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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CINE - VIOLENCIA - MASS MEDIA -


¿Cuánto pesa una película?

Carlos Atanes
Entender o intentar comprender a un serial killer, a un grupo terrorista, a un pederasta... ¿es una forma de justificarlo?, ¿debe una película -una novela, una canción, un noticiario- contribuir a la condena de lo socialmente ya condenado?

Presenciamos en la
pantalla de nuestro televisor una escena que se desarrolla en la calle: tres encapuchados agarran la bandera constitucional y le prenden fuego. Quemar la bandera en público es un delito. ¿Qué cabe esperar después de esto?: la llegada de un pelotón antidisturbios, porrazos, detenciones, calabozo. Ahora bien, felizmente la escena pertenece a una película: tres encapuchados han quemado la bandera en la vía pública, pero luego nadie les ha arrestado. Acabado el rodaje, los tres actores se han quitado el pasamontañas, han cobrado su minuta y se han vuelto a sus casas, a la espera de que la productora les cite para otra jornada de filmación, quizá para intervenir en la escena del calabozo. Mas no será un calabozo real, sino su reconstrucción en un plató.

Los actores han representado a unos personajes que quemaban una bandera, pero el hecho, la quema, sí ha sido real, el trozo de tela ha sido calcinado. ¿Por qué no proceder a un arresto real de los implicados, entonces? Porque al parecer, aquí el hecho en sí cuenta menos que el fin que se persigue y el conocimiento que de éste tengan las autoridades. En este caso el fin no consiste en desestabilizar el orden social, ni provocar a las fuerzas de seguridad del
Estado. Se trata sólo de suministrar un elemento más al rodaje de una película, seguir el guión. Nótese incluso que la presencia de cámaras es irrelevante de no atender a su relación con lo filmado, el porqué están ahí. Si la quema es espontánea y las cámaras son del noticiario de televisión, la represión policial está garantizada -y no se tendrá en cuenta la disculpa que puedan presentar los actores: que lo hacían porque había cámaras de televisión enfocándoles, y que no se trataba más que de una performance que en absoluto perseguía desestabilizar el orden social o provocar a las fuerzas de seguridad del Estado.

Si las cámaras y el evento forman parte de un
rodaje cinematográfico, previsto, notificado y autorizado, no hay de qué preocuparse. Quizá incluso la misma policía colabore cortando el tráfico para que la secuencia se lleve a cabo con una mayor tranquilidad. Dependiendo de la jurisdicción, el fin y su conocimiento podrían no ser excusa suficiente para ignorar el hecho. No podemos reírnos del Profeta en un país musulmán o cuestionar la Shoa en Alemania. Censurarán la filmación y buscarán un responsable. Lo que venga después puede ser un tiro en la nuca o la cárcel respectivamente. Si hacemos una película sobre nazis, deberá tenerse esto en cuenta, y cuidar las frases que pronuncie el actor que interprete al Dr. Goebbels, por ejemplo. Después del estreno, alguien puede denunciarnos por hacer apología de la violencia racista, y llevarnos a los tribunales por poner palabras nazis en la boca del actor que interpreta al nazi. Y el juez puede decidir que los fines artísticos -o condenatorios del nazismo- de la obra no justifican las expresiones vertidas en la misma. Así que si queremos pintar a Goebbels como el malo de la película, será mejor que lo hagamos discretamente, presuponiendo de entrada su maldad, sin dejarle hablar demasiado -no sea que alguien empiece a dejarse seducir por su mensaje. En su caso lo tenemos fácil, porque el hombre se ganó a pulso su mala fama; pero con otros personajes más controvertidos, o desconocidos, quizá lo tendríamos más complicado.

Argumento de una película corta: entra un hombre por la puerta de una cocina. Su
mujer está dentro, fregando los platos. El hombre la emprende a insultos con ella, la coge del pelo, la abofetea. La golpea con los puños, la patea en el suelo, la viola, la acuchilla, la rocía con gasolina, la incendia y la arroja por la ventana. Va al salón, agarra el televisor, se asoma a la ventana y deja caer el aparato sobre el cadáver de su esposa. Después le tira un sofá, una lámpara de pie, dos sillas y la nevera. Fin.

El cortometraje es brutal y explícito hasta la náusea. Se muestran todas las etapas de la destrucción de esa
mujer con plena claridad y crudeza, sin concesiones. Algunos espectadores se tapan los ojos y otros huyen de la sala prestos a vomitar. Casi todos están de acuerdo en que no es una película agradable de ver, pero... ¿qué más?, ¿se trata de una denuncia de los malos tratos en el hogar, o de una apología de los mismos?... ¿repugna al espectador, quitándole las pocas ganas que podría tener de llevar a cabo un acto así, o le anima a intentarlo?... ¿su exageración y contundencia, responden a una intención condenatoria, a una morbosa recreación complacida en la crueldad, a una frívola celebración gore, a un impúdico deseo de generar polémica?

