| El horror corporal -un
                  efecto de sentido, atravesado por conceptos, perceptos y afectos,
                  que recorre la mayoría de los filmes de David Cronenberg-
                  parece remitirnos a ciertos tópicos presentes en la filosofía de Gilles
                  Deleuze
                  y Félix Guattari a propósito de las máquinas deseantes,
                  los devenires animales y
                  las bodas rizomáticamente contra-naturales. La intención
                  de este artículo es analizar ese juego de transversalidad
                  entre el discurso fílmico y el filosófico, donde
                  parece perfilarse cierta complementariedad entre la filosofía
                  del deseo y la nueva carne, donde ciertos motivos extraídos
                  de la teratología massmediática
                  de Cronenberg encuentran eco en algunas nociones claves de la
                  filosofía maquínica, nomádica y rizomática de Deleuze
                  y Guattari.
 
 El cuerpo sin órganos
                  de Artaud se convierte
                  en el exceso de órganos
                  proteicos de los mutantes cronenbergianos, asistimos a un post-kafkiano
                  devenir maquínico
                  de Max Renn en Videodrome y a los bizarros entrecruzamientos
                  eróticos del metal y la carne en Crash, mientras
                  que Vaughan, el profeta del accidente erótico, nos confirma,
                  también en Crash, un postulado de la filosofía del deseo, las máquinas deseantes
                  sólo funcionan estropeándose.
 
 De todo esto se desprende una apresurada afirmación: los
                  estudiosos de Deleuze y Guattari deberían ver más
                  películas de Cronenberg y los fanáticos de Cronenberg
                  deberían leer, aunque sea un poco, El Anti-Edipo
                  y Mil mesetas. De estas prácticas intertextuales
                  surgiría, quizás, la posibilidad de delinear una
                  suerte de hermenéutica cinematomítica,
                  que nos permita situar el lugar que ocupa el cuerpo -como espacio
                  de experimentación y metamorfosis- en el imaginario de fin de
                  siglo.
 
 Para Deleuze y Guattari, el cuerpo sin órganos no es más
                  que un conjunto de prácticas de desaparición del
                  cuerpo, "ya está en marcha desde el momento en
                  que el cuerpo está harto de los órganos y quiere
                  deshacerse de ellos, o bien los pierde". Esta experimentación,
                  estas prácticas inscritas en el cuerpo como si de un tatuaje
                  se tratara, son bellamente cartografiadas en Mil mesetas:
                  la destrucción en el cuerpo hipocondríaco, el ataque
                  externo en el cuerpo paranoico, la lucha interna en el cuerpo
                  esquizofrénico, la plurivocidad orgánica en el
                  cuerpo
                  drogado,
                  la clausura hermética en el cuerpo masoquista.
 
 Ahora bien, quisiera añadir una figura más en esta
                  cartografía de las prácticas intensivas sobre el
                  cuerpo, quisiera agregar otras metáforas en la lista
                  de subversiones contra la corporalidad entendida como organismo,
                  como organización armoniosa y apolínea de los órganos
                  del cuerpo. Esta figura será la de la desorganización
                  del organismo, su metamorfosis transgresora, la figura excesiva
                  de lo monstruoso. El terror
                  corporal de Cronenberg posee la particular característica
                  de ofrecernos una visión de lo monstruoso que nos remite
                  directamente a nuestra carne, espacio donde se conjuga el miedo
                  a la muerte, el erotismo y la metamorfosis supurante de lo abyecto. A diferencia
                  de Artaud, la desaparición del cuerpo se expresa, en la
                  filmografía de Cronenberg, en una suerte de metástasis
                  incontrolable y viral, ya no el cuerpo sin órganos sino
                  el exceso de órganos.
 
 Desaparición que nos recuerda a los fenómenos de
                  simulación analizados
                  por Jean Baudrillard, donde asistimos a una mágica forma
                  de desaparición por exceso, no es el juego de la ilusión
                  lo que nos atrae, nos sentimos fascinados por la excrecencia
                  de signos que clausura lo real no por una aséptica sustracción
                  sino por una saturación contaminante.
 
