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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ALMEIDA, MARCELINA - ORÍGENES DE LA NOVELA URUGUAYA -

¡Quítame de ahí esas novelas!*

María José Santacreu

La primer novela uruguaya podía ser cualquiera: de todas maneras sería mala, algo para olvidar


Las ideas de progreso, de dirigirse en línea recta hacia adelante, de ir de mal en mejor parecieron obsesionar a los tempranos historiadores de la literatura uruguaya. Por ello, prácticamente toda la literatura del siglo XIX uruguayo (salvo las honrosas excepciones de Eduardo Acevedo Díaz y Zorrilla de San Martín) cayó en el olvido, al punto de que aún hoy es difícil determinar fehacientemente cual fue la primer novela uruguaya.

Ahora, cuando estas ideas rectoras del pensamiento moderno se han puesto en entredicho y adquieren nueva relevancia los estudios sobre la identidad y los orígenes, la mirada se posa sobre lo que sucedía en el Uruguay de mediados del siglo XIX, cuando nuestros hombres y mujeres de letras daban a luz las primeras narraciones de largo alcance en nuestro país.
Es en ese marco que Virginia Cánova -quien desde hace varios años se encuentra abocada al estudio de los orígenes de nuestra narrativa-, ha encontrado, en los inexplorados y polvorientos anaqueles de la Biblioteca Nacional, lo que sería la primer novela escrita por una mujer en Uruguay y, horror de los horrores, la misma sería de tema feminista.

La primera no importa

Bastante se ha debatido últimamente sobre los orígenes de la novela uruguaya, aunque hasta hace algunos años el asunto parecía no tener demasiada importancia para la crítica. La primer novela uruguaya podía ser cualquiera: de todas maneras sería mala, algo para olvidar. Caramurú de Alejandro Magariños Cervantes se estableció consensualmente como la primer novela nacional, habiéndose puesto en juego para tal determinación una serie de elementos confusos y de segunda o tercera mano.

Así lo determinó, por ejemplo, Alberto Zum Felde -hasta el medio siglo, el crítico literario uruguayo por antonomasia- en La literatura del Uruguay (1939):

"La primera novela propiamente dicha, de autor uruguayo, es Caramurú, de Alejandro Magariños Cervantes, uno de los representantes más encumbrados del romanticismo en el país; y no por el mérito en sí de su producción, que es casi nulo, sino por la nombradía y la posición de gran figura consular de las letras que alcanzó en su tiempo y en su medio. Caramurú, su única producción novelesca que vio la luz hacia el 1850, en Madrid, donde residía el autor es un espécimen acabado de esa doble aberración del gusto y del criterio, en que incurrió la escuela romántica entre nosotros, que consistió en el remedo pueril del modelo europeo, y por tanto, en la deformación libresca de la vida americana que pretendía novelar."

A idéntica conclusión llegaron John E. Englekirk y Margaret M. Ramos, de la Universidad de California en La narrativa uruguaya. Estudio crítico-bibliográfico (1967). Tras plantear que la compulsa final por el cetro era entre Magariños y Manuel Luciano Acosta, desechan los argumentos de Barbagelata en favor de éste último planteadas en La novela y el cuento en Hispanoamérica
(1947).

Barbagelata afirma en la obra citada: "no fue Caramurú el primer intento de narración imaginativa...; en la ciudad sitiada concibe un poco antes sus novelas el uruguayo Manuel Acosta y las imprime poco después llamándolas Los dos mayores rivales (
1856) y La guerra civil entre los Incas (1861), ensayos casi ignorados que no pueden rivalizar siquiera con los juveniles tanteos de Magariños."

Englekirk y Ramos aducen que el eufemismo "concebir" no significa "escribir" y que aún cuando hayan sido escritas hacia 1837 no hay más prueba que las declaraciones del propio autor al respecto, ya que las novelas fueron publicadas muy posteriormente a esa fecha. No queda otra opción, entonces, que declarar ganador a Alejandro Magariños Cervantes.

La edición de 1848

Habiéndose resuelto que Magariños fue el primer y muy ilustre novelista uruguayo, las cosas no se detuvieron allí, porque -a pesar de que parece haber consenso en que aunque el primero, de todas formas muy malo-, Magariños escribía y viajaba mucho, asunto funesto en el momento de establecer primeras ediciones. La pregunta que se hacen los críticos es si Caramurú tuvo una primera edición en Madrid, 1848. Hay varios elementos que apoyan esa afirmación pero de hecho nadie vio nunca esa edición. A pesar de ello Englekirk la da por buena y Zum Felde -quien nada dice de la edición de 1848 y la fecha "hacia el 1850"- de todas formas otorga a Caramurú el status de primer novela uruguaya.

