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ISSN 1688-1672

 



DIFOL - DEUDA EXTERNA - PALABRA - SÍOS - HONOR -

El Difol de los Síos*

Carlos Rehermann

Nos hemos convertido en aparatos tan cínicos como los inventores del honour. Porque si no fuéramos debiluchos y pobretones no tendríamos tantos discursos en torno a la honra de la deuda. No vamos a honrar nada: pagamos porque si no, nos liquidan

El honor de evitar no pagar


Como se sabe, antes se pagaba la deuda externa; en cambio ahora se honra la misma deuda. Antes, algunos políticos con poca chance de ser elegidos proponían no pagar la deuda externa; ahora los mismos políticos dicen que no se puede caer en el difol. Uno agradece sinceramente el esfuerzo de numerosos técnicos en temas económicos
(equivocólogos) e incontables políticos (gargaristas) por estimular nuestro deseo de cambio.

En efecto, hace eones que hay deuda externa, y desde tiempos remotos se habla de pagar y no pagar, y si no fuera por la vocación de cambio de nuestros parlanchines radiofónicos y escribientes periódicos, estaríamos idiotas por el sofocamiento producido por el uso reiterado de los mismos términos. En cambio, gracias a las novedosas fórmulas introducidas por nuestros alegres dicentes, podemos volver una y otra vez a lo mismo con el sabor de lo nuevo.

Hablemos de honrar. Por lo que se sabe, se puede honrar a una persona (lo cual quiere decir tratarla con respeto) pero no hay más remedio que considerar que honrar una deuda es una metáfora o una equivocación. Conviene saber en qué idioma uno habla, para atenerse a, entre otras cosas, el honor. Hablamos en un idioma español de Uruguay. Si estamos de acuerdo, se puede continuar la lectura; de lo contrario, conviene encender el televisor y ponerse a mirar Friends u otra exquisitez, donde eventualmente significa finalmente y mil millones es un billón.

Quienes se expresan en inglés a veces emplean el término honour en su acepción de aceptar y pagar las deudas. Es curioso que pagar lo que corresponde se signifique con una palabra que, en su primera acepción, quiere decir respetar. El uso de este término en lugar de simplemente pagar está dando un matiz de trascendencia ética que estimula la sospecha de un aldeano tan suspicaz como el que aquí escribe.

Pues si tanta ceremonia se otorga a cumplir con la palabra empeñada, uno tiene permiso para pensar que la costumbre, en aquella lengua, es justamente el incumplimiento. Y si uno se pone a leer a los compatriotas de quienes inventaron ese término, por ejemplo Thackeray y su Feria de las vanidades, entiende cabalmente por qué las cosas se toman tan seriamente.

Lo malo es que después vienen los traductores vocacionales y convierten pagar en honrar, como si aquí se pudiera medir la obligación de pagar con una vara ética. De alguna forma nos hemos convertido en aparatos tan cínicos como los inventores del honour. Porque si no fuéramos debiluchos y pobretones no tendríamos tantos discursos en torno a la honra de la deuda. No vamos a honrar nada: pagamos porque si no, nos liquidan.

Bueno, y si no se paga lo que pasa es que entramos en difol. Default, en inglés, significa no pagar una deuda, y también no aparecer en un acto al que uno está obligado, por ejemplo un juicio en el que uno está involucrado. En español hay una palabra para referirse al acto de pagar una deuda
(pagar), pero no hay ninguna para designar el acto de no pagar. En cambio, los ingleses pareciera que necesitan referirse con comodidad (es decir, con una sola palabra, que para eso están las palabras) a no pagar. ¿Será por la frecuencia con que deben hablar de eso? Misterio.

No vamos a entrar en difol es una manera complicada, de doble negación, para decir vamos a pagar la deuda. Poner un no, en una frase que señala una intención, implica un temor. No no no, eso no nos va a pasar, no no. No vamos a no pagar. Curiosa manera de ser positivos.

Sea un CEO bien posicionado


Hace treinta años alguien inventó una palabra que ahora usan muchos bípedos, algunos de ellos humanos: sío
(pronúnciese CEO). ¿Alguien sabe qué es un sío? Pregunta más complicada aun: ¿alguien sabe por qué se dice sío en vez de jefe? CEO es la sigla de Chief Executive Officer, una suma de tres términos que comparten significados, y que literalmente podría traducirse como Jefe Ejecutivo Encargado. Más que el nombre de un cargo, es una ráfaga. Es una sigla apta para dejar claro quién corta el bacalao.
Unos síos particularmente dicharacheros son los directores de márquetin
(en lenguaje vulgar, marketing), una de cuyas características más notorias es la glosolalia, patología que consiste en inventar palabras. Las palabras así creadas no definen nada para lo que no hubiera antes un término específico. La más bella de sus creaciones es actitudinal, que no sólo es nueva, sino que no significa nada, por lo que debe considerarse una purísima obra de arte.
Otra es posicionamiento, estremecedor sonido recomendable para consumir entre dos douyons
(popularmente, Dow Jones) y con abundante honra sin hielo.

