H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - INFANCIA - TRABAJO/CAPITAL - EDUCACIÓN - CRISIS SOCIAL EN URUGUAY - DESEMPLEO - POBREZA INFANTIL - MORTALIDAD INFANTIL - HAMBRE - CONFLICTIVIDAD SOCIAL -

Tendencias, coyuntura y estructura: la crisis social en Uruguay*


Fernando Filgueira

La recesión de tres años y la crisis del 2002 han tornado más trágico y evidente este desbalance generacional, condenando a aún más niños y adolescentes a vivir en situación de pobreza. Pero este fenómeno ya era una característica estructural de nuestra sociedad.



El
desempleo abierto en Uruguay alcanza a más del 17% de la población. El salario real arrastra una pérdida de ya casi 20 puntos porcentuales entre el 2001 y el 2002. Se multiplican las evidencias sobre sectores amplios de población con serios problemas de acceso a la alimentación básica. Aumenta a casi el 20% el número de desalojos por el no pago de alquiler. La lista de morosos frente a empresas públicas y privadas, adquiere en el 2002 un giro exponencial. Carecemos aún de información sistemática sobre los niveles de pobreza en Uruguay, ya que deben esperarse los datos del la Encuesta Continua de Hogares del 2002. Sin embargo, no es aventurado afirmar, que el porcentaje de hogares por debajo de la línea de pobreza (usando aquella línea que el último Informe Nacional de Desarrollo Humano utilizó) se encuentra hoy por encima del 20%. Y este es posiblemente un pronóstico optimista. La personas por debajo de la línea de pobreza ya eran en el año 2000, uno de cada cuatro uruguayos. Hoy bien pueden ser uno de cada tres uruguayos.

Luego de tres años continuos de recesión (1999-2001), el año 2002, no fue de recuperación, sino de caída. Caída aún más pronunciada de la producción, del empleo, de las exportaciones, de las reservas internacionales, del salario, y de las pocas reservas de optimismo que quedaban en la sociedad. Y claro está, fue también un año de aumento marcado de la desesperanza, del hambre y de la conflictividad social. Este año, el 2002, debe contabilizarse como el año en que Uruguay descendió un escalón más, de manera estructural, en términos de su riqueza global. Esta no es una crisis cíclica de la economía, esta es una caída estructural de la misma. Sin embargo, ello no implica que los ciclos económicos dejan de operar, y es esperable, que eventualmente, el país retome cierta capacidad de crecimiento, aunque lo hará, empezando desde un escalón inferior en materia de desarrollo económico y social.

Tan importante como es no minimizar, ni pretender ocultar la magnitud de la crisis social que acompaña a la crisis económica, es entender que la actual crisis social posee raíces estructurales de larga data, tendencias que la explican y que provienen del mediano plazo, así como aspectos coyunturales, que agravan notoriamente la faz crítica. Entender esto es relevante por que nos permite realizar al menos tres operaciones conceptuales:

a. el malestar social, la pobreza, y la desigualdad no responde meramente a la reciente agudización de la crisis económica, ni siquiera a los últimos años recesivos. Algunos de los problemas sociales (que sin duda se han tornado mayores y más visible), estaban presentes antes y continuarán con nosotros en la eventualidad que se retome el crecimiento económico

b. Asimismo la actual situación no era el resultado inevitable de las precedentes situaciones sociales. Lo que es más importantes la magnitud y ferocidad de la actual situación social, responde, esta sí, a la actual
coyuntura económica, y debiera retornar a valores, no equivalentes al pasado, pero si menores que el presente, una vez se supere la nefasta situación económica actual.

c. La
economía deberá hacer su parte para empezar a remontar la actual crisis social, pero existen medidas concretas de corto, mediano y largo plazo que es posble instrumentar y que poseen como actores privielegiados al Estado y a la Sociedad Civil, para lograr amortiguar el actual desbarranque social y contribuir a que la inevitables heridas sobre el tejido social sean eventualmente reversibles.

