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			Como sabemos el término deriva 
			del teatro en cuyo caso alude al hecho de escenificar una 
			acción 
			dramática, es decir, proveerle un escenario adecuado, funcional a lo 
			que el director desea que esa acción dramática exprese o comunique.
			En el 
			cine ocurre algo similar, 
			con la diferencia de que se escenifica para la cámara; dicho de otro 
			modo: la cámara va a registrar un determinado número de elementos 
			ordenados de determinada manera que luego el espectador apreciará en 
			la pantalla a la hora de mirar un filme. Escenarios naturales o 
			artificiales, decorados, iluminación, actores, vestuario, 
			maquillaje,  forman parte de la puesta en escena.  
			
			Suele ser, por otra parte, 
			aquello que el espectador registra inmediatamente o recupera primero 
			cuando actualiza  en su memoria la película vista; de alguna 
			manera la puesta en escena expresa la materialidad del filme 
			ante los ojos del espectador, el conjunto de elementos visuales que 
			generan su atención sensible, antes de que procese algo a nivel más 
			consciente (como pueden ser sus reflexiones en torno a los diálogos 
			o de que comience a construir un sentido propio en torno a la 
			historia, etc.).   
			
			En rigor también existe otro 
			elemento que el espectador percibe (o podría percibir) en la 
			pantalla y es todo aquello que atañe a la actividad de la cámara: 
			las escalas que utiliza, los ángulos y movimientos; todo eso podría 
			sumarse (de acuerdo a algunos autores) a la puesta en escena. Por 
			razones prácticas de metodología (aunque también teóricas) 
			preferimos crear un módulo aparte para explorar todo lo relacionado 
			con la cámara y su relación con la composición del plano. 
			 
			
			
			En lo que hace específicamente a 
			la puesta en escena, lo más pertinente puede ser analizar ejemplos y 
			ver cómo sus distintos elementos pueden pasar  a ocupar un lugar 
			central en un filme, en vez de ser sólo un marco para el desarrollo 
			de la acción dramática emprendida por los actores. 
			
			 
			Función 
			narrativa de la puesta en escena 
  
			
			En El
			Gabinete del Dr. Caligari 
			(Das Kabinett des Doktor Caligari, 1920, Robert Wiene,) los 
			decorados construyen un clima que casi podríamos definir como de 
			delirio geométrico; efectivamente, vemos todo el tiempo escenarios 
			manifiestamente “antirrealistas” (la ciudad misma, sus calles y 
			casas; la feria de diversiones, los senderos y árboles, etc.), de 
			líneas muy acentuadas, con profusión de ángulos extremos e 
			inclinados, que buscan enfatizar su artificialidad. El propio 
			cuerpo 
			de Cesare (Conrad Veidt) es dispuesto en relación con el decorado 
			más como elemento gráfico de un escenario que comparte que como 
			personaje autónomo; lo vemos extender sus brazos tal cual las ramas 
			de los árboles que lo rodean, caer en el sendero y quedar extendido 
			como una figura dentro de un diseño que la contiene. Este filme 
			precursor creará un estilo distorsionado y ominoso, característico 
			del expresionismo alemán, pero su puesta en escena, rica en 
			artificios y deslices geométricos, también cumple una función 
			narrativa al presentarnos todo ese mundo (el que vemos todo el 
			tiempo en la pantalla) distorsionado emergido de la mente de un 
			loco: el relato que se escenifica y vemos, es el relato elaborado y 
			barroco de un ser delirante internado en un hospicio; la puesta en 
			escena vehiculiza su discurso paranoico. 
			
