una mano

A los fieles se les pide una breve serie de obligaciones, llamadas «los cinco pilares» del Islam (arkan al-Islam).

La primera es la confesión de fe, que es al mismo tiempo el único requisito para convertirse y aceptar el Islam: «Dios es único y Mohamed es su mensajero». Esta declaración, llamada shahada, marca el ingreso a la religión, sin que sea necesaria la intervención de autoridades eclesiásticas, inexistentes en el Islam. El segundo pilar son las oraciones, o sala, normalmente cinco, aunque algunas comunidades chiítas aceptan que sólo sean tres. El tercer pilar es el sawm, ayuno diurno durante el noveno mes del año musulmán, llamado de Ramadán. El cuarto pilar es un impuesto, el zakat, destinado a dar limosna a los pobres. Algunos califas hicieron su fortuna personal de la recaudación de este impuesto, por lo cual las distintas comunidades se dan formas que garanticen que el dinero se destine efectivamente a los más necesitados. Finalmente, existe la obligación de todo musulmán que tenga medios suficientes de hacer un viaje a La Meca, llamado hach, al menos una vez en la vida.

Islam e Islamismo

La sharia es la ley elaborada por los eruditos musulmanes en base al Corán y a la sunna. En algunos países, como Irán y Arabia Saudita, los códigos civiles aceptan la sharia, pero en la mayoría de los países con predominio religioso del Islam prevalecen los códigos nacionales. Como contrapartida, ningún musulmán está obligado a acatar una ley que contradiga al Corán.

El primer intento de establecer un Estado islámico fue promovido por varios jefes de estado árabes. Leopold Weiss, un judío polaco convertido al Islam en 1926 que recibió el nombre de Mohammed Asad, fue coordinador de la redacción de la primera Constitución islámica del mundo basada en la sharia. Entró en vigor en 1956 para Pakistán, el nuevo país que surgió luego de la independencia de India.

Los movimientos musulmanes del segundo tercio del Siglo XX, cuando el orden colonial se desmoronaba en el planeta, tenían como objetivo principal la independencia de sus territorios, dominados por potencias europeas. La estrategia europea y estadounidense fue la de promover la independencia de naciones delimitadas en muchos casos por diferencias de doctrina y apoyar jefes tribales con ascendencia local. A cambio, se obtuvieron la propiedad de pozos de petróleo –concesiones de largo plazo–, garantías de libertad de transporte y permiso para la instalación de bases militares. Durante todo el siglo las potencias del Norte estimularon las guerras entre estados musulmanes. Al mismo tiempo, buena parte de los musulmanes de India y el sudeste asiático enfrentaban conflictos étnicos y religiosos.

La instauración del Estado de Israel en 1948 creó un foco de irritación en grupos árabes, que no ayudó a unir la miríada de comunidades musulmanas. Visto el conflicto de gran escala por el acceso a las fuentes de energía, esa situación es provechosa para algunas potencias occidentales, por lo cual no hay que descartar la idea de un estímulo a las desavenencias locales con el objetivo de mantener el control sobre los regímenes regionales. Desde ese punto de vista, entre los objetivos de los ataques terroristas de gran impacto, localizados en potencias occidentales, está el de poner al descubierto ese juego geopolítico.

Hasta 1991 el millonario saudita Osama Bin Laden había sido aliado de Estados Unidos en una lucha que se limitaba a la región de Asia y que podía considerarse de su interés político.  Arabia Saudita tiene un peso muy grande en la comunidad musulmana internacional. En su territorio vivió el profeta Mohamed y se encuentran allí las ciudades sagradas de La Meca y Medina. Es también responsabilidad de los wahhabitas saudíes (la corriente islámica más reciente, surgida en el siglo XVIII) buena parte de la actual difusión internacional del Islam, en parte debido a la generosa financiación para la construcción de mezquitas y la instalación de escuelas islámicas que otorga el gobierno de ese país.

La herencia de Mohamed

Todos los musulmanes están de acuerdo en considerar al Corán como el libro sagrado que contiene la palabra de Dios. Sin embargo, como en el Islam no existe una institución jerárquica  que dictamine una hermenéutica de la palabra divina, las fuentes de la doctrina son varias y es a medida que se avanza a través de ellas que comienzan a encontrarse diferencias y discrepancias.

Cuando murió Mohamed comenzó una lucha por el poder cuyas consecuencias pueden verse en nuestros días. El propio profeta inició una guerra para la conquista de La Meca, en un movimiento en el que el poder político y la instauración de una nueva religión formaban un todo difícil de separar. El primer sucesor (califa) de Mohamed fue su suegro Abu Bakr. A su muerte, ocurrida poco después de asumir el califato, lo sucedió Omar, que inició la gran expansión conquistadora de los árabes. Como presagio de las tensiones que caracterizarían al Islam en el futuro, Omar fue asesinado mientras dirigía los rezos en una mezquita.

