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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CARNAVAL - CARNAVAL EN URUGUAY - TEATRO DE LOS TABLADOS -


Teología del carnaval: Las máscaras religiosas del teatro de los tablados (I)*

Gustavo Remedi
Dañina ha sido la idea del carnaval como ámbito homogéneo, como expresión sin espacio ni forma propia, y como espacio autónomo, fuera del alcance de las distintas fuerzas, agencias, instituciones y discursos que atraviesan toda actividad social y cultural

Hemos de orar por ti, Señor del Universo
por ti Dios Momo, Rey de los Farsantes
Libera esta plegaria que se alza en tu honor
y suelta si es que puedes, nuestra risa
Deja tú, Señor, el Reino de las Sombras
levántate y anda entre los hombres
Restituye el color y la sonrisa
y alimenta de nuevo las canciones
Danos tú el valor para vencer a los políticos impíos
No permitas, Señor, que ellos presionen al Jurado
Castiga la maldad de los insanos
Ve que tu justicia soberana reine entre los hombres

("Misa Murguera en Oración a Momo",
Araca la Cana, 1987)



I. Del carnaval como tropo al «teatro del carnaval»


Por distintas razones, en los últimos años se ha dedicado bastante más atención al tema del
carnaval y a lo carnavalesco en la literatura y el teatro. En parte ello se debió a un proyecto por recuperar la dimensión material, sensual, erótica, fisiológica o lúdica de la experiencia humana, simultáneamente creada y reprimida por las diferentes civilizaciones.

En esta preocupación materialista, que recibió nuevo ímpetu a partir de autores como
Foucault o Lefebvre, se apoyaba, por ejemplo, el interés que suscitó Calibán en vez de Próspero o Ariel, y al consecuente desplazamiento de los planteos de Rodó o Renán por los de Fernández Retamar (1972). Ponerse a pensar en Calibán, en las manifestaciones culturales de Calibán, imponía un cambio de rumbo que se expresaba, no sólo en el interés por el tema del cuerpo (de Calibán, del "caníbal") como fundación de un modelo cultural, sino también, en el interés de Augusto Boal (1975, 1975) por las formas culturales populares, en tanto forma e instrumento de concientización, politización y emancipación de las clases populares.

Esta preocupación se intersectaba, a su vez, con el surgimiento de un diálogo sumamente productivo entre el teatro y la antropología, en torno a los dramas sociales, las formas expresivas orales o no-literarias, las fiestas y los rituales populares
(Geertz 1973, Turner 1974, Schechner 1985), que encontraba su paralelo en el diálogo entre historia, cultura y mentalidad popular, tal como fue articulado por las Escuela de los Anales francesa, o entre cultura y política propio de la tradición gramsciana de acercamiento a la cultura (Gramsci 1985, Williams 1977) que se fue interesando más y más en el folklore, en las culturas nacionales populares, en las culturas emergentes y en las "culturas subalternas" (García Canclini 1981).

Tales esfuerzos recibieron un nuevo empuje como resultado del reciente redescubrimiento, por parte de la crítica francesa y norteamericana, de la obra crítica de Mijaíl Bajtín en torno a la cultura popular europea en la Edad Media, a la novela rabelesiana, a lo escatológico y a las distintas voces y dialogismos que se pueden descubrir -siempre que se las quiera encontrar- en todo discurso expresivo
(Bajtín 1981, 1984; Todorov 1981). Esto desembocó no solamente en un proyecto de volver a leer a "los clásicos" desde esta otra perspectiva, sino que volvió a poner sobre el escenario la energía desestabilizadora, terapéutica y potencializadora del juego, el humor, la risa, la parodia, el principio del placer (Schetcher 1985, Hutcheon 1985, Boal 1995).

