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ISSN 1688-1672

 



HIPERTELIA - HOMO/HETEROTRAVESTISMO - TRAVESTI - SUPERMUJER - HIPERSEXUALIDAD -

Soy una mujer normal*

Martín Gómez Chans
Hipertelia (¿será necesario decirlo?) es uno de los rasgos del barroco. Cuando el travesti (la adolescente) se emperifolla, en un principio para enganchar y gustar, es incapaz de detener esa folie douce de pintarse, de dibujarse, de corregirse, de construirse otro cuerpo


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Baile de campaña. Hipertelia. Esta palabra extravagante tiene su origen, si esta torpe filología no falla, en la obra de Severo Sarduy y Lezama Lima. Refiere a todo exceso, a todo aquel organismo que rebasa sus propios límites, a todo aquel artefacto que desborda su propia función, a aquél movimiento que va más allá de su propio objetivo, al proyecto que supera su propia finalidad. Es, a fin de cuentas, otra palabra para el monstruo.

Hipertelia (¿será necesario decirlo?) es uno de los rasgos del barroco. Cuando el travesti (la adolescente) se emperifolla, en un principio para enganchar y gustar, es incapaz de detener esa folie douce de pintarse, de dibujarse, de corregirse, de construirse otro cuerpo.

El movimiento ha rebasado su objetivo, pero el resultado (si es que hay uno) también ha rebasado los límites de la tolerabilidad. Este exceso de precauciones, este empuje, menos perfeccionista que correctivo, como una fascinación suicida, va a resultar fatal. Corregir y perfeccionar el cuerpo también es sacar, del archivo imaginario más crudo, el cuerpo fragmentado, la dispersión original de piezas y partes que luego se unen no sin ostensibles (y siempre frágiles) artificios: tengo un ojo más chico que el otro, mi nariz se tuerce ligeramente hacia la izquierda, mi cuello es muy corto, mis piernas son demasiado largas: soy una sumatoria contradictoria, frágil y fea, de ojos, pelos, boca, piernas, orejas.

El travesti, finalmente, aunque ese fuera su objetivo, no va a clonar o a replicar a una mujer para suplantarla: su femeneidad va a superar lo femenino. Este es más-femenino que-lo-femenino es la hipertelia: es lo que delata al travesti, es lo que hace que aquello que había empezado (presumiblemente) como una tachadura de su sexo, se convierta en su más inquietante exhibición. Ocultar al macho, borronearlo, dibujar encima de su cuepo un cuerpo de mujer, hipertrofiar la femeneidad hasta volverla perfectamente inverosímil, grotesca, o incluso agresiva, no deja de ser, paradójicamente, una manera de enfatizar a ese macho que se somete y se deja.


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Extraña derivación de la sexualidad. Los monumentos hormonales de la cultura de masas, como la Chicholina, o Madonna o Marta Sánchez, o Marilyn, o Susana Giménez, o Zsa Zsa Gabor, o Loni Anderson, son, en el sentido de una sexualidad hipertélica, travestis. Toda mujer, presumiblemente, que sea bild de la cultura de masas, es travesti.

Las variaciones. Raquel Welch, Liz Taylor. Abonitarse, rejuvenecerse, agregarse senos, afinarse la nariz, quitarse una costilla para enfatizar la cintura, endurecer las nalgas, almendrarse los ojos, usar procedimientos quirúrgicos o gimnásticos o químicos o alimenticios (ya no es posible no tomar al make up como medida, sea éste quirúrjico o químico o gimnástico: la fabricación de un cuerpo puede eventualmente ser el mantenimiento del cuerpazo infernal que Dios nos dio).

Un cuerpo de mujer dibujado sobre un cuerpo de mujer, o una cara de mujer dibujada sobre una cara de mujer -homotravestismo (1): ¿importa acaso el sexo original desde el cual parte el travesti? ¿o importan más bien el énfasis, el dibujo, el make up, el proceso de hacerse?

Marta Sánchez, Marilyn. El cuerpo de una
supermujer ha sido fabricado debajo de una cara de niña boba, o al revés, la cara ha sido fabricada sobre un cuerpo. En cualquier caso un ser asexuado y uno sexuado se unen y se mezclan para componer un monstruo deslumbrante, un barroco hipersexuado, teatral ("Soy una mujer normal").