 En este sentido, la dispersión fractal, más o menos
                  imaginaria, de la corporalidad se podría relacionar con
                  las conexiones maquínicas trazadas por una filosofía
                  del deseo. Desaparición que sucede gracias a la contigüidad
                  simbiótica de la materialidad de los cuerpos, a la conexión
                  de los flujos y a los devenires del deseo. Los atormentados personajes
                  de Cronenberg resultan ser las figuras paradójicas a través
                  de las cuales podemos acceder a un análisis de lo que
                  la alteridad de un cuerpo
                  preñado de tecnología representa en la cultura
                  occidental, esto es, exceso, transgresión, perversión,
                  polimorfismo sexual, abyección, en definitiva, caos para
                  la identidad constituida
                  a partir del círculo solipsista y claustrofóbico
                  de un yo afincado en
                  la mismidad de la interioridad subjetiva. La metamorfosis del
                  cuerpo es, en definitiva, metamorfosis de la subjetividad. Líneas
                  de subjetivación configuradas en el vértigo de
                  las líneas de fuga que desterritorializan a la corporalidad
                  convirtiéndola en un espacio abierto a un devenir post-humano.
 
 Estas perversiones de la carne nos revelan una característica
                  fundamental del monstruo contemporáneo, esto es, la transgresión
                  de las oposiciones simples, los monstruos actuales no
                  se dejan encasillar fácilmente en las viejas categorías
                  de lo conforme y lo deforme, rompiendo los estereotipos clásicos
                  que vinculaban la alteridad con un monstruo
                  deforme,
                  hoy, la alteridad de lo monstruoso se instala en el propio cuerpo
                  y recorre las venas de los ciudadanos más decentes.
 
 Oposiciones y jerarquías se desmantelan, ya no funcionan
                  como una estrategia de exorcismo de lo diferente, en cambio,
                  son sustituidas por una lógica de las conexiones que nos
                  remite a un terror viral y rizomático. Bodas contra-natura
                  de lo mismo y lo otro. El científico Seth Brundle convertido
                  en Brundlefly es la figura paradigmática de este devenir
                  otro en la filmografía de Cronenberg. Sin embargo, es
                  posible encontrar estos devenires, estas líneas de fuga,
                  en prácticamente todos los filmes emparentados a la noción
                  de nueva carne. La misma está estrechamente vinculada
                  a la de máquina deseante, manufactura tecnológica
                  del cuerpo y desterritorialización del deseo parecen complementarse
                  de manera bastante interesante, ambas ideas cuestionan el dualismo
                  cartesiano mente-cuerpo, proponiendo una suerte de indisolubilidad
                  entre los dos términos al interior de la inmanencia del
                  deseo y de sus conexiones maquínicas.
 
 Muchos de los monstruos surgidos de la imaginación de
                  Cronenberg no nos remiten, entonces, a una subjetividad perversa
                  sino a los pliegues y repliegues de la piel. La monstruosidad
                  resulta de un efecto de superficie, una perversidad de la carne,
                  mutaciones de un cuerpo
                  que se disgrega y se pierde en una infinidad de entrecruzamientos.
                  Nos enfrentamos a la alteridad del cuerpo como monstruo.
 Videodrome (1982) nos relata
                  la extraña aventura cárnica de Max Renn, un ser
                  humano que progresivamente se convierte en una máquina,
                  perdiendo su humanidad y transformándose en un entramado
                  de carne, cables y metal, una metamorfosis postkafkiana que ya
                  no deviene en lo invertebrado sino en lo maquínico.
 
 El filme nos presenta un fenómeno de contaminación
                  catódica, imágenes que infectan la mente y el cuerpo
                  del protagonista de la historia, la imagen como virus, la pantalla de televisión
                  como prótesis, como extensión del sistema nervioso.
                  El Dr. Oblivion afirma en la cinta que "la pantalla de
                  televisión se ha convertido en la retina del ojo de la mente", la
                  virulencia de las imágenes modifica al cuerpo, convirtiéndole
                  en un espacio abierto a la metamorfosis.
 La exposición a imágenes violentas a través
                  de las snuff movies produce la aparición de un
                  nuevo órgano en el cerebro, que se conecta directamente
                  a las imágenes televisivas.
 