Lo anterior fue cristalizando, en términos de sensibilidad de época, en una predilección moderna por las estructuras y las formas híbridas, hiperrealistas, heterotópicas, dialógicas y heteroglósicas
("propias" del carnaval, del discurso novelesco, pero también de las culturas colonizadas, mestizas, sincréticas, transculturadas y periféricas), pensadas como contrarias y opuestas al carácter (supuestamente) monológico y monoglósico del discurso épico, o del discurso del poder (Estado, Fuerzas Armadas, Metrópolis, Iglesia, universidad, capital, empresa, etc.).

En dicho marco se argumentó en favor de prestar mayor atención a las formas de producción de sentido que manifiestan desviación, resistencia u oposición a los diversos centros, instituciones y aparatos mediante las cuales se persigue controlar, reglamentar, sujetar y hegemonizar la serie de voluntades y fuerzas centrífugas que existen y operan en toda sociedad. Y es aquí donde comienza el uso y abuso del "
carnaval", porque tanto el carnaval como "lo carnavalesco" han sido casi siempre manejados, sobre todo, como tropos o como formas de entrar y problematizar textos, pero no en forma sustancial. Tan es así que, pese a toda esta efervescencia teórica, sobresale la monumental ausencia de estudios, especialmente en el marco de los estudios del teatro latinoamericano -y aún hasta en los estudios del llamado "teatro popular"- de las formas teatrales carnavalescas modernas concretas.

Esto ha sucedido, en parte, debido a operar en base a un separación categórica, a priori, de lo que es y no es teatro, cosa que ha obstaculizado los estudios de esta naturaleza; y en parte, debido también a la dificultad real que presenta poder asistir y acceder a estas representaciones y libretos, por demás invisibles, inaccesibles e ininteligibles para muchos investigadores especializados acostumbrados a trabajar dentro del ámbito de las salas de teatro, los festivales y las bibliotecas. En efecto, salvo algunas menciones muy al pasar respecto a experiencias de teatro de carnaval, barrial, callejero o ambulante, los estudios e historias de teatro
(Andrés Castillo, Juan Carlos Legido, Roger Mirza, Jorge Pignataro, Walter Rela, Stella Santos) continuaron dejando afuera todo aquello que no tomara parte del "circuito del centro", es decir, todo aquello que no hubiera sido domesticado y reelaborado en correspondencia con "las formas cultas" y los parámetros y convencionalismos del ambiente de teatro y de la crítica teatral. A guiarse por estos críticos es como que el teatro de los tablados simplemente no existiera (Mirza 1992a, 1992b; Rela 1980, 1988, 1994; Risk 1987; Pianca 1990).

Lejos de partir de planteos académicos previos y posicionamientos teóricos claros y precisos, mi interés en el teatro de carnaval fue un resultado de haber vivido en Uruguay durante la dictadura militar y de haber comprobado su importancia social, política y cultural en dicho contexto. Con el tiempo, ese interés se reforzó al constatar la desatención, cuando no el olvido, del que ha sido objeto este terreno de la cultura nacional por parte de la academia, por la crítica literaria, y en particular, por la crítica teatral, tanto extranjera como local. Fue sobre todo en el marco de mi actividad profesional dentro de la academia, donde se fue haciendo cada vez más imperativo ahondar en el estudio de este campo olvidado, cuando no invisible, y contribuir a la transformación de la manera como se piensa tanto el "teatro popular" como el "carnaval", al cual, la mayoría de las veces, y salvo contadas excepciones (De Costa 1992, Weiss 1993), se lo abstrae, deshistoriza, idealiza y simplifica.

Particularmente dañina ha sido, por ejemplo, la tajante contraposición entre discurso carnavalesco y discurso épico
(Bajtín 1981), y el manejo de una idea organicista del carnaval como cuerpo (sin cabeza), como ámbito de libertad (gratuito, salvaje, espontáneo) no sujeto a más fuerzas que la resultantes de la metafísica de los instintos y la subordinación incondicional, desenfrenada e irreflexiva al principio del placer y las energías libidinales. En la medida que se ha asociado el discurso carnavalesco a las prácticas culturales de las clases populares, estas nociones han tenido éxito en perpetuar la idea de la tendencia "natural" de estos sectores al caos y al desorden, a la manifestación espontánea y la rebelión desorganizada (cosa que siempre preocupó e intrigó a la sociología y la sicología de las masas), y en definitiva, a su incapacidad de proponer (y mucho menos dirigir) nuevos modos de organización social -más allá de quejas, farsas, burlas y parodias carnavalescas.

