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ISSN 1688-1672

 



SEDUCCIÓN - EROTISMO - PORNOGRAFÍA - DESNUDEZ - OBSCENO - TATUAJE - PIEL -

Cuestión de piel: la interpretación como tatuaje en la piel desnuda de la imagen (II)*

Fabián Giménez Gatto
En lo erótico lo que nos seduce es la visión de un cuerpo que no se deja ver del todo, su secreto, su ausencia. En cambio, en lo pornográfico nos fascina la desaparición del cuerpo en la aparatosidad de su presencia absoluta


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En los mass media, los rituales de la seducción se transmutan en rituales de la transparencia, es decir, el juego de claroscuros se transforma en el juego de lo microscópico, una pulsión de visibilidad que anula el juego del deseo. A medida que avanzamos en esta visibilidad obscena de lo real, la oscilación de la mirada en la presencia-ausencia va desapareciendo progresivamente. Frente al juego del deseo, la obscenidad nos ofrece lo más visible que lo visible, es decir, la visibilidad de lo neutro, la hipóstasis de la piel desnuda que borra lo erótico en favor de una pornografía de lo real. Estrategias banales de la cultura occidental porno-pop, paraísos artificiales de la imagen en la ciudad desnuda.

En lo erótico lo que nos seduce es la visión de un
cuerpo que no se deja ver del todo, su secreto, su ausencia. En cambio, en lo pornográfico nos fascina la desaparición del cuerpo en la aparatosidad de su presencia absoluta.

En el primer caso, una forma de ausencia-presencia seductora, en el segundo, una fascinante forma de desaparición por exceso. Al respecto, Baudrillard suele caer a menudo en patéticos maniqueísmos, "buen striptease", "mal striptease",
lo sexual se divide, gracias a una analítica puritana que asombra, en un erotismo bueno y en una pornografía mala. La seducción del fetiche versus un voyeurismo desencantado.

Ejemplifico, el
ritual erótico con su lentitud interminable -la definitiva desnudez siempre pospuesta-, que convierte el cuerpo de la stripteasera en una efigie fálica que emerge poco a poco transformando un signo en otro, un cuerpo semidesnudo metamorfoseándose bajo el espectáculo de la mirada, es sustituido, en el porno, por la contundente inmediatez de un genital en primer plano, una panoplia de signos vacíos que ya no revelan el encanto del sexo como juego infinito de las apariencias.

El striptease culmina en la desnudez y esta desnudez sin eclipse es, justamente, la
muerte de la seducción como efecto prismático, como incansable juego de la presencia y de la ausencia ("ves mi sexo pero mi rostro se esconde tras los velos, ves mis senos pero mis piernas están ocultas por brillantes botas de cuero negro"). Finalmente, la mirada recorre sin obstáculos la totalidad del cuerpo desnudo, una transparencia absoluta elimina los últimos destellos de la seducción como el sol elimina el titilar de las estrellas.
Game over.

En términos interpretativos, la obscenidad es una cuestión de piel. La fascinación pura de las superficies perfectamente iluminadas, la ausencia de profundidad o de enigma, la presencia absoluta de lo mirado donde no existen
sombras u ocultamientos, la desnudez lúbrica y sin secreto. La ambigüedad del cuerpo y del sexo es sustituida por la desnudez, la radicalidad fascinante de la piel desnuda.
Lo que nos seduce tiene algo de indigente, se muestra y se oculta, se pliega, se refleja, se encubre bajo formas distorsionadas, en cambio, lo obsceno nos fascina por su voluptuosidad sin restos, por la abolición de cualquier profundidad o trascendencia, safe apocalipse(x).

En nuestra cultura, paradójicamente obsesionada por lo real, la artificialidad
barroca de lo "más falso que lo falso" es sustituida por el neobarroquismo de "lo más verdadero que lo verdadero". Mientras que la potenciación de lo falso nos continuaba remitiendo a Platón y su caverna, lo obsceno disuelve definitivamente los dualismos que aún conserva la seducción como juego mefistofélico de la diferencia, la representación televisiva es una abolición de la escena, es la clausura del juego de espejos, entramos en el punto sin retorno que nos conducirá, irreversiblemente, más allá de la metafísica de los dos mundos, hacia una artificialidad que desconoce fronteras.

Artificialidad sin artificio, esta puede ser una buena definición de la posmoderna sensibilidad del sujeto mediático, sentado cómodamente frente a su televisor, contemplando en directo -sin demasiadas preocupaciones- el devenir de lo real en fábula massmediática. Esta promiscuidad inmanente de lo real -en la transparencia de un horizonte telemáticamente postutópico- realiza, en la inmediatez de la visión, la
idea de una ontología postmetafísica. En realidad, uno es lo que ve.

La artificialidad de una simulación desencantada es exactamente lo contrario al artificio que aún se mueve en el espacio metafísico de la oposición realidad-apariencias. No existe el mínimo espacio para el juego de la seducción, no hay desvíos en el callejón sin salida de la telemática obscenidad de nuestras pantallas. Simulación desencantada donde el secreto ha desaparecido en la transparencia voluptuosamente obscena de un mundo convertido en imagen, que ya no oculta, pudorosa o perversamente, sus signos vacíos. Si fueron grabadas justo en el
momento de la acción, entonces son evidencias, afirma tranquilamente un programa de entretenimiento que explota hasta el paroxismo la estética del blooper.