 La televisión convertida un nuevo órgano proteico; Videodrome
                  es también biodrome, es decir, el fenómeno transgresivo
                  de la visión termina por afectar a la corporalidad y fundirla
                  con la máquina. Estos excesivos televidentes polimorfos
                  generan una verdadera tecnofobia frente a la alteridad abyecta
                  del hombre-máquina y sus transgresiones tecnofílicas.
                  El cuerpo sufre una serie de mutaciones para poder
                  albergar imágenes en sus entrañas, al enfrentarse
                  a un videocasete palpitante una vagina dentada se abre en el
                  estómago del protagonista para recibirlo gustosamente.
 
 En un mundo obsceno, sólo el objeto puede seducir (Baudrillard dixit). La nueva
                  carne como el último destello de seducción en el
                  universo desencantado del sujeto fractal. Descentramientos, de
                  una filosofía del sujeto a un erotismo del objeto.
 
 Cronenberg es claro al respecto: "Hago todo lo posible
                  por proyectar mi obsesión por la carne en los objetos:
                  el coche en Fast Company, la televisión en
                  Videodrome." Las maquínicas metáforas del
                  cuerpo en la obra de este director parecen afirmar el último
                  parlamento de Max Renn en Videodrome: "¡Larga
                  vida a la nueva carne!".
 
 Las bodas
                  contra-natura del metal y la carne trazan el campo semántico
                  del terror corporal, las preocupaciones por la inhumanidad que
                  resulta de un desarrollo tecnológico que se nos escapa
                  de las manos están presentes en la mayoría de estos
                  filmes, donde las pesadillas post-industriales nos muestran cuerpos
                  mutilados, penetrados y, aunque parezca extraño, sodomizados
                  en rituales tecnológicos no carentes de erotismo. Es decir,
                  no sólo podemos rastrear paranoias apocalípticas en este tipo
                  de filmes, sino también intentos de experimentación
                  en el terreno de una sexualidad no humana, fetichismo maquínico
                  en la seducción del metal, la máquina como otro,
                  el otro yo, alteridad que marca a un cuerpo y lo convierte en
                  extraño para sí mismo.
 
 Arribamos aquí a la problemática de la abyección,
                  en el horror nos enfrentamos a aquello que nos resulta repulsivo,
                  a aquello que nos perturba y rechazamos violentamente convirtiéndolo
                  en límite. Las reflexiones
                  de Julia Kristeva pueden ayudarnos a sobrevolar lo abyecto para,
                  así, poder abordar la paradoja de la abyección
                  en la nueva carne. Pareciera que lo abyecto, en opinión
                  de Kristeva y por lo menos en algún sentido, remite a
                  la impureza, a la muerte que nos amenaza y, también,
                  a la animalidad, a ese espacio donde la humanidad desaparece.
                  Bataille afirmará algo similar al decir que la animalidad,
                  para nosotros, simboliza la transgresión, ya que el
                  animal nada sabe de interdictos, "la humanidad degradada
                  tiene el mismo sentido que la animalidad".
 
 Sin embargo, en la obra de Cronenberg
                  el carácter de lo abyecto estaría ligado mucho
                  más a la máquina que al animal, o bien, a una especie
                  de animalización de lo maquínico, en el sentido
                  de otorgarle a lo tecnológico una significación
                  ligada a la sexualidad y a la violencia, como sucedía anteriormente,
                  en las sociedades primitivas, con la animalidad. Lo maquínico
                  se convertiría, entonces, en el sustituto simbólico
                  de la animalidad en el imaginario post-industrial.
 
 Entonces, la paradoja de la nueva carne es la de abrazar esta
                  maquínica forma de abyección, esto es, abrazar
                  precisamente lo que rechazamos, abyección tecnológica,
                  si se quiere, ligada a una suerte de tecnofobia ambivalente.
                  Es decir, la máquina convertida en fetiche sadomasoquista se conjuga
                  con la carne, el metal se convierte en ese objeto abyecto que
                  no produce rechazo sino fascinación. La abyección
                  de lo maquínico recorre como un fantasma la totalidad
                  de la obra cinematográfica de Cronenberg, la desintegración
                  de la subjetividad en la tecnofilia se celebra como una fiesta,
                  como el nacimiento de una extraña experiencia interior
                  ligada a una progresiva desaparición del cuerpo.
 