Madonna. Un cuerpo de hombre se va dibujando lentamente sobre un cuerpo de mujer. La obtención de la hipersexualidad pasa por una progresiva desfeminización del cuerpo, o mejor, por su progresiva masculinización (desde la italiana rea hasta el tecno-sado).

Es el mismo movimiento hipertélico del travesti clásico (heterotravestismo), la misma inercia, pero con una inversión de su sentido: no hay una tachadura de la mujer detrás del cuerpo macizo, rellenado (con sus agujeros tapados) y musculado de varón, sino la exhibición paradojal de una femineidad que no es solamente fálica sino sádica y carnívora: la mujer que pega, que somete y humilla y penetra, la imposible erección femenina, la imposible erección perpetua (los recursos enfáticos, siempre obvios, característica del barroco: recuerdo los picos, duros y filosos, del corpiño metálico).

Todos estos son organismos complejos, mutantes genéticos, imágenes sexuales nomádicas. Pero no necesariamente debe verificarse la deriva de un sexo a otro (heterotravestismo) para que aparezca el barroco sexual. A eso apuntaba el ejemplo con el que empieza esta nómina de "extravagancias" (el homotravesti: una mujer dibujada sobre la mujer; o eventualmente, un hombre dibujado sobre un hombre).

La cultura televisiva está llena de organismos interesantes, en ese sentido. Azúcar Moreno: textos eróticos y provocativos cantados a una sola voz, con una sola enorme boca, por Antonia y Encarnación, las siamesas del placer, la bizarra gitana doble. Sueño realizado no sólo de una super-mujer, sino de una estéreo mujer, una sirena especularia, un doble de cuerpo por gracia de una magia genética, una especie de partenogénesis coreográfica.


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Volviendo a nuestro asunto, la hipertelia provoca, o es, de hecho, un efecto paradojal: la famosa transgresión que supuestamente contiene el barroco, la provocación o la crisis de un orden institucional o de una axiología autoritaria e incuestionada (la cultura occidental y cristiana, la familia burguesa, la división sexual de los roles, etc.) rasgo tantas veces mencionado y celebrado por los espíritus románticos o contestatarios, parece nacer precisamente de una forma hipertrofiada de la obediencia institucional.

En un viejo artículo de La República de Platón (2), se mencionaba el caso de un travesti de varieté, en un quilombo de una ciudad del interior de Uruguay. Su nombre artístico era Susana Giménez de Monzón (se negó a actuar, cierta noche, porque el anuncio del show, en la puerta del cabaret, había omitido el "de Monzón"). Su delirio, se comprenderá, es una forma exacerbada de la obediencia. Su objetivo es suplantar a la mujer, ocupando la condición institucional de la mujer y los aspectos más codificados de lo femenino: el trevestismo no sólo pone tetas, caderas y pelo, sino también, y sobre todo, marido, familia, libreta de matrimonio, nombre propio. Su locura es no poder detener su crecimiento, no poder parar de amontonar otros cuerpos sobre su cuerpo, rebasar sus fines y sus objetivos, funcionar descontroladamente.

Su carácter subersivo (para usar una palabra abusiva -no puede hablarse de subversión, ni transgresión, ni rebelión, en el barroco) no proviene de una oposición, de una crítica, de una desconstrucción, o, en suma, de una pose contracultural. No proviene de situarse fuera de un espacio para criticarlo, sino de todo lo contrario: llenar ese espacio, habitarlo o contrahabitarlo, saturarlo y sobresaturarlo, cargarlo de teatralidad y de énfasis, crear un grotesco, duplicando a un original, pintándolo, enfatizándolo, estirándolo, anamorfizándolo, hasta hacer saltar la duda: ¿qué original?


Notas:

(1) Debo la utilización de las categorías homo y heterotravestismo a una sugerencia del Sr. Mario Ferrari Brow.

(2) Ver
Núñez & Maciel, "Hace algunos años, en un cabaret suburbano", La República de Platón Nº 8, Pp. 4.

* Publicado originalmente en La República de Platón, Nº 78

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