1. Logros reales, problemas invisibles: la década en que creímos

En el año 1985 la pobreza en Uruguay ascendía a casi el 37% de los hogares urbanos, en 1995, la pobreza había disminuido a menos del 15%. Es cierto que aquí se encuentran diversos problemas de medición. Ellos refieren tanto a como se mide y ajusta la linea de pobreza, (hacia el pasado y hacia el futuro, luego que la establecemos para un punto en el tiempo), como a los puntos de referencia que tomamos para evaluar el desempeño social de un país. Sin embargo, ya sea a través de este indicador o de otra multiplicidad de indicadores sociales (necesidades básicas insatisfechas, mortalidad infantil, salario medio de los hogares, tasas de actividad y empleo), la década que va de 1985 a 1995 fue sin duda una de importantes logros sociales. Esto no resulta sorprendente: el PBI crecía, las tasas de empleo también, el gasto social aumentó a niveles nunca antes vistos, la inflación cayó debajo de los dos dígitos, y la desigualdad si bien no disminuyó, tampocó aumentó. Sin embargo esta imagen que surge de los datos agregados no permite observar problemas estructurales y algunas tendencias concretas que colocaban un manto de duda sobre la salud social del país.

El problema más importante que enfrentaba y enfrenta el país en materia social es el marcado desbalance generacional del bienestar. Este desbalance ya colocaba en situación de pobreza a casi la mitad de los niños entre cero y cinco años en 1999. Lo que es más, al observar la evolución durante la década de la pobreza por edades, puede verse como es en el tramo de la infancia en donde la pobreza no sólo no disminuye sino que se incrementa en términos porcentuales (tomando como base 100 los valores de 1991).

GRÁFICO 1
Fuente: Kaztman y Filgueira, 2001, en base a ECH

 

La recesión de tres años y la crisis del 2002 han tornado más trágico y evidente este desbalance generacional, condenando a aún más niños y adolescentes a vivir en situación de pobreza. Pero este fenómeno ya era una característica estructural de nuestra sociedad. Su actual visibilidad y magnitud no debe hacernos olvidar dos cosas: el mayor porcentaje de niños pobres hoy ya era pobre en 1999; asimismo; la superación de esta fase de crisis aguda de la economía no hace desaparecer ni llevará a niveles moderados la pobreza infantil, ello continúa siendo una asignatura pendiente del país.

En segundo lugar y como factor que agrava claramente la situación de la infancia, se produce durante los 90 en Uruguay un marcado procesos de precarización de las estructuras familiares.

GRÁFICO 2
Fuente: Kaztman y Filgueira, 2001 en base a ECH

 


Asimismo ha sido anotado con suficiente claridad y documentación el creciente proceso de segregación residencial de la población urbana del país, contribuyendo con ello a la desigualdad y a la pérdida de tono muscular de los mecanismos de integración social tradicionales
(barrio, escuela, espacios públicos).

La infantilización de la pobreza, la revolución familiar y la pérdida de integración social, no son producto de la crisis económica. Son parte sustantiva del funcionamiento económico y social de un Uruguay que crecía. A estos problemas se sumaban otros, que en la segunda mitad de la década preanuncian y sientan las bases para una explosivo impacto de situaciones económicas adversas.


2. La segunda mitad de la década del 90: los años en que no quisimos ver

En el año 2000, la pobreza en Uruguay había retornado a los niveles de 1991. ¿Porqué la pobreza crece entre 1994 y el año 2000?

 
Fuente: Elaboración propia en base a ECH.


La clave más importante refiere a una aumento de la desigualdad que se manifiesta tanto en los salarios de sectores bajos, medios y altos, como en las tasas de
desempleo de estos diferentes sectores. Los sectores con alta educación (secundaria completa y más) logran mantener tasas que rondan el 8% hasta 1999, En cambio los sectores de baja educación (ciclo básico y menos) y medios (secundaria incompleta), llegan a 1996 a tasas de casi el 14 y 12%. Si bien estas descienden hacia 1998, retornan y aún superan estos niveles en el año 2000. En este año también, ahora si ya en plena reseción, puede observarse un marcado incremento del desempleo de los sectores de alta educación.

 
Fuente: PNUD, 2001, en base a ECH.


Este incremento de la desigualdad en el mercado laboral ya estaba impactando en el desarrollo social del país. El nuevo modelo de
desarrollo que se completa con la importante apertura comercial en la primera mitad de la década, manifiesta su impacto regresivo en la segunda mitad, afectando negativamente las fuentes de empleo de los trabajadores menos calificados, así como sus niveles de remuneración (ver PNUD, 2001).

