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ISSN 1688-1672

 



IDENTIDAD - ALTERIDAD - HETEROURUGUAY - URUGUAY -

Trampas para cazar al otro*

Gustavo Espinosa

Como el soneto grafográfico de Lope, el Uruguay se autorefiere. Pero, mientras aquel texto esgrimía su razón funcional y su destinatario "un soneto me manda a hacer Violante", en la aldea bizantina carecemos -al parecer- de alguien que nos haya puesto "en tal aprieto": en tanto estampamos nuestras cogitaciones, Violante ve TV

Tómese el lector el trabajo de repasar los catálogos de ciertas editoriales, las convocatorias a concursos recientes, los sumarios de ciertos periódicos, las páginas de la República de Platón. Seguramente podrá documentar la siguiente impresión: en los últimos tiempos nos hemos dedicado con énfasis a autoreferirnos.

Pero Violante ve TV

El escenario de la cultura uruguaya parece haberse convertido en una zona de nadie donde se entrecruzan enmarañadamente disparos metadiscursivos. Como en una vieja película de espías, en el rincón más insospechado se embosca un agente de la autoreferencia que extrae del taco de su zapato, un arsenal teórico más o menos sofisticado para disparar sobre lo que fuere.

El autoexamen no se detiene. Todo genera apostillas; todo viene con un aparato crítico, desde la coiffure del Dr. Tabaré Vázquez hasta el tráfico de dosis de desodorante en el baño de un baile tropical. Toda emergencia de nuestra producción cultural encuentra su réplica racionalizadora; nada queda fuera de la evaluación, de la crítica o el comentario; cualquier mercancía o gesto es puesto ante el espejo de la teoría.

Como el soneto grafográfico de Lope de Vega, el Uruguay se autorefiere. Pero, mientras aquel texto esgrimía su razón funcional y su destinatario "un soneto me manda a hacer Violante", en la aldea bizantina carecemos -al parecer- de alguien que nos haya puesto "en tal aprieto": en tanto estampamos nuestras cogitaciones, Violante ve TV.(1)

En este éxtasis interpretativo, una de las formas más insistidas es la busca de la identidad. En torno a ella ocurre una pluralidad de miradas que, no sólo se interfieren entre sí, sino que provocan un efecto de fragamentación en el objeto de sus pesquisas. Cada relato, según desde donde se lo emita, refiere una porción diferente de Uruguay.

A su vez, ninguna argumentación parece lograr el status de discurso hegemónico, dar una imagen verosímil de la totalidad de nuestra cultura o convertirse en vademecum o programa. Entonces, la acechada identidad no aparece sino como disociación, como espejo atomizado en el que las diversas comunidades de lectura (también multiplicadas y dispersas) apenas logran percibir esquirlas de su propio reflejo.

Un signo por la realidad

Un ojo empírico borra las conjeturas anteriores; con seguridad la fisión cultural ocurre positivamente, con independencia y anterioridad a toda intervención crítica.
Hay
determinantes económicas que han detonado y desparramado toda imagen más o menos creíble de nuestra identidad; hay transformaciones ideológicas y técnicas que enturbian la percepción de un sentido en nuestra producción cultural concreta, que la vuelven refractaria a toda racionalización. El Uruguay se ha vuelto otro lugar.

Terminada la dictadura y por enredados pasadizos desembocamos en un lugar extraño: en Asia, en Latinoamérica, en Punta del Este. Estas mutaciones trajeron nuestra Violante; ellas nos meten en le aprieto de hallar una estrategia que dé cuenta de identidades y alteridades.

En la encrucijada de milenios se nos ha dado a comer el bizcocho proustiano que nos lanza a emprender un thriller en busca de la identidad perdida; son muchos extras en un set barroco que viene siendo caracterizado semanalmente desde estas mismas páginas. Entonces las tramoyas de lectura se ponen a funcionar a full, se recalientan al rojo blanco buscando componer una imagen del Uruguay y su gente.

Para los críticos culturales, como para el Quijote de Foucault, la hazaña consiste en enristrar sus mentalizaciones y "transformar la realidad en signo".

Para muestra basta una heráldica

Estas labores de espionaje, de narcicismo, de arqueología proustiana o quijotesca, parecen prometer hallazgos muy útiles. Develar, construir o reconstruir una identidad nos permitirá reconocernos a nosotros mismos. Esto es: reconocer a los otros. Si logramos una imagen que proyecte sobre nosotros una nítida ilusión referencial, si conseguimos emitir un discurso aceptablemente hegemónico sobre nosotros mismos, si institucionalizamos una identidad, habremos armado un mecanismo para atrapar al otro.

