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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



Nosotros y el usuario

Amir Hamed

Somos en el ciberespacio sujetos que se actualizan en escritura, sin necesidad de agregar a nuestras palabras la garantía de un cuerpo. Una escritura deseante e impune, que no tiene que dar cuenta de gestos o someter el cuerpo a las consecuencias de un tecleo apresurado

La revista Time, en uno de esos ejercicios ideados para clausurar el siglo, decidió realizar una encuesta on line cuya meta era evaluar quiénes, según el público, fueron los personajes más importantes de la centuria. El evento resultó un poco ominoso debido a la gran votación que recibiera Adolf Hitler.

Desde un lugar, no cabe duda de que la votación atiende, estrictamente, a que el Tercer Reich es una instancia fundamental para calibrar lo sucedido en la recta final del milenio que conluye y que además, y como se sabe, los grupos supremacistas blancos han utilizado recurrido al mundo virtual para divulgar sus letanía e incluso para practicar ciertas variantes del terrorismo. Lo cierto es que, para el entorno liberal de Time, el hecho de que los bigotitos del führer se presentasen más votables que la melena turbulenta del pacífico Albert Einstein o la aguerrida placidez de Gandhi no dejaba de resultar un poco alarmante.

Sin embargo, lo clave de la votación es que se desarrolló en Internet. Ahí el usuario se permitirá sufragar por aquello que, probablemente, no se autorizaría en otro medio. Si la encuesta se hubiese realizado por correo normal, o puerta a puerta, o incluso por teléfono, de seguro el puesto en el ranking de Hitler hubiera sido otro. Pero Internet permite otra libertad (o, si algunos prefieren así llamarlo, irresponsabilidad): la persona que sufraga en el mundo virtual no es la misma que, off line, concurre a su trabajo, al supermercado, al estadio, ni tampoco la misma que lee el periódico en medio de la cordialidad del desayuno.

La persona on line es otra instancia, un Mr. Hyde de cualquier conciudadano. Es en Internet, precisamente, donde se vuelve no sólo posible sino tal vez incluso necesario votar por una figura como la de Hitler, emblema de lo reprimido en la segunda mitad del siglo.

Ese retorno de lo reprimido se da en Internet, medio que -incluso más que otros ámbitos- estelariza a Jack el Destripador y multiplica vertiginosamente los sitios S/M, las exhibiciones de lo disgusting, y, sobre todo, el intercambio de máscaras. Abundan los que, hartos de cargar con un nombre o un sexo todo el día, mudan de género y apelativo en el tumulto de los chats. Se trata, acaso, de una terapéutica avasallante. Así como el enmascarado que, interrogado por su identidad, contesta ser Batman (y no el más anodino Bruno Díaz), todos llegamos con Internet a un umbral metamórfico.

Somos en el ciberespacio sujetos que se actualizan en escritura, sin necesidad de agregar a nuestras palabras la garantía de un cuerpo. Una escritura deseante e impune, que no tiene que dar cuenta de gestos o someter el cuerpo a las consecuencias de un tecleo apresurado. No es que seamos irreales en Internet; simplemente somos otros (así también es Batman tan real como el millonario Díaz).

Los aproximadamente 120 millones que, alrededor del planeta, usamos Internet, somos de alguna manera un jusiticiero enmascarado. Un paladín secreto que, por ejemplo, se autoriza a votar (esto no implica adhesión) por el supervillano más encumbrado que inventara el siglo.

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