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ISSN 1688-1672

 



DYLAN, BOB - HISTORIA DEL ROCK - ARTE -
 
 
La invención de Bob Dylan
 
Ramiro Sanchiz

 

 

La manipulación del episodio “real” implicó la creación de un mito, la invención de un relato fundacional desde el que se podía releer el devenir de una expresión artística y apuntalar el futuro. Dylan ingresaba (y hacía ingresar) a la modernidad de un Baudelaire o un Rimbaud, al rock como forma de arte independiente a través de la recreación de su pasado y, a la vez, donaba generosamente su gesto a la posteridad

Como las otras, la historia del rock está llena de mitos e invenciones. La discordia entre The Beatles y los Rolling Stones, por ejemplo, que sirvió de truco publicitario durante cierto tiempo y que por alguna razón que cabría indagar sobrevivió hasta nuestros días, hace que todavía haya quien, amparado en esa suerte de dicotomía esencial –que no es tal– esté dispuesto siempre a decir, con extraña facilidad (extraña para mí, al menos) cosas como “yo soy más Stone” o “yo siempre fui de los Beatles”.

En cualquier caso no todas las invenciones (Black Sabbath inventando el heavy metal es otro ejemplo), son tan estériles o catalizadoras de discusiones en el mejor de los casos bizantinas. Para esta nota quisiéramos considerar lo que –y más adelante volveremos a esta calificación– ha sido considerado uno de los momentos claves de la Historia del rock: la llamada “controversia del Dylan eléctrico”, o, para explicarlo mejor, el momento de la carrera del proteico Bob Dylan en que la guitarra acústica fue “reemplazada” por la eléctrica, y el folk de protesta por un rock corpóreo, distorsionado, amplificadísimo y estridente. Se trata de un momento fundacional, si se quiere, de la carrera de Dylan, invocado, relatado y reconstruido virtualmente por todas partes, entre ellas en el documental No direction home, de Martín Scorsese, o la biopic de Todd Haynes I’m not there. La narración estándar de este episodio es más o menos así: el 25 de julio de 1965 Dylan se subió al escenario del Festival Folk de Newport, Orange, al frente de una banda con guitarras eléctricas, bajo eléctrico y batería (es decir, un formato de rock o rock’n’roll o blues eléctrico), para tocar con furia un set a todo volumen que fue abucheado por un público mayormente constituido por un montón de hillbilies mascapasto, desconcertados por ese ruido tan extraño a sus oídos prístinamente vírgenes o, si les era conocido, lo asociaban a una  música intrascendente no comprometida con la realidad política. La carrera de Dylan daría un giro abrupto, y su público primigenio lo consideraría un traidor, un mercantilista vendido a la industria del entretenimiento y a la evasión. El asunto es que, como tantas historias de la Historia, ésta de Dylan es casi seguramente una mentira.

El documentalista y fotógrafo Bruce Jackson escribió en un artículo titulado “El mito de Newport’65: no era a Dylan al que abucheaban” que la gente, ante todo, reaccionó a la brevedad del set tocado por Dylan y su banda recién formada que habían tenido sólo un día para ensayar y lograron dominar apenas tres temas (Maggie’s farm, Like a rolling stone y una versión primitiva de It takes a lot to laugh, it takes a train to cry titulada Phantom engineer). Cuando Dylan, sin más canciones que tocar, se dispuso a retirarse la gente estalló pidiendo más, y Peter Yarrow (de la banda Peter, Paul and Mary) trató de convencer, sin éxito, a la multitud desilusionada para que aceptara la brevedad del show. Después de varios minutos de lucha entre Yarrow y el público, Dylan aceptó regresar. Como la armónica que tenía consigo no era del tono adecuado para las canciones que podía tocar solito con su acústica tuvo que pedir una que le sirviera y alguien le entregó una afinada en Fa (no en el Mi como la que necesitaba), Dylan, previo ajuste en su guitarra, se lanzó a una interpretación –a pedido del público– de Mr.Tambourine Man, en armónica, voz y guitarra acústica. El músico saludó y se dispuso a bajar del escenario pero la gente aulló otra vez pidiendo más, y no tuvieron suerte, por lo que se desquitaron abucheando las tonterías que decía Yarrow para intentar calmarlos.

Jackson presenta en su artículo una transcripción del show en la que queda clara la interacción entre Dylan y su público, que más que ofendido por el cambio sonoro y estético estaba enojado (sorprendido primero) por la brevedad del set, y con la perorata derivativa e inane de Yarrow (que llegó a ponerse en plan didáctico y decía cosas como “la tradición africana, cuando fue traída a América, fue traída originalmente al sur, donde...”).  Según los biógrafos de Dylan y los historiadores del rock el momento fue un quiebre entre el artista y su público, un choque entre la búsqueda personal –hasta experimentadora o experimentalista– y las pretensiones de las masas que piden una y otra vez el mismo hit; lo que equivaldría a señalar como un claro punto de no retorno en la Historia del rock. A partir de allí el rock se convertiría en arte, en una construcción simbólica que se bastaba a sí misma y no se debía a un fin externo (la protesta política, por ejemplo, o el entretenimiento, el baile, etc.), sino que reclamaba como únicos códigos los que construía y los que servían para el programa de su creador o creadores. Es decir, se hicieron posible Pink Floyd, Rush, Yes, Deep Purple, la psicodelia, el art rock, el rock under, el rock dark, Smashing Pumpkins, Phish, King Crimson, y etcs.

