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ISSN 1688-1672

 



GLOBAL POSITION SYSTEM - VIAJE - MUNDO REAL/MUNDO VIRTUAL -

Un mundo en que uno no puede perderse*

Aldo Mazzucchelli
La tecnología, al suplantar la vista directa por una pantalla, transforma lo real en virtual, lo cálido en frío, lo matizado en abstracto, lo caótico en geométrico. El mundo se racionaliza y se resignifica convencionalmente


La tecnología gps
(global positioning system) es ya bastante conocida, al menos por todo quien tenga algo que ver con la navegación, tanto aérea como por agua.

Un conjunto de satélites son empleados como referencia por un pequeño receptor, que por un procedimiento geométrico, conociendo la posición de los satélites conoce la suya propia. Esta posición es expresada en un visor digital, por ejemplo, en latitud y longitud terrestre. Si al visor se une un mapa, se obtiene una pantalla que le muestra a uno dónde está, dónde estuvo, y dónde estará, con muy razonable precisión.

Unido a sistemas de navegación por instrumentos, por ejemplo en un avión, permite un nivel muy alto de automatismo en la dirección de las aeronaves. Método similar se emplea en la navegación por mar, y en el viaje por tierra. Obviamente, el sistema se puede emplear para muchas otros usos comerciales que aquí no interesan.
Pero además, las revistas internacionales de trekking, camping, bird watching y otros ings, anuncian en sus páginas pequeños y elementales gps personales, del tamaño de una calculadora de bolsillo, que permiten a un viajero saber exactamente dónde se encuentra sin ayuda de ningún otro elemento.

De modo que la tecnología ofrece ya la posibilidad de vivir en un mundo en el que es imposible perderse.
Ahora bien, ¿vale la pena vivir en un mundo así? O al menos, ¿es posible viajar en un mundo así?
Por supuesto, muchos lectores contestarán a éstas dos preguntas con un sí rotundo, sin más. Un mundo así es más eficiente, más seguro, y uno puede despreocuparse de ciertas molestias que acontecían a los viajeros del siglo XV dC., digamos, como llegar a una patética isla caribeña, en lugar de a la China.

Por otro lado, reivindicar una especie de posición romántica del viajero que se arriesga, que se expone, y que no sabe exactamente lo que encontrará en el camino, puede sonar plenamente extemporánea, como una cosa dicha y oída pero que no puede tomarse en serio y debe dejarse de lado con un gesto simple. El viejo argumento de que no se pierde lo viejo, sino que se gana una nueva posibilidad y, por ende, más libertad de elección, no por recurrido, deja de ser persuasivo: si uno quiere perderse, o si quiere navegar a la antigua usanza, o si quiere viajar por un territorio montañoso y feraz sin la menor ayuda, se dirá, siempre le queda a uno el recurso de olvidar el gps en casa, o de apagarlo y seguir orientándose por las estrellas.

Este último argumento es, entonces, muy fuerte, y no tengo casi nada que decir de él. Salvo una cosa: después de que los hombres hayan prácticamente olvidado la necesidad de prestar atención a la naturaleza, aunque apaguen el Gps, ya no sabrán ver lo mismo que sabían ver antes, en tiempos no tan virtuales.

La tecnología, al suplantar la vista directa por una pantalla, transforma lo real en virtual, lo cálido en frío, lo matizado en abstracto, lo caótico en geométrico. El mundo se racionaliza y se resignifica convencionalmente. Ya no hay montañas: ahora hay conos, a lo sumo. Aunque por supuesto, se sabe que la tecnología en realidad virtual ya es capaz de un elevadísimo 'realismo' perceptual, también es evidente que lo que la realidad virtual evita -al menos por ahora- es el empeñar la propia existencia en las empresas.

Un simulador de vuelo de computador de escritorio, que uso muy habitualmente, me permite ir y venir, por ejemplo, de Montevideo a Buenos Aires en un B737. En la cabina -virtual, y sólo existente en mi computador- se despliegan con exactitud todos los instrumentos de navegación, y una parte de los instrumentos de motor y radio del avión, que reaccionan de modo realista. Las velocidades y comportamientos de la máquina son muy aceptablemente parecidos a la realidad. El escenario en que el vuelo transcurre reproduce con exactitud la costa del Río de la Plata, la ciudad de Montevideo -con su Cerro, parques, playas y edificios característicos incluidos-, y lo mismo ocurre a lo largo de todo el viaje. Pero si cometo un error, no me mataré, ni mataré a nadie. Las consecuencias benéficas de todo esto son obvias en términos de ahorro de dinero y vidas en la formación de pilotos. Pero otras consecuencias de estos cambios inexorables son menos vistas: no creo que la humanidad pueda producir de nuevo a alguien como A. De Saint-Exupéry.

El mundo natural está mediado, y lo está en perfecto orden. Cada vez tenemos menos entrenamiento como animales terrestres. Hay una forma de sensibilidad y la sabiduría de un oficio -orientarse, navegar-, y una forma de riesgo, de valor, y de belleza, que se están perdiendo para siempre, y serán suplantada por otras. Pero no por eso dejan de merecer un treno -algo también perdido-, un lamento fúnebre por hazañas ya insignificantes.


*Publicado originalmente en Posdata

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