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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



SEDUCCIÓN - SUJETO MEDIÁTICO - SUJETO FRACTAL - LÓGICA HIPER - HIPERTELIA - MASS MEDIA - HIPERCOMUNICACIÓN - TRANSPARENCIA - BARROCO - EXCESO - MÁQUINA - CULTURA DEL ESPECTÁCULO - OBSCENO - BAUDRILLARD, JEAN - INTERPRETACIÓN -

Cuestión de piel: la interpretación como tatuaje en la piel desnuda de la imagen (I)*

Fabián Giménez Gatto
Vivimos la lógica de lo hiper: hipertelia, hipertrofia, hiperreal. Lo excesivo, como estética de la visión, conforma las obscenas figuras del barroco en un espectáculo que clausura la mirada en el éxtasis de la comunicación y de la información. Frenesí de la imagen, frenesí de lo real


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Vivimos en un universo frío, la calidez seductora, la pasión de un mundo encantado, es sustituida por el éxtasis de las imágenes, por la pornografía de la información, por la frialdad obscena de un mundo desencantado. El desafío de la diferencia, que constituye al sujeto especularmente, siempre a partir de un otro que nos seduce o al que seducimos, desaparece en nuestro universo cool, donde el solitario voyeurista narcisista ocupa el lugar del antiguo seductor apasionado.

Seducir es, para
Jean Baudrillard, abolir la realidad y sustituirla por la ilusión en el juego de las apariencias, en cambio, lo hiperreal representa la saturación imagística de nuestra cultura occidental, la estetización de la experiencia donde la realidad retrocede frente a sus imágenes, que se reproducen al infinito sin dejar espacio para ilusión alguna.
Un ejemplo. Imaginemos a un ilusionista que, en lugar de hacer aparecer o desaparecer conejos de su galera, se limita a vomitarlos continuamente
(algo parecido a lo que le sucede al infortunado personaje del cuento "Carta a una señorita en París" de Julio Cortázar), los conejos continúan apareciendo incontroladamente hasta inundar el escenario, haciendo desaparecer al mago y a su bella ayudante, invadiendo luego la sala y sepultando al público en una enorme masa blanca y peluda. El espacio de la ilusión desaparece en la fractalidad metastásica de los conejos, no es posible ya pronunciar la mágica frase "nada por aquí, nada por allá"...

Mágica forma de desaparición por exceso, no es el juego de la ilusión lo que nos atrae, nos sentimos fascinados por esta excrecencia que clausura lo real no por sustracción sino por saturación. Este exceso neobarroco, esta excrecencia de signos, resulta ser una tragicómica modalidad de desaparición, arribamos al grado cero de lo real, una realidad neutralizada por la saturación de imágenes, una simulación desencantada en un horizonte que se constituye más allá del sentido.

Corrosión de la ilusión a fuerza de
representación, las imágenes en primer plano carecen de profundidad, la mirada recorre fascinada la superficie de lo real en un vértigo hacia el vacío. La comunicación y la información inundan todo nuestro espacio psicológico, hipersaturación que corroe los intersticios del secreto, hasta el inconciente se estructura como un discurso (Lacan dixit). Finalmente, cuando todo los signos parlotean sus secretos a viva voz (reality shows, talk shows, etc.), la transparencia de las redes se transforma en un exceso inútil, hipertelia comunicacional que vuelve imposible todo diálogo, sustituyéndolo por flujos constantes de información que se entremezclan en un revoltijo indiferenciado, el medio es el pastiche. En este universo desestructurado no podemos pedirle mucho al sujeto.
Partamos de una afirmación apresurada. El
sujeto mediático es, por naturaleza, obsceno. Su voluptuosidad fractal lo convierte en un monstruo transparente, todo debe ser mostrado, revelado, develado. Esta artificialidad del zoom y del primer plano pone fin al enigma y al secreto para pasar al artificio barroco de la obscenidad, una vomitiva extroversión de toda interioridad, un proceso paralelo de pegajosa introversión de toda exterioridad.

Esta ausencia de una distancia mínima conduce a la abolición de toda escena, la obsesión de transparencia comunicacional convierte al
sujeto en un devorador de imágenes, siendo, a la vez, sólo un punto indiferenciado en el universo maquínico de los mass media, fractalidad de un sujeto que queda reducido a una retina, superficie efímera de inscripción de destellos fugaces.

Hagamos un sencillo
experimento. Detengamos, sólo por un momento, nuestra mirada ante la infinidad de imágenes que nos ofrecen las "revistas para adultos", ¿cuántas nos seducen por su secreto, cuántas nos fascinan por su sobredeterminación obscena? Ahora bien, esta obscenidad no se reduce a estos divertimentos, es algo así como la característica por excelencia de la cultura del espectáculo o, aún mejor, del hiperespectáculo.