Muchos dialectos populares se caracterizan por un fenómeno parecido, pero allí el motivo para las innovaciones no radica en una enfermedad, sino en un ánimo de juego.
Un ejemplo es el lunfardo argentino, cuyo carácter juguetón postuló con acierto Eduardo Gobello, contra las burguesas interpretaciones que insistían en su origen como lenguaje cifrado del mundo del hampa.

Véase como ejemplo el verbo ortibar, que significa delatar. La palabra se origina en el verbo batir, que en primera acepción es decir, y en segunda delatar. El origen parece estar en battere, término de jerga italiana que significa decir. Pero es en el sentido de delatar que surge batidor, delator. Aquí comienza el juego: batidor se convierte, por un mecanismo de vesre
(inversión silábica), en dortiba, que pierde la d inicial para transformarse en ortiba. De este modo, la actividad del ortiba surge naturalmente en forma de verbo, y así nace ortibar.

Con el léxico de los especialistas en estudios de mercado ocurre otro fenómeno, parecido a la proverbial mala letra de los médicos: ocultar, mediante el uso de una clave, que se está diciendo una banalidad. Analícese posicionamiento. Esta palabra se emplea por parte de los directores y asesores de ventas para hablar del lugar que ocupa una empresa en una lista
(de ventas, de recuerdo de marca, de perfil de calidad, etc.).
Ya que la palabra no se encuentra en el diccionario -de lo cual, vale aclarar, no se deduce que no debiera usarse- hay que intentar descubrir de dónde viene. Por el sufijo -miento, uno diría que proviene del verbo posicionar, y significaría acción y efecto de posicionar. Es necesario, entonces, investigar qué significa posicionar, que tampoco se encuentra alistada. Cabe deducir que este verbo deriva de la palabra posición, que significa figura o modo en que está colocada una cosa. De aquí se deduce que posicionar significa simplemente colocar de algún modo. Pero obsérvese que nunca se puede colocar de ningún modo; en la acción de colocar siempre está implícito algún modo. Por lo tanto posicionamiento es lo mismo que posición.

Hay otros casos en que podría realizarse la misma operación: operacionamiento por operación, acepcionamiento por acepción, generacionamiento por generación, atencionamiento por atención, en fin.
El proceso es similar al sufrido por batir y su vesre, cuando la nueva palabra recoge una de las posibles acepciones de la originaria, para establecer un significado distinto de la acepción predominante.

Pero ¿por qué se intenta marcar con posicionamiento una acepción especial de posición?
La respuesta debe buscarse en la posición que buscan los síos que usan esta palabra, con respecto al bolsillo de sus clientes. En efecto, decir que para lograr sus objetivos la empresa debe colocarse en cierta posición en un medio, es una tautología: siempre, para lograr cualquier cosa, hay que ponerse en un lugar y de alguna manera.
Cuando un asesor dice que la empresa debe posicionarse, la extrañeza de la palabra la hace parecer un término técnico, que hace creer al oyente que implica un cierto conjunto de conocimientos. Una vez convencido de que el asesor sabe, puesto que dispone de un léxico técnico, el cliente del asesor realiza el acto esencial: le paga.

Donde no hay nada siempre se encuentra un sío


Uno se sienta a desayunar y si escucha la radio se encuentra con abundante información sobre la evolución de la bolsa de Tokyo, el índice douyons, el násdac y otros conjuros herméticos. ¿Puede concebirse una manera mejor de ser dejado afuera del mundo? Salvo catorce oyentes, que por otra parte encuentran esa información en fuentes más confiables y actualizadas, nadie sabe de qué habla el periodista, pero que la información se trasmita a través de un medio masivo puede hacernos creer que uno es el único que no entiende. Sin embargo, como se vio, casi nunca hay nada para entender.

Esos términos se usan más que nada por horror al vacío. El colapso del orden económico y social es tan absoluto, la incomprensión de la realidad tan completa, que difícilmente se pueda dar una explicación coherente. Se repite, entonces, las mismas naderías con nuevos términos, se inventa ocupaciones y se llena de cifras una planilla, como si se estuviera incorporando información. El silencio, que sería lo más recomendable cuando no se tiene nada para decir, da miedo, porque hace pensar que no tenemos soluciones. Y el sío, lúcido oportunista, se apropia de la nada y la llena de palabras.

A medida que la situación empeore -algo que parece ser lo único que saben hacer las situaciones-, podemos imaginar una segunda camada de especialistas, cuyo conocimiento sobre las posiciones trascienda los posicionamientos, de tal modo que hayan creado el verbo posicionamientar, y entonces se hablaría de posicionamientamiento, y así como los geólogos determinan las edades de la tierra por la suma de capas que se encuentran en un corte de suelo, así las generaciones de asesores podrán datarse por la cantidad de sufijos agregados.


* Publicado originalmente en el Semanario Brecha

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