Igualmente dañina ha sido la idea del carnaval como ámbito homogéneo
(en su supuesta oposición, heteroglósica y dialógica en relación a los poderes constituidos), como expresión sin espacio ni forma propia, y como espacio autónomo, fuera del alcance de las distintas fuerzas, agencias, instituciones y discursos que atraviesan toda actividad social y cultural; en particular, fuera del alcance del mercado, de los partidos políticos, de las instituciones religiosas, de las distintos discursos circulantes, y hasta del propio Estado.

Un acercamiento al carnaval histórico-concreto
(en este caso, el teatro de carnaval de Montevideo durante la década de 1980) persigue, entonces, fundamentar las críticas apuntadas, aportar una mejor comprensión del teatro del carnaval y al carnaval moderno en general, y contribuir al desarrollo de una manera más productiva de visualizar, conceptualizar y problematizar el carnaval.


II. El contexto histórico-político

Tradicionalmente un país relativamente próspero, democrático (o al menos respetuoso de las instituciones democráticas), urbano y de clase media, en Uruguay, el agotamiento del modelo "neo-batllista" de Estado de Bienestar (fundado por el presidente José Battle y Ordóñez en la primera década del siglo XX) condujo, hacia fines de la década de 1960, a una profunda crisis económica, social y política. El hecho más significativo de esta crisis fue el golpe militar de 1973 y la dictadura (organizada por un equipo cívico-militar) que sobrevino a continuación, la cual se extendió hasta las primeras elecciones libres de 1989. Dicha dictadura buscaba imponer por la fuerza (mediante el terrorismo de Estado) una serie de reestructuras conducentes a renegociar la integración del país a la economía capitalista global mediante la instauración de un modelo de desarrollo autoritario neoliberal.

Este suceso no fue algo aislado, sino que acompañó los acontecimientos políticos de la región
(Chile, Argentina, Brasil, Bolivia) y la política norteamericana para la región. Dicha política se fundaba en la llamada "Doctrina de la Seguridad Nacional" (o de "Seguridad para el Desarrollo") y en la necesidad de apoyar activamente a los estados autoritarios emergentes aliados de los Estados Unidos. La reciente revelación del "Plan Cóndor", a su vez, habla incluso de una aceitada coordinación de la represión entre las Fuerzas Armadas de la región (que resultó, por ejemplo, en que ha habido más asesinatos políticos y desapariciones de ciudadanos uruguayos exiliados en Argentina que en el propio Uruguay).

Además de sus aspectos estrictamente militares y policiales en el marco de lo que el gobierno definió como un "estado de guerra interna" (aun cuando el grupo guerrillero MLN-Tupamaros ya había sido derrotado, desactivado y encarcelado en 1972, es decir, antes del golpe de estado), la dictadura uruguaya persiguió neutralizar toda resistencia y eliminar toda oposición. A tales efectos llevó a cabo la suspensión de todas las instituciones democráticas: la disolución de las cámaras de senadores y diputados, la suspensión del funcionamiento de los partidos políticos y de las elecciones democráticas, la suspensión de las garantías y privilegios del régimen de derecho, la instauración de cortes militares, la instauración de la censura en la prensa y en los medios masivos de comunicación electrónicos (radio, TV) y en el arte, así como la activa intervención militar en las empresas públicas y en los centros de estudio a todos los niveles.