La manipulación del episodio “real” implicó la creación de un mito, la invención de un relato fundacional desde el que se podía releer el devenir de una expresión artística y apuntalar el futuro. Dylan ingresaba (y hacía ingresar) a la modernidad de un Baudelaire o un Rimbaud, al rock como forma de arte independiente a través de la recreación de su pasado y, a la vez, donaba generosamente su gesto a la posteridad. Pero ¿quién creó esta ficción? ¿Fue Dylan? ¿Fue algún periodista? Lo importante no es eso -aunque en última instancia pueda saberse exactamente quién fue-, lo que importa es resaltar el gesto y las posibilidades que esa ficción habilitó. Creemos que, en gran medida, comenzó allí la Historia del rock. Allí se gestó la posibilidad de elaborar una narración histórica del rock como una forma artística en sí misma, con sus propios códigos que permitirían concebir sus procesos. En el quiebre de Dylan está la protoforma del cambio de los Beatles (que ya se estaba gestando y que haría explosión con la salida de las canciones Strawberry fields forever y Penny Lane); mejor dicho, no del cambio en sí sino de la posibilidad de leerlo, de relacionar el presente con un pasado y derivar, si se quiere, en un proceso, una evolución.

Es curioso comparar dos momentos de alguna manera privilegiados en esta Historia: el inicial del Dylan eléctrico con la salida del single pre-Pepper’s y el del disco en sí, “primer álbum conceptual de la historia del rock”. Los Beatles, para muchos, trazaron una trayectoria de minucioso cambio: desde I saw her standing there hasta A day in the life pasando sin fisuras ni retrocesos por You’ve got to hide your love away o Eleanor Rigby. Es decir, sus fans ya estaban de alguna manera “educados” en el cambio, por lo que no fue tan “sorprendente” la aparición de una canción tan excéntrica como Strawberry... y no se generó el abucheo y el rechazo que recibió el pobre Bob. Esto resulta curioso ya que lo único que hizo Dylan fue cambiar de instrumento, mientras que los Beatles rompieron estructuras, incorporaron sonoridades inéditas y crearon categorías pop que antes probablemente no existían: es decir que si se opina que el gesto de Dylan fue “revolucionario”, eso se debe a que aportamos un entorno y ciertas condiciones de enunciación que conducen a un momento histórico con causas y consecuencias. Además se abre la posibilidad de hacernos preguntas como ¿por qué no hubo un momento en que los Beatles recibieron el repudio generalizado del estilo “se fueron al carajo?” En toda la Historia de la banda de Liverpool los momentos de repudio (como el que recibió Dylan en Newport’65) son dos: la polémica “más grandes que Jesús” que llevó a cientos de ex fans a quemar sus LPs, y el lanzamiento de la película para TV Magical Mistery Tour, que fue recibida con las peores críticas que la banda había tenido en su momento. Ninguna de estas dos circunstancias se refirió puntualmente a la música: la primera remite a una declaración de Lennon, y la segunda a una película en la que los Beatles apostaron a un talento que, según algunos, no tenían. De hecho Magical incluyó algunas de las composiciones más arduas del grupo como, por ejemplo, I am the walrus. El hecho es que Dylan tomó una circunstancia de aspereza con su público y la convirtió en un gesto dramático cargado de significados; en el caso de los Beatles no hubo una fundación mítica basada en su condición de artistas que despreciaron el gusto de las masas sino más bien todo lo contrario: hasta sus temas más indescifrables  fueron hits.

Una explicación posible quizá sea que mirando hacia atrás, insertos en la Historia del rock inaugurada por la ficcionalización de Dylan en aquel momento de su carrera, los Beatles encajan en una Historia clara (que incluye el terrible episodio en el que optan por refugiarse en el estudio y no tocar en vivo), como la de los sucesivos  álbumes de Led Zeppelin, o la vinculación entre las formas de hard rock de fines de los 1960 con el llamado heavy metal de fines de los 1970 y principios de los 1980, y de ahí a las derivaciones contemporáneas que sucedieron al trash metal popularizado por Metallica y Megadeth. Es decir, es posible creer en ese “cambio” gradual que “educó” a los fans de modo que no fue sorprendente Pepper’s. Se trata de leer el devenir de los Beatles o los Stones (recordemos sus “etapas” pseudocalcadas de las de John, Paul, George y Ringo) como etapas sucesivas de una “Historia” que se quiso capaz de retroceder hasta Robert Johnson y hasta antes quizá. La entrada de Elvis Presley al ejército, por ejemplo, cobró el sentido de un punto de divergencia en la narración de su carrera: esa circunstancia pudo ser leída históricamente sólo después de que Dylan (o sus intérpretes, por así decirlo) introdujo la Historia al rock, instaurando un punto de no-retorno ensamblado a partir de una disputa con una audiencia desilusionada, que fue más tarde redimensionada, reinterpretada y sustituida, en última instancia, por un mito. Algo sucedió el 25 de julio de 1965: a través de la invención del pasado de Dylan nació (o podemos jugar a creer que nació, o podemos asumir que nació) la Historia del rock.

 

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