			
			Otro ejemplo extremo de la 
			función capital de la puesta e escena es el filme de Leni Riefensthal, 
			El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, 1935), que 
			registra la convención y acto de masas del Partido 
			Nacionalsocialista con Hitler a la cabeza, durante el periodo de 
			ascenso del nazismo en Alemania. Casi podríamos decir que el filme es
			sólo puesta en escena y una cámara que acentúa, mediante 
			travellings laterales, picados y contrapicados, la magnificencia 
			del führer y las masas que lo idolatran. Águilas imperiales, 
			esvásticas gigantes, banderas colosales que enmarcan el fondo del 
			escenario; multitudes de ejércitos en filas estáticas; una avenida 
			central o calzada desmesurada por la cual se desplazan lentamente 
			tres figuras que forman una especie de punta de lanza: Hitler y sus 
			lugartenientes. El plano inicial de la película ubica la cámara en 
			el cielo (un avión, claro), entre las nubes, contemplando el mundo y 
			la ciudad desde arriba; luego desciende sobre la tierra. La cámara 
			compone un plano de Hitler que saluda a la multitud desde la 
			escalera del avión.  
  
			
			Dislocación narrativa y 
			producción de sentido a través de la puesta en escena 
			 
			Luis Buñuel 
			suele desarticular el relato fílmico:  en El perro 
			andaluz (Un chien andalou, 1929) un  hombre, dentro de 
			una habitación, se esfuerza por avanzar tirando de una cuerda a la 
			cual están atados dos pianos de cola, con burros putrefactos en su 
			interior y, al final de la misma, dos curas. Esta composición 
			surrealista y transgresora de la puesta en escena actúa como un 
			revulsivo sobre la audiencia: no puede dejar de advertirse que lo 
			arbitrario de esa agrupación de elementos está reclamando, por sí 
			misma, una nueva mirada; un esfuerzo lúcido del espectador para 
			cargar de sentido algo que, en principio, amenaza con no tenerlo. El 
			universo ficcional de Buñuel convoca ciertos referentes de la 
			realidad y niega otros; así, en  El Fantasma de la libertad (Le 
			fantôme de la liberté, 1974),  al colocar inodoros en vez de 
			sillas en el comedor de una familia burguesa instala todo un 
			comentario sobre ciertos hábitos de clase.   
			
			En 2001, Odisea del Espacio
			(2001: A Space Odyssey,
			S. Kubrick, 1968), al 
			final del viaje del astronauta Bowman hacia una de las lunas de 
			Júpiter y luego de atravesar un torrente de colores y
			formas, en vez de 
			alunizar el módulo espacial en alguna superficie supuestamente 
			desolada y desértica se instala en un sala victoriana, para asombro 
			e incredulidad del espectador. Kubrick ubica decorados de un 
			reconocible estilo arquitectónico en donde el espectador esperaba 
			cráteres, arena y piedras. Esa elección estética no deja margen al 
			espectador para otra cosa que  no sea ponerse a buscar un nuevo 
			sentido que atenúe esa disfuncionalidad, propiciando nuevas 
			hipótesis interpretativas. 
  
			
			La puesta en escena en la 
			construcción de personajes y escenarios 
  
			
			Al final de la proyección del 
			News on the March, en El ciudadano (Citizen Kane, Orson Welles, 
			1941), los periodistas comienzan a intercambiar comentarios en la 
			sala; la misma se mantiene casi en penumbras y los hombres son 
			percibidos a contraluz;  vemos las siluetas difuminadas, recortadas; 
			partes de los rostros en penumbras, y entre ellas, apenas, a Thompson, el periodista que se hará cargo de la investigación. Esta 
			vaguedad en la cual están sumidas las figuras de los periodistas 
			alude a la casi nula información que poseen en torno al enigma que 
			desean  resolver; están literalmente en las sombras. Cada vez que se 
			nos presente Thompson, lo veremos de tres cuartos o de
			perfil, ubicado 
			siempre en la periferia, en los márgenes del cuadro; como si se nos 
			enfatizara todo el tiempo que Thompson no es relevante; que casi no 
			llega al estatus de personaje, que sólo es un canal por donde fluye 
			(o debería fluir) la información.   
			