Pero resulta que Magariños ha escrito otra novela y ésta se publicó en Málaga, en 1849. Ésta no es otra que La estrella del sud. Memorias de un buen hombre y que el autor habría escrito durante la travesía que le llevó a Europa en 1846 (¡siete tomos! ¡1396 páginas!)

Virginia Cánova, investigadora radicada en Suecia y quien ha dedicado largos años al estudio de la narrativa olvidada del siglo XIX en nuestro país, ha descrito la obra en Una ilustre desconocida ¿la primer novela uruguaya? (1989). Cánova, quien parece ser una de las pocas personas que ha tenido la obra a la vista, prefiere postular que, dado que la publicación de Caramurú en 1848 es dudosa, y basándose en los dichos de Weinberg de que Magariños siempre consideró a La estrella del sud su primera novela editada, es lícito otorgarle la primacía a ésta hasta que se pruebe fehacientemente que existió la edición de Caramurú de 1848. Si a Caramurú le corresponde algún laurel este sería el de ser -por lo menos- la primer novela con tema nacional uruguayo.

Al parecer, Cánova está decidida a probar que, en materia de nuestros orígenes literarios, sabemos poco y mal, arremetiendo contra lo que ella llama "el mito del automodelo" y contra los críticos que han formado nuestro "imaginario literario".

A los románticos, palos

En 1990, Virginia Cánova había publicado Bibliografía de obras desconocidas u olvidadas de la narrativa uruguaya de mediano y largo alcance (1806-1888). De esa investigación la autora concluye que entre los años estudiados se escribieron por lo menos treinta y cinco obras narrativas de mediano o largo alcance. Tomando como referencia un corpus de nueve libros de historia literaria uruguaya, bibliografías, diccionarios, antologías y trabajos de investigación sobre nuestra literatura, y comparando los datos que en ellos figuran con los que ella misma recabó en esa investigación, Cánova saca las siguientes conclusiones:

En el 69% de los casos no se registran las obras, en el 20% de los casos se registran las obras pero con datos bibliográficos insuficientes o incorrectos, sólo el 11% de los casos las obras se registran con los datos bibliográficos correctos y en el 50% de los casos no se registran los autores.

A esto se le suma la particularidad de que 6 obras no son registradas por ninguno de los libros de referencia, 9 obras figuran con datos bibliográficos incompletos o incorrectos en todos los libros de referencia y sólo 1 obra (Caramurú) se registra en todos los libros de referencia.

La autora considera que esta falta de información está "a veces motivada por la descalificación valorativa de un gran número de textos, otras simplemente porque se desconoce su existencia."

Esa desvalorización parece generar absoluto consenso y parece ser una muletilla aceptada por todos que "hasta Acevedo Díaz no se escribió ninguna narración que valga la pena molestarse en leer". Zum Felde, en el Proceso intelectual del Uruguay dice refiriéndose al período romántico: "Anotemos -por fidelidad histórica, más que por exigencia crítica-, algunos de esos nombres y de esas obras, sin detenernos mayormente en unos ni en otras, por ser de calidad y significación demasiado exiguas; que si el tiempo sólo ha respetado de los primaces, lo representativo de la figura, mas no el valimiento intrínseco de la obra, no es lícito cargar en demasía las páginas de esta Historia con el montón de escombro que han dejado los otros, secundarios. El nuevo siglo ha aplanado ya ese escombro; y sobre su olvido se han levantado nuevas ciudades." La metáfora del escombro concuerda a la perfección con lo lapidario del juicio.

Pero la prosa de Zum Felde es siempre una invitación al regocijo irónico y, aunque la cita sea larga, creemos merece la pena detenerse a disfrutar de las páginas que dedica a la valoración de Caramurú (¡la primer novela uruguaya!):

"En Caramurú la trama es mucho más complicada [que en Celiar, poema épico del autor}; y mucho más disparatada también. La acción acaece en 1823, durante la dominación portuguesa; y la novela se inicia con un rapto: Caramurú (que es gaucho -aunque su nombre es de indio-) se lleva a lo más recóndito del monte a la pálida Lía (¿qué sería de los románticos sin las eles?), tan celestial doncella como dama en pro.