Los cincuenta años que siguieron a la muerte de Mohamed fueron pródigos en asesinatos políticos. Mientras el poder creciente de los árabes se asentaba en una dinastía fundada en Siria (los Omeyas, que no pertenecían a la familia del profeta), la muerte de Hussein, descendiente de Mohamed, en batalla desigual contra las fuerzas del califa sirio Yazid, dio origen a un importante cisma, cuando surgieron los chiítas, que pretendían que los califas fueran descendientes del profeta. El término chiíta proviene de Shi’at Ali (partidario de Alí, primo y yerno de Mohamed). En la actualidad, sólo son mayoría en el Líbano, Irán e Irak.

En lo religioso, los grupos dominantes siempre han sido los llamados sunitas, es decir, seguidores de la sunna o tradición, partidarios de seguir las enseñanzas del Corán y los hadices (textos tradicionales con dichos y hechos atribuidos a Mohamed). Las diferencias doctrinarias entre chiítas y sunitas se refieren a estos textos tradicionales, de los cuales cada comunidad acepta o rechaza grupos distintos.

Las tensiones entre ambas corrientes constituyen la principal problemática interna de la comunidad de creyentes. Mientras tanto, muchos conflictos con países no musulmanes tienden a canalizarse de forma violenta a través de acciones terroristas de grupos sunitas fundamentalistas, como Al-Qaeda, que propugna la instauración de un califato mundial. Muchos grupos fundamentalistas se originaron en la corriente conservadora wahabbita, nacida en Arabia Saudita y asociada a su casa real, que cumple un importantísimo rol en la financiación de mezquitas y escuelas islámicas en Occidente.

El Islam en Occidente

El colonialismo, y el orden que dejó tras su liquidación, es responsable de buena parte de las malas relaciones entre el mundo islámico y los países industrializados del hemisferio norte. Esta mala relación no se refleja necesariamente en la diplomacia entre los estados. Los reinos de la península arábiga y los estados con mayoría musulmana del extremo Oriente mantienen cordiales relaciones con el mundo occidental, aunque en general albergan grupos que manifiestan de diversa manera sus críticas a esos contactos diplomáticos. Países como Afganistán, Irán e Irak, que vivieron procesos revolucionarios que terminaron con la toma del poder de gobiernos anticolonialistas y antiimperialistas, aunque con profundas diferencias entre ellos, generaron espacios de protección para grupos revolucionarios (y también terroristas) de otros países, y ponen en cuestión las alianzas con Occidente por considerarlas perjudiciales para su desarrollo.

El Islam, que otorga una referencia moral y una base de identidad capaz de unir pueblos diversos, ha sido utilizado por movimientos políticos opuestos al dominio neocolonial de Occidente. Las ex-colonias francesas –como Argelia y Marruecos– y británicas –como Pakistán– han sido fuente de inmigración musulmana hacia sus antiguas metrópolis. Las dificultades de integración originadas en prácticas racistas tienden a convertirse en conflictos religiosos cuando los inmigrantes se refugian en sus creencias ancestrales, las que probablemente no practicaban en sus países natales.  

En países europeos han comenzado a ser noticia policial los «asesinatos de honor». Se trata de la ejecución de mujeres, acusadas de crímenes sexuales, por miembros de su propia familia –habitualmente el padre o un hermano– con el pretexto de restaurar el honor de la familia. Esta práctica tiene, en realidad, un origen precoránico que viene de antiguas tradiciones regionales y no obedece a ninguna ley islámica. Se estima que en todo el mundo la cifra de asesinatos de honor llega a cerca de cinco mil, la mayoría en Pakistán y zonas de predominio kurdo (Turquía e Irak).

Mientras tanto, algunos movimientos políticos conservadores de Europa y Estados Unidos estimulan la islamofobia, con el argumento de que la inmigración, especialmente la musulmana, es un peligro para la identidad de los ciudadanos ya establecidos. Las discusiones acerca del mantenimiento de costumbres en la indumentaria, que mereció una ley que prohibía ciertas piezas de ropa en Francia, aumentan su tenor por el derecho que aducen los  musulmanes a no obedecer leyes nacionales que se opongan a la sharia. La exacerbación de estas tensiones locales en países occidentales favorece la aprobación de políticas de exclusión contra grupos sociales y belicistas contra países islámicos.

Es esta compleja realidad la que genera la interrogante sobre el futuro geopolítico del Islam. El lento –y en algunos casos conflictivo– proceso de integración de las comunidades musulmanas en determinados países occidentales no permite saber si, cuando el subsuelo en Medio Oriente esté seco –o bien el mundo haya superado su «adicción al petróleo–, la tensión bajará o si, por el contrario, la clave para lograr el entendimiento y la coexistencia continuará enterrada.