			En Blade Runner (R.
			Scott, 1982) se nos presenta 
			una ciudad de Los Ángeles futura, abigarrada, populosa. Al 
			protagonista,  Rick Deckard, perseguidor y ejecutor de la pandilla 
			de robots sofisticados, poderosos y sin fecha cierta de caducidad (replicantes) 
			se lo presenta en la cotidiana actividad de comprar comida en una 
			tienda callejera; pero antes, fugazmente, se nos mostró una mole de 
			edificios, con millares de luces parpadeantes que anuncian 
			multitudes hacinadas en un mega urbe, gigantografías,  el rostro de 
			una joven oriental anunciando algún producto comercial, naves 
			surcando el cielo nocturno de la ciudad (que uno supone son los 
			coches y taxis que atraviesan la ciudad a cada momento). Esta forma 
			de presentar Los Ángeles del futuro se mantiene a lo largo del filme; 
			siempre veremos  una actividad pululante, nocturna; la ciudad y sus 
			habitantes. Las formas  en que se vinculan emocionalmente los 
			personajes está dada por la tradición del cine negro y no por 
			la ciencia ficción, lo cual es coherente con la forma en la 
			cual suele crear sus novelas P. K. Dick,  sobre quien se basó Scott 
			para realizar el filme. 
			 
			 
			Sinécdoque y metonimia en la 
			puesta en escena 
  
			
			El pisapapeles de Charles F. 
			Kane es un objeto que forma parte del decorado, lo podemos catalogar 
			como un elemento más de la puesta en escena, sin embargo, de la 
			misma manera que el trineo de Charlie, va a actuar como sinécdoque 
			asociada a la figura de su propietario. El fundido encadenado (en el 
			momento de la muerte de Kane) de la nieve interior del pisapapeles 
			con los labios de Kane pronunciando la palabra Rosebud; el 
			movimiento de grúa que se focaliza sobre del trineo antes de ser 
			incinerado, son recursos narrativos que se centralizan en objetos 
			convirtiéndolos en articuladores de significado que, por otra 
			parte,  simétricamente abren y cierran el filme.
			 
			
			Fritz Lang, en El Vampiro Negro 
			(M, 1931), crea una formidable síntesis narrativa (o al menos 
			semántica)  al componer en un solo plano el encuentro entre la 
			víctima  y el asesino. La niña camina por la calle rebotando una 
			pelota, la cámara se desplaza hacia un cartel que requiere 
			información sobre el 
			asesino de niños, al tiempo que cumple con la 
			función de advertir a la población. Luego vemos la pelota de Elsie 
			rebotando contra su superficie; tras un breve instante la sombra del 
			asesino se proyecta recortándose sobre el cartel que asume la 
			función de una pantalla subsidiaria; en el plano coexisten la niña 
			(representada por la pelota),) y el 
			asesino (lo pulsional y oscuro, 
			lo que acecha y amenaza; por eso una sombra, por eso la oscuridad de 
			la sombra). Pero, además, el cartel mismo es representante de las 
			instituciones, de la justicia, de la ciudad; el espacio social que 
			articula ese encuentro. Este único plano de Lang basta para 
			enunciar la fatalidad de manera despojada, para comentar un estado 
			de cosas atravesado por la inquietud y el miedo, latentes en 
			la 
			sociedad alemana a comienzos de una década que ya sabemos como 
			terminó. Lang estuvo tentado de llamar a su filme
			Los asesinos están 
			entre nosotros (Morder Unter Uns), alguien lo disuadió para 
			que no lo hiciera.   
			
			  
			
			
			Bibliografía: 
			
			*El 
			arte cinematográfico*, David Bordwell/ Kristin Thompson, Paidós 
			
			
			comunicación, 1995. 
			
			
			*Estética del cine*, J.Aumont,A.Bergala, M.Marie, M.Vernet, Paidós 
			
			
			Comunicación, 1985. 
			
			*El 
			relato cinematográfico*, A.Gaudreault/ F.Jost, Paidós Comunicación, 
			
			
			1995.  | 
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