Mas, habiendo dado muerte, luego, a otro compinche, en una reyerta de pulpería, el raptor se ve obligado a huir de la policía, que le persigue; y llega a casa de un poderoso hacendado de Paysandú, a pedirle un préstamo de diez mil patacones. El hacendado promete ayudarlo, pero a condición de que le consiga un caballo, seguro ganador en unas carreras próximas. Caramurú acepta el trato y va a apoderarse de un parejero famoso que tiene una tribu de charrúas; para lograr lo cual, y en combinación con el cacique (!) se disfraza de espíritu maligno, atemorizando a la tribu, que se esconde. El mismo Caramurú monta al parejero en las pencas, pero no puede cobrar los diez mil patacones del hacendado, porque la policía lo reconoce y lo obliga a escapar nuevamente, pero esta vez al bosque, en cuya recóndita espesura se haya aún la angélica Lía, virgen y mártir.

Como todo esto puede parecer demasiado simple, el autor resuelve enredar algo más los hilos de la trama. Sabe Caramurú, recién entonces, que su raptada Lía es hija de un ilustre abogado de Montevideo ¡su propio protector!; y generosamente, corre a devolvérsela. El abogado da a su hija al gaucho por esposa, creyendo tal vez que la había dejado imposible para otra solución; creencia errónea, sin embargo, porque Caramurú, cual cumplido caballero medioeval, sólo había besado a su dama la punta de los dedos.

Pero el autor no se da por satisfecho; antes de terminar la novela, asistimos todavía a los lances caballerescos del gaucho oriental con el conde brasileño don Alvaro Abreu de Itapebí etc., ex novio de Lía. El gaucho vence al conde y le perdona la vida; mas, vuelven a encontrarse, en duelo singular, nada menos que en plena batalla de Ituzaingó. ¿Eso es todo? ¡No, aún queda por saber lo más sorprendente: Caramurú es hermano natural del conde!

Magariños ha batido el record de lo incongruente. La imaginación folletinesca, que es imaginación sin brújula ni sentido, está aquí en auge horroroso. Lo único que restaría, como recurso de salvación a estas obras, a pesar de la incongruencia de su argumento, esto es, la vivacidad del relato, la plasticidad en la pintura de cuadros naturales y escenas de costumbres, falta también en absoluto. Prosaicas, desabridas, desprovistas de colorido, y de una prolijidad pueril, ninguna de sus descripciones tiene valor literario. Hay allí payadas en pulperías, pencas de parejeros, luchas con jaguaretés, espesos montes con matreros, ¡qué jugosa sustancia, de suyo, para un escritor, aunque no fuera mucho su genio! Pero Magariños no supo aprovecharla. Da verdadera lástima leer estas descripciones y relatos incoloros y desabridos, cuando uno se acuerda, por ejemplo, de las páginas de Sarmiento, en Facundo."

De la misma manera podrían citarse las palabras de Ángel Rama respecto a la finalidad del romanticismo que:

"pasó por encima de la realización y como era previsible las buenas intenciones empedraron el infierno de la mala literatura con una producción monótona que se agotaba en las páginas de los periódicos a las cuales correctamente se destinaba, entre los editoriales y las informaciones extranjeras";

o las de Pablo Rocca, quién refiriéndose también a Magariños anota que: "hoy engrosa esa vasta columna de escritores de nuestro siglo XIX que ya nadie lee ni cita" agregando que dado que más allá de toda utilidad primero va el placer "Caramurú queda fuera de todo márgen posible..."

Las mujeres también escribían malas novelas

Aparentemente no se puede escapar al juicio de valor. Antes que nada hay que dejar bien claro que las novelas son malas y todos lo sabemos, aunque ya a esta altura la insistencia suene a complejo y vergüenza que hay que conjurar.

En el marco de su larga investigación, Cánova se ocupó también de Caramurú (¡la primer mala novela con tema uruguayo!) publicado con el título Caramurú: la obra que inicia el camino de la novela nacional uruguaya editado en 1989 por Banda Oriental con prólogo de Arturo Sergio Visca. En el mismo Visca anota: "Comparto plenamente el punto de vista o la óptica con que se enfoca el estudio de dicha novela. En efecto: su total carencia de valores estéticos no supone que no tenga significación cuando se estudia el proceso evolutivo de la literatura uruguaya. Y es, por ende, desde este punto de vista que debe ser estudiada, ubicándola en su contexto, histórico, social y cultural. Sólo de éste modo, y tal como se hace en este trabajo, Caramurú adquiere su real significación."

Justificado el objetivo, pues, es lícito acercarse a una obra tan aberrante.

Para Cánova, esta insistencia de la crítica en negar cualquier relevancia a la narrativa uruguaya en sus orígenes es producto de la "autocaracterización" ("El mecanismo fundamental que confiere unidad a los diferentes niveles y subconjuntos de la cultura está representado por el modelo que la cultura tiene de si misma, por el mito que [...} la cultura se forma de sí misma. Tal mito se manifiesta en la creación de autocaracterizaciones").

