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INFANTILIZACIÓN DE LA POBREZA - POBREZA - EXPLOTACIÓN Y ABUSO SEXUAL DE LA INFANCIA - CONVENCIÓN PARA LOS DERECHOS DE LA INFANCIA -

Infancia: hipotecando el porvenir*

Guía del Mundo
La gran mayoría de los estados del Sur padece una creciente infantilización de su pobreza pero, por otro lado, la responsabilidad por esta desatención a la infancia es compartida por las instituciones financieras orientadas por las políticas definidas desde los grandes países del Norte

La palabra infante (infans) significa "el/la que no tiene voz". De hecho, hasta comienzos del siglo XX, en muchas culturas, los niños, dada la incertidumbre de sus padres y la comunidad acerca de si habrían de sobrevivir, ni siquiera recibían nombre hasta los cinco años. Carentes de nombre, no podía constituirse como sujeto.

Esta situación parecería haberse revertido, al menos a nivel discursivo, en el transcurso del siglo XX. Así, la Declaración de Ginebra de 1924 sobre los Derechos del Niño estipuló la necesidad de proporcionar a los menores una protección especial. La Asamblea General de la ONU, el 20 de noviembre de 1959, reconoció esta declaración dentro de la más amplia Declaración Universal de Derechos Humanos en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y en los estatutos e instrumentos pertinentes de los organismos especializados y de las organizaciones internacionales interesadas en el bienestar del niño. Finalmente, en 1989, casi todos los países del mundo firmaron y reconocieron el primer instrumento internacional jurídicamente vinculante que incorpora la gama entera de derechos humanos, los civiles, los políticos, así como los económicos, sociales y culturales: la Convención para los Derechos de la Infancia.

Declaración y realidades

De acuerdo a la Convención, los niños en todas partes del mundo, sin discriminación alguna, deben ser sujeto del derecho a la supervivencia, al desarrollo pleno, a la protección contra las influencias peligrosas, contra el maltrato y la explotación, y a la plena participación en la vida familiar, cultural y social. En lo específico, la Convención estipuló pautas en materia de atención a la salud, educación y prestación de servicios jurídicos, civiles y sociales a los niños, que se incorporaron a los indicadores de desarrollo humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). De acuerdo a lo firmado, los Estados Partes de la Convención están obligados a establecer y poner en práctica todas las medidas y políticas de conformidad con el interés superior del niño y de la niña.

Sin duda, una transformación a nivel declarativo implica una modificación, al menos en el nivel simbólico, de la realidad. Se puede afirmar que reconocer un mal es el primer paso para intentar la cura y que afirmar un derecho también es un escalón imprescindible para que éste entre en vigencia. Sin embargo, en términos reales, son los niños del mundo quienes más sufren flagelos como el hambre, los desplazamientos, la esclavitud y la explotación. Si ya la Declaración de los Derechos del Niño establecía que "el niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento", lo cierto es que, hoy día, cientos de millones de niños padecen todo tipo de violaciones a sus derechos.

Las guerras y los niños

A pesar de que casi todos los estados del planeta se han suscrito a la Convención de los Derechos del Niño, lo cierto es que, desde la fecha en que ésta fue redactada y firmada, el impacto de la guerra sobre los menores se incrementó. Según un informe de Naciones Unidas, dos millones de infantes murieron desde entonces, y otros seis millones resultaron seriamente heridos o permanentemente discapacitados.

Por otra parte, los niños, además de constituir el 50% de los refugiados o desplazados de guerra, se han vuelto soldados a la fuerza: unos 300 mil menores de edad son reclutados como combatientes activos en ejércitos y grupos rebeldes, especialmente en Africa y Asia. Más aún, los niños, con mucha frecuencia, son los principales objetivos de guerra. Muchos son usados para retirar minas, para labores de espionaje y para ataques suicidas, además de otras tareas que hacen a lo bélico como cocineros, mensajeros y vigilantes.