 Paralelamente, la subjetividad se convierte en una pieza de la
                  máquina deseante, conexiones y vínculos más
                  allá de la relación mente-cuerpo, dicha relación
                  es sustituida por la que se instaura en el eje subjetividad-máquina,
                  donde los agenciamientos del deseo conectan al sujeto a lo inorgánico,
                  a lo improductivo. Cada multiplicidad maquínica es simbiótica,
                  una simbiosis sexual entre lo orgánico y lo inorgánico
                  que hace referencia a las múltiples conexiones libidinales
                  que establecemos con los objetos. Organismo polimorfo conectado
                  a flujos de intensidades variables,
                  nuevos órganos, devenires más allá de los
                  límites de nuestra piel.
 
 Crash (1996) también
                  incursiona por los territorios de una sexualidad más allá
                  de los límites del cuerpo. "Los coches son la
                  tecnología a través de la que los personajes están
                  reinventando la existencia humana" , afirma David Cronenberg,
                  quien considera que su creación posee cierto espíritu
                  existencialista. La mezcla de sexo y velocidad
                  se convierte en lo que Deleuze llamaría un programa de
                  experimentación en el terreno de las intensidades. Los
                  personajes van recreando su propia existencia, a través
                  de encuentros sexuales, coches conducidos a velocidad de vértigo
                  y, por supuesto, colisiones. Colisiones no sólo automovilísticas
                  sino también sexuales.
 
 Tecno-sexo que abre las puertas de una sexualidad maquínica,
                  donde la velocidad de los cuerpos no produce necesariamente el
                  accidente fatal, caso extremo de erotismo, sino el accidente
                  erótico, la pequeña muerte motorizada.
                  El accidente como acontecimiento, devenir otro en la mixtura
                  maquínica de la carne y la prótesis, exploraciones
                  sexuales en el interior del seno tecnológico que representa
                  el automóvil, la velocidad aumenta la distancia con el
                  territorio real y reenvía a la subjetividad a un encuentro
                  con el otro, descentramiento dromológico que nos libera
                  del espacio y nos conecta
                  con formas de la continuidad, seres discontinuos que alcanzan
                  la anhelada continuidad separándose de lo real en el deslizamiento
                  vertiginoso de las ruedas sobre el pavimento y del encuentro
                  de los cuerpos sobre el cuero maloliente de los asientos del
                  automóvil, convertido en un dispositivo libidinal, en
                  una máquina de intensidades.
 
 En el erotismo dromológico de Crash, el automóvil
                  no juega solamente como vector de una subjetividad que se proyecta
                  en los objetos, sino como una reconfiguración de la subjetividad,
                  la cual transgrede los límites de la velocidad y del sexo
                  simultáneamente. Los accidentes modifican la carne, las prótesis la erogenizan,
                  las cicatrices parecen convertirse, junto a éstas, en
                  las verdaderas zonas erógenas de cuerpos que cargan con
                  la violencia de la velocidad y de la sexualidad. Una sexualidad
                  proteica y polimorfa donde la corporalidad es la escena por excelencia
                  de una transgresión que se desliza entre los metales retorcidos
                  y el erotismo maquínico. Nomadismo plagado de conexiones,
                  fluidos mecánicos y corporales que se mezclan en la deriva
                  de los cuerpos.
 
 La obra cinematográfica de David Cronenberg refleja una
                  nueva concepción a propósito de nuestra corporalidad
                  y su relación con los objetos que la rodean. Haciendo
                  referencia a la filosofía del deseo de Deleuze y Guattari,
                  cabe mencionar una suerte de "poblamiento de la máquina",
                  que, en el caso de la nueva carne, aparece como poblamiento erótico
                  de la máquina, mutación en la subjetividad
                  y en el cuerpo de los que la habitan. La nueva carne resulta
                  ser, entonces, la corporalidad desnuda ante la caricia abyecta
                  del metal, la somática anti-utopía post-industrial
                  presente en el imaginario cultural de
                  cruce de milenios.
 
 * Publicado originalmente en El Huevo
                  (Revista cultural de México)
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