Dicha autocaracterización está presente en las representaciones de la propia cultura que postulan historiadores y críticos. Para Cánova, Zum Felde sería uno de los ejemplos más claros en este sentido: "Este escritor pertenece a la escuela crítica que se sirve de la exclusión de la literatura del siglo XIX como pretexto para construir y reforzar la idea del "automodelo".

Sus ya clásicas y sentenciosas frases referidas al "romanticismo" han calado hondo en el inconsciente colectivo nacional y se podría decir que en lugar de promover el debate y la discusión sobre temas candentes de nuestra cultura decimonónica, cumplen la función de la censura. Sobre el "romanticismo" no se admite la investigación puesto que los críticos de esta escuela así lo establecen en su canon.". Y junto a Zum Felde van Carlos Roxlo, Ángel Rama y Pablo Rocca.

En el marco de sus investigaciones sobre los orígenes y desarrollo de la narrativa uruguaya, Cánova descubrió en la Biblioteca Nacional, en 1991 un ejemplar de lo que sería hasta la fecha la primera novela escrita por una mujer en Uruguay: Por una fortuna una cruz, de Marcelina Almeida, publicada en Montevideo en 1860. Y eso no es todo: sería además una novela feminista (no demasiado buena, por supuesto).

Agrandar la cocina

Por una fortuna una cruz es una novela de casi 400 páginas, escrita por una mujer, publicada por la Imprenta Oriental en 1860 y que plantea claras vinculaciones con el pensamiento feminista del siglo XIX. No sólo sería la primer novela uruguaya escrita por una "representante del bello secso" (sic) conocida hasta ahora sino que presenta la peculiaridad de tratar el tema del matrimonio obligado de la mujer y a ello se refiere el título de la misma.

El hallazgo de la novela planteaba la doble sorpresa de encontrar una narración de largo aliento escrita tan tempranamente por un individuo de sexo femenino sumándose al hecho de que aparentemente -de acuerdo a la cultura uruguaya del siglo XIX- ese objeto no podría existir allí por su temática y el sexo del autor. Por una parte, la novela evidenciaba una mayor participación de la mujer en la cultura letrada del Uruguay del siglo XIX y ubicaba a Almeida al lado de Petrona Rosende de la Sierra.

El primer cuento publicado por una mujer en nuestro país (o al menos bajo seudónimo femenino) había sido La caja de costura de Eloísa B. publicado en 1857 y entre otras cosas planteaba la disyuntiva entre la lectura y las labores del hogar, a tono con la discusión que se daba en la época respecto a la educación de la mujer. La incorporación de la misma al público lector fue motivo de agrias polémicas así como su derecho a la educación y ni que hablar del posible status de escritoras, del cual es un claro ejemplo un artículo sin firma publicado en Semanario Uruguayo en 1860 titulado Educación de la mujer en el cual el ignoto escriba eleva la siguiente plegaria: "En la vida activa, en la vida de todos los días, líbrenos Dios de todas las mujeres poetisas, ellas no son las que Fernán Caballero llama 'mujeres de puertas adentro'..."

Ya en 1857, otro anónimo escritor, esta vez en La semana se escandalizaba frente a la aparición de un Club Socialista formado por damas: "es una cosa nueva entre nosotros que se intente la formación de un Club Socialista [y es} mucho más nuevo aún, que ese Club sea exclusivamente compuesto de mugeres [...} Como quiera que sea, parece estar funcionando ya y haber tenido más de una sesión imponente, pues las afiliadas toman en ese club un aspecto misterioso y siniestro, presentándose con la faz velada, lo que simplemente supone que tienen por que taparse la cara que Dios les diera. [...}. El Club Socialista [...} Es una escentricidad de algunos cerebros desorganizados con la lectura de las malas novelas, una locura, un delirio que merecería ocupar una sesion de policía correccional- -y nada más".

Las mujeres estaban en el ojo del huracán y la literatura cumplía un gran papel en el asunto.
Sin embargo, la novela de Marcelina Almeida no es el primer texto de defensa de los derechos de la mujer que se publica en nuestro país, pero pone de manifiesto un malestar en la cultura en el siglo XIX mucho más profundo de lo que se ha supuesto.

Del rescate de esta y otras novelas está compuesta la Colección Narrativa Uruguaya Olvidada Siglo XIX, dirigida por Virginia Cánova y auspiciada por la Academia Nacional de Letras y la Asociación de Escritores del Uruguay de la cual Por una fortuna una cruz es el primer tomo, siendo también la segunda novela del corpus manejado (siguiendo a Caramurú) que tiene una reedición en el siglo XX.
  

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 33.

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