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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO -

Patrimonio general e irrestricto*

Carlos Rehermann

Si todo es perfecto, si todo es digno de preservarse, no habrá lugar para nuevos edificios, no se podrá construir nuevas plazas, todo deberá estar tan celosamente protegido, tan estrictamente custodiado, que no se podrá hacer nada nuevo

 

Nadie habrá dejado de observar que hay que proteger el Patrimonio Artístico, Histórico y Cultural de la Nación. Dicho Patrimonio pertenece a la Nación, es decir, a todos los uruguayos. Así, pues, todos tenemos derecho a tomar decisiones al respecto. Claro que para que sea posible tomar una decisión, antes habrá que ponerse de acuerdo.

Pensemos en la Arquitectura, arte inefable y elevado. No importa aquí cómo ingresa un inmueble al acervo patrimonial de la Nación: hay mucha gente capaz de establecer criterios adecuados y perfectamente respaldados por ingentes cantidades de documentos apropiados.

El hecho es que, representando a los poseedores del patrimonio, un comité de expertos dictamina qué cosas o lugares deben ser conservados.

Imaginemos que, además de conservar un cierto número de edificios, de protegerlos contra las demoliciones y las reformas, de financiar su restauración y de incorporarlos al uso y disfrute de la comunidad, se creara una comisión que sólo permitiera que se construyeran edificios de inestimable valor artístico, arquitectónico, urbanístico, cultural, etcétera.

Si los expertos son capaces de juzgar edificios ya construidos, no deberán amilanarse ante la perspectiva de valorar nuevas propuestas. Se podrá decir que es imposible que tal cosa suceda, que siempre habrá quien haga cosa feas, desagradables o inservibles, pero otorguemos un poco de confianza a nuestros jueces en materia artística, que no permitirían semejantes atropellos a la poética del espacio.

Conviene ser optimistas.

Digamos que en cincuenta años, todos los edificios, las calles, las plazas, todos los jardines y los parques, las señales de tránsito y todo, en general y en particular, llegue a ser de elevadísima calidad artística, digna representación de nuestros más acendrados valores culturales, que logre reflejar inigualablemente la etapa histórica en que fue producido y plasme, en un gesto de piedra detenido en el éter oriental, la inmarcesible pureza de nuestro insuperable nivel de educación, orgullo legítimo de los hijos de la patria.

Todo supremamente valioso y digno de ser conservado, maravillosas obras ante las cuales ningún ser humano podría permanecer sin emocionarse hasta las lágrimas.

¿No es eso lo que todos quisiéramos? ¿No es cierto que nada nos gustaría más que vivir en un entorno de perfecta belleza y adecuadísima coherencia cultural e histórica? Es lo que se asegura que debemos intentar construir. Hacia ello tiende el esfuerzo de los técnicos municipales, de los estudios de arquitectos, de los planificadores, de los paisajistas y los ecólogos, de los geógrafos, los diseñadores de interiores, creadores que pasan largas noches en vela para procurarnos ese alimento esencial para el espíritu.

El problema, el terrible problema, es qué hacer si lo logramos.

En efecto: si todo es perfecto, si todo es digno de preservarse, no habrá lugar para nuevos edificios, no se podrá construir nuevas plazas, todo deberá estar tan celosamente protegido, tan estrictamente custodiado, que no se podrá hacer nada nuevo.

Habrá que poner cordones azules delante de las cosas, fijar cartelitos blancos que enseñen a
NO TOCAR, poner un señor uniformado de rojo en la puerta y establecer un horario de funcionamiento adecuado y amplio. URUGUAY. ABIERTO DE MARTES A DOMINGOS DE 14 A 19 HORAS. Gratis, por supuesto: la cultura es un derecho de todos.

* Publicado originalmente en Insomnia Nº 40

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