Más crudamente aún, en multitud de casos, los niños son víctimas de los adultos que buscan eliminar a la siguiente generación de futuros enemigos y que, con ese fin, abusan sexualmente de las niñas. Un altísimo porcentaje de estados signatarios de la Convención, por otra parte, son responsables de estos abusos, ya que los niños sufren los efectos de conflictos armados en una cincuentena de países.
Como añadidura, además de los conflictos armados, que han dejado huérfanos a millones de niños
(que han por otra parte padecido traumas permanentes a causa de eventos que han experimentado o presenciado), también las sanciones de ONU, como en el caso de Irak o Yugoslavia, han afectado, directamente, a la población más frágil: la infantil.

Trabajo, esclavitud y prostitución

Por lo menos un millón de niños son forzados a la prostitución en el planeta. Las dos terceras partes de ellos en Asia y el resto en América Latina y en Europa. Esta cifra, contundente de por sí, se vuelve irrisoria si se la compara con los 400 millones de niños que son forzados a trabajar, en forma completa o parcial.
Según la Organización Internacional del Trabajo
(OIT), en Asia más de 120 millones de niños entre 5 y 14 años trabajan una jornada completa y 250 millones más lo hacen durante en tiempo parcial.

El gran impacto publicitario que adquieren temas como el abuso o el turismo sexual ha impedido que se profundice en las raíces del problema del trabajo infantil. En la mayoría de los casos, el trabajo infantil responde directamente a las dificultades socioeconómicas. Así, la aplicación de los
SAPS o programas de ajuste estructural, diseñados por organizaciones como el FMI y el Banco Mundial para los países del Sur, repercutió directamente en un incremento del trabajo.

De los 400 millones de niños trabajadores, el 61% de ellos se encuentra en Asia
(mayoritariamente en el sur, donde trabajan principalmente en fábricas, minas, plantaciones y prostíbulos), el 32% en Africa y el 7% en América Latina. De los 400 millones de niños trabajadores, 250 millones lo hacen en condiciones consideradas "de explotación".

Según la
OIT, en la actualidad, 128 millones de niños en edad de recibir enseñanza primaria no acceden a ningún tipo de educación. También en este aspecto se puede verificar cómo el aumento del trabajo infantil, resultado de la extrema pobreza, es consecuencia de las políticas impuestas por organismos financieros internacionales en sociedades que no logran distribuir la riqueza y cuyos gobiernos se dedicaron a privatizar aceleradamente todos los sectores, principalmente la educación. Privado del acceso a la escuela, un gran número de niños se ve obligado a trabajar para contribuir económicamente dentro del seno familiar.

Los infantes y el futuro

Como se desprende de lo hasta aquí expuesto, los "infantes" han tenido, durante el siglo XX, algunos voceros, es decir, instituciones que, hablando por ellos, han reclamado sus derechos. Sin embargo, en los hechos, un gran porcentaje de los niños del planeta dista mucho de ser sujeto de los más elementales derechos que les concedieran las distintas cartas institucionales.

Carentes de educación, forzados a trabajar, estas privaciones de derechos elementales están marcando que, en el futuro próximo, los adultos de mañana estarán impedidos de alcanzar, en el seno de sus respectivas sociedades, la menor movilidad social. Desatendidos por sus gobiernos y sociedades, quedan marginados "para siempre", sobre todo en un tiempo en el que la competencia por la información se vuelve cada vez más exigente.

Por otro lado, el problema, que podría ser circunscripto a sociedades en particular
(por más que sean más de una centena), adquiere una nueva dimensión si se lo observa a escala global. En efecto, por un lado la gran mayoría de los estados del Sur padece una creciente infantilización de su pobreza pero, por otro lado, la responsabilidad por esta desatención a la infancia es compartida por las instituciones financieras orientadas por las políticas definidas desde los grandes países del Norte.

En este sentido, tanto los países del Sur como los del Norte son cómplices de una contradicción con respecto a la infancia a nivel planetario. En la misma época que, a nivel discursivo, se adoptaron compromisos como la firma de la Convención, se aplicaron planes económicos nefastos para los niños del Sur.

Esta hipocresía, que afecta directamente a los infantes, incide directamente también en el futuro próximo, ya que en estos niños descansan las próximas décadas del planeta. De ahí que se puede afirmar, sin vacilaciones, que un planeta que no logre proteger a sus niños está sencillamente hipotecando el porvenir.

*Publicado en La Guía del Mundo

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