La mujer no ha sido realmente torturada y asesinada. La actriz que la interpreta sale indemne de la catástrofe y se desmaquilla con toda tranquilidad tras el rodaje. Pero sí sufren agresiones semejantes a ésta
mujeres como ella, cada día, en diferentes puntos del planeta -de hecho quizás a la propia actriz la esté esperando en casa un marido con ganas de sacudirla. Lo que han hecho el guionista y el director de este cortometraje es reconstruir un suceso ficticio que, sin problema, podrá hallar su modelo en algún suceso real pasado o futuro. La reconstrucción en sí no tiene por qué comportar mensaje de ningún tipo, ni sarcástico ni condenatorio, pero quien desee encontrarlo sólo tendrá que tirar del hilo, criticar la oportunidad o no de producir una película así en un momento donde ha sucedido tal o cual suceso en el país, la ausencia o no de un posicionamiento explícito del autor de filme -ya que en determinados temas se debe tomar partido-, etc.

Tim Burton en su película, ¿hace escarnio de Ed Wood o se confraterniza con él?. El coronel Kurtz en Apocalipse Now, ¿representa ese monstruo que debemos extirpar con asco de nuestras entrañas, o la cara oculta del ser humano, esencial e inevitable, que sale a relucir en los tiempos límite como una fuerza de la naturaleza?... ¿es la guerra un absurdo o el principio y el fin de todas las cosas?... La esquizofrenia anarquista de Edward Norton en Fight Club, ¿simple sociopatía anti-sistema, o enfrentamiento heroico a una sociedad patética? Entender o intentar comprender a un serial killer, a un grupo terrorista, a un pederasta... ¿es una forma de justificarlo?, ¿debe una película -una novela, una canción, un noticiario- contribuir a la condena de lo socialmente ya condenado? ¿cómo podemos saber realmente qué es lo que está socialmente condenado si no nos lo dicen las películas, las novelas, las canciones, los noticiarios?... y entonces, ¿quién condena?... ¿quién ha de juzgar qué?... ¿cómo filmar Las Once Mil Vergas de Apollinaire sin que no le sepulte a uno el alud de denuncias que no cayó encima del propio Apollinaire, quien se limitó sólo a escribirlas?

Podemos
escribir explícitamente sobre pederastia, pero los límites para filmarla, representándola se entiende, son más angostos -cuidadín, ya de entrada, con mostrar niños desnudos. Podemos alterar el orden público en diferido, representando la escena de una quema de bandera en una película sobre acontecimientos sociales, pero no en directo, en la calle, ahora mismo. Los medios de comunicación pueden condenar aquello que ya condenan, pero no dejar de condenar lo que condenan, a riesgo de ser autocondenados por ellos mismos. Esto, que genera tanta prudencia, facilita que sigamos condenando las mismas cosas durante mucho tiempo, por recondenadas que estén.

Existe una solución a este bucle sin fin -la solución ansiada por un autor cuya aspiración no concluya en arrojar bolas de nieve contra laderas nevadas- y es en realidad muy simple: se trata sencillamente de no juzgar. Para huir de la tautología -la realimentación
medios-realidad-medios, que ha venido condensándose paulatinamente en medios-medios- lo único que hay que hacer es saltar de ella como de un tiovivo en marcha, y salir corriendo procurando no aplastarse la nariz contra el suelo. Los personajes de Ed Wood, Apocalipse Now, Figth Club acaso simplemente sean. Esto es lo que hay que defender: los personajes simplemente son o no son, pero no están ahí para disfrazar ninguna crítica.

El autor -guionista, director, quien sea- hará bien en limitarse a presentar su
obra sin justificarla, porque no se justifica la respiración, la fuerza de la gravedad -aunque esto no le salvará de ser juzgado, porque juzgado será, haga lo que haga. Pero habrá logrado una cosa: hacer una película que no estará rellena de industria audiovisual, de opinión pública, sino que existirá por sí misma, como un objeto real que se puede sostener en la mano y agarrar en un puño. Con masa, como una piedra. Ah, y una piedra sí que puede ser un arma arrojadiza. Puede ser entregada al espectador, desnuda, sin ninguna etiqueta colgando, para que la sostenga y la sopese, y decida por sí mismo, bajo su estricta responsabilidad y su criterio, qué textura tiene, cuánto pesa y en qué dirección quiere lanzarla.
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