La obscenidad es, más que nada, una cuestión de imagen. Este exhibicionismo trastoca el juego de la seducción, cuando todo es visible, cuando la saturación es tal que resulta imposible distinguir un signo de otro, flotando todos en una especie de híbrida sopa semiótica, el espacio para la ilusión es devorado por una masa indiferenciada que está más allá del bien y del mal.

Encienda su televisión, contemple las imágenes por unos cinco minutos, luego intente clasificarlas entre buenas o malas,
bellas o feas... aunque utilice la dicotomía que más le entusiasme verá que la tarea es imposible. Sin coartadas que nos permitan ir más allá de la inmanencia imagística que nos envuelve, el delirio interpretativo se detiene aterrorizado frente a la vorágine de imágenes, donde no hay nada que ver aparte de lo que se nos muestra, voluptuosidad que no deja ningún espacio para el desciframiento. La televisión se ha convertido en el Aleph del que nos hablaba la ficción de Jorge Luis Borges.

Esta nueva sensibilidad iconoclasta que emerge del universo de la información generalizada, no es, a pesar de la cantinela paranoica de Baudrillard, un perceptivo epifenómeno post-apocalíptico. Es, más bien, una pulsión neobarroca investida en la artificialidad imagística, el pasaje del lánguido universo de la
metáfora y la ilusión al universo desencarnado de la imagen. En fin, no hay por qué aterrorizarse, al contrario, ¿por qué no elogiar, discretamente, la voluptuosa fascinación de lo obsceno?

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Podríamos, provisoriamente, distinguir cuatro modalidades de
interpretación, utilizando como metáfora la desnudez del cuerpo de la imagen. Una primera estrategia interpretativa tendría como programa la sustracción, el develamiento de la verdad de la imagen consistiría en quitarle sus velos. Un striptease platónico que conduciría de las apariencias a lo real, de los accidentes a la esencia, de la forma a la sustancia. En segundo término, podríamos referirnos a una radiografía de la imagen, el estructuralismo apostará por una profundización de la mirada, una pulsión de visibilidad que intentará llegar hasta los huesos, hasta la estructura ósea del cuerpo de la imagen.

La radicalización de la visión nos conduce nuevamente al striptease, pero esta vez, interminable e infinito. En el postestructuralismo, el esqueleto de la imagen explota en mil pedazos, conduciendo a una deriva infinita del sentido en el osario de los signos.

La búsqueda del sentido, de la verdad, caracteriza a estas tres
hermenéuticas de la imagen, las tres se inscriben en la metafísica de los dos mundos, las tres son duramente criticadas por Jean Baudrillard. El filósofo clausura toda posibilidad de interpretación de la obscenidad de la imagen, las imágenes están desnudas desde el principio, la desnudez de la piel de la imagen se nos revela desde el comienzo, lo que torna ridículo e inútil el deseo de revelar un sentido que ya se nos ofrece a la mirada sin mayores dificultades.
Ahora bien, una revista sobre el mundo del tatuaje afirmaba enfáticamente: "naked skin needs ink"
(la piel desnuda necesita tinta).

Creo que lo mismo sucede con las obscenas imágenes massmediáticas, una teoría postmetafísica de la interpretación debería entender a éstas como una superficie de inscripción crítica. Frente a la obscenidad y desnudez de las imágenes
(analizadas ampliamente por Baudrillard) tendríamos, como corolario (baudrillardiano), la clausura de toda posibilidad de análisis crítico, al contrario, creo que es posible pensar en una nueva modalidad de lectura, ésto es, la interpretación como tatuaje en la piel desnuda de la imagen.
Desde el "striptease" platónico de la verdad, que conduciría finalmente a la verdad "desnuda", pasando por la infinita "danza de los siete velos" postestructuralista, donde la verdad se pospone indefinidamente en la deriva del sentido, arribamos, finalmente, a una visión de la interpretación como inscripción de sentido en la piel de la imagen, es decir, la interpretación como
fenómeno epidérmico, cosmético y estético, en los pliegues y repliegues de lo visible.

Una mirada postmetafísica a la imagen reconoce que no existe nada más profundo que la superficie, pero no se limita a contemplar, más o menos alienada, la piel que se deja ver, la visibilidad absoluta de lo obsceno. Frente al nudismo radical, el tatuaje. La inscripción de sentido, la saturación del significante, parece ser la nueva tarea de la hermenéutica crítica frente a la posmoderna obscenidad de las imágenes massmediáticas. Una hermenéutica de las superficies, ficciones críticas que inscriben sentido en el plano de inmanencia de lo visible.

Bibliografía

Baudrillard, Jean, Cool Memories, Barcelona, Anagrama, 1989, (primera edición en francés 1987).
-----------------, Las estrategias fatales, Barcelona, Anagrama, 1991, (primera edición en francés 1983).
-----------------, El intercambio simbólico y la muerte, Caracas, Monte Avila, 1993, (primera edición en francés 1976).
-----------------, De la seducción, Barcelona, Planeta-Agostini, 1993, (primera edición en francés 1989).
-----------------, La transparencia del mal, Barcelona, Anagrama, 1993, (primera edición en francés 1990).
-----------------, El otro por sí mismo, Barcelona, Anagrama, 1994, (primera edición en francés 1987).
-----------------, "Ilusión y desilusión estética", Letra Internacional, julio-agosto 1995, Nº 39, Madrid.
-----------------, El crimen perfecto, Barcelona, Anagrama, 1996, (primera edición en francés 1995).


Publicado originalmente en El Huevo (Revista cultural de México)

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