En el año 2001 esta tendencia se agudiza y la actual crisis profundiza esta pauta y posee un efecto devastador sobre la el trabajo de sectores medios y bajos. El trabajo, virtualmente, desaparece para amplios sectores de población. La recuperación niveles de actividad podrá mejorar promedialmente las cifras que aquí se presentan, pero no modificará, posiblemente lo contrario, la regresividad actual del mercado laboral.

3. Del 2000 al abismo: repensando desde la catástrofe

La actual crisis económica no es solamente una crisis inflacionaria que arrastra a las personas a la pobreza por caída de su ingreso real. Tampoco es solamente una crisis de empleo concentrada en ciertos sectores de población, que arrastra a la población a la pobreza y muchas veces a la indigencia por carecer de fuentes de ingreso en el mercado laboral. La actual es una crisis de empleo, salario e inflación, favoreciendo por tanto el incremento radical de la pobreza pero también de la indigencia. Ello se ve agravado por el hecho de que la crisis financiera y el recorte continuo de los gastos del estado han generado una caída general de la actividad que afecta los niveles de actividad formales e informales de la economía.

El corte de la cadena de pagos que acompaña a la actual crisis financiera y bancaria es de tal magnitud, que implica la desaparición de dinero en buena parte de las cadenas de producción y comercialización. Todo ello contribuye a profundizar la crisis social, llegando su impacto a sectores medios y aún medios altos. Estos, ajustan a su vez sus niveles de consumo, suprimiendo con ello fuentes laborales de los sectores de servicios que emplean a población de más bajos ingresos. El incremento importante de las formas de indigencia, percibido a través de los medios de prensa como generalizado, es esencialmente de raíz coyuntural. Es claro que de persitir la espíral descendente de la economía y de colapsar definitivamente el sistema financiero, este rasgo de la crisis social se puede tornar estructural, pero no es este el escenario más probable.

Si estos son en efecto, aspectos de la crisis social derivados de los componentes coyunturales y no estructurales de la crisis económica, sería esperable que, bajo una recuperación económica mínima, una parte importante de estos últimos procesos debiera desaparecer. No así los problemas de fondo que se plantearon en los dos apartados anteriores. Estos nos esperarán al final del túnel, y serán posiblemente más grandes, más trágicos en sus efectos y más difíciles de atacar, en un contexto que estará marcado por la escasez de recursos fiscales.
En suma la crisis actual no funda un nuevo país radicalmente peor y disociado del pasado. Existen líneas de continuidad evidentes con el desarrollo social de la última mitad de la década y con algunos rasgos estructurales de nuestra sociedad de aún más larga data.

Construir estrategias de corto plazo con fuerte énfasis asistencialista, no permitirá solucionar los problemas estructurales ni las tendencias de mediano plazo. Definiciones políticas que coloquen a la desigualdad bajo control y que apuesten a mecanismos robustos de integración social serán necesarios. Sin embargo las políticas de corte asistencial pasan a tener hoy un rol central que no debe ser despreciado. En primer lugar nadie pone en duda la necesidad de atender situaciones de urgencia social. En segundo lugar las políticas asistenciales requieren de esfuerzos fiscales menores para traducirse en alivio rápido y efectivo a la población.

Finalmente, y tal vez es este su rol de mediano plazo más importante, el
Estado y la sociedad deben dar señales claras de que existe un comunidad a preservar, y que todos son ante la catástrofe, ciudadanos. Si bien esta crisis social es de hechura propia, las grandes catástrofes naturales y las guerras son un buen ejemplo de las profundas heridas que quedan en el tejido social si las elites económicas y políticas no realizan acciones concretas y simbólicas que procuran reforzar la solidaridad orgánica por sobre la mecánica, la comunidad sobre los intereses particulares, el altruismo sobre el egoísmo, y jerarquizar lo colectivo sobre lo individual. Políticas asistenciales que se fundamenten en la noción de derecho y no de caridad ante la catástrofe, son instrumentos importantes para trasmitir y sostener dichos mensajes.

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia