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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CORTÁZAR, JULIO -

Encuentros con Julios notables

Bruno Mazzoldi
Me enseñó que el mejor que puede tocar el jazz es tal vez el que más olvida que puede tocar mal. No sé si me explico. La competencia no tiene nada que ver


"Patibulario adorno al que no pudo ni quiso escapar Don Severino, y que si de una parte le habrá dignificado de seguro el rostro, de otra le habrá ensombrecido la imaginación, pues de sobra se sabe que el parentesco que va de los Bosques a las Barbas, de los bárbaros a las bromas de la sombra"
Eliseo Diego

El teléfono me lo había dado Scorza, al que quise ver para preguntarle cómo conseguir trabajo en París, y quiso verme creyendo que ya lo tenía, que era otro, un periodista, y que iba a entrevsitarlo, a él, por cuenta de Panorama. A Julio Cortázar tenía que verlo por otras razones, entre otras porque me parecía haberlo ya conocido dos años antes, en un taller de mecánica bogotano.

Me citó a las diez de la mañana de un mardi gras, me sirvió medio vaso de whisky, me ofreció cigarrillos y el chance de conocerlo durante hora y pico. Hablamos de Martí, de Lezama Lima y de jazz. Le pregunté por su trompeta y si se reunía con amigos para tocar. Dijo que tocaba demasiado mal como para ponerse a hacer música en compañía. Que se lo dejaba a los que sí saben.

Si cuento esta historia es porque no hace mucho leí que le contestó más o menos lo mismo a un periodista argentino. Ya es demasiado raro. Y no vengan con que la vida de Balzac por un lado y la obra por otro, o con la bifurcación Zeitblom/Leverkühn, la que Cortázar, en El Perseguidor, resilba de memoria según el motivo Bruno/Charlie, porque es él que me enseñó que el que mejor puede tocar el jazz es tal vez el que más olvida que puede tocar mal. No sé si me explico. La competencia no tiene nada que ver.

De manera que no es lo que me dijo Cabrera Infante, que hay que creerle como al barón de Münchausen, cuando dice que a Lezama le controlaban las llamadas (de paso, el cuento de un hombre que vomita conejos en un ascensor: ¿les parece más verosímil que la fábula del barón que vuela sobre una bala de cañón?). Sino eso, el argumento de la autoridad invencible de los virtuosos, y en el campo de batalla de la composición instantánea, adonde, por naturaleza, los expertos son la caballería que está siempre a punto de llegar, eso me hace creer que malgasté la oportunidad de reconocer al que llamé Gran Mecánico.

Porque el otro, el que toma a la ligera la ingenuidad de Lezama y que nunca pasaría, digamos, del virtuosismo de Keith Jarrett a la naïveté de Albert Ayler, el que no cree en la gracia chancera, en la ceguera intermitente que no excluye el tanteo laborioso sino que lo corona, ése lo vi en el mardi gras de 1977, en pleno carnaval.

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