Vivimos la lógica de lo
hiper: hipertelia, hipertrofia, hiperreal. Lo excesivo, como estética de la visión, conforma las obscenas figuras del barroco en un espectáculo que clausura la mirada en el éxtasis de la comunicación y de la información. Frenesí de la imagen, frenesí de lo real, cuando el Canal 40 se publicitaba con el eslogan "la realidad en televisión", asumía felizmente, como un hecho consumado, la disolución de la barrera escénica que en algún momento pudo separar lo real de la pantalla. No importan ahora sus maquiavélicos fines propagandísticos, lo interesante es la indistinción, la contaminación, la pureza transparente de la imagen.

Esta desmesura, exceso
barroco que maximiza la representación hasta convertirla en una especie de ectoplásmica sustancia, clausura la posibilidad de su puesta en escena y su consiguiente encanto, estamos dentro, fantasmas en la máquina. El televidente no es más que ésto, una máquina de visión indiferente e indiferenciada, como las propias imágenes a las que está conectado. Del lado del sujeto, todas las retinas se parecen, del lado del objeto imagístico, no hay un detrás de la pantalla.

Parafraseando a Jean Baudrillard diríamos que este sujeto mediático, fascinado por la promiscuidad de
imágenes que lo envuelven -en una telemática orgía semiótica-, es pasiva y reiteradamente penetrado por una hueste de íconos perversos. Por momentos, Baudrillard parece ser un delirante miembro de la escuela de Frankfurt, sus consideraciones acerca del sujeto fractal (al que yo llamo sujeto mediático) son terroríficamente puritanas, aunque no por ello dejan de ser divertidas.

"Todo lo que es sólido se disuelve en el aire", la obscenidad solidifica la realidad hasta el éxtasis, hasta disolverla en el aire a ritmo de vértigo. Es el fin del juego de las apariencias con lo real, el punto muerto de la ilusión. No existe ya nada que "desviar de su
verdad" -según la clásica definición de seducción-, todo ha desaparecido por un exceso de verdad y transparencia, es justamente en este punto donde la metafísica de la seducción de Jean Baudrillard se tambalea y la radicalidad de su pensamiento flaquea.

Este fiel devoto de la seducción no termina de entender del todo el asunto. Cuando analiza los efectos de obscenidad de la cultura occidental, todo parece estar embuído de un
demoníaco carácter pecaminoso y decadente. Paradójicamente, este pasaje de lo moderno a lo posmoderno, expresado en una lógica neobarroca y obscena -una fractalidad porno de lo real después de la orgía de representación-, lo conducen a lamentarse incansablemente por la ausencia de ilusión y encanto, en lugar de estallar en una nihilista carcajada nietszcheana. Con su apuesta por la seducción, Baudrillard resulta ser, más que un pensador posmoderno, un anacrónico moralista premoderno.

Esta metafísica subyacente al pensamiento de Baudrillard tiene reminiscencias heideggerianas, es algo así como la historia del olvido de la se(r)ducción. Esta historia, considerada por el filósofo como una
historia de decadencia y modernidad, puede resumirse en tres fases, una fase ritual, luego una estética y, finalmente una fase política de la seducción, que expresan el triste destino involutivo y decadente de la simulación.

La primera fase de su historia revela un estado bruto de la seducción, ésta es ritual, agonística, animal, este estado primitivo, edénico, hace palpitar intensamente el melancólico corazón de Baudrillard. Le sigue una fase más civilizada, desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII comienza a darse una suerte de secularización de la seducción, ésta se manifiesta en los modelos cortesanos y románticos, la figura del seductor entra en escena. Esta escenificación -más o menos melodramática- del juego de las apariencias va haciendo desaparecer, poco a poco,
la magia del ritual, sustituyéndola por una estética de la ilusión cada vez más banal y previsible.

Esta estetización de la seducción alcanzó su clímax en nuestro fin de siglo, pero ya desde el siglo XIX hasta el presente la seducción no ha hecho más que extenderse a todas las esferas perdiendo su mítica intensidad primitiva, su reproducción fractal, metastásica, ha corroído el aura de la que antes gozaba, esta fase política -parafraseando a Benjamin- está íntimamente vinculada a una pieza clave de la máquina analítica baudrillardiana, la noción de transpolítica, esto es, las estrategias banales de un universo carente de seducción.

Uno podría estar tentado a afirmar que "la seducción ya no está entre nosotros" y Baudrillard podría responder melancólicamente "la seducción siempre está en otra parte". En fin, podríamos radicalizar sin demasiadas dificultades el planteo baudrillardiano y oponer un inmanente nihilismo obsceno frente a la metafísica de la seducción que él ingenuamente nos propone.


* Publicado originalmente en El Huevo (Revista cultural de México)

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