Una vez instalados confortablemente en el espacio de nuestra anagnórisis, podremos escribir al otro en bellas letras, coagularlo en la estatuaria, congelar su imagen en las pantallas. Operaciones de este tipo no son nuevas en nuestra cultura.(2)

Vayamos a la heráldica:

A) Principios del s. XIX. Entre otros nacimientos, el del género gauchesco: acto de travestismo retórico que permitió, andando en el tiempo, domar al jinete, introducir al bárbaro en la Nueva Troya, agigantado e inmóvil en monumentos, estampado en billetes de banco. Cuando Hidalgo interrumpía sus odas y melólogos neoclásicos ("con frémito espantoso el bronce horrendo"), para impostar -a la manera de los androides en Terminator- la voz de Chano o de Contreras, el iletrado se convertía en literatura, el nómade se detenía en categoría histórica, el marginal llegaba al centro transformado en centauro. El otro terminó siendo nuestro propio emblema.

B) Principios del s. XX. La ciudad desborda, los inmigrantes, la cultura de masas (el varieté, el fonógrafo, la radio). Ahí medra el letrista de tango, que difunde y trasvasa a otros compartimentos de la cultura una minuciosa clasificación del lumpen. Grelas, gigolós, cirujas, fiolos, bataclanas, batitunes, curdas, sobras de la máquina urbana, sombras amenazantes en torno a las luces del centro, abandonan su nicho clínico, penal o sociológico. Se transfiguran en calcomanía, se fijan con Glostora en le folclore ciudadano. Lo que nació por negación y descarte fué blasón que nos identificó -nos ancló- en París y que todavía exportamos a Japón.

C) Ultimos '70 y primeros '80. La "cultura de la resistencia" y el canto popular van a buscar sus héroes a un inquilinato derrumbado. El Mediomundo fue metonimia del Uruguay avasallado por la demolición militar, y mientras los percusinistas ascendían a estrellas fugaces, las multitudes opositoras aprendían a aplaudir en ritmo de candombe. Las canciones recurrieron a una tópica -definida desde antes de la dictadura- que deploraba el conventillo perdido y hacía del negro un destinatario de arengas y ehortaciones a la lucha:

"...adiós Mediomundo nuestro, castllo de cartón..."

"...veinte blancos por monedas Mediomundo derrumbaban.." "...baila, baila pero piensa que la vida no es un juego..."

"...negro, no seas tan..." "...antes de golpear esa lonja, negro, debes calentarla bien..." "...vamos, negro, pa'delante, no me deje de luchar..."

Por un tiempo todos fuimos negros desalojados. Diez años después aquella poética sobrevive banalizada en jingle de cerveza.

Nada nos distingue del otro

En el Uruguay de hoy, esos y otros documentos de identidad han perdido su validez. O acaso -mérito de la insistente autocontemplación- se ha descubierto que eran falsificaciones. Por lo tanto nada nos distingue del otro. No hay límites ni espacios para colocar las viejas trampas que neutralizan al bárbaro y al desclasado.

¿Qué voz armoniza al treintaitresino y al coreano, cohabitantes del sábado en 18 de Julio? ¿Cómo interpelar al adolescente ágrafo, al tecnoempresario, al sobreviviente, al vándalo coreográfico de la tribuna Amsterdam?

En el aire enrarecido se insinúan nuevos paradigmas:
Un narciso cibernético, sobrecargado de equipos importados de autoescrutación. O el inmigrante indocumentado que pide referencias para orientarse, registra curiosidades, busca deseperadamente un papel que lo legalice.


Notas:

(1) Alguien podría preguntarse quién es el destinatario de tanta reflexión. Después de cien páginas de crítica cultural La balsa de la Medusa, Hugo Achugar nos entrega un dato: "el número de lectores de las llamadas páginas culturales de uno de los diarios de mayor circulación, no pasa en 1992 del 3% del número de lectores totales de dicho diario". Y agrega una interpretación: "...lo que indicaría que del reducido número de lectores de prensa diaria, apenas un sector extremadamente minoritario consume reflexión o información cultural".

(2) A este tipo de maniobras se refiere -creo- Gustavo Verdesio y las denuncia como práctica frecuente en el EEUU de Bill Clinton. (En busac de un nuevo Lexicón, La República de Platón, 26/11/93).

*Publicado originalmente en La República de Platón Nº11

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