H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



MEYER, PEDRO - ESPECULAR - FOTOGRAFÍA/ESPEJO - MIMESIS - ANCLAJE - ESPEJISMO -

En la frontera: Verdades y ficciones de Pedro Meyer (VI)

Inés Bortagaray
Generalmente se identifican las imágenes que suministra la cámara con aquéllas que refleja un espejo. Se dice que el espejo “devuelve” la imagen; se habla de devolución como si la imagen fuera ya nuestra


El anclaje

Los títulos de las fotos de Verdades y ficciones cumplen con la función de un ancla, agregan un sentido a la imagen, sugieren una posibilidad de lectura, le adhieren un cable a tierra.

Se designa también con el nombre de anclaje al
establecimiento de relaciones entre entidades semióticas
dependientes de dos semióticas diferentes (la imagen
publicitaria y su leyenda; el cuadro y su título) o de
dos instancias discursivas distintas (el texto y su
título): el anclaje tiene por efecto transformar una de
las magnitudes en referencia contextual, permitiendo así
eliminar la ambigüedad de la otra

La definición de Greimas sostiene esta idea: existe una
referencia contextual en cada título de cada foto; sin
embargo, la ambigüedad en ningún momento se elimina. No
desaparece. Y a veces en algunas fotos se acompaña de la
ironía. El título no explica las fotos. No tiene que ver
con la postal de la Playa Ramírez en cuyo reverso se lee:
“Playa Ramírez”. Los títulos no son en este caso
descriptivos, porque no dan más información que un
nombre, no dan detalles de la información. Un ejemplo de
un tipo de títulos en los que se busca completar la
información se encuentra en una foto de un diario: un
lobo marino yace
(aparentemente muerto). Una parte se
apoya en el agua y otra en unas rocas. Debajo, el título
señala: “En Villa Dolores el lobo marino murió víctima de
un extraño virus
”.

Este caso es el de un título que se utiliza para aumentar
la información de la imagen. No es el caso de los títulos
que aparecen bajo las fotos de Verdades y Ficciones.

En las fotos de Pedro Meyer la mayoría de los títulos aparecen como un dedo que señala, que fija una mirada posible, pero que no la anuncia como la mirada posible ni como evidencia o prolongación natural de la foto. Existe otro
caso en que los títulos se definen desde su
sobredesignación o redundancia.

Eso sucede en fotos como“Concursante #3”, donde aparece una señorita en traje de baño con un cartel con un número tres pegado en su cintura, o en “Escenario de un crimen”, donde, como en las películas policiales, se ve el recorte entero de un cuerpo -cadáver- de una persona dibujado en el suelo, las manchas de sangre a la altura del corazón, y lo que
impide la entrada al lugar es una cinta amarilla con letras negras que dice bien grande: “Crime Scene”, o en el caso de “Explosión de sillas verdes”, foto en la que aparecen un montón de sillas verdes explotando en el aire, o también en “Cancha de baloncesto”, donde lo primero es el aro de basketball.

En el acto de designar tiene lugar la información.
No informa más que la imagen ni la completa, sólo la repite, la duplica, instala un ida y vuelta de la
lectura a la realidad y de ésta a la lectura nuevamente. La duplicación, la redundancia, ya no da lugar a dudas. La explosión es una explosión y el escenario de un crimen es eso: escenario de un crimen.

En “Cartelera ambulante” Meyer, con humor, sugiere una idea: un personaje cuya cabeza se encaja en prótesis grotesca de una computadora que sostiene una cámara de fotos. Existe en el título una síntesis de lo que se muestra: un hombre sonriente pasea por un parque neoyorkino, deambula acarreando un sombrero o una corona, diseñado con dos objetos que tienen toda una significación en la imagen: medios que la permiten, que la generan. El “hombre-cartelera” y su disfraz como híbrido entre lo analógico y lo digital. Todo se resume en dos palabras que no describen ni explican, sólo sintetizan y sugieren una mirada posible a la foto, desde ese título-ancla.

“Territorio republicano” es el nombre de una foto en la que un títere o muñeco de ventrílocuo sonríe ahorcado y colgado de un árbol, mientras sostiene un revólver. Detrás del árbol hay una calle ancha, y más atrás un parque con palmeras alineadas y un edificio estatal. En la calle los tres carriles se señalan con flechas, una central y dos a los costados, la de la izquierda curvada hacia la izquierda, la de la derecha doblada a la derecha. La foto sugiere burla, un chiste quizás un poco interno, que se abre con más claridad (no total claridad) hacia el lector cuando se agrega el título. En el territorio republicano seguramente se ha ahorcado al demócrata, y las flechas se cargan con otro sentido cuando el ancla trae el tema de la política.

Existe también un tipo de fotografías en el que la referencia del título se establece linealmente frente a la imagen. “Humo en los ojos” es un ejemplo. Por una calle de San Francisco camina un mozo asiático refregándose los ojos y haciendo equilibrio con una bandeja cargada de platos. De un auto estacionado a su lado, sale una masa de humo que lo cubre. El humo y los ojos irritados se evidencian en seguida. El título en este caso los retoma. La ambigüedad no se elimina. Hay algo imposible en esa foto donde en el cuerpo del mozo se recorta la sombra del fotógrafo, y donde su figura se despega del fondo como si su espacio y el espacio fuera otro. La ambigüedad o su eliminación no se sostiene de la línea que une la imagen con su título. No hay redundancia en el título. El ancla se establece desde la síntesis y no desde la sobredesignación.

Otro caso corresponde a las fotos que están acompañadas de un texto. Generalmente es el caso de la foto periodística de un medio de prensa. Muchas veces el texto que acompaña a la foto se dedica a ampliar la “información” que está incluida en la foto, pero a veces el texto produce o inventa un significado totalmente nuevo. Barthes escribe el caso del título de una foto en la que se ve a la reina Isabel y a Felipe de Edimburgo bajando de un avión. Bajo la foto, el texto establece: “Estuvieron al borde la muerte, sus rostros lo prueban”. En el momento en que el fotógrafo apretó el disparador, los dos personajes ignoraban totalmente que habían logrado escapar sanos de un accidente aéreo.

En “El mensaje fotográfico” Barthes refiere a otra situación frente a una fotografía. A veces la palabra contradice la imagen y provoca una contradicción que compensa, que marca un equilibrio en el aparente desfasaje que se crea entre la lectura de la foto y la lectura del texto que acompaña a la foto.

Si se concibe al texto como duplicación, como algo entregado a la contemplación pasiva, la consideración del espejo como grado cero de ese estado puede ser importante. Es tradicional la asimilación del espejo a la mimesis (Stendhal, afirmando que “la novela es un espejo que se posee a lo largo de un camino” o Hamlet, sosteniendo que el arte es un espejo vuelto frente a la realidad) en la medida en que el espejo da una imagen que devuelve la mirada: es allí donde culmina el principio aristotélico de la imitación como justificación del arte, imagen operativa que se sustituye, en el romanticismo, por la de la lámpara (como iluminación de lo interior, lo subjetivo a ser expresado).

Esa concepción del espejo como repetición de la realidad puede aplicarse a la fotografía en términos “puros”. Todo lo dicho a propósito de la documentalidad como principio fundador de la fotografía puede servir de base a esto.

Generalmente se identifican las imágenes que suministra la cámara con aquéllas que refleja un espejo. Se dice que el espejo “devuelve” la imagen; se habla de devolución como si la imagen fuera ya nuestra.

Como en la imagen fotográfica, esperamos que el reflejo duplique físicamente al objeto. Se espera que la imagen corresponda con exactitud al objeto, que no haya distancia alguna entre uno y otro. El espejo posee toda una carga simbólica que lo asimila a la verdad. Refleja lo auténtico, lo sincero, ofrece revelaciones, saber, refleja lo que queremos y lo que no nos gusta, es implacable, honesto. El espejo responde verdades dolorosas a la madrastra de Blancanieves, no se apiada ni consuela.

Etimológicamente, espejo - espill en catalán, o specchio en italiano - conduce a speculum, lo que da lugar al término “especulación”. Según Fontcuberta, originariamente “especular” significaba observar el cielo y los movimientos relativos de las estrellas con la ayuda de un espejo.

El reflejo de los astros en el espejo permitía el estudio del universo. La verdad contenida en el reflejo aséptico del espejo permitía especular. Aparece la idea ambivalente que acompaña al espejo. En los parques de diversiones, kermesses, fiestas de juegos infantiles, hay salas enteras con paredes de espejos “chuecos”, distorsionados. La impresión es fuerte cuando uno se para frente a uno y descubre las piernas tanto más cortas que el torso o la cara ahuevada o la nariz inmensa.

En el diccionario, muy cerca de la palabra “espejo” aparece “espejismo”, que alude a lo fantasmagórico o irreal. Aunque el objeto y su reflejo confunda las diferencias entre uno y otro, es necesario recalcar que el reflejo elimina la tridimensionalidad, invierte la imagen, la puede achicar, agrandar, deformar. Desde el estudio científico hasta la fabulación poética, los espejos, como las cámaras, tienen muchos usos: cóncavos, convexos, objetos de espionaje, vidrios simulados en interrogatorios que ocultan a fisgones, espejos que reflejan Alicias distintas en el país de las maravillas, agua que refleja y ahoga a Narciso, el enamorado.

 

(sigue)

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia