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LABERINTO, ETIMOLOGÍA - LABERINTO MÍTICO - HACHA DE DOS FILOS - ARIADNA, HILO DE - BORGES, JORGE LUIS -

El hacha de dos filos*

Carlos Rehermann

Para un lector como Borges, la pérdida de la visión puede ser tan terrible como para experimentarla como una emasculación simbólica: desde que no ve, no puede penetrar el texto; desde que no ve, necesita la guía de otro para recorrerlo


Es adecuadamente brumoso el origen de la palabra laberinto, su etimología y el desarrollo histórico de sus significados. Jorge Luis Borges, que escribió bastante desde y hacia el laberinto, creía en la derivación de la palabra griega lábrys, hacha de doble filo. Se sabe que el escritor, ciego, recorría solitario los pasillos de su Biblioteca Nacional, guiándose, según las reglas del laberinto, por el leve contacto de su mano con los lomos de los libros. ¿De dónde venía todo aquel saber humano convertido en paredes invisibles?

No sólo de Grecia, sino de la Grecia sagrada en la que Zeus impartía su furia relampagueante en forma de hachas tonantes. No parece casual que Borges se sintiera atraído también por las mitologías nórdicas, en las que Thor también era poseedor de un doble poder, en forma de martillo.

Pero se sabe que el origen de la idea de laberinto como derivación de lábrys proviene de las excavaciones realizadas por Evans en Creta, donde se encontraba el signo de la doble hacha en cada rincón del palacio de Cnoso, interpretado entonces como el laberinto mítico. El caso es que, en la época de construcción de ese palacio, la doble hacha era llamada peleky y no lábrys, lo que parece desarticular aquella teoría.

Pero el origen de las palabras, como el de las personas, no importa tanto como el relato que de ese origen se hace a lo largo de la historia. Para Borges, la doble hacha, con su ambigüedad y el peligro latente de un filo que siempre mira hacia el que la empuña, pudo tener un sentido personal muy fuerte. La doble hacha se utilizaba en el Mediterráneo y el Oriente como instrumento para la castración ritual.

Para un lector como Borges, la pérdida de la visión puede ser tan terrible como para experimentarla como una emasculación simbólica: desde que no ve, no puede penetrar el texto; desde que no ve, necesita la guía de otro para recorrerlo.

Confluyen naturalmente las ideas de impenetrabilidad, necesidad de un hilo de Ariadna e imperativo de emprender la misión de sacrificar al monstruo biforme que se esconde en el laberinto, gran símbolo fálico devorador de vírgenes, el Minotauro.

La interpretación a partir de la doble hacha, sin embargo, no ha sido la más influyente de la historia de la palabra laberinto. Durante la Edad Media -más temprano aun, desde Isidoro de Sevilla y el nacimiento de la pasión occidental por la etimología- numerosos eruditos adjudicaron a la palabra laberinto un origen relacionado con el trabajo
(labor) y el lugar cerrado o lo interior (intus).

Los etimólogos medievales abrieron un abanico semántico: trabajo para salir
(si el laborintus es una prisión); trabajo para entrar (si el laborintus es una protección para un tesoro).

Una vez más, los senderos del significado se bifurcan laberínticamente, tienen dos filos, conducen tanto a ideas positivas como negativas de la cosa. Borges, claro, sintetizó a conciencia el laberinto etimológico: todo está contenido en el lábrys.

* Publicado originalmente en Insomnia Nº76

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