 

Una quinta parte del mundo

Se estima que el 21% de la población mundial es musulmana. Sin embargo, las estadísticas acerca de las religiones (no sólo del Islam) deben ser tomadas con cierto reparo debido a las herramientas empleadas para su elaboración. Por ejemplo, las estadísticas de algunos países europeos muestran que hay más cristianos que creyentes en un solo dios. Esto puede deberse al hecho de que las cifras de afiliados se obtienen de registros de bautizos, de matrimonios y de defunciones, y no de una muestra basada en preguntas directas a los encuestados. Pero incluso la pregunta directa puede interpretarse en un sentido étnico, de herencia familiar o de autopercepción de inserción social. Es usual, por ejemplo, que muchas personas contesten que son judías sin que deba interpretarse por ello que profesan la religión, sino que simplemente se consideran parte de una comunidad histórica.

El Islam no está exento de estas imprecisiones. De todos modos, se la considera, por su tamaño, la segunda religión mundial (el cristianismo abarca al 33% de la población del planeta; el hinduismo un 14%; los no creyentes ocupan el tercer lugar en las cifras, con un 16% del total de la población). Ahora bien, aún cuando Mohamed predicó en árabe, la identificación entre pueblos árabes e Islam carece, a nivel demográfico, de base objetiva, ya que menos de un 15% de los musulmanes de hoy son árabes. En tanto más del 60% vive en Afganistán, Irán, Indonesia, India, Pakistán, Bangladesh y Nigeria, persiste una fuerte tendencia de la prensa occidental a identificar islamismo con pertenencia al mundo árabe. Más aún, si el Islam crece a un ritmo mayor que las otras grandes religiones, en torno a un 2,1% anual (el hinduismo un 1,7% y el cristianismo a razón de un 1,4%) se debe, por sobre todo, no a la conversión (la religión que más convierte es el hiduísmo) sino por aumento de la población musulmana, especialmente en países de gran crecimiento demográfico como Indochina, Bangladesh y otros países asiáticos y africanos de mayoría musulmana.

Esta confusión favorece conductas extremistas y de exclusión, que a veces se manifiestan tanto en forma de acciones islamofóbicas como de reacciones agresivas de miembros de las comunidades islámicas en países donde los musulmanes son minoría.

 

Más allá del árabe

En los cien años que siguieron a la muerte de Mohamed, el año 632 d.C., el Islam se extendió por el norte de África hasta Europa, hacia el norte hasta Turquía, y en dirección al este atravesando la India y China, hasta llegar al extremo Oriente.

Los árabes manejaron con gran sabiduría sus procesos de conquista. Cuando tomaban posesión de estados grandes, centralizados y de compleja organización burocrática, normalmente cedían el poder a administradores locales, y conservaban sólo la potestad de decisión para casos graves. Incluso los sistemas de justicia permanecían adscriptos a las tradiciones locales. Esto permitía una inserción poco traumática, ya que los altos funcionarios locales no veían amenazada su posición y la población no debía adaptarse a nuevos usos. Al mismo tiempo, los árabes, acostumbrados a tradiciones tribales y poco afectos a la burocracia, evitaban las desgastantes complicaciones de la administración colonial.

El Islam fue una poderosa herramienta de unión para los pueblos del desierto, y su fuerza expansiva fue aceptadora de muchas de las culturas que absorbió, especialmente las de la antigua Persia. La expansión hacia el Este proveyó al Islam de conocimiento científico y literario, y su avance hacia el Oeste le dio espacio vital y le permitió consolidar importantes rutas comerciales. Los conquistadores musulmanes eran moderadamente tolerantes con los pobladores que profesaban otras religiones. Los cristianos y los judíos tenían limitados algunos derechos ciudadanos y eran estimulados a convertirse al Islam.   

Para un extranjero era fácil convertirse en musulmán (bastaba la shahada, primer pilar del Islam), pero en los primeros tiempos, los musulmanes no árabes tenían la dificultad de no pertenecer a ningún clan o tradición tribal, lo que los mantenía, en los hechos, fuera del sistema civil.  

Cuando en el siglo VIII los musulmanes avanzaron sobre los territorios de la actual Francia y fueron rechazados en Aquitania por Carlos Martel en 739, los futuros europeos comenzaron a percibir al Islam como una fuerza peligrosa, pero al mismo tiempo aprovecharon el temor que inspiraba para la creación de unidades políticas de mayor extensión y poderío. Fue un nieto de Martel, Carlomagno, quien hizo el primer ensayo de unidad europea. Es probable que el proceso de generación de Europa, que conllevó una fuerte conciencia de unidad representada por el cristianismo, hubiera sido imposible sin la presencia de ese enemigo en los límites del territorio. Las Cruzadas, que fueron un arma política de unificación lanzada por los monarcas europeos contra el Islam, sirvieron también para reforzar la unidad de los musulmanes.

Con la caída de la dinastía árabe de los Omeyas, como consecuencia de la llamada revolución abásida liderada por un musulmán iraní, se inició un proceso de apertura hacia fuera del Mundo Árabe. Para finales del Siglo VIII, había más musulmanes conversos que árabes. Los persas se convirtieron en los principales eruditos coránicos, enriquecieron la lengua árabe, estimularon el desarrollo de la ciencia y el arte y asimilaron textos y tradiciones occidentales.




*Publicado originalmente en la Guía del Mundo, el mundo visto desde el sur

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