Parte y resultado de este modelo capitalista periférico, tecnocrático-neoliberal en lo económico, y terrorista-burocrático-autoritario en lo político, fue la generalización de las persecuciones, los secuestros, los encarcelamientos, el tratamiento inhumano de los presos, la tortura, los asesinatos, las desapariciones, los secuestros de los niños de los presos políticos nacidos en la cárcel, el exilio. Se buscó de esta manera la eliminación sistemática de las organizaciones sociales y políticas, de los sindicatos, de las asociaciones estudiantiles, la virulenta destrucción de los partidos de la izquierda institucionalista coaligados en el Frente Amplio
(tanto de sus dirigentes como de sus afiliados o simpatizantes), así como quebrar la integridad física, sicológica y emocional de las personas con actividad social y política. Se consiguió así la destrucción del espacio público -medio natural de la vida ciudadana-, la consecuente desactivación de la vida social y política (el repliegue hacia adentro, hacia lo privado, "el insilio"), y la generalización del miedo, del silencio, en fin, del terror.

En efecto, no contentos con prolongar "la guerra interna" luego de la derrota militar de la guerrilla, la dictadura hizo caso omiso de las leyes de respeto a la persona y las reglas humanitarias que, según la Convención de Ginebra, rigen y gobiernan incluso las guerras y conflictos armados
(razón por la cual existen "los crímenes de guerra").

El proceso de "refundación nacional"
(la fundación del Uruguay Neoliberal) supuso, así mismo, implantar en el país un conjunto de sentimientos, valores, afectos, ideas y sensibilidades: aceptación del orden de las cosas, despolitización, sumisión, delación, conservadurismo socio-cultural, falta de solidaridad, concepción individualista y darwinista de la sociedad, concepción salvífica del libre mercado, aceptación de la ideología del desarrollismo, fetichismo de la tecnología y de los bienes de consumo, etc. Supuso, por último, la construcción de una cultura y una institucionalidad de apoyo al gobierno dictatorial -cultura que, como explica Leo Maslíah (1986), no dejó de contar también con "sus propios propagandistas, animadores y bufones" [las cursivas como énfasis son del autor].


Obras citadas

Alfaro, Milita y Carlos Bai. "Murga es el imán fraterno" La Lupa de Brecha, 14-2-86.
Bakhtin, Mikhail. "Epic and Novel", en The Dialogical Imagination: Four Essays by M. M. Bakhtin, Michael Holquist Ed. Austin: University of Texas, 1981.
______. Rabelais and His World. Bloomington: Indiana University Press, 1984.
Boal, Augusto. Teatro del oprimido y otras poéticas políticas. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1974.
______. Técnicas latinoamericanas de teatro popular. Una revolución copernicana al revés. Buenos Aires: Corregidor, 1975.
______. The Rainbow of Desire. The Boal Method of Theatre and Therapy. London: Routledge, 1995.
Bourdieu, Pierre. In Other Words. Stanford, California: Stanford University Press, 1990.
Capagorry, Juan y Nelson Domínguez. La murga: Antología y notas Montevideo: Prisma, 1984.
Carvalho Neto, Paulo de. El Carnaval de Montevideo. Sevilla: Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Sevilla,1967.
De Costa, Elena. Collaborative Latin American Popular Theater. New York: Peter Lang, 1992.
Fernández Retamar, Roberto. Calibán. México: Diógenes, 1972.
García Canclini, Néstor. Las culturas populares en el capitalismo. Buenos Aires: Nueva Imagen, 1981.
Galeano, Eduardo. "La dictadura y después: Las heridas secretas" (1986), en Sosnowski, 1987.
Geertz, Clifford. The Interpretation of Cultures. New York: Basic Books, 1973.
Gramsci, Antonio. Cultural Writings. David Forgacs y Geoffrey Nowell Smith, eds. Cambridge, Mass: Harvard Univerisity Press, 1985.
Hutcheon, Linda. A Theory of Parody. New York: Methuen, 1985.
Leo Maslíah, "La música popular. Censura y represión" (1986), en